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STALIN,
HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.
Domenico Losurdo.
( 16 )
LOS BOLCHEVIQUES, DEL CONFLICTO
IDEOLÓGICO A LA GUERRA CIVIL
La condena de la «política de jefes» o la «transformación del poder en amor»
De este modo, más allá de la institución de la familia (junto a los derechos de herencia y de propiedad) y de la consagración religiosa del poder (del jefe de familia y del propietario), la polémica de Trotsky atañe al problema de la organización jurídica en su conjunto; el problema del Estado. Se trata de la cuestión central hacia la que convergen todas las cuestiones particulares antes analizadas: ¿cuándo y bajo qué modalidades comienza el proceso de extinción del Estado previsto por Marx después de la superación del capitalismo? El proletariado victorioso -afirma El Estado y la revolución antes del Octubre bolchevique- «necesita únicamente un Estado en vías de extinción»; y sin embargo, poniendo en marcha una gigantesca oleada de nacionalizaciones, el nuevo poder da un impulso sin precedentes a la extensión del aparato estatal. Por lo tanto, a medida que se procede a la construcción de la nueva sociedad, Lenin se ve obligado, conscientemente o no, a tomar cada vez más distancia del anarquismo (así como de otras de sus anteriores opiniones). Para advertirlo con mayor claridad, basta con echar una ojeada a una importante intervención, Mejor menos, pero mejor, publicada en Pravda el 4 de marzo de 1923. Enseguida se aprecia la novedad de las consignas: «mejorar nuestro aparato estatal», dedicarse seriamente a la «construcción del Estado», «construir un aparato verdaderamente nuevo que merezca realmente el apelativo de socialista, de soviético», mejorar el «trabajo administrativo», y hacer todo ello aprendiendo si es preciso de los «mejores modelos de Europa occidental».
Ampliar masivamente el aparato estatal y plantearse con firmeza el problema de su mejora ¿no significa renunciar de hecho al ideal de la extinción del Estado? Desde luego, la realización de tal ideal puede remitirse a un futuro bastante lejano, pero mientras, ¿cómo debe gestionarse la propiedad pública, que ahora ha conocido un enorme ampliación, y cuáles formas debe asumir el poder en la Rusia soviética en su conjunto? Incluso en El Estado y la revolución, escrito en el momento en el que más áspera y necesaria era la denuncia de los regímenes representativos, igualmente responsables de la masacre, podemos leer que incluso la democracia más desarrollada no puede carecer de «instituciones representativas». Y sin embargo, la espera por la extinción del Estado continúa alimentando la desconfianza respecto a la idea de representación precisamente en el momento en el que los dirigentes de la Rusia soviética multiplican los organismos representativos (como sin duda es el caso de los Soviets), sin rehuir tampoco una representación de segundo y tercer grado: los Soviets de nivel inferior elegían a sus delegados para el Soviet de nivel superior. La polémica no tarda en avivarse.
El problema del restablecimiento del orden y la revitalización del aparato productivo, con el consiguiente reconocimiento del principio de competencia se plantea también en las fábricas; de este modo, ya a inicios del nuevo régimen, ambientes sociales y políticos reluctantes al cambio denuncian la llegada al poder de los «especialistas burgueses», o de una «nueva burguesía», de nuevo eligen como blanco de sus críticas a Trotsky, que en aquél momento desempeña un papel destacado en la dirección del aparato estatal-militar. Es una polémica que acaba llegando más allá de Rusia. Es significativa la crítica dirigida a Gramsci, que celebra el nuevo Estado que está formándose en el país de la Revolución de octubre y homenajea a los bolcheviques como «una aristocracia de estadistas» y a Lenin como «el más grande estadista de la Europa contemporánea»: ellos han sabido poner fin al «oscuro abismo de miseria, barbarie, anarquía, descomposición» abierto «por una guerra larga y desastrosa». Pero -objeta un anarquista- «esta apología, llena de lirismo» del Estado y de la «estadolatría», del «socialismo estatal, autoritario, legalitario y parlamentarista», está en contradicción con la misma Constitución soviética, que se compromete con la instauración de un régimen en cuyo seno «no habrá más división de clases, ni poder del Estado».
No son solamente ambientes y autores de orientación claramente anarquista los que adoptan una postura crítica. También exponentes del movimiento comunista internacional expresan insatisfacción, desilusión y una clara disensión. Demos la palabra a uno de ellos, Pannekoek, que ya no se reconoce en la acción política de los bolcheviques:
«los funcionarios técnicos y administrativos ejercen en las fábricas un poder mayor del que debería ser compatible con la evolución comunista [...]. De los nuevos jefes y funcionarios ha surgido una nueva burocracia»
«La burocracia», enfatiza la Plataforma de la Oposición obrera en Rusia, «es una negación directa de la acción de las masas»; desgraciadamente, se trata de una «dolencia» que «ya ha invadido las fibras más íntimas de nuestro partido y de las instituciones soviéticas».
Más allá de Rusia, tales críticas se dirigen también y en primer lugar a Occidente: apelan a acabar «con el sistema representativo burgués, con el parlamentarismo». Más que la dictadura bolchevique, se condena el principio de representatividad: sí, «es cualquier otro el que decide vuestro destino, esta es la esencia de la burocracia». La degeneración de la Rusia soviética reside en el hecho de que quien asume un cargo determinado es una persona concreta: en las fábricas, como en cualquier nivel, a la «dirección colectiva» la está sustituyendo la «dirección individual», que «es un producto de la concepción individualista de la clase burguesa» y expresa «fundamentalmente una voluntad del hombre ilimitada, libre y aislada, disociada de la colectividad»176. Más que una «política de masas» (Massenpolitik), la Tercera Internacional también «lleva a cabo una política de jefes» (Führerpolitik).
Como se ve, la acusación de traición a los ideales originarios, más que dirigirse contra el abuso de poder, carga contra los órganos del poder, fundados en la distinción/oposición entre gobernados y gobernantes, entre jefes y masas, entre dirigentes y dirigidos, fundados en la exclusión de la acción directa o «política de masas». Si los Soviets no se libran de la desconfianza, igualmente explícito es el desprecio hacia el Parlamento, los sindicatos y los partidos, incluido quizás el partido comunista basado también en el principio de representatividad y, por lo tanto, afectado por el virus de la burocracia. En última instancia, más que los órganos de poder, es el mismo poder en cuanto tal el que recibe las críticas.
«Es la maldición del movimiento obrero: apenas consigue cierto "poder", intenta incrementarlo con medios carentes de principios». De ese modo deja de ser «puro»: es lo que ocurrió con la socialdemocracia alemana, y es lo que ocurre también con la Tercera internacional. En este contexto puede situarse al joven Bloch, quien desde la revolución y los Soviets, aparte de la superación de la economía, el espíritu mercantil y el mismo dinero, espera también la «transformación del poder en amor». Si el filósofo alemán, al pulir la segunda edición de Espíritu de la utopía eliminando estos fragmentos y proposiciones desiderativas, toma distancia de los aspectos más claramente mesiánicos de su pensamiento, no son pocos -en la Rusia soviética y en el exterior- los comunistas que gritan escandalizados, en definitiva a causa del ausente milagro de la «transformación del poder en amor».
En los primeros años de vida de la Rusia soviética, más que Stalin, la polémica "anti-burocrática" implica en primer lugar a Lenin y al mismo Trotsky, incluido entre los más destacados «defensores y cruzados de la burocracia». La situación cambia sensiblemente en los años siguientes. Antes aún que por los contenidos, la sanción de la Constitución de 1936 representa un cambio radical por el hecho mismo de romper con las representaciones anarcoides, tenazmente apegadas al ideal de la extinción del Estado y en base a las cuáles «el derecho es el opio del pueblo» y «la idea de Constitución es una idea burguesa».
En palabras de Stalin la Constitución de 1936 «no se contenta con fijar los derechos formales de los ciudadanos, sino que desplaza el centro de gravedad sobre la garantía de estos derechos, sobre los medios necesarios para el ejercicio de estos derechos». Si también es insuficiente y no constituye tampoco el aspecto esencial, la garantía «formal» de los derechos no parece ser aquí irrelevante. Stalin subraya con aprobación el hecho de que la nueva Constitución «ha asegurado la aplicación del sufragio universal, directo e igual, con el secreto de voto». Pero precisamente sobre este punto interviene la crítica de Trotsky: en la sociedad burguesa el secreto de voto sirve para «sustraer a los explotados de la intimidación de los explotadores»; la reaparición de esta institución en la sociedad soviética es la confirmación de que también en la URSS el pueblo debe defenderse de la intimidación, si no de una auténtica clase explotadora, en todo caso de una burocracia.
A aquellos que exigían que se recomenzase a afrontar el problema de la extinción del Estado, Stalin respondía en 1938 invitando a no transformar las enseñanzas de Marx y Engels en un dogma y una vacua escolástica; el retraso en la realización del ideal se explicaba por el permanente asedio capitalista. ¡Y sin embargo, al enumerar las funciones del Estado socialista, aparte de aquellas tradicionales, como la defensa contra el enemigo de clase en el plano interior e internacional, Stalin llamaba la atención sobre una «tercera función, es decir, el trabajo de organización económica y el trabajo cultural y educativo de los órganos de nuestro Estado», un trabajo destinado al «fin de desarrollar los gérmenes de la nueva economía socialista, y de reeducar a los hombres en el espíritu del socialismo». Era un punto sobre el que el informe al XVIII Congreso del PCUS insistía con fuerza: «Ahora la tarea fundamental de nuestro Estado, dentro del país, consiste en un trabajo pacífico de organización económica, en un trabajo cultural y educativo». La teorización de esta «tercera función» era ya de por sí una novedad esencial. Pero Stalin iba más allá, al declarar: «La función de la represión ha sido sustituida por la función de salvaguarda de la propiedad socialista de los ladrones y de aquellos que derrochen el patrimonio del pueblo».
Desde luego, se trataba de una declaración más bien problemática, es más, mistificadora: desde luego no reflejaba correctamente la situación de la URSS en 1939, donde arreciaba el terror y se dilataba monstruosamente el Gulag. Pero aquí nos estamos ocupando de otro aspecto: ¿es válida, y hasta qué punto, la tesis de la extinción del Estado? «Se conservará entre nosotros el Estado también durante el comunismo? Sí, se conservará, si no es liquidado el acoso capitalista, si no se elimina el peligro de agresiones armadas del exterior». Por tanto, la realización del comunismo en la Unión Soviética o en determinado conjunto de países habría conllevado el definitivo declive de la primera función del Estado socialista (la salvaguarda del peligro de contrarrevolución en el ámbito interno), aunque no de la segunda (la protección contra las amenazas externas) que, en presencia de potentes países capitalistas, habría continuado siendo vital incluso «en un período comunista». ¿Pero por qué al derrumbe del acoso capitalista y al declinar de la segunda función tendría que seguirles también el ocaso de la «tercera función», es decir, el «trabajo de organización económica» y «cultural», por no decir la «salvaguarda de la propiedad socialista de los ladrones y aquellos que derrochen el patrimonio del pueblo»? No hay duda de que Stalin revela incertidumbres y contradicciones, estimuladas probablemente también por la necesidad política de moverse con cautela sobre un terreno minado, donde todo pequeño desvío respecto a la clásica tesis de la extinción del Estado lo exponía a la acusación de traición…
(continuará)
[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra” ]
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