jueves, 27 de febrero de 2025

 

1298

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(34)

 

 

 

IV

 

La superación de la lógica binaria.

Un proceso penoso e incompleto

 

 

  

¿«CLASE CONTRA CLASE» A ESCALA PLANETARIA?

 

Es un trueque rechazado con desdén por los autores de la teoría de la lucha de clases. Pero el problema sigue ahí. Si una situación de desarrollo relativamente pacífico se caracteriza ya por el entramado de múltiples contradicciones y formas distintas de luchas de clases, no digamos cuando se declara una crisis histórica: entre ellas no hay ninguna armonía prestablecida. Para comprender como es debido una situación histórica concreta es preciso superar la consabida lógica binaria que pretende explicarlo todo a partir de una sola contradicción. En los propios Marx y Engels esta superación es un proceso penoso e incompleto.

 

 

La situación de la clase obrera en Inglaterra, publicado en 1845, termina evocando la revolución inminente, es más, de hecho ya iniciada, de los «obreros» contra la «burguesía», o en otras palabras «la guerra completamente abierta y directa de los pobres contra los ricos», de las «chozas» contra los «palacios» (MEW). La cuestión nacional irlandesa, a pesar de la atención que le presta Engels, no parece destinada a desempeñar ningún papel en la batalla que se perfila en el horizonte. Unos dos años después, en Miseria de la filosofía, Marx lanza una suerte de consigna: «lucha de clase contra clase» (MEW). El Manifiesto del partido comunista se encarga de aclarar el fundamento de esta consigna:

 

 

Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue de las demás por haber simplificado los conflictos de clase. Toda la sociedad va dividiéndose cada vez más en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases directamente enfrentadas: burguesía y proletariado (MEW).

 

 

 

Es verdad, también hay que tener en cuenta a los otros sujetos sociales, pero la burguesía capitalista, un puñado de explotadores, está cada vez más aislada. Las perspectivas de la revolución son claramente prometedoras: los proletarios —se lee ya en La ideología alemana— constituyen «una clase que forma la mayoría de todos los miembros de la sociedad» (MEW). Por otro lado, añade el Manifiesto, «el progreso de la industria arroja a las filas del proletariado a sectores enteros de la clase dominante» (MEW).

 

 

En los textos (juveniles) citados hasta ahora, la nueva revolución (llamada a emancipar, más allá del proletariado, a toda la humanidad) arranca, en última instancia, de una sola contradicción, la que enfrenta a la burguesía con la clase obrera; y esta nueva revolución es ineluctable a causa del progresivo e imparable crecimiento de las filas obreras y afines.

 

 

No hay diferencias relevantes entre unos países y otros; es más, las propias fronteras nacionales están perdiendo importancia. Es una visión que encuentra su expresión más elocuente en un discurso pronunciado por Engels el 9 de diciembre de 1847 con motivo de una manifestación celebrada en Londres por la independencia de Polonia: en Inglaterra, «a causa de la industria moderna de las máquinas, todas las clases oprimidas están fundidas en una sola gran clase con intereses comunes, en la clase del proletariado», unidas más que nunca debido a «la nivelación de las condiciones de vida de todos los obreros». «En el otro bando todas las clases de los opresores se han unido a su vez en una sola clase, la burguesía. De este modo la lucha se ha simplificado y podrá decidirse con un solo golpe enérgico.» En el ámbito internacional «la condición de todos los obreros es ya idéntica o cada vez más idéntica», de modo que en todos los países «los obreros tienen el mismo interés, derrocar a la burguesía, la clase que les oprime». Por consiguiente: «Dado que la condición de los obreros de todos los países es la misma, dado que sus intereses son los mismos, y sus enemigos son los mismos, también tienen que luchar juntos, tienen que oponer a la hermandad de los burgueses de todas las naciones la hermandad de los obreros de todas las naciones» (MEW). Además de girar todo alrededor de una sola contradicción, se diría que la política, las peculiaridades nacionales y los factores ideológicos no desempeñan ningún papel.

 

 

La lectura binaria del conflicto social no aparece en Engels ni se limita exclusivamente al periodo juvenil. Baste pensar en un famosísimo pasaje del primer libro de El capital.

 

 

La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo alcanzan un nivel tal que se vuelven incompatibles con su envoltorio capitalista. El envoltorio salta en pedazos. Suena la última hora de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados (MEW).

 

 

Cuatro años después, en La guerra civil en Francia, Marx hacía este balance: frente a la «estafa cosmopolita» del Segundo Imperio surgía un auténtico internacionalismo; la Comuna de París era «un gobierno internacional en el pleno sentido de la palabra», pues era «un gobierno obrero y campeón intrépido de la emancipación del trabajo» (que solo podía lograrse en un marco internacional); no en vano «la Comuna concedió a todos los extranjeros el honor de morir por una causa inmortal» (MEW).

 

 

El panorama se despeja más aún después de la represión desatada por la burguesía francesa (con la complicidad del ejército prusiano) y la caza de brujas (de militantes de la Internacional) que las clases dominantes desencadenaron en toda Europa:

 

 

Mientras los gobiernos europeos atestiguan así, ante París, el carácter internacional del dominio de clase, braman contra la Asociación Internacional de los Trabajadores —la contraorganización internacional del trabajo frente a la conspiración cosmopolita del capital— tachándola de ser la fuente principal de todos estos desastres (MEW).

 

 

La tesis de la «conspiración cosmopolita del capital» adolece de olvidar la competencia y los conflictos entre las burguesías, sobre los que llama la atención ya el Manifiesto, y de dar carácter absoluto a una situación provisional y de corta duración. El primer libro de El capital recuerda que «la insurrección parisina de junio» unió a los países burgueses y a «todas las facciones de las clases dominantes» (MEW). Es una observación de 1867. Tres años después estalla la guerra franco-prusiana: una de sus consecuencias es la Comuna de París, aplastada gracias, entre otras cosas, al entendimiento entre los antiguos enemigos; pero es un entendimiento que da paso rápidamente al odio chovinista, destinado a desembocar en la «guerra industrial de aniquilamiento entre las naciones», la primera guerra mundial. En el fragor de la lucha contra esta carnicería estallará la primera revolución que invoca a Marx y Engels, y en la estela de esta revolución se desarrollará un movimiento anticolonialista de dimensiones planetarias, que denunciará la «explotación de una nación por otra», al decir del Manifiesto y otros textos contemporáneos, pero que está ausente por completo en 1871, debido a la indignación causada por la colaboración francoalemana en la represión de la Comuna de París y al regocijo casi general de la burguesía internacional por la matanza perpetrada en dicha ocasión.

 

 

También en otras circunstancias surge la tendencia a leer el proceso revolucionario con la lógica binaria de la «clase contra clase». A finales de los años 1850, mientras en Rusia cunde la agitación campesina que poco después obligará al zar Alejandro II a abolir la servidumbre de la gleba, en Estados Unidos cada vez son más claros los signos premonitorios de la guerra civil que se aproxima. En la noche del 16 al 17 de octubre de 1859, John Brown, ferviente abolicionista del Norte, irrumpe en Virginia encabezando un intento desesperado y fracasado de sublevar a los esclavos del Sur. El 11 de enero del año siguiente Marx le escribe a Engels:

 

 

A mi entender, lo más grande que está ocurriendo en todo el mundo es, por un lado, el movimiento de los esclavos americanos desencadenado por la muerte de John Brown, y por otro el movimiento de los esclavos en Rusia [...]. Leo en Tribune que en Misuri ha estallado otra rebelión de esclavos, por supuesto reprimida. Pero ya se ha lanzado la señal. Si las cosas se ponen cada vez más serias, ¿qué sucederá en Manchester? (MEW).

 

 

Estas líneas evocan una revolución a escala casi planetaria protagonizada por los esclavos negros en Estados Unidos, los siervos de la gleba en Rusia y los esclavos asalariados, es decir, los obreros, en Inglaterra; en los tres casos se trataría de revoluciones desde abajo y luchas de clases directamente enfrentadas a sus explotadores y opresores.

 

 

Huelga decir que hay una clara divergencia entre las expectativas de Marx y el desarrollo de los acontecimientos. En Inglaterra, a pesar de que el bloqueo naval impuesto por la Unión a los estados esclavistas provocó una grave crisis, sobre todo de la industria textil, los obreros condenados al desempleo no se dejaron arrastrar por sectores de la clase dominante, que querían inducirles a manifestarse contra Lincoln (y a favor de la guerra contra la Unión). Marx les reconoce este mérito; al mismo tiempo, ante la falta de un estallido revolucionario, su reacción es de contrariedad e incluso de desdén. En una carta a Engels del 17 de noviembre de 1862 se burla por un lado de «los burgueses y aristócratas por su entusiasmo por la esclavitud in its directform» y por otro de «los obreros [ingleses] por su naturaleza cristiana de esclavos» (MEW).

 

 

No se produce ninguna revolución de esclavos inducida por la de los esclavos negros en la otra orilla del Atlántico; y en realidad, esta última tampoco se lleva a cabo. El valor y la dignidad con que Brown enfrenta el juicio y la horca provocan una fuerte conmoción en la comunidad blanca y fortalecen al partido abolicionista, pero no desencadenan la revolución de los esclavos de Virginia del Sur, como esperaba Brown, y con él los dos filósofos y militantes revolucionarios que siguen con ansiedad los acontecimientos desde Europa.

 

 

No solo no se produce la anhelada revolución desde abajo de los esclavos negros, sino que durante mucho tiempo tampoco habrá sitio para su participación en el conflicto promovido desde arriba. Caerá en saco roto la propuesta de «armamento general de los esclavos como medida bélica» que hacen los oficiales (blancos) más radicales y es aplaudida por Marx (MEW). Con grave contrariedad de los dos filósofos y militantes revolucionarios, durante gran parte de su desarrollo la guerra civil estadounidense tuvo la apariencia de una guerra convencional entre estados, con ejércitos tradicionales en ambos bandos. Solo hacia el final la Unión alistó a negros libres y esclavos negros que, en su huida del Sur y de sus amos, iban al encuentro del ejército del Norte que avanzaba. En conjunto puede decirse que la Guerra de Secesión desembocó en una especie de revolución abolicionista, pero dirigida sobre todo desde arriba y cuyos protagonistas fueron blancos, encabezados por los hombres de estado y los generales del Norte industrializado. Marx y Engels tienen razón cuando aborrecen este resultado. La revolución desde arriba resulta incompleta: acaba con la esclavitud pero no emancipa realmente a los negros, que tras un breve paréntesis de democracia interracial son sometidos a un régimen de white supremacy terrorista. Como vemos, la esperanza en un levantamiento general de los esclavos negros, los siervos de la gleba y los esclavos asalariados ofusca la capacidad de previsión histórica.

 

 

 

Esta capacidad recupera su lucidez cuando se aparta de la lectura binaria del conflicto social. Varios meses antes del intento desesperado de Brown, a principios de 1859, Marx publica un artículo sobre la evolución de los acontecimientos en Rusia, que acaba de encajar una derrota en Crimea (contra Francia e Inglaterra) y que, con Alejandro II, se dispone a abolir dos años después la servidumbre de la gleba. No por eso se atenúa la tensión social. Al contrario, «las rebeliones de los siervos de la gleba» se han convertido en «una epidemia» y según las propias estadísticas oficiales del Ministerio del Interior, todos los años son asesinados cerca de sesenta nobles. Los siervos de la gleba están tan decididos, que acariciaban la idea de aprovechar el avance de las tropas francobritánicas para desencadenar una sublevación general (MEW, 12; 681-682). En este caso la revolución no llegaría de la mano de una sublevación general de pobres contra ricos, sino de la combinación de la guerra internacional con el conflicto social interno de Rusia: esto nos lleva a pensar en octubre de 1917…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

**


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar