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LA LUCHA DE CLASES
Domenico Losurdo
(38)
V
Multiplicidad de las luchas por el reconocimiento
y conflicto de libertades
LA JERARQUIZACIÓN DE LAS LUCHAS DE CLASES
En sus mejores momentos, cuando superan la lógica binaria en la que caen a veces pese a sus premisas teóricas, Marx y Engels tienen que enfrentar el problema antes mencionado. Una situación histórica determinada está siempre caracterizada por conflictos múltiples y variados, y en cada conflicto también intervienen múltiples sujetos sociales que expresan ideas e intereses distintos y contradictorios. Para orientarse en esta especie de laberinto es preciso indagar no solo la configuración interna de cada uno de estos conflictos, sino también la forma en que se articulan y estructuran en una totalidad concreta. Dominar una crisis histórica es un reto en el plano teórico, no solo en el político.
Un reto, sin duda, es la maraña de conflictos políticos y sociales, nacionales e internacionales, que estallan entre 1848 y 1849 en Europa central y oriental. Una gran revolución sacude los cimientos del imperio de los Habsburgo y cuestiona radicalmente el antiguo régimen. Metternich logra sofocarla manipulando hábilmente las aspiraciones a la autonomía y el autogobierno de algunas minorías eslavas que no se reconocen en el poder político recién instaurado en Viena y Budapest. La intervención posterior de la Rusia zarista sentencia la derrota definitiva de la revolución. En conjunto nos hallamos ante una serie de reivindicaciones y derechos que, tomados de uno en uno, son todos legítimos, por no decir sagrados; es su entrelazamiento lo que constituye un problema y plantea dilemas. Las aspiraciones nacionales de ciertos pueblos, manipuladas por Metternich y Nicolás I, no solo les proporcionan la masa de maniobra para liquidar la revolución en Viena y Budapest, sino que refuerzan el expansionismo de la Rusia zarista, baluarte de la reacción europea.
Pues bien, ¿cómo afrontar esta situación? A primeros de noviembre de 1848 Marx compara la tragedia que se está produciendo en Europa central y oriental en perjuicio del movimiento democrático con la que pocos meses antes se había abatido contra el proletariado parisino:
«En París la guardia móvil, en Viena los “croatas”, en ambos casos los lazzaroni, subproletariado armado y pagado contra el proletariado trabajador y pensante»(MEW).
A las naciones eslavas que se dejan reclutar por el imperio austrohúngaro se las compara con el subproletariado, con una clase que por lo general se pone al servicio de la reacción, aunque a veces el movimiento revolucionario consigue ponerla de su parte. No se trata, pues, de reconocer en abstracto el derecho de las naciones a la autodeterminación. Eso está fuera de discusión. El problema es que en una situación concreta y determinada, el derecho de algunas naciones a la autodeterminación, debido a la iniciativa y la habilidad política del poder imperial, puede chocar con el derecho de otras naciones y con el movimiento global de lucha contra el antiguo régimen y el absolutismo monárquico, y por la realización de la democracia en el plano interno e internacional. La consabida lógica binaria queda fuera de juego.
En febrero de 1849 Engels consideró que podía dominar teóricamente esta compleja situación tachando de «nacioncillas» (Nationchen) eslavas que «nunca tuvieron historia» a los pueblos «contrarrevolucionarios» en lucha contra «la alianza de los pueblos revolucionarios». A ratos se reconoce el carácter contingente del conflicto creado: «¡Qué bonito sería que los croatas, los pandures y los cosacos formasen la vanguardia de la democracia europea!». Por desgracia, para que esto suceda habrá que «esperar» mucho tiempo, demasiado; sin embargo, es un escenario que no puede descartarse de antemano. Otras veces, en cambio, Engels no solo invoca el «terror más decidido» revolucionario contra las aspiraciones independentistas o secesionistas de estos pueblos «contrarrevolucionarios», sino que los condena severamente (MEW).
El lenguaje, que a veces es incluso repugnante, no debe hacernos perder de vista el problema teórico y político ante el que nos hallamos y que el propio Engels afronta con más madurez que en otras ocasiones. Podemos partir de un escrito de 1866. La Asociación Internacional del Trabajo, creada dos años antes, reivindica la independencia de Polonia. Pero —objetan los seguidores de Proudhon—, así se desvía la atención de la cuestión social y además se desempolvan lemas propios de la propaganda de Napoleón III. Quien, para llevar adelante sus planes expansionistas, se declara dispuesto a apoyar la lucha de liberación de las «nacionalidades» oprimidas. Tratando de desmarcarse por un lado del nihilismo nacional prudoniano y por otro de la agitación bonapartista, Engels responde a esta objeción distinguiendo entre «naciones» y «nacionalidades»: es preciso apoyar la lucha por la independencia de naciones como la polaca o la irlandesa. Por otro lado, hay que tener en cuenta que no hay nación donde no existan «nacionalidades» o restos de «nacionalidades» distintas: piénsese en los alemanes alsacianos o en los «habitantes celtas de Bretaña» en el caso de Francia, y en los grupos étnicos de habla francesa en el caso de Bélgica y Suiza. Por consiguiente siempre hay un margen más o menos amplio para las maniobras de desestabilización o desmembramiento con que el zarismo y el bonapartismo tratan de promover su expansionismo y hegemonismo (MEW). Para derrotar estas maniobras, observa Engels en un escrito de 1852, es preciso atenerse a una regla. No se puede calificar de nación a los grupos que no tengan una lengua propia y que «carezcan de las condiciones básicas de una existencia nacional: una población consistente y la continuidad del territorio» (MEW).
La dicotomía naciones/nacionalidades sustituye a la dicotomía naciones con historia/«nacioncillas» sin historia. No es que el panorama se haya aclarado mucho. Pero sí destaca cuál es el asunto teórico y político planteado: defender el principio de autodeterminación no implica necesariamente respaldar la agitación de las «nacioncillas» o las «nacionalidades». Justamente las páginas más discutibles o totalmente inaceptables de Engels son las que plantean un problema de mucha actualidad: no hay más que ver el sinfín de movimientos separatistas fomentados y apoyados instrumentalmente por grandes potencias que, por otro lado, ejercen una opresión nacional en gran escala. Puede ocurrir incluso que el reconocimiento de la autodeterminación de un pueblo fortalezca al enemigo principal del movimiento de liberación de los pueblos oprimidos en conjunto: no debe perderse de vista el conflicto de libertades que puede crearse. En otras palabras: debe rechazarse la mutilación de las luchas de clases, pero eso no significa pasar por alto que una situación histórica (y sobre todo una gran crisis histórica) puede obligar a establecer una jerarquía de luchas de clases.
El error de Engels es que a veces recurre a formulaciones que implican el desplazamiento —o dan la impresión del desplazamiento— de la historia a la naturaleza. Pero hay pocas dudas sobre la inspiración de fondo. En 1848, como confirmación del papel decisivo de la historia, Engels compara Provenza con Polonia. Con su cultura y su «hermosa lengua», la primera estuvo en vanguardia durante mucho tiempo, pero luego acabó sufriendo «la aniquilación completa de su nacionalidad» y la asimilación total a Francia. En el plano histórico y social se produce incluso un vuelco: Provenza acaba siendo un reducto «de la oposición a las clases progresistas de toda Francia» y una «plaza fuerte de la contrarrevolución». Lo contrario que el destino de Polonia, que durante mucho tiempo fue la encarnación del antiguo régimen y de la opresión ejercida por una reducida aristocracia sobre la enorme masa de los siervos de la gleba. Pero ahora, al impulsar la lucha contra la opresión nacional y promover una «revolución agraria democrática» en la que participa generosamente por lo menos una parte de la nobleza, Polonia puede ser la vanguardia revolucionaria de los pueblos eslavos, ya que además es la antagonista por excelencia del baluarte de la reacción que es la Rusia zarista (MEW).
Pero tampoco Rusia permanece inmóvil en el tiempo. En 1875 Engels escribe esperanzado sobre la agitación social que está propagándose por el inmenso país:
Desde hace siglos la gran masa del pueblo ruso, formado por campesinos, vegetaba de generación en generación en una especie de degradación carente de historia (geschichtslose Versumpfimg) y los únicos cambios que interrumpían esta monotonía eran rebeliones esporádicas e infructuosas seguidas de nuevas opresiones de la nobleza y el gobierno, cuando el propio gobierno, en 1861, puso fin a esta falta de historia (Geschichtslosigkeit) con la abolición, ya inaplazable, de la servidumbre de la gleba y la supresión de las corvées [...]. Las propias condiciones en que se encuentra el campesino ruso le empujan a moverse (MEW).
Después de un largo periodo, la «falta de historia» de las masas campesinas y de la gran mayoría de la población rusa no solo ha desaparecido, sino que parece a punto de pasar al otro extremo. En el prólogo a la segunda edición de la traducción rusa del Manifiesto del partido comunistaMarx y Engels abrigan la esperanza de que la revolución en Rusia pueda ser «la señal de una revolución proletaria en Occidente» (MEW). Este gran país puede desempeñar un papel de vanguardia porque además, como observa Engels en una carta del 23 de abril de 1885 dirigida a Vera Zasúlich, en él existe «un partido que hace suyas, francamente y sin ambigüedades, las grandes teorías económicas e históricas de Marx» y del que se puede estar orgullosos (MEW). El baluarte de la reacción está a punto de convertirse en baluarte de la revolución. El país que se ha caracterizado durante mucho tiempo por la «falta de historia» está a punto de convertirse, por usar una expresión de Marx, en una «locomotora de la historia» (MEW). La jerarquización de las luchas de clases, impuesta en determinadas circunstancias por una mezcla especialmente enmarañada de contradicciones y conflictos de libertades, no tiene nada que ver con la jerarquización naturalista de las naciones…
(continuará)
[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]
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