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DE LA
DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL
Andrés
Piqueras
(03)
PARTE I
De la agonía del capital(ismo) y del
desvelamiento de su ilusión democrática
CAPÍTULO 1
De las características constitutivas de la
sociedad
capitalista
El capitalismo es un modo de producción
cuyas relaciones sociales fundamentales vienen mediatizadas por la forma
mercancía, dando lugar a un tipo estructurado de práctica y cosmovisión social
que al mismo tiempo estructura las acciones y las
conciencias individuales. La forma mercancía está constituida
por el trabajo humano abstracto que se despliega como trabajo asalariado, el cual viene implicado en la apropiación de la labor y
del tiempo de vida de unos seres humanos por otros. El “trabajo
abstracto” es tal por expresar la abstracción de las
diferencias cualitativas de los trabajos concretos que producen valores de uso, para reducirlos todos a un trabajo
intercambiable, representativo del conjunto de la sociedad. Está conectado,
pues, al intercambio general de mercancías en virtud del tiempo socialmente
necesario para su producción según el desarrollo de las
fuerzas productivas de cada momento histórico. Eso quiere
decir que el tiempo se hace entidad referencial de la sociedad capitalista, su engranaje de medición, que instaurará
diferentes temporalidades (y otras tantas desigualdades
derivadas de ellas) y determinará la lógica de los hechos y los procesos
sociales; también el valor de las cosas y las personas.
Así que si el trabajo concreto de cada
quien genera productos para satisfacer necesidades, el trabajo abstracto
produce mercancías para aumentar la ganancia de quien lo posee (y no de quien
lo ejerce), una vez que aquél as han pasado por el mercado (es decir, casi
nunca esas mercancías están destinadas a quienes las producen). Mas la forma
mercancía no alude sólo a los productos humanos destinados al mercado (como
en otros modos de producción), sino que estructura toda la producción,
distribución, consumo y, en suma, el conjunto de relaciones sociales en el capitalismo.
Ella es la expresión materializada más simple de esas relaciones sociales.
De la mercancía emana el valor. Al
realizar el intercambio de mercancías, éstas se reducen no a algo “material” en
estricto sentido, sino a una abstracción que llamamos valor. El valor
es una substancia lógica que determina la constitución de una determinada forma
de mercado (auto-expansivo y omni-abarcador); se podría decir que es
la auténtica “constitución” por la que se rigen las sociedades capitalistas.
El valor es una relación social de producción que cobra cuerpo en las
mercancías, de donde resulta el nexo social elemental del que derivan las
formas de ser y de conciencia en la sociedad capitalista. El valor
deviene una forma de riqueza que se media a sí misma y se mide a través del
gasto de (tiempo de) trabajo abstracto empleado en la producción de mercancías,
y que se expresa como valor de cambio o precio. El valor, a diferencia
del valor de uso, es algo abstracto, una ilusión, pero al tiempo esa “ilusión”
es lo más real, pues cada elemento particular de la sociedad resulta penetrado
por ella. Es pues una ilusión objetiva que moldea toda la vida
social. En el capitalismo, la ilusión-forma (o apariencia del contenido –el valor–)
reina sobre la sociedad toda (Adorno, 1993).
Como quiera que las mercancías están
directamente imbricadas en el valor en vez de vincularse a la riqueza
material, lo importante en el capitalismo no es la generación de riqueza en
cuanto que productos o bienes satisfactores de necesidades (valores de uso),
sino la obtención incesante y ampliada de valor. Pero no tanto, tampoco,
en sí mismo, sino como plusvalor. El valor como plusvalor es la medida
al cambio con otras mercancías de la plusvalía extraída en cada una de ellas:
el tiempo de trabajo humano empleado para producirlas y que no ha sido pagado,
esto es, el plustrabajo o trabajo de más que se hace en beneficio de
quien compra el trabajo. Dicho de otra manera, la plusvalía no es sino la
expresión monetizada del plus-trabajo. Por eso, el valor hace que la
riqueza se exprese en la sociedad capitalista como ganancia privada, toda la
cual deviene de una u otra forma de la plusvalía obtenida en la esfera de la producción,
aunque se realice o cobre existencia manifiesta a través del mercado (esfera de
la circulación de mercancías).
Descompuesto en unidades de medida de valor,
el tiempo dicta cuantitativamente la vida de los individuos, el propio
valor de éstos. La cantidad ( valor) prevalece sobre la cualidad
(valores de uso, satisfactores de necesidades humanas, características
personales).
“Sólo
allí donde la riqueza consiste en el tiempo de trabajo gastado, ésta [en cuanto
que valor] comienza a regular a su vez las relaciones sociales” (Jappe, 2016).
Los valores de uso se fueron sometiendo al valor
con la creación de un equivalente general, estable y permanente: el dinero.
El dinero se convierte en el capitalismo en una mercancía universal
que se separa de todas las otras para hacerse medida de todas el as en
función del valor depositado en las mismas. Es la representación del valor,
su concreción aprehensible, y tiene, como el valor, la finalidad de
incrementarse a sí mismo.
Sin embargo, a pesar de que el trabajo
humano es el creador de valor, tal hecho no se refleja en la forma dinero,
porque la forma en que existe el dinero vela su propio contenido y es al mismo
tiempo una expresión del antagonismo social. En general sólo se ve al dinero
como la encarnación del valor de cambio puro, del que se ha borrado el recuerdo
mismo de otro valor, el de uso (Marx) Es más, sin el dinero todos los trabajos
en la producción serían concretos y por tanto inconmensurables, sin validación
posible en el intercambio. El dinero es el que permite la circulación final de
las mercancías, sin la cual ni el valor ni el trabajo abstracto cobrarían
existencia. Es decir, que el dinero es a la vez algo sensible (en su
parte física) y extra-sensible (como concreción del valor).
El mismo valor es objetividad y
subjetividad. Cuando hablamos de trabajo se hacen visibles los seres humanos,
en cambio si hablamos de valor parece algo del mundo exterior,
independiente de la actividad humana y de su conciencia (Marx). Porque el valor
es la objetivación de las fuerzas genéricas de la humanidad filtradas a través
del trabajo abstracto, y aunque no se sea consciente de él, la conciencia
humana está constituida por él. Ésta y la voluntad de las personas se
encuentran determinadas como portadoras de una relación social cosificada en la
mercancía (en cuanto que materialización del valor) (Backhaus).
El movimiento ampliado del valor
como plusvalor (plusvalía) realizado en forma de dinero y
reinvertido para generar más plusvalía traducida en el mercado como más dinero,
es el capital. En sí mismo no es, por tanto, sino plusvalía reinvertida,
trabajo no pagado listo para generar beneficio. El capital es una
relación social y una forma de expresar la riqueza producida y acumulada por la sociedad.
Como relación social determina dos clases fundamentales, una que se vende como “fuerza de trabajo” y otra que la compra. No obstante,
precisa también de otras relaciones de explotación no mediadas por el salario o precio de la fuerza de trabajo (en las que la totalidad del trabajo no
es pagado o lo es mediante formas no salariales o
parasalariales), pero que son condición de posibilidad de esa mediación. El capital
entraña un antagonismo ingénito, dado que la
forma-ganancia al igual que la forma-dinero y la forma-mercancía
son expresiones del antagonismo entre trabajo abstracto y trabajo concreto.
Antagonismo que se traduce para quienes realizan uno y otro a la vez, en resistencia-lucha, susceptible de llevar a la oposición
parcial o total del orden del capital, porque la vida humana como conjunto de
valores de uso es intrínsecamente contradictoria con el valor.
No puede perderse de vista aquí que el trabajo
ajeno, además de ser la base del valor de cambio, es valor de uso para el capital (del que extrae
plusvalor).
Por eso aunque el trabajo y el capital
parten de una identificación, el segundo es fruto del trabajo, y ambos
constituyen el modo de producción capitalista el trabajo tiende a desligarse del capital
en cuanto que trabajo concreto.
“El valor de uso opuesto al capital en
cuanto valor de cambio puesto, es el trabajo.
El capital se intercambia o, en este carácter determinado, sólo está en
relación con el no-capital, con
la negación del capital, respecto a la cual sólo él es capital; el verdadero
no-capital es el trabajo” (Marx)
Cuando el capitalismo se establece como
modo de producción dominante, se inaugura una época de dominio del valor
en la sociedad, y se convierte en valor-capital (o simplemente capital),
listo para valorizarse a sí mismo a través del trabajo humano abstracto. Eso
significa que el valor conquista la posición de categoría autónoma, con
vida propia, deviniendo en un movimiento de continua generación de plusvalor
(acumulación ampliada de capital): esa es la substanciación del valor,
que se constituye en motor del proceso de recreación social en su
completitud (y por tanto, se hace enajenante de los seres humanos y de una sociedad
que no tiene control sobre los automatismos a que ha dado lugar y que la rigen
sin saberlo).
Esto hace que la forma de dominación pueda
presentarse como abstracta e impersonal: imperativos y constricciones a los que
todo el mundo está sujeto más allá de la intervención voluntaria de nadie.
Porque, una vez instalado el mecanismo del valor, funciona como si fuera
un “sujeto automático” ( antitético, pues, con una planificación social),
y la subsecuente explotación económica no resulta efecto de la dominación
política, sino al contrario.
El capitalismo reemplaza el lazo social
comunitario por el nexo social abstracto del valor, es decir de las
relaciones de intercambio de mercancías en las que éste se manifiesta. La
independencia de los individuos de cualquier vínculo instituido de dominación
personal, no da lugar, por tanto, a su libre coexistencia, sino que los hace
dependientes de una abstracción social (el valor), que marca o determina
su existencia común. “El valor funda un nexo social reificado que reúne a los
individuos contraponiéndoseles como un poder ajeno, anónimo e impersonal”
(Martín, 2014), que es a la vez antitético (basado en la explotación) y
alienante (su existencia se oculta en formas fetichizadas). Porque el valor
no es un mero elemento económico de significación y repercusiones limitadas, no
es algo aislado en la esfera de la economía; es el nexo social fundamental, el
elemento que da su razón de ser a la sociedad capitalista. Es a través del
intercambio de mercancías, donde se realiza el valor, que se rompen las
comunidades y se constituyen los individuos “independientes”; en realidad
individuos abstractos, personificaciones de las mercancías (Holloway).
Como resultado, los mecanismos de Poder
(con mayúsculas, metabólicos) en la sociedad capitalista no son “personales”
sino materiales, “orgánicos” –de clase–. El valor, devenido capital,
es el propio agente que, en su movimiento de reproducción ampliada, se expresa
en –marca las condiciones y posibilidades de las– relaciones de dominación y
poder, y políticas de Estado, incluyendo sus formas jurídico-constitucionales
(según veremos en el siguiente capítulo). Es la fuente del Poder que se
superpone a los poderes personales y que, en general, subordina a cualesquiera
otros poderes en la sociedad capitalista, aunque se sirve también de el os para
su propia reproducción, para la división y sometimiento del Trabajo.
Aquí reside la “gran transformación” que
supuso el capitalismo, y en la que tanto incidió Polany (1989): la aparición de
la economía como una esfera (aparentemente) separada del resto del medio
social, que tiene al beneficio sin límites como principio impulsor. Desde el
momento en que se impone el valor como forma de metabolismo social
–ordenador de las relaciones humanas entre sí y con el hábitat natural–,
secreta su Política metabólica y decanta también las posibilidades de las
formas de institucionalidad. La política (con minúsculas) como expresión
institucionalizada de gestión y administración social, opera constreñida por
los principios del funcionamiento metabólico del valor-capital (la Política con
mayúsculas por la que se rige el Sistema), a los que está forzada a
salvaguardar. Se incardina, por tanto, en la economía (por eso los clásicos
siempre hablaron de “economía política”). De hecho, las diferentes estructuras
organizacionales del capitalismo están conectadas a las distintas expresiones
del despliegue del valor-capital (de su ley de moción) por lo que las
formas de dominación y de explotación aparecen difuminadas, veladas por ese
mismo movimiento, y devienen, como se ha dicho, impersonales, aunque requieran
de la dominación de clase (del Capital con mayúsculas, como conjunto de
personificaciones agenciales del capital) y sus correspondientes
estructuras de comando político para obtener su plena garantía de realización y
pervivencia, porque la paradoja del “sujeto automático” es que no funciona de
forma “tan” autónoma ni “tan” indefinidamente, sin manos que le den cuerda.
En realidad, el movimiento del valor-capital
no sólo entraña explotación del trabajo ajeno, también dominación. Dominación
agencial requerida no para hacer trabajar, obligación que viene dada por la
“coacción sorda de las relaciones sociales de producción” (y la previa
violencia estructural de la desposesión de medios de producción), sino para
hacer que el trabajo sea efectivo, productivo. Las relaciones de
dominación capitalistas se sustentan también en formas de poder y dominio
pre-existentes a la imposición del capitalismo, sobre todo allí donde la
subsunción formal del trabajo al capital no ha terminado de dar paso a la
subsunción real. El gran éxito del capital como metabolismo social es
que ha supeditado y puesto a su servicio todas las demás líneas de fractura de
los seres humanos a su dinámica de extracción de plusvalor, que por eso se ha constituido
en hegemónica, sustentadora de todo un sistema social hoy planetario.
Por consiguiente, el capital no sólo
es trabajo no pagado (explotación), es también Poder (con mayúsculas, Poder
metabólico) como capacidad de controlar el hacer de otros: su producción, su
trabajo, y también su vida, para disolver el potencial de emancipación de los
seres humanos, para evitar el trabajo libre, en cooperación (como parte de la
vida de las personas dedicada a sí mismas) y convertir el trabajo concreto en
“trabajo efectivo” (productivo), en trabajo mercancía. Las personas quedan
convertidas a través del trabajo abstracto en mercancía “fuerza de
trabajo”, la única mercancía que genera plus valor al usarla, pero
también la única que se resiste a serlo, haciendo de la dominación capitalista
siempre algo incompleto (Steimberg).
En las relaciones pre-capitalistas de
dependencia personal no hay necesidad de que el trabajo y sus productos asuman
formas fantásticas diferentes de su realidad. Todo el mundo tiene muy claro en
qué radica la explotación, porque la conexión entre los/las productores/as y
sus productos es transparente. Ninguna entidad abstracta media las relaciones
humanas.
En la sociedad capitalista, sin embargo, el
trabajo abstracto enfrenta a los individuos como una fuerza impersonal, no sólo
ajena a sus necesidades y sensibilidades, sino también aparentemente a
relaciones de poder.
Así traduce las palabras de Marx sobre este
punto Postone:
“En una
sociedad [capitalista] en la cual la mercancía es la principal categoría
estructurante del conjunto, el trabajo y sus productos no están distribuidos
socialmente por medio de vínculos, normas o relaciones explícitas de poder y
dominación de tipo tradicional (…) como ocurría en otras sociedades. Por el
contrario, el trabajo en sí mismo reemplaza dichas relaciones actuando como un
medio cuasi-objetivo (…) que engloba, transforma y, hasta cierto punto, socava
y suplanta, los vínculos sociales y las relaciones de poder tradicionales.”
Digámoslo una vez más, en la sociedad
capitalista la forma necesaria en que aparece la mercancía vela su
propio contenido, oculta el trabajo humano abstracto (de tal forma que son los
productos de la actividad humana, convertidos en mercancías, los que se manifiestan
con vida propia, ajenos al trabajo concreto de las personas que los produjeron)
y al mismo tiempo continúa existiendo de manera antagónica, a la vez como valor
de uso y valor. Es decir, la “objetividad social” se alcanza a costa de la
alienación de la subjetividad. La actividad práctica enajenada de los seres
humanos es el fundamento o contraparte social del valor. Misma
subjetividad alienada que sirve al Poder del capital como sustento social y
trasluce una racionalidad tautológica (de la que es prisionera buena parte de
la Ciencia Social, que arranca de, y prolonga, esa alienación), al predicar que
las cosas son así porque los seres humanos son (piensan, actúan, deciden,
votan…) así.
En otros modos de producción la riqueza es
ante todo riqueza material, y se distribuye por relaciones de fuerza y poder
externas a la dinámica económica. En el capitalismo estas relaciones también
actúan, pero complementariamente, dentro de los márgenes marcados por el propio
proceso de reproducción del capital, esto es, del valor puesto a
valorizarse a sí mismo.
El movimiento del capital como valor,
su propio devenir, actúa pues en el sentido de apropiarse del conjunto de las
condiciones sociales de existencia que le han precedido, para ponerlas al
servicio de su reproducción, al tiempo que crea nuevas condiciones con el mismo
objetivo. Esto es, la forma en que se expresa el valor adquiere “vida
propia”, mientras que los seres humanos quedan sin existencia autónoma aparente
en cuanto que “fuerza de trabajo” y sus relaciones sociales resultan cosificadas
(mediadas por lo que producen, que se ha hecho mercancía). Con ello, no son las
necesidades humanas las que dirigen el gasto de fuerza de trabajo, sino que la
expresión muerta de esa energía, el valor-capital, ha subordinado a ella
misma y a su incremento constante, la satisfacción de las necesidades humanas.
Este fetichismo básico traza el carácter alienado y alienante de la sociedad
capitalista, no en un sentido “absoluto”, como si fuera el negativo de una
supuesta naturaleza humana des-alienada, sino en cuanto que el valor-capital
es no sólo relación de producción sino igualmente de reproducción social. Es
decir, el valor-capital es también conciencia, maneras de hacer las
cosas y de entender el mundo (lo “objetivo” y lo “subjetivo” se solapan sin
remedio, la “estructura” y la “supraestructura” se revuelven juntas).
Por tanto, en el modo de producción
capitalista las condiciones de dominación son parte de las condiciones de
reproducción del propio capital. Forman la garantía de valorización de los
capitales individuales como “capital social ” y ponen en juego la
totalidad de los aspectos y elementos de la realidad social, de la praxis
socio-natural. Esa es la dimensión de metabolismo que adquiere el capital
como sistema.
Queda aquí bien sintetizada, a mi juicio,
la esencia del mismo:
“Supone
la producción de los valores de uso como producción generalizada de mercancías
y, con ella, la vigencia social general de la forma
dinero y de la circulación mercantil, las que a su vez suponen el predominio de
la relación de capital, es decir, la normalización de la apropiación del
excedente en la forma del plusvalor y, por lo tanto, la regulación de la
asignación del trabajo social y de la distribución de sus productos a través de
la ley del valor en su forma específicamente capitalista, es decir, a través de
la ley de formación de los precios de producción, etc. Todas estas formas
sociales aparecen como procesos naturales y su lógica como leyes objetivas para
las conciencias individuales (…)” (Piva)…
(continuará)
[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA
EN EL CAPITALISMO TERMINAL / Andrés Piqueras ]
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