viernes, 6 de junio de 2025


 

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STALIN,

HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.

 

Domenico Losurdo.

 

 

( 20 )

 

 

 

LOS BOLCHEVIQUES, DEL CONFLICTO

IDEOLÓGICO A LA GUERRA CIVIL

 

 

 




 


Infiltración, desinformación y llamados a la insurrección 

 

Las «reglas de conspiración» teorizadas por Trotsky, ¿comportan sólo la ocultación de la identidad política propia, o pueden incluir la utilización de denuncias falsas, sembrando la confusión y el caos en el campo enemigo y haciendo todavía más difícil la identificación de la red clandestina que lucha por el derrocamiento del régimen estalinista? En otras palabras, las «reglas conspirativas» ¿traen consigo sólo la protección rigurosa de las informaciones reservadas o también la vía libre a las desinformaciones?

 

 

Quien alberga sospechas en esta dirección no es solamente la periodista americana Anne Louise Strong, favorable al gobierno. Es el mismo Informe secreto el que habla de denuncias falaces y de «provocaciones» realizadas tanto por «auténticos trotskistas», que se tomaban así su «venganza», como por «arribistas sin conciencia» proclives a abrirse camino también a través de los medios más despreciables. Resulta significativo un episodio que se produce en el momento del anuncio del asesinato de Kírov. Los sentimientos predominantes -recuerda Andrew Smith, que trabajaba en aquel momento en la fábrica Elektrozavod de Kuznecov- son el shock y la angustia por el futuro; pero no falta quien expresa lamentación por el hecho de que el asesinado no haya sido Stalin. Se desarrolla después una asamblea, durante la cual los obreros son invitados a denunciar a los enemigos o posibles enemigos del poder soviético.

 

 

Smith recordaba sorprendido cómo, en el transcurso del debate, el grupo de disidentes con el que él mismo estaba en contacto, se hubiese mostrado el más activo a la hora de atacar a opositores y desviacionistas y pedir contra ellos las medidas más severas. Es sintomático también un episodio que se produce fuera de la URSS pero que puede servir para comprender lo que ocurre dentro de este país. Cuando el general Alexandr M. Orlov, ya en ese momento colaborador de primer nivel de la NKVD (y en 1938 huido a los EEUU), es acusado por el periodista Louis Fischer de haber participado en tiempos de la guerra civil española en la liquidación de cuadros comunistas antiestalinistas, él responde con la falsa afirmación de que su acusador era en realidad un espía al servicio de Moscú.

 

 

En la Unión Soviética de los años treinta hemos visto a la oposición infiltrarse en los más altos niveles del aparato de represión: ¡sería bastante extraño si, después de haber alcanzado este resultado, se hubiese limitado a ejecutar las órdenes de Stalin! La desinformación, que conlleva la doble ventaja de poner en dificultades la máquina de represión y de desembarazarse precisamente gracias a ella de cualquier enemigo especialmente detestado, es parte integrante de la guerra: y de eso se trata, a juzgar al menos por una intervención en julio de 1933 de Trotsky, que considera «ya en curso» la guerra civil contrarrevolucionaria desencadenada por la «burocracia estaliniana» y desembocada en la «infame aniquilación de los bolcheviques-leninistas». Es necesario entonces tomar consciencia de la nueva situación. Deja de tener sentido «el lema de la reforma del PCUS». Se impone una lucha frontal: el partido y la Internacional dirigidos por Stalin y ya agotados «pueden aportar ya sólo desdichas y nada más que desdichas» al «proletariado mundial»; en el bando opuesto los auténticos revolucionarios no pueden desde luego inspirarse en la práctica de los «pacifistas pequeño-burgueses». No hay dudas: Sólo con la violencia puede verse obligada la burocracia a devolver el poder la vanguardia proletaria». El ascenso al poder de Hitler no significa para Trotsky que sea necesaria la unidad con el fin de enfrentarse al enorme peligro que acecha desde Alemania, sino más bien que no podían detenerse a mitad de camino en la lucha contra un poder, el estaliniano, que ha llevado a la derrota al proletariado alemán e internacional.

 

 

 

Como puede verse, es el mismo líder de la oposición el que habla de «guerra civil» en el ámbito del partido que había dirigido tanto la Revolución de octubre como la Rusia soviética de los primeros años. Estamos en presencia de una categoría que constituye el hilo conductor de la investigación de un historiador ruso de segura y declarada adscripción trotskista, autor de una obra monumental en varios volúmenes, dedicada precisamente a la reconstrucción detallada de esta guerra civil. Se habla, a propósito de la Rusia soviética, de «guerra civil preventiva» desencadenada por Stalin contra aquellos que se organizan para derrocarlo. También fuera de la URSS, esta guerra civil se manifiesta y a ratos se intensifica dentro del frente que combate contra Franco; de hecho, en referencia a la España de 1936-1939, se habla no de una, sino de «dos guerras civiles». Con gran honestidad intelectual y dando muestra del nuevo y rico material documental disponible gracias a la apertura de los archivos rusos, el autor aquí citado llega a la siguiente conclusión: «Los procesos de Moscú no fueron un crimen sin motivo y a sangre fría, sino más bien la reacción de Stalin durante una aguda lucha política».

 

 

Polemizando contra Alexander Soljenitsyn, que describe a las víctimas de las purgas como un grupo de «conejos», el historiador trotskista ruso cita una octavilla que en los años treinta llamaba a barrer del Kremlin «al dictador fascista y su claque». Después comenta: «Incluso desde el punto de vista de la legislación rusa hoy en vigor, esta octavilla debe ser juzgada como una llamada al derrocamiento violento del poder (más exactamente de la cúpula dirigente)». En conclusión, lejos de ser expresión de «un acceso de violencia irracional e insensata», el sanguinario terror desencadenado por Stalin es en realidad el único modo con el que consigue doblegar la «resistencia de las auténticas fuerzas comunistas». El blanco es «el partido de los fusilados», definido así «en analogía con la expresión utilizada para designar al partido comunista francés, la principal fuerza de la resistencia antifascista y diana principal del terror hitleriano». Stalin es así comparado con Hitler; debe advertirse el hecho de que comunistas y partisanos franceses no se limitaban a oponerse a este dictador fascista y su claque». Después comenta: «Incluso desde el punto de vista de la legislación rusa hoy en vigor, esta octavilla debe ser juzgada como una llamada al derrocamiento violento del poder (más exactamente de la cúpula dirigente)». En conclusión, lejos de ser expresión de «un acceso de violencia irracional e insensata», el sanguinario terror desencadenado por Stalin es en realidad el único modo con el que consigue doblegar la «resistencia de las auténticas fuerzas comunistas». El blanco es «el partido de los fusilados», definido así «en analogía con la expresión utilizada para designar al partido comunista francés, la principal fuerza de la resistencia antifascista y diana principal del terror hitleriano». Stalin es así comparado con Hitler; debe advertirse el hecho de que comunistas y partisanos franceses no se limitaban a oponerse a este último mediante una resistencia pasiva o no-violenta…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra” ]

 

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