domingo, 20 de abril de 2025

1327

 

 

 

Vida de ANTONIO GRAMSCI

 

Giuseppe Fiori

 

(…)

 

 

 


 

 

 

30

 

El 26 de agosto le visitó el profesor Frugoni. Su situación era desesperada: mal de Pott, tuberculosis pulmonar, hipertensión a 200, crisis anginoides y crisis de gota. Pese a ello, siguió luchando.

 

 

Pensaba en Julia. Volvió a escribirle. El 14 de diciembre le propuso que fuese a Italia:

 

 

Creo que si vinieses a Italia harías una cosa magnífica desde todos los puntos de vista: para tu salud, que quizá se restablecería definitivamente, y para mí, que tengo necesidad de sentirte cerca, de reanudar profundamente los vínculos que siempre nos han unido pero que desde hace demasiados años se han convertido en algo etéreo y abstracto. Querida, yo siempre te he esperado y tú siempre has sido uno de los elementos esenciales de mi vida, incluso cuando no tenía noticias precisas de ti o recibía cartas escasas y carentes de sustancia vital, incluso cuando yo ni te escribía porque no sabía qué decirte, porque me parecía que tú no querías darme ningún motivo de toma de contacto. Creo que ha llegado el momento de poner término a esta situación; podemos hacerlo si tú vienes aquí, porque yo no puedo moverme. Estoy muy consumido y me parece difícil que pueda recuperar mis fuerzas de golpe. Pero creo que tú puedes hacer mucho por mí y que yo también puedo hacer algo por ti, no mucho, pero algo sí... Querida, pongo en lo que te digo todo mi cariño, aunque no se vea en las palabras escritas. Recordarás que en 1923 yo no era elocuente, pero sé que, a pesar de todo, percibías toda la profundidad de mis sentimientos hacia ti; puedo decirte que no han cambiado en absoluto, al contrario: se han fortalecido, son más serenos, porque junto a nosotros están ahora nuestros dos hijos.

 

 

Insistió: «Después de tantos años, de tantos acontecimientos cuyo significado real se me ha escapado en gran parte, después de tantos años de vida mezquina, comprimida, llena de sombras y de miserias, poder hablar contigo de amigo a amiga me sería muy útil... Estoy convencido de que, desde todos los puntos de vista, tu viaje tendría óptimas consecuencias para los dos» (25 de enero de 1936). Julia no fue a Italia. Antonio se apagaba lentamente.

 

 

Su corazón —sabemos por una carta inédita de Tatiana del 18 de abril de 1936— se ha debilitado mucho y aunque en algunos aspectos sus condiciones físicas parezcan mejorar, en realidad no es así ni mucho menos. Temo que Nino se ha convertido ya en un inválido. Ha sufrido demasiado estos últimos años y su organismo, demasiado arruinado, no consigue superar el estado de agotamiento físico en que ha caído. Además, muchos órganos vitales de su cuerpo, demasiados, funcionan a duras penas.

 

 

Parecía estar al margen de todo, o quizá lo estaba realmente. No hay noticias de que tomase contacto con Togliatti o con otros dirigentes o cuadros del partido. En la clínica Quisisana gozaba de una relativa libertad, aparte de la vigilancia exterior. De haberlo querido, habría podido reanudar el contacto con los miembros del partido a través de los familiares que le visitaban: una nota, unas pocas líneas. No hay señal alguna de iniciativas de este tipo.

 

 

Gramsci se dirigía únicamente a Julia, a los hijos lejanos. Solo conocía a Giuliano por fotografía. Delio tenía ya doce años. Sus conversaciones, a distancia, eran de una ternura infinita:

 

 

Querido Delio […], te agradezco que hayas abrazado fuerte, muy fuerte a mamá de mi parte: creo que debes hacerlo todos los días, todas las mañanas. Yo pienso siempre en vosotros; así podré cada mañana decirme: en este momento, mis hijos y Julia piensan en mí. Tú eres el hermano mayor, pero debes decírselo también a Julia: así, cada día pasaréis «cinco minutos con papá». ¿Qué te parece?

 

 

Las energías se esfumaban. Le sostenía un poco la perspectiva del próximo retorno a la libertad. La condena expiraba el 21 de abril de 1937. Pensaba regresar a Cerdeña para vivir en un aislamiento absoluto. Así lo escribió a su familia. Al saberlo el padre, la emoción le hizo subir la fiebre.

 

 

Estaba enfermo, viejo. Tenía setenta y siete años. No veía a Nino desde 1924. Los demás hijos también estaban fuera, lejos: Gennaro en Bilbao, alistado en las fuerzas republicanas españolas para luchar contra el general Franco; Mario era oficial en África, donde se había instalado después de haber participado en la guerra de Abisinia; Carlo estaba en Milán. La vida del padre se apagaba con los hijos dispersos por el mundo. La noticia del regreso de Nino le reanimó.

 

 

Mea Gramsci recuerda aquellos momentos:

 

 

Cuando la condena estaba a punto de expirar —cuenta—, tío Nino nos escribió. Quería que le buscásemos una habitación en Santu lussurgiu. Había estado allí de estudiante y el clima le convenía. Allí fuimos Teresina, una amiga, Peppina Montaldo y yo. Encontramos la habitación; era muy bonita. Esperábamos, pues, que el tío Nino llegase de un momento a otro. En aquel periodo, el abuelo estaba muy mal. Pero la idea del regreso del hijo parecía haberle reanimado. Nino tenía que llegar el 27 de abril; le esperamos hora tras hora. Terminó el día y nada. Nos sentíamos desilusionados. El abuelo había esperado con ansia que el hijo llegase aquel día. «Será mañana», pensamos. Pero al día siguiente entró una mujer en casa y dijo: «Pero ¿es verdad que Nino ha muerto?». Nos quedamos petrificados. «Lo ha dicho la radio, lo he oído por la radio», dijo la mujer. Enseguida empezó a afluir la gente, todos venían a darnos el pésame. El abuelo estaba muy mal y no teníamos el valor de decírselo; era necesario, pues, que uno de nosotros se quedase en la habitación con él, cerca de la puerta, para evitar que alguien entrase y le dijese la verdad. En general era yo quien me quedaba en la habitación; era una chiquilla, tenía diecisiete años. No sé cómo, lo dejé solo un momento. Estaba en la cocina. Oí gritos, nos precipitamos; era el abuelo que gritaba: «¡Asesinos, me lo han matado!». Esto lo recuerdo muy bien. Decía: «¡Me lo han matado!». Y se tiraba del pelo, de la barba, se daba golpes... Era una escena impresionante, sabe…

 

 

Nino había muerto a las 4:10 del 27 de abril. Tenía cuarenta y siete años. Lo enterraron al día siguiente por la tarde. Solo seguían el féretro, en coche, Tatiana y Carlo. Francesco Gramsci murió apenas dos semanas después, el 16 de mayo de 1937. Antes de morir había leído muchas veces las palabras escritas por Nino a su madre el 10 de mayo de 1928, en vísperas del proceso:

 

 

Para estar tranquilo, quiero que no te asustes ni te inquietes, cualquiera que sea la pena a que me condenen. Quiero que comprendas bien, incluso sentimentalmente, que soy un detenido político y que ahora seré un condenado político, que no tengo ni tendré nunca que avergonzarme de esta situación. Que, en el fondo, la detención y la condena las he querido yo mismo porque nunca he querido cambiar mis opiniones: por ellas estoy dispuesto a dar la vida y no solo a sufrir la cárcel. Que por esto puedo estar tranquilo y contento de mí mismo. Querida mamá, quisiera también poder abrazarte muy estrechamente para que sintieses lo mucho que te quiero y para consolarte por el disgusto que te he dado; pero no podía actuar de otra manera. La vida es así, muy dura, y a veces los hijos tienen que dar grandes disgustos a sus madres si quieren conservar su honor y su dignidad de hombres.

 

 

**

 

 

[ Fragmento final de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]

 

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