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LA LUCHA DE CLASES
Domenico Losurdo
(42)
VI
Paso al sureste. Cuestión nacional y lucha de clases
Lenin, crítico de las mutilaciones de la lucha de clases
Cinco años después de la muerte de Engels, Bernstein (1900), en un artículo de Sozialistische Monatshefte, observa satisfecho:
Si en Estados Unidos, Canadá, Suramérica, algunas zonas de Australia, etc., hoy pueden vivir millones de hombres frente a los cientos de miles de otros tiempos, el mérito corresponde al avance colonizador de la civilización europea; y si hoy, en Inglaterra y otros países, muchos productos tropicales, alimenticios y sabrosos, se cuentan ya entre los géneros de consumo popular, si los pastos y los grandes campos de cultivo americanos y australianos abastecen de carne y pan baratos a millones de trabajadores europeos, hay que agradecérselo a las empresas coloniales [...]. Sin la expansión colonial de nuestra economía, la miseria que todavía tenemos en Europa y que nos esforzamos por extirpar sería mucho más grave y tendríamos muchas menos esperanzas de eliminarla. Aun contrapesándola con los atropellos del colonialismo, la ventaja obtenida con las colonias sigue pesando muchísimo en el plato de la balanza.
Centrémonos en la última afirmación. Se hace en un momento en que se está borrando de la faz de la tierra a los pieles rojas de Estados Unidos y a los aborígenes de Australia y Nueva Zelanda; son los años en que, en Suráfrica, «los bóeres cristianos», en palabras de Ludwig Gumplowicz (1883), teórico y apologista de la «lucha racial», no consideran ni tratan como hombres a «los hombres de la jungla y los hotentotes», sino como «seres» (Geschopfe) a los que se puede exterminar como «la caza del bosque».
Aun así, para Bernstein los «atropellos» del colonialismo cuentan menos que la «ventaja» obtenida gracias a él. Si Lassalle reducía la lucha de clases a conseguir un estado social rudimentario, sin siquiera democracia política, los laboristas ingleses primero y Bernstein después la reducen a conseguir una democracia política que trata de arrancar reformas sociales más o menos significativas, pero legitima el expansionismo colonial e incluso se beneficia de él. El «socialismo imperial» está avanzando claramente en el seno del partido socialista más prestigioso de su tiempo.
Es este el marco histórico que debemos tener en cuenta para entender ¿Qué hacer?, el texto de Lenin que no por casualidad ve la luz dos años después del artículo de Bernstein citado. Dos años han transcurrido también desde la expedición internacional promovida por las grandes potencias para aplastar la rebelión de los bóxers: la violencia colonialista —observa Lenin en diciembre de 1900— se ha abatido también «sobre los chinos inermes, ahogados y fusilados, sin detenerse ante el exterminio de mujeres y niños, por no hablar del saqueo de palacios, casas y comercios». Los soldados rusos y los invasores en general se han lanzado «como bestias feroces, incendiando pueblos enteros, ahogando en el Arnur, fusilando y pasando por la bayoneta a los habitantes indefensos, a sus mujeres y a sus niños». Y sin embargo las clases dominantes, las «gacetas mercenarias» y, en última instancia, una amplia por no decir amplísima opinión pública han festejado esta infamia como «misión civilizadora». Es una maniobra dirigida también a «corromper la conciencia política de las masas populares». Para «eliminar el descontento del pueblo» se intenta desviarlo «del gobierno para endosárselo a otro». No es una operación difícil: Se fomenta, por ejemplo, la hostilidad contra los judíos:
la prensa sensacionalista arremete contra los judíos, como si el obrero judío no sufriese, con el yugo del capital y del gobierno policial, lo mismo que el obrero ruso. Hoy en la prensa se ha desencadenado una campaña contra los chinos, se alzan voces contra la barbarie de la raza amarilla acusándola de ser hostil a la civilización, se habla de la misión civilizadora de Rusia, del entusiasmo con que van al combate los soldados rusos, etc., etc. Arrastrándose delante del gobierno y la bolsa del capital, los periodistas se desviven por inocular al pueblo el odio contra China(LO).
Los resultados de esta campaña desaforada son patentes: «En medio de esta exaltación solo calla la voz de los obreros conscientes, de esos representantes de vanguardia de los muchos millones de hombres que componen el pueblo trabajador» (LO). Aunque la mirada solo se centre en el proletariado, se ve que es una minoría la que resiste el imparable contagio chovinista. Lenin ya no puede compartir la ilusión de los años juveniles de Marx y Engels. Ellos veían como algo irresistible el proceso que impulsaba al proletariado a expresar una conciencia revolucionaria destinada a emancipar, más allá de una clase social determinada, a toda la humanidad. La revolución burguesa había concluido con la cooptación y la fusión entre la vieja y la nueva clase dominante, de modo que las relaciones de explotación y dominio permanecían sustancialmente iguales. En cambio, el bloque social que tenía el poder en la primera mitad del siglo XIX no podía cooptar al proletariado, colocado en una posición de antítesis irreducible con respecto a la burguesía. La emancipación del proletariado sería entonces la de toda la humanidad, y la configuración del proletariado como subjetividad revolucionaria daría un vuelco decisivo (que ya se perfilaba en el horizonte) a la historia mundial. Ahora, en cambio, la cooptación de sectores importantes del proletariado inglés o de otros países en la aventura y la explotación colonial estaba a la vista de todos.
Se desvanecía así otra premisa de la plataforma que Marx y Engels habían elaborado en un periodo juvenil, ciertamente, pero sin repudiarla o cuestionarla explícitamente en los años posteriores: tan clara resultaba para ellos «la abstracción de toda humanidad, incluso de la apariencia de humanidad» en las condiciones de vida del proletariado que, gracias a la «visión de la posición de esta clase», individuos ajenos socialmente a ella podían compartir su indignación y su lucha. El auge del «socialismo imperial», por un lado, acaba llamando la atención, sin proponérselo, sobre otro sujeto revolucionario, los pueblos coloniales oprimidos y obligados a pagar el precio de esa política de cooptación de la clase obrera que aplica la burguesía en la metrópoli capitalista; por otro lado este auge echa por tierra la ingenua epistemología sensista que atribuía a la percepción empírica inmediata un carácter instructivo en sí mismo. La nueva situación obliga a hacer un análisis racional de todos los nexos políticos y sociales a escala nacional e internacional como condición para la formación de la conciencia y para la participación en la lucha de clases desde posiciones revolucionarias.
Más allá de la cuestión colonial, las contradicciones interimperialistas apuntaban en la misma dirección. Ya Engels, en una carta a August Bebel del 15 de febrero de 1886, había observado que en Inglaterra «la masa de los obreros auténticos» tiende a alinearse con los Kampfzöllern, es decir, con quienes, en nombre del fair tradey de la lucha contra la competencia desleal reprochada a otros países [y en primer lugar a Alemania], pretenden blindar la industria inglesa con el proteccionismo aduanero (MEW). La competencia cada vez más dura entre las grandes potencias capitalistas tendía a implicar a la propia clase obrera. El fenómeno estaba destinado a agravarse en los años posteriores. En los borradores de su ensayo sobre el imperialismo, Lenin tomaba del libro de un historiador alemán una noticia que le dejaba horrorizado y amargado: «En agosto de 1893, en Aigues Mortes, unos obreros franceses apalearon hasta la muerte a sus competidores italianos» (LO). El proceso de adquisición de conciencia de clase estaba cada vez más erizado de obstáculos. A la nueva situación política, que obligaba a prestar especial atención a los efectos devastadores del imperialismo, le correspondía una nueva epistemología, con el abandono de la plataforma sensista que quizá, en los jóvenes Marx y Engels, fuera fruto de la influencia de Feuerbach. Ahora podemos entender ¿Qué hacer?:
“La conciencia de la clase obrera no puede ser una verdadera conciencia política si los obreros no se acostumbran a reaccionar frente a todos los abusos, frente a toda manifestación de arbitrariedad y opresión, de violencia e imposición, cualquiera que sea la clase afectada, y a reaccionar, además, desde un punto de vista socialdemócrata y no desde otro cualquiera. La conciencia de las masas obreras no puede ser una verdadera conciencia de clase si los obreros, basándose en hechos y acontecimientos políticos concretos y actuales, no aprenden a observar a cada una de las otras clases sociales en todas las manifestaciones de la vida intelectual, moral y política; si no aprenden a aplicar en la práctica el análisis y el criterio materialista a todos los aspectos de la actividad y la vida de todas las clases, sectores y grupos de población. Quien induce a la clase obrera a centrar su atención, su capacidad de observación y su conciencia exclusiva o principalmente sobre sí misma, no es un socialdemócrata, pues para la clase obrera el conocimiento de sí misma está ligado indisolublemente al conocimiento exacto de las relaciones recíprocas de todas las clases de la sociedad contemporánea, un conocimiento no solo teórico, mejor dicho, no tanto teórico como adquirido con la experiencia de la vida política [...]. La única esfera de la que puede extraerse esta conciencia [política de clase] es la esfera de las relaciones de todas las clases y todos los sectores de la población con el estado y el gobierno, la esfera de las relaciones recíprocas de todas las clases” (LO).
La adquisición de la conciencia de clase y la participación en la lucha revolucionaria de clases implican la comprensión de la totalidad social con todos sus aspectos: las que he destacado en cursiva son las palabras clave. Hace falta «una organización de revolucionarios capaces de dirigir toda la lucha de emancipación del proletariado» (LO); en lo que respecta a Rusia, el partido revolucionario se caracteriza por la «denuncia política de la autocracia en todos sus aspectos» (LO).
La explotación del obrero en la fábrica es solo un elemento del orden político-social por derribar. No se debe perder de vista la opresión de las minorías nacionales (y en particular de los judíos, en el caso de Rusia), ni el expansionismo imperialista dirigido a someter cada vez más pueblos. El partido revolucionario debe ser capaz de promover una investigación y una agitación «sobre la política interior y exterior de nuestro gobierno, sobre la evolución económica de Rusia y Europa», no debe desperdiciar ninguna ocasión «de explicarles a todos la importancia histórica mundial de la lucha emancipadora del proletariado». Y también son partes esenciales de esa lucha la emancipación de la mujer y la de los esclavos de las colonias, degradados por la burguesía liberal a la condición racial de bárbaros y por tanto excluidos de la civilización y destinados a sufrir la opresión de los superhombres blancos y occidentales. En este sentido se contrapone el «tribuno popular» revolucionario al «secretario de una trade-union cualquiera» reformista (LO) que a menudo —observa luego el ensayo sobre el imperialismo, citando la observación de Engels que conocemos— se comporta como el puntal de una clase dominante y el exponente acrítico de «una nación que explota al mundo entero» (LO)….
(continuará)
[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]
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