lunes, 16 de junio de 2025



1351

 

 

LA LUCHA DE CLASES

 

Domenico Losurdo

 

(42)

 

 

 

 

 

VI

 

Paso al sureste. Cuestión nacional y lucha de clases

 

 

 





Lenin, crítico de las mutilaciones de la lucha de clases

 

Cinco años después de la muerte de Engels, Bernstein (1900), en un artículo de Sozialistische Monatshefte, observa satisfecho:

 

 

Si en Estados Unidos, Canadá, Suramérica, algunas zonas de Australia, etc., hoy pueden vivir millones de hombres frente a los cientos de miles de otros tiempos, el mérito corresponde al avance colonizador de la civilización europea; y si hoy, en Inglaterra y otros países, muchos productos tropicales, alimenticios y sabrosos, se cuentan ya entre los géneros de consumo popular, si los pastos y los grandes campos de cultivo americanos y australianos abastecen de carne y pan baratos a millones de trabajadores europeos, hay que agradecérselo a las empresas coloniales [...]. Sin la expansión colonial de nuestra economía, la miseria que todavía tenemos en Europa y que nos esforzamos por extirpar sería mucho más grave y tendríamos muchas menos esperanzas de eliminarla. Aun contrapesándola con los atropellos del colonialismo, la ventaja obtenida con las colonias sigue pesando muchísimo en el plato de la balanza.

 

 

Centrémonos en la última afirmación. Se hace en un momento en que se está borrando de la faz de la tierra a los pieles rojas de Estados Unidos y a los aborígenes de Australia y Nueva Zelanda; son los años en que, en Suráfrica, «los bóeres cristianos», en palabras de Ludwig Gumplowicz (1883), teórico y apologista de la «lucha racial», no consideran ni tratan como hombres a «los hombres de la jungla y los hotentotes», sino como «seres» (Geschopfe) a los que se puede exterminar como «la caza del bosque».

 

 

 

Aun así, para Bernstein los «atropellos» del colonialismo cuentan menos que la «ventaja» obtenida gracias a él. Si Lassalle reducía la lucha de clases a conseguir un estado social rudimentario, sin siquiera democracia política, los laboristas ingleses primero y Bernstein después la reducen a conseguir una democracia política que trata de arrancar reformas sociales más o menos significativas, pero legitima el expansionismo colonial e incluso se beneficia de él. El «socialismo imperial» está avanzando claramente en el seno del partido socialista más prestigioso de su tiempo.

 

 

Es este el marco histórico que debemos tener en cuenta para entender ¿Qué hacer?, el texto de Lenin que no por casualidad ve la luz dos años después del artículo de Bernstein citado. Dos años han transcurrido también desde la expedición internacional promovida por las grandes potencias para aplastar la rebelión de los bóxers: la violencia colonialista —observa Lenin en diciembre de 1900— se ha abatido también «sobre los chinos inermes, ahogados y fusilados, sin detenerse ante el exterminio de mujeres y niños, por no hablar del saqueo de palacios, casas y comercios». Los soldados rusos y los invasores en general se han lanzado «como bestias feroces, incendiando pueblos enteros, ahogando en el Arnur, fusilando y pasando por la bayoneta a los habitantes indefensos, a sus mujeres y a sus niños». Y sin embargo las clases dominantes, las «gacetas mercenarias» y, en última instancia, una amplia por no decir amplísima opinión pública han festejado esta infamia como «misión civilizadora». Es una maniobra dirigida también a «corromper la conciencia política de las masas populares». Para «eliminar el descontento del pueblo» se intenta desviarlo «del gobierno para endosárselo a otro». No es una operación difícil: Se fomenta, por ejemplo, la hostilidad contra los judíos: 

 

 

la prensa sensacionalista arremete contra los judíos, como si el obrero judío no sufriese, con el yugo del capital y del gobierno policial, lo mismo que el obrero ruso. Hoy en la prensa se ha desencadenado una campaña contra los chinos, se alzan voces contra la barbarie de la raza amarilla acusándola de ser hostil a la civilización, se habla de la misión civilizadora de Rusia, del entusiasmo con que van al combate los soldados rusos, etc., etc. Arrastrándose delante del gobierno y la bolsa del capital, los periodistas se desviven por inocular al pueblo el odio contra China(LO).

 

 

Los resultados de esta campaña desaforada son patentes: «En medio de esta exaltación solo calla la voz de los obreros conscientes, de esos representantes de vanguardia de los muchos millones de hombres que componen el pueblo trabajador» (LO). Aunque la mirada solo se centre en el proletariado, se ve que es una minoría la que resiste el imparable contagio chovinista. Lenin ya no puede compartir la ilusión de los años juveniles de Marx y Engels. Ellos veían como algo irresistible el proceso que impulsaba al proletariado a expresar una conciencia revolucionaria destinada a emancipar, más allá de una clase social determinada, a toda la humanidad. La revolución burguesa había concluido con la cooptación y la fusión entre la vieja y la nueva clase dominante, de modo que las relaciones de explotación y dominio permanecían sustancialmente iguales. En cambio, el bloque social que tenía el poder en la primera mitad del siglo XIX no podía cooptar al proletariado, colocado en una posición de antítesis irreducible con respecto a la burguesía. La emancipación del proletariado sería entonces la de toda la humanidad, y la configuración del proletariado como subjetividad revolucionaria daría un vuelco decisivo (que ya se perfilaba en el horizonte) a la historia mundial. Ahora, en cambio, la cooptación de sectores importantes del proletariado inglés o de otros países en la aventura y la explotación colonial estaba a la vista de todos.

 

 

Se desvanecía así otra premisa de la plataforma que Marx y Engels habían elaborado en un periodo juvenil, ciertamente, pero sin repudiarla o cuestionarla explícitamente en los años posteriores: tan clara resultaba para ellos «la abstracción de toda humanidad, incluso de la apariencia de humanidad» en las condiciones de vida del proletariado que, gracias a la «visión de la posición de esta clase», individuos ajenos socialmente a ella podían compartir su indignación y su lucha. El auge del «socialismo imperial», por un lado, acaba llamando la atención, sin proponérselo, sobre otro sujeto revolucionario, los pueblos coloniales oprimidos y obligados a pagar el precio de esa política de cooptación de la clase obrera que aplica la burguesía en la metrópoli capitalista; por otro lado este auge echa por tierra la ingenua epistemología sensista que atribuía a la percepción empírica inmediata un carácter instructivo en sí mismo. La nueva situación obliga a hacer un análisis racional de todos los nexos políticos y sociales a escala nacional e internacional como condición para la formación de la conciencia y para la participación en la lucha de clases desde posiciones revolucionarias.

 

 

Más allá de la cuestión colonial, las contradicciones interimperialistas apuntaban en la misma dirección. Ya Engels, en una carta a August Bebel del 15 de febrero de 1886, había observado que en Inglaterra «la masa de los obreros auténticos» tiende a alinearse con los Kampfzöllern, es decir, con quienes, en nombre del fair tradey de la lucha contra la competencia desleal reprochada a otros países [y en primer lugar a Alemania], pretenden blindar la industria inglesa con el proteccionismo aduanero (MEW). La competencia cada vez más dura entre las grandes potencias capitalistas tendía a implicar a la propia clase obrera. El fenómeno estaba destinado a agravarse en los años posteriores. En los borradores de su ensayo sobre el imperialismo, Lenin tomaba del libro de un historiador alemán una noticia que le dejaba horrorizado y amargado: «En agosto de 1893, en Aigues Mortes, unos obreros franceses apalearon hasta la muerte a sus competidores italianos» (LO). El proceso de adquisición de conciencia de clase estaba cada vez más erizado de obstáculos. A la nueva situación política, que obligaba a prestar especial atención a los efectos devastadores del imperialismo, le correspondía una nueva epistemología, con el abandono de la plataforma sensista que quizá, en los jóvenes Marx y Engels, fuera fruto de la influencia de Feuerbach. Ahora podemos entender ¿Qué hacer?:

 

“La conciencia de la clase obrera no puede ser una verdadera conciencia política si los obreros no se acostumbran a reaccionar frente a todos los abusos, frente a toda manifestación de arbitrariedad y opresión, de violencia e imposición, cualquiera que sea la clase afectada, y a reaccionar, además, desde un punto de vista socialdemócrata y no desde otro cualquiera. La conciencia de las masas obreras no puede ser una verdadera conciencia de clase si los obreros, basándose en hechos y acontecimientos políticos concretos y actuales, no aprenden a observar a cada una de las otras clases sociales en todas las manifestaciones de la vida intelectual, moral y política; si no aprenden a aplicar en la práctica el análisis y el criterio materialista a todos los aspectos de la actividad y la vida de todas las clases, sectores y grupos de población. Quien induce a la clase obrera a centrar su atención, su capacidad de observación y su conciencia exclusiva o principalmente sobre sí misma, no es un socialdemócrata, pues para la clase obrera el conocimiento de sí misma está ligado indisolublemente al conocimiento exacto de las relaciones recíprocas de todas las clases de la sociedad contemporánea, un conocimiento no solo teórico, mejor dicho, no tanto teórico como adquirido con la experiencia de la vida política [...]. La única esfera de la que puede extraerse esta conciencia [política de clase] es la esfera de las relaciones de todas las clases y todos los sectores de la población con el estado y el gobierno, la esfera de las relaciones recíprocas de todas las clases” (LO).

 

 

La adquisición de la conciencia de clase y la participación en la lucha revolucionaria de clases implican la comprensión de la totalidad social con todos sus aspectos: las que he destacado en cursiva son las palabras clave. Hace falta «una organización de revolucionarios capaces de dirigir toda la lucha de emancipación del proletariado» (LO); en lo que respecta a Rusia, el partido revolucionario se caracteriza por la «denuncia política de la autocracia en todos sus aspectos» (LO).

 

 

La explotación del obrero en la fábrica es solo un elemento del orden político-social por derribar. No se debe perder de vista la opresión de las minorías nacionales (y en particular de los judíos, en el caso de Rusia), ni el expansionismo imperialista dirigido a someter cada vez más pueblos. El partido revolucionario debe ser capaz de promover una investigación y una agitación «sobre la política interior y exterior de nuestro gobierno, sobre la evolución económica de Rusia y Europa», no debe desperdiciar ninguna ocasión «de explicarles a todos la importancia histórica mundial de la lucha emancipadora del proletariado». Y también son partes esenciales de esa lucha la emancipación de la mujer y la de los esclavos de las colonias, degradados por la burguesía liberal a la condición racial de bárbaros y por tanto excluidos de la civilización y destinados a sufrir la opresión de los superhombres blancos y occidentales. En este sentido se contrapone el «tribuno popular» revolucionario al «secretario de una trade-union cualquiera» reformista (LO) que a menudo —observa luego el ensayo sobre el imperialismo, citando la observación de Engels que conocemos— se comporta como el puntal de una clase dominante y el exponente acrítico de «una nación que explota al mundo entero» (LO)….

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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martes, 10 de junio de 2025

 

 

1350

 

 

LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA

 

Eduardo Galeano

 

(05)

 

 

 

PRIMERA PARTE

 

 

LA POBREZA DEL HOMBRE COMO RESULTADO DE LA RIQUEZA DE LA TIERRA.

FIEBRE DEL ORO, FIEBRE DE LA PLATA.

 

 

 



«ESPLENDORES DEL POTOSÍ: EL CICLO DE LA PLATA»

 

Dicen que hasta las herraduras de los caballos eran de plata en la época del auge de la ciudad de Potosí. De plata eran los altares de las iglesias y las alas de los querubines en las procesiones: en 1658, para la celebración del Corpus Christi, las calles de la ciudad fueron desempedradas, desde la matriz hasta la iglesia de Recoletos, y totalmente cubiertas con barras de plata. En Potosí la plata levantó templos y palacios, monasterios y garitos, ofreció motivo a la tragedia y a la fiesta, derramó la sangre y el vino, encendió la codicia y desató el despilfarro y la aventura. La espada y la cruz marchaban juntas en la conquista y en el despojo colonial. Para arrancar la plata de América, se dieron cita en Potosí los capitanes y los ascetas, los caballeros de lidia y los apóstoles, los soldados y los frailes. Convertidas en piñas y lingotes, las vísceras del cerro rico alimentaron sustancialmente el desarrollo de Europa. «Vale un Perú» fue el elogio máximo a las personas o a las cosas desde que Pizarro se hizo dueño del Cuzco, pero a partir del descubrimiento del cerro, Don Quijote de la Mancha habla con otras palabras: «Vale un Potosí», advierte a Sancho. Vena yugular del Virreinato, manantial de la plata de América, Potosí contaba con 120.000 habitantes según el censo de 1573. Sólo veintiocho años habían transcurrido desde que la ciudad brotara entre los páramos andinos y ya tenía, como por arte de magia, la misma población que Londres y más habitantes que Sevilla, Madrid, Roma o París. Hacia 1650, un nuevo censo adjudicaba a Potosí 160.000 habitantes. Era una de las ciudades más grandes y más ricas del mundo, diez veces más habitada que Boston, en tiempos en que Nueva York ni siquiera había empezado a llamarse así.

 


La historia de Potosí no había nacido con los españoles. Tiempo antes de la conquista, el inca Huayna Cápac había oído hablar a sus vasallos del Sumaj Orcko, el cerro hermoso, y por fin pudo verlo cuando se hizo llevar, enfermo, a las termas de Tarapaya. Desde las chozas pajizas del pueblo de Cantumarca, los ojos del inca contemplaron por primera vez aquel cono perfecto que se alzaba, orgulloso, por entre las altas cumbres de las serranías. Quedó estupefacto. Las infinitas tonalidades rojizas, la forma esbelta y el tamaño gigantesco del cerro siguieron siendo motivo de admiración y asombro en los tiempos siguientes. Pero el inca había sospechado que en sus entrañas debía albergar piedras preciosas y ricos metales, y había querido sumar nuevos adornos al Templo del Sol en el Cuzco. El oro y la plata que los incas arrancaban de las minas de Colque Porco y Andacaba no salían de los límites del reino: no servían para comerciar sino para adorar a los dioses. No bien los mineros indígenas clavaron sus pedernales en los filones de plata del cerro hermoso una voz cavernosa los derribó. Era una voz fuerte como el trueno, que salía de las profundidades de aquellas breñas y decía en quechua: «No es para ustedes; Dios reserva estas riquezas para los que vienen de más allá». Los indios huyeron despavoridos y el inca abandonó el cerro. Antes, le cambió el nombre. El cerro pasó a llamarse Potojsi, que significa. «Truena, revienta, hace explosión».



«Los que vienen de más allá» no demoraron mucho en aparecer. Los capitanes de la conquista se abrían paso. Huayna Cápac ya había muerto cuando llegaron. En 1545, el indio Huallpa corría tras las huellas de una llama fugitiva y se vio obligado a pasar la noche en el cerro. Para no morirse de frío, hizo fuego. La fogata alumbró una hebra blanca y brillante. Era plata pura. Se desencadenó la avalancha española.

 

 

Fluyó la riqueza. El emperador Carlos V dio prontas señales de gratitud otorgando a Potosí el título de Villa Imperial y un escudo con esta inscripción: «Soy el rico Potosí, del mundo soy el tesoro, soy el rey de los montes y envidia soy de los reyes». Apenas once años después del hallazgo de Huallpa, ya la recién nacida Villa Imperial celebraba la coronación de Felipe II con festejos que duraron veinticuatro días y costaron ocho millones de pesos fuertes. Llovían los buscadores de tesoros sobre el inhóspito paraje. El cerro, a casi cinco mil metros de altura, era el más poderoso de los imanes, pero a sus pies la vida resultaba dura, inclemente: se pagaba el frío como si fuera un impuesto y en un abrir y cerrar de ojos una sociedad rica y desordenada brotó, en Potosí, junto con la plata. Auge y turbulencia del metal: Potosí paso a ser «el nervio principal del reino», según lo definiera el virrey Hurtado de Mendoza. A comienzos del siglo XVII, ya la ciudad contaba con treinta y seis iglesias espléndidamente ornamentadas, otras tantas casas de juego y catorce escuelas de baile. Los salones, los teatros y los tablados para las fiestas lucían riquísimos tapices, cortinajes, blasones y obras de orfebrería; de los balcones de las casas colgaban damascos coloridos y lamas de oro y plata. Las sedas y los tejidos venían de Granada, Flandes y Calabria; los sombreros de París y Londres; los diamantes de Ceylán; las piedras preciosas de la India; las perlas de Panamá; las medias de Nápoles; los cristales de Venecia; las alfombras de Persia; los perfumes de Arabia, y la porcelana de China. Las damas brillaban de pedrería, diamantes y rubíes y perlas, y los caballeros ostentaban finísimos paños bordados de Holanda. A la lidia de toros seguían los juegos de sortija y nunca faltaban los duelos al estilo medieval, lances del amor y del orgullo, con cascos de hierro empedrados de esmeraldas y de vistosos plumajes, sillas y estribos de filigrana de oro, espadas de Toledo y potros chilenos enjaezados a todo lujo.

 

 

En 1579, se quejaba el oidor Matienzo; «Nunca faltan —decía— novedades, desvergüenzas y atrevimientos». Por entonces ya había en Potosí ochocientos tahures profesionales y ciento veinte prostitutas célebres, a cuyos resplandecientes salones concurrían los mineros ricos. En 1608, Potosí festejaba las fiestas del Santísimo Sacramento con seis días de comedias y seis noches de máscaras, ocho días de toros y tres de saraos, dos de torneos y otras fiestas…

 

(continuará)

 

 

 

 


[ Fragmento de: Eduardo Galeano. “Las venas abiertas de América Latina” ]

 

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viernes, 6 de junio de 2025


 

1349

 

 

STALIN,

HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.

 

Domenico Losurdo.

 

 

( 20 )

 

 

 

LOS BOLCHEVIQUES, DEL CONFLICTO

IDEOLÓGICO A LA GUERRA CIVIL

 

 

 




 


Infiltración, desinformación y llamados a la insurrección 

 

Las «reglas de conspiración» teorizadas por Trotsky, ¿comportan sólo la ocultación de la identidad política propia, o pueden incluir la utilización de denuncias falsas, sembrando la confusión y el caos en el campo enemigo y haciendo todavía más difícil la identificación de la red clandestina que lucha por el derrocamiento del régimen estalinista? En otras palabras, las «reglas conspirativas» ¿traen consigo sólo la protección rigurosa de las informaciones reservadas o también la vía libre a las desinformaciones?

 

 

Quien alberga sospechas en esta dirección no es solamente la periodista americana Anne Louise Strong, favorable al gobierno. Es el mismo Informe secreto el que habla de denuncias falaces y de «provocaciones» realizadas tanto por «auténticos trotskistas», que se tomaban así su «venganza», como por «arribistas sin conciencia» proclives a abrirse camino también a través de los medios más despreciables. Resulta significativo un episodio que se produce en el momento del anuncio del asesinato de Kírov. Los sentimientos predominantes -recuerda Andrew Smith, que trabajaba en aquel momento en la fábrica Elektrozavod de Kuznecov- son el shock y la angustia por el futuro; pero no falta quien expresa lamentación por el hecho de que el asesinado no haya sido Stalin. Se desarrolla después una asamblea, durante la cual los obreros son invitados a denunciar a los enemigos o posibles enemigos del poder soviético.

 

 

Smith recordaba sorprendido cómo, en el transcurso del debate, el grupo de disidentes con el que él mismo estaba en contacto, se hubiese mostrado el más activo a la hora de atacar a opositores y desviacionistas y pedir contra ellos las medidas más severas. Es sintomático también un episodio que se produce fuera de la URSS pero que puede servir para comprender lo que ocurre dentro de este país. Cuando el general Alexandr M. Orlov, ya en ese momento colaborador de primer nivel de la NKVD (y en 1938 huido a los EEUU), es acusado por el periodista Louis Fischer de haber participado en tiempos de la guerra civil española en la liquidación de cuadros comunistas antiestalinistas, él responde con la falsa afirmación de que su acusador era en realidad un espía al servicio de Moscú.

 

 

En la Unión Soviética de los años treinta hemos visto a la oposición infiltrarse en los más altos niveles del aparato de represión: ¡sería bastante extraño si, después de haber alcanzado este resultado, se hubiese limitado a ejecutar las órdenes de Stalin! La desinformación, que conlleva la doble ventaja de poner en dificultades la máquina de represión y de desembarazarse precisamente gracias a ella de cualquier enemigo especialmente detestado, es parte integrante de la guerra: y de eso se trata, a juzgar al menos por una intervención en julio de 1933 de Trotsky, que considera «ya en curso» la guerra civil contrarrevolucionaria desencadenada por la «burocracia estaliniana» y desembocada en la «infame aniquilación de los bolcheviques-leninistas». Es necesario entonces tomar consciencia de la nueva situación. Deja de tener sentido «el lema de la reforma del PCUS». Se impone una lucha frontal: el partido y la Internacional dirigidos por Stalin y ya agotados «pueden aportar ya sólo desdichas y nada más que desdichas» al «proletariado mundial»; en el bando opuesto los auténticos revolucionarios no pueden desde luego inspirarse en la práctica de los «pacifistas pequeño-burgueses». No hay dudas: Sólo con la violencia puede verse obligada la burocracia a devolver el poder la vanguardia proletaria». El ascenso al poder de Hitler no significa para Trotsky que sea necesaria la unidad con el fin de enfrentarse al enorme peligro que acecha desde Alemania, sino más bien que no podían detenerse a mitad de camino en la lucha contra un poder, el estaliniano, que ha llevado a la derrota al proletariado alemán e internacional.

 

 

 

Como puede verse, es el mismo líder de la oposición el que habla de «guerra civil» en el ámbito del partido que había dirigido tanto la Revolución de octubre como la Rusia soviética de los primeros años. Estamos en presencia de una categoría que constituye el hilo conductor de la investigación de un historiador ruso de segura y declarada adscripción trotskista, autor de una obra monumental en varios volúmenes, dedicada precisamente a la reconstrucción detallada de esta guerra civil. Se habla, a propósito de la Rusia soviética, de «guerra civil preventiva» desencadenada por Stalin contra aquellos que se organizan para derrocarlo. También fuera de la URSS, esta guerra civil se manifiesta y a ratos se intensifica dentro del frente que combate contra Franco; de hecho, en referencia a la España de 1936-1939, se habla no de una, sino de «dos guerras civiles». Con gran honestidad intelectual y dando muestra del nuevo y rico material documental disponible gracias a la apertura de los archivos rusos, el autor aquí citado llega a la siguiente conclusión: «Los procesos de Moscú no fueron un crimen sin motivo y a sangre fría, sino más bien la reacción de Stalin durante una aguda lucha política».

 

 

Polemizando contra Alexander Soljenitsyn, que describe a las víctimas de las purgas como un grupo de «conejos», el historiador trotskista ruso cita una octavilla que en los años treinta llamaba a barrer del Kremlin «al dictador fascista y su claque». Después comenta: «Incluso desde el punto de vista de la legislación rusa hoy en vigor, esta octavilla debe ser juzgada como una llamada al derrocamiento violento del poder (más exactamente de la cúpula dirigente)». En conclusión, lejos de ser expresión de «un acceso de violencia irracional e insensata», el sanguinario terror desencadenado por Stalin es en realidad el único modo con el que consigue doblegar la «resistencia de las auténticas fuerzas comunistas». El blanco es «el partido de los fusilados», definido así «en analogía con la expresión utilizada para designar al partido comunista francés, la principal fuerza de la resistencia antifascista y diana principal del terror hitleriano». Stalin es así comparado con Hitler; debe advertirse el hecho de que comunistas y partisanos franceses no se limitaban a oponerse a este dictador fascista y su claque». Después comenta: «Incluso desde el punto de vista de la legislación rusa hoy en vigor, esta octavilla debe ser juzgada como una llamada al derrocamiento violento del poder (más exactamente de la cúpula dirigente)». En conclusión, lejos de ser expresión de «un acceso de violencia irracional e insensata», el sanguinario terror desencadenado por Stalin es en realidad el único modo con el que consigue doblegar la «resistencia de las auténticas fuerzas comunistas». El blanco es «el partido de los fusilados», definido así «en analogía con la expresión utilizada para designar al partido comunista francés, la principal fuerza de la resistencia antifascista y diana principal del terror hitleriano». Stalin es así comparado con Hitler; debe advertirse el hecho de que comunistas y partisanos franceses no se limitaban a oponerse a este último mediante una resistencia pasiva o no-violenta…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra” ]

 

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miércoles, 4 de junio de 2025



1348

 

NADA ES GRATIS

 

Fernando Buen Abad   

 

 






La "gratuidad" es un significante que, en la lógica capitalista, no denota ausencia de valor, sino ocultamiento del proceso de explotación. Lo que parece "gratis" ya ha sido pagado.

 

 

Salvo algunos casos muy excepcionales, nada es gratis y esto contiene una verdad "al costo". Esa ilusión de lo "gratis" no solo opera como un mecanismo de dominación ideológica, sino que también encubre las relaciones de producción históricas que sostienen el intercambio de bienes y servicios.

 

 

Miente el que dice "esto es gratis" cuando desplaza de la conciencia la realidad del trabajo y sus costos... la materia prima y sus costos. Transporte, conservación, embalaje... tienen costos. Todo imbricado en una estructura material de relaciones sociales. La "gratuidad" es un significante que, en la lógica capitalista, no denota ausencia de valor, sino ocultamiento del proceso de explotación. Lo que parece "gratis" ya ha sido pagado, o está siendo pagado, principalmente con los aportes de todos los que aportan.

 

 

A menos que la materia, y el trabajo que la interviene, "caigan del cielo", y las virtudes que la cosa ofrece operen por voluntad propia, que no requieran de esfuerzo alguno para accionarse o usarse, que no demanden compromiso de análisis, interpretación o aplicación, en suma, que no intervenga trabajo material o intelectual alguno, lo gratuito es un engaño. Detrás de todo lo que nos rodea hay presencias de trabajo hasta para intuir o entender las propiedades o ventajas de aquello que es natura y no es cultura.

 

 

Lo "gratuito" rara vez es realmente gratuito. En muchos casos, es una estrategia para captar atención, fidelizar consumidores o encubrir una transacción en la que se paga de otra manera: con datos, con tiempo, con dependencia o con la ilusión de beneficio. Las "muestras gratis", las promociones "sin costo" y los períodos de prueba no son regalos, son inversiones para enganchar consumidores. Una vez dentro, las empresas confían en que la comodidad, el hábito o las barreras de salida harán que los usuarios paguen. Tarde o temprano.

 

 

Cada vez que algo se presenta como "gratis", se omite el costo real que alguien, en la cadena productiva, está asumiendo. Las redes sociales, servicios de streaming "gratuitos" o plataformas de mensajería operan bajo el modelo de la gratuidad aparente, cuando en realidad la mercancía es el usuario. El "público" se convierte en el producto, su atención y sus datos son el valor real que es intercambiado en el mercado. En algunos países, la educación y la salud son presentadas como derechos garantizados sin costo para el usuario. Sin embargo, esta gratuidad es sostenida por el pago de impuestos, el trabajo de docentes, médicos y demás trabajadores, cuya explotación es invisibilizada bajo el discurso del "servicio público". Es el fetichismo de la gratuidad.

 

 

Se oculta mayormente el trabajo. Tal como el fetichismo de la mercancía en Marx, se ocultan las relaciones sociales de producción detrás de la forma-mercancía, la gratuidad oculta el trabajo y los mecanismos de acumulación que la hacen posible. Incluso en los modelos de "economía colaborativa" la gratuidad o bajos costos para el usuario se sostienen en la explotación de trabajadores sin derechos laborales formales. El discurso de la gratuidad funciona como un dispositivo ideológico que legitima las relaciones de poder existentes, insistamos. Al naturalizar que ciertos servicios sean "gratis", se impide la problematización de los mecanismos económicos subyacentes y se refuerza la lógica de consumo pasivo. La creencia en la gratuidad desactiva la conciencia de clase. Si algo parece no tener costo, no hay motivo para cuestionar quién lo produce ni en qué condiciones.

 

 

Con la idea de que algo es "gratis" a menudo se borra la dimensión colectiva del trabajo y la lucha por derechos, haciendo que los bienes públicos parezcan concesiones estatales y no conquistas sociales. Hay que presentar batalla semiótica crítica contra la ilusión de gratuidad. Desenmascarar la gratuidad como ilusión ideológica para desmontar los signos que la sostienen y revelar las relaciones materiales que la hacen posible. Una semiótica crítica debe analizar cómo la gratuidad se construye discursivamente y qué relaciones de producción esconde, recuperando el papel del trabajo y la explotación en la circulación de bienes y servicios. Una vez que alguien basa su trabajo en un servicio "gratis", la migración a alternativas puede resultar costosa o inviable. Las universidades y empresas adoptan herramientas "gratuitas" que luego se convierten en necesidades con costos ocultos.

 

 

Modelos basados en lo "gratuito" suelen ocultar explotación laboral. Servicios como Uber, Glovo o incluso plataformas de "aprendizaje gratuito" dependen de trabajadores mal remunerados, en condiciones precarias o sin derechos garantizados. La gratuidad de algunos implica la miseria de otros. El capitalismo ha convertido la gratuidad en un mito seductor: la idea de que podemos recibir sin dar nada a cambio. Pero lo "gratis" es casi siempre parte de un circuito de extracción y acumulación. Incluso cuando algo parece ser un bien común, muchas veces se sostiene sobre subsidios estatales que luego benefician a privados. En el fondo, lo gratuito en el capitalismo no existe: siempre hay alguien pagando la cuenta, los impuestos, las deudas, aunque no sea evidente de inmediato.

 

 

Es un espejismo la idea de lo "gratuito" y tiene profundas raíces filosóficas y económicas. Bajo el capitalismo, lo que se presenta como gratis no es un regalo desinteresado, sino una forma de ocultamiento de costos y poder. La gratuidad no es un simple truco económico, sino una manipulación simbólica. Un producto gratuito genera deuda simbólica, nos sentimos obligados a corresponder, a permanecer, a aceptar condiciones futuras. Nos dan la ilusión de gratuidad mientras extraen valor de otra parte. Lo gratuito es un mecanismo de control. Un bien o servicio aparentemente sin costo puede modelar nuestras acciones, rutinas y comportamientos sin que nos demos cuenta, e incluso percatándonos. No es necesario que nos cobren dinero directamente si pueden programarnos para actuar de cierta manera. Lo gratuito es una de las más efectivas ideologías del capitalismo.

 

 

Se nos hace creer que es posible recibir sin dar nada a cambio, pero esto oculta la verdadera ecuación: Si algo es gratis, su costo está en otra parte (datos, tiempo, dependencia). Si algo es gratis, alguien más lo está pagando (trabajadores precarizados, fondos públicos absorbidos por el sector privado). Si algo es gratis, su gratuidad es temporal (una vez dependientes, el costo aparecerá). Lo gratuito es una trampa, su función no es eliminar costos, sino disimularlos, desplazarlos y transformarlos en mecanismos de control. El problema no es que las cosas tengan un precio, sino que en el capitalismo el costo siempre se paga, aunque no sea evidente.

 

 

« El capitalismo jamás regala algo, solo camufla la forma en que lo cobra».

 

 

cubadebate.cu

 

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Texto completo en: https://www.lahaine.org/mundo.php/nada-es-gratis

 

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lunes, 2 de junio de 2025


1347

 

 

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

 

Andrés Piqueras

 

(39)

 

 

PARTE II

Del in-politicismo teórico-práctico

 

 

 

 


 

 

 

 

MARXISMO AUTONOMISTA

 

(...)  En definitiva, que lo que se declaraba como una recuperación relevante de la política, se torna en realidad una in-política (o una impotencia política), que más bien puede llevar a la des-organización, a la falta de criterios, objetivos precisos, establecimientos de pasos para conseguirlos… Todo está supeditado al momento, ¿súbito, intempestivo, definitivo, irreversible, absoluto?, de la formación del sujeto multitud. Es por eso, digo, que estos planteamientos conducen bien a la despolitización bien a la recreación de la impotencia (y la frustación). La potenza también queda reducida, así, contradictoriamente, a mera impotencia. A estas consideraciones críticas hay que añadir el carácter netamente eurocéntrico del análisis de Negri, que tantas veces se le ha achacado, al ignorar entre otros factores que:

 


a.La actual plena subsunción real del trabajo al capital no se da nada más que en las formaciones sociales de capitalismo avanzado (minoritarias en el orden mundial del capital). 

 

b.El aumento de la producción material en los centros del Sistema se combina con el acrecentamiento de formas de trabajo forzadas, no, salariales y para-salariales en las periferias (pero cada vez más también en las propias formaciones centrales). 

 


“Leyendo los Grundrisse a contracorriente, es decir, partiendo de El Capital, podemos ver cómo Marx centra su atención en este segundo aspecto, o en las contratendencies que resultan de la creación de nuevos sitios de producción caracterizados por un alto nivel de extracción de plusvalía absoluta y la intensificación del trabajo. Estos lugares de producción no coexisten con otros, caracterizados por la producción de plusvalía relativa y equipos de alta tecnología, en una especie de ‘exposición mundial’ de las formas de producción. Por contra, se producen y reproducen violentamente para frenar la disminución de la tasa de ganancia, permitiendo así que continúe la producción de plusvalía relativa”(Tomba). 

 

En nota a ese mismo párrafo, Tomba añade unas consideraciones que creo vale también la pena reproducir:

 

“De hecho, no se trata de la coexistencia de diferentes formas de explotación, sino de cómo la producción de plusvalía relativa da lugar a la producción de enormes cantidades de plusvalía absoluta. Las diferentes formas de explotación no se yuxtaponen en una especie de exposición del mundo posmoderna. Más bien, el capital necesita producir continuamente diferenciales de intensidad salarial y laboral mediante la violencia extraeconómica. El valor producido por el l amado trabajador cognitivo descansa sobre el pedestal de enormes cantidades de plusvalía absoluta producida en otros lugares. Desde este punto de vista, la afirmación, presentada por George Cafentzis (…), de que ‘la computadora requiere la explotación industrial y la existencia del cyborg se basa en el esclavo’, no es de ninguna manera exagerada. El postobrerismo se ha convertido en una concepción eurocéntrica del capitalismo tardío, y esto no es menos cierto para aquellas corrientes dentro de él que coquetean con los estudios poscoloniales”(Tomba). 

 


El capital es crecientemente un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas debido a la tendencial escasa rentabilidad de sus inversiones productivas, como vimos en la primera parte de este libro. Sus dinámicas de desposesión, de gestión de la fuerza de trabajo (siempre subordinada a la valorización) y de consumo de la misma (en forma de sobre-explotación y “explotación difusa”), provocan el menoscabo de la formación e información, entorpecen el “intelecto general” y obstaculizan la libre difusión de saberes y creaciones en lo que se ha llamado una socialización negativa del capital. Además, bajo las relaciones sociales de producción capitalistas el “intelecto general” ha estado contradictoriamente puesto contra la emancipación del Trabajo. Para entenderlo hemos de tener en cuenta que los poderes del capital, incluyendo los del que queda denominado como “capital fijo”, no son sino la forma fetichizada de los poderes del trabajo social colectivo, que incorpora las experiencias y saberes de generaciones; también la forma sistematizada de conocimiento que se deposita como “ciencia”. Tamaña incorporación fue hecha de forma progresiva, implicando una dimensión creciente de la subsunción real del trabajo al capital. Así, a través de la cooperación productiva los conocimientos y experiencias de los productores inmediatos fueron incorporados al proceso general de trabajo, dándose una primera división del tiempo de trabajo mediante la especialización. Con la maquinización son los conocimientos y experiencias generales de la sociedad los que resultan incorporados a la producción (la capacidad del conjunto social, expresada como maquinaria, se va a poner a producir a expensas de la capacidad de cada individuo, que se convierte en mero servidor de la máquina, lo que lleva a la mutilación de sus facultades). Es por eso que aumenta la autovalorización del capital al tiempo que disminuye el valor de la fuerza de trabajo como mercancía. 

 


Por otra parte, con el maquinismo la subsunción real deja de producirse de una forma inmediata, para hacerse de forma mediada: como aplicación tecnológica de la ciencia. Y con el desarrollo de la industria a gran escala las fuerzas productivas de la sociedad ya no expresan de manera alienada tan sólo el conocimiento y la experiencia del colectivo laboral, sino el conocimiento y la experiencia colectiva acumulada previamente por la humanidad entera (“general intellect”). En la actual revolución científico-técnica el proceso de trabajo queda cada vez más dependiente del proceso de valorización por medio del acelerado avance de la tecnología. El intelecto general (objetivado en máquinas autómatas o robóticas), lejos de ser la fuente de liberación que anhelan los cognitivistas, hace más y más prescindibles a los seres humanos en los procesos de trabajo (Macías). Es decir, que en términos del mercado laboral “lo cognitivo” del capitalismo no sería sino una forma de “externalización” de los procesos de producción (de “crowsourcing”) al conjunto de la Vida, lo que implica también la puesta en valor de las poblaciones (reconvertidas en multitudes amorfas) y de sus formas de vivir, relacionarse, comunicarse, dotarse de “inteligencia colectiva”, etc. La cuestión central es que esa potencia, el conjunto de potencialidades humanas, es hoy, precisamente, objetivo clave del capital, en un capitalismo que exacerba sus rasgos “biopolíticos” en todos los ámbitos de la vida, físicos y biológicos,  neurológicos, sentimentales, relacionales, mucho más al á de la clásica esfera de la producción. El “capitalismo cognitivo”, en contra de las esperanzas autonomistas y “cognitivitas”, vendría a ser la expresión más acabada de biopolítica hasta la fecha (o la prolongación de ésta también como bioeconomía), el desesperado intento, en definitiva, de estirar la ley del valor ante su decadencia o, más aún, de dilatar el beneficio aun por encima del valor

 


La consecuencia es clara: en el momento mismo en que las condiciones objetivas para la socialización y auto-organización de la producción se hacen más sólidas, cuando según los propios cognitivistas se da lugar a una sociedad cada vez más capaz de administrarse por sí misma, es cuando el comando del capital hace de la sociedad en su conjunto un espacio totalizable, cuando su permanente prospección de fuentes de renta acumulada “pone la Vida (y la muerte) a generar riqueza”, una “producción continua de las condiciones sociales, culturales, políticas y subjetivas de ampliación y acumulación del capital, (…) una acumulación por subordinación ampliada y profundizada de todos los elementos de la vida de la población” (Laval y Dardot). El objetivo es la captación de la totalidad de los aspectos de la subjetividad humana para convertirla en ganancia. En realidad fue siempre así en el capitalismo, hoy sólo cambian la intensidad y las maneras de cumplir esa meta que lo determina todo en lo social, y que a la vez se hace más alcanzable a través del desarrollo de las infotecnologías. Se mueve el capital también en este terreno, por ello, en una contradicción permanente, a la que ya aludió Marx:

 

“El capital mismo es la contradicción en proceso [..] Por un lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor”(Marx). 

 

La contradicción en procesoque es el capital tiene diversas expresiones inherentes a su propio movimiento, y se muestra aquí en que por un lado desata las condiciones materiales para el orecimiento del “general intellect” y por otro socava y reprime permanentemente su manifestación real (las históricas condiciones abiertas por su propio dinamismo), tanto a través de su organización social y productiva, como mediante las formas de gestión y consumo de la fuerza de trabajo que despliega.


Estas últimas contradicciones están inscritas también en la creciente tensión entre lo que el capitalismo potencialmente permitiría, la socialización de la producción, la transformación de la estructura del trabajo y la desaparición del valor como relación de mediación de la vida social, así como el generalizado aumento del tiempo disponible… y su permanente abortamiento de esas potencialidades. Este modo de producción castra constantemente las propias potencialidades que alberga de superarse en favor de la sociedad. Como señala el propio Postone, “el que el capitalismo esté caracterizado por una dinámica inmanente, ni conduce automáticamente a otra sociedad fundamentalmente diferente ni genera las instituciones, organizaciones y mecanismos (como el proceso de producción) que en su forma existente, constituyen la base para tal sociedad. Al contrario, esta dinámica genera la posibilidad de otra organización de la vida social, al tiempo que impide que dicha posibilidad se realice” (2007). 

 


Lleguemos al menos a esta conclusión elemental: los cambios ni son inmanentes al modo de producción capitalista, ni tampoco ajenos a él. Las contradicciones señaladas son la substancia de la crisis cronificada del capitalismo; evidencian la decadencia mórbida de su metabolismo. Pero el camino al que conduzcan, si bien no es arbitrario (el futuro no está escrito, aunque no puede darse cualquier futuro), tampoco está impreso necesariamente en el movimiento del capital. La gran incertidumbre dialéctica es que la agencia humana, constituida a partir de ese movimiento, interviene también en su posible encauzamiento hacia unos u otros desenlaces. En función de lo explicado en los primeros capítulos de este libro, podemos realizar una consideración más, y es que la línea de análisis que desarrollo a lo largo de esta obra niega lo que proclama el autonomismo, que las máquinas de inteligencia artificial comporten el culmen del capitalismo mediante la superación de la ley del valor y el inmediato paso a la socialización de los medios de vida. Todo lo contrario, ese desarrollo tecnológico marca la decadencia, no el sobrepasamiento por plenitud, de la civilización capitalista, al producirse cada vez menos nuevo valor(lo cual no anula la ley del valor, sino que es la expresión negativa de la misma). La apreciación parece sólo sutilmente diferente, pero tiene consecuencias bien dispares: un sistema en degeneración (con el valora la baja) no da paso necesariamente a algo mejor, sino que, a falta de intervención política, tiende a conducir al colapso social (en nuestro caso también al ambiental –Piqueras–). Es decir, el capitalismono lleva en sus entrañas el comunismo, más bien hay que construirlo contra aquél, aunque sea a partir de aquél. La desconsideración de ese factor elemental del análisis de Marx lleva a que lo valioso de los estudios de algunos de los autores de esta Escuela, termine siempre resultando romo en el plano político. Tal es el caso de Harry Cleaver, de quien es importante su insistencia en la inseparabilidad de las luchas que se dan contra el capital y sus distintas expresiones monetarias. Voy a detenerme un tanto en su acertada argumentación teórica, para resaltar al final, de nuevo, lo inofensivo de su praxis…

 

(continuará)

 

 

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