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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL
Andrés Piqueras
(31)
PARTE II
Del in-politicismo teórico-práctico
NUEVA CRÍTICA DEL VALOR
(…) En general, como quiera que la propuesta teórica de la Wertkritik conlleva el eclipse completo del capital por parte del valor (de hecho, “es la expresión más acabada de la autonomización del valor en relación al capital, y de la negación de este último” –Rodríguez Rojo, 2018), deja fuera cualquier viso de encontrar un sujeto que reaccione ante el capital. Eso quiere decir que los autores y autoras de esta Escuela permanecen ciegos/as ante el hecho de que el valor es parte substancial del capital, pero no es el capital. El capital, de hecho, se basa en la obtención de valor como plusvalor; circunstancia que requiere de por sí explotación, y por tanto, lucha de contrarios (condiciones que la NCV parece empeñada en obviar).
Recordemos una vez más el pronunciamiento de Marx:
“El capital es indiferente al valor de las mercancías que produce, puesto que lo que le interesa es sólo el plusvalor del cual el valor es portador y siempre y cuando lo pueda concretar como ganancia”
(Marx).
Al objeto de entender esta poco comprensible carencia teórica hay que recurrir de nuevo a Postone, la crítica del cual nos servirá para la de la NCV, que le sigue imperturbablemente en su error. Para ese autor, proletariado y riqueza capitalista forman un todo: el capitalismo. Lo que él no quiere ver es que Capital y Trabajo son partes del modo de producción, pero partes que además de ser necesarias en el mismo (para existir, el Capital debe asegurarse la existencia del Trabajo), son antagónicas. El Trabajo para liberarse debe suprimir la totalidad, lo que incluye tanto la propiedad privada de los medios de producción como la negación de sí mismo en cuanto que mercancía fuerza de trabajo.
Por eso, para Postone “lo que es específico en el capitalismo no es que el trabajo sea responsable de la producción de riqueza, típica de un abordaje ontológico del trabajo, sino que esta es la forma específica de dominación social capitalista (…) En suma para Postone la contradicción social básica del capitalismo no sería la que existe entre la fuerza laboral y el capital, ya que esta relación, mucho más que antagónica, sería la constitución de este último bajo la lógica del trabajo:
“Este enfoque [el de Postone] interpreta la noción de Marx de la contradicción básica del capitalismo en términos de una creciente tensión entre la forma de vida social esencialmente mediada por el trabajo y la posibilidad históricamente emergente de una forma de vida en la que el trabajo no juega un papel socialmente mediador’” (Carcanholo, 2016).
Percatémonos de la consecuencia teórica (y política) de este planteamiento, que es bien revelada por Marcelo Carcanholo:
“Así, la contradicción básica del capitalismo, para Postone y, según él, también para Marx, sería la que se da entre una sociabilidad mediada por el trabajo (según el propio Postone, el capitalismo) y otra que no lo fuera. Independientemente de la concordancia con los deseos y utopías del autor, la contradicción inherente a un modo de vida sería, para él, ¡la oposición (dialéctica) entre el propio modo de vida y su negación! (…) Es imposible interpretar un modo de vida social, que tiene como contradicción básica, constituyente de su propia naturaleza, su mera posibilidad de transformación que puede, inclusive, ni ocurrir. Esta forma de razonamiento es completamente diferente de la de Marx, donde la posibilidad de transformación social surge de (y no constituye) las contradicciones inherentes al capitalismo, constituidoras del mismo; el modo capitalista de producción es la síntesis dialéctica, la totalidad de estas contradicciones, y no la unión de sí mismo con su negación”.
Es decir, como sostiene este mismo autor, se trata (de nuevo, como ya se vio para la Nueva Lectura de Marx) de una tentativa de construir un Marx extraño a él mismo. En esta teoría no hay lugar para sujetos transformadores porque todos estamos subsumidos en la totalidad capitalista. Lo que es propio de algo no puede ser su contrario. En última instancia la distinción de clases sobra, pues la humanidad entera ha ido quedando subsumida como parte del capital. De esas peregrinas premisas se nutriría impertérrita, sin embargo, la Nueva Crítica del Valor que, junto a su desconsideración de unas y otras dinámicas históricas, es donde muestra su cara más absurda. Una idea que atraviesa casi todas sus obras es que ni los individuos ni las categorías sociales como las clases o cualquier otra expresión colectiva constituyen auténticos sujetos, pues tanto los capitalistas como los trabajadores no son sino personificaciones de categorías económicas. Por eso nada se puede esperar de la clase trabajadora, dado que no es sino parte del propio valor-capital. Ni siquiera hay que prestarle mucha atención a la dominación que ejerce la personificación (y por tanto, la conciencia) del capital (esto es, la clase capitalista), pues en realidad la auténtica dominación proviene del movimiento del valor como “sujeto automático”. Lo cual podría resumirse en una de sus citas centrales:
“[El valor] es la megamáquina social. Es ella el verdadero sujeto. Su dominación se ejerce sobre los miembros tanto de las capas dominantes como de las dominadas. Las dominantes no dominan más que mientras le sirvan como leales funcionarias” (Jappe, 2017).
Por eso asevera Jappe en ese mismo pasaje que en cuanto que le sirve bien, más que de “clase dominante” habría que hablar de “clase provechosa”. Es cierto que Marx dijo que las clases existen ante todo como ejecutoras de la lógica de los componentes del capital. Pero lo que no dijo es que no existiera dominación de clase ni que la clase trabajadora no tuviera que romper con el orden del capital, precisamente como sujeto que se niega a sí mismo para dejar de ser “clase” y pasar a una sociedad sin clases. Porque efectivamente, no es recreándose en la condición de agente explotado-sometido como se consigue la emancipación, pero ésta sólo puede advenir de los agentes existentes cuando se van haciendo sujetos contra el “sujeto automático” y esto no puede ocurrir de forma individual y espontáneamente (según parece sugerirnos la “crítica de la escisión del valor”) por fuera de sus luchas colectivas de clase, como iremos viendo con mayor detalle.
Sobre el peligroso olvido de la dominación de clase del que hace gala esta Escuela, nos detendremos con calma más adelante. Digamos ahora que se corresponde con el “descuido” teórico básico que la NCV comete:
obviar la vulnerabilidad y calidad de incontrolable intrínsecas a todo el ciclo de acumulación del capital, producción-reproducción-circulación, y a las contradicciones entre su valorización y su realización en forma de ganancia.
La falla estructural en el control social por parte del capital se ubica, por un lado, en la misma ausencia de unidad del ciclo y los diversos capitales que entraña, con diferentes intereses en la pugna por la ganancia, y por otro, en las heterogéneas personificaciones del Trabajo (incluso como “no-trabajo”) que aquéllos tienen que enfrentar en cada estadio, con las consiguientes relaciones de dominación-explotación-opresión y de resistencia-alternatividad que se desarrollan históricamente. En realidad, sin embargo, como venimos diciendo, los procesos de trabajo capitalista (como trabajo abstracto) están irremediablemente mediados por el antagonismo de clase, el cual forma parte intrínseca del movimiento del valor.
“Si el trabajo es eliminado, la economía se reduce a la expansión de cantidades físicas puras. La organización social se vuelve irrelevante: el crecimiento físico se convierte en la característica definitoria del capitalismo” (Freeman, 2013).
De la desconsideración de estas circunstancias deviene no sólo el desprecio de la Wertkritik por las diferentes plasmaciones históricas de las relaciones de clase en el capitalismo, sino también su concepción del trabajo como un “proceso neutro”, dictaminado por el “sujeto automático”. En ese camino se establece un punto tristemente común a los neomarxismos, y es señalar que lo definitivo del modo de producción capitalista no es su particular forma de explotación (entrañada en la reproducción del valor como plusvalor), sino la fetichización ínsita al trabajo abstracto.
“El problema ya no es la ‘explotación’ en la forma-valor, sino el trabajo abstracto mismo” (Kurz, 2014).
“De todas las categorías que están aquí en juego –el trabajo abstracto, la mercancía, el valor, el dinero, el estado–, quizá la más importante sea precisamente la de trabajo abstracto” (Jappe, 2015).
Negar la condición transformadora de la relación de clase expresada en el trabajo abstracto, y por tanto la cualidad antagónica del Trabajo intrínseca a la peculiar forma de explotación capitalista, es lo mismo que tirar a Marx por la ventana, coger uno de sus pelos y decir que eres “marxista nuevo” porque has encontrado un resto cromosómico de Marx en el pelo, un Marx oculto (“esotérico”), ajeno a las clases y sus antagonismos. Pero para Marx la relación de clase entra en escena cuando las condiciones de existencia y los medios de apropiación se organizan en formas clasistas, esto es, cuando una parte de cualquier colectivo humano o sociedad está compelida, debido a un acceso diferencial a los medios de producción o apropiación, a transferir una parte de su trabajo en beneficio de otros. En el modo de producción capitalista la relación de clase se expresa fundamentalmente por medio del trabajo abstracto generador de valor como plusvalor. Es la que constituye la substancia del capital y la que entraña un antagonismo permanente. Al ubicarse en la misma raíz de la sociedad y de la existencia de los seres humanos, son las luchas en torno a ella las que entrañan (a través de sus expresiones agenciales o sujetos de clase) también el potencial transformador fundamental.
Es posible que Kurz achaque a alguna interpretación rácana del propio marxismo la necesidad de que los sujetos que protagonizan las luchas emancipatorias tengan un fundamento ontológico, pero el que eso no sea así no borra el fundamento dialéctico ni hace tirar por la borda la posibilidad de que se erijan sujetos en cuanto que agentes sociales que adquieren mayor conciencia de sus condicionamientos estructurales y pugnan por transformarlos, en una dialéctica permanente. Sujetos que llevan a cabo luchas concretas y cuya capacidad de comando social va creciendo con el propio desarrollo de las fuerzas productivas (como concluiremos al final de este libro).
Es decir, lo que estoy proponiendo teóricamente es justo lo contrario de lo que plantea la NCV (y lo que sí defendían Engels y Marx), a saber, que es el propio valor-capital el que tendencialmente propicia las condiciones de desarrollo de fuerzas sociales capaces de superarle (sus propias sepultureras). El que el término tendencialmente vaya en cursiva indica que no es una necesidad histórica que así sea. Un modo de producción puede acabarse de dos maneras: o por muerte propia debido a cambios suficientemente grandes de condiciones socio-históricas, económicas y/o ecológico-infraestructurales (a las que podemos llamar condiciones sistémico-físicas en general), o porque es dejado atrás por los propios seres humanos que le dan vida (a las que considero condiciones agenciales). En realidad, tanto en un caso como en otro se trata de procesos que de alguna manera están inscritos en el propio modo de producción (y que se combinan), lo que quiere decir que no es una “necesidad” que los seres humanos trasciendan –revolucionariamente o no– el capitalismo, pero si están en condiciones de hacerlo, si lo llegan a hacer, es porque el capitalismo mismo (con las condiciones sistémico-físicas que desata) ha generado esa posibilidad.
Esta segunda posibilidad es descartada de plano por la Nueva Crítica del Valor, porque ve al Capital y al Trabajo como partes del mismo sistema (“dos caras de la misma moneda”), y a la “lucha de clases” como un proceso endógeno útil para su propia reproducción, por lo que, en el fondo, nada más conciben la posibilidad del derrumbe del capitalismo por sí solo.
“La lucha de clases se ha acabado porque se ha acabado la sociedad del trabajo (…) Las clases se muestran como categorías sociales funcionales de un sistema fetichista común, en la misma medida en que este sistema se extingue” (Grupo Krisis, 2018).
“La clase obrera como tal ha resultado en muy poca medida una contradicción antagonista y un sujeto de emancipación humana” (Grupo Krisis; cuyos antecedentes ya estaban claramente delineados en la obra de Kurz).
“Las clases no constituyen un antagonismo absoluto; son formas con ayuda de las cuales se realiza el sujeto automático” (Jappe, 2016).
Obviamente, dentro de un modo de producción todas las expresiones sociales están explicadas por él, y la potencialidad transformadora a la que antes aludí no está destinada a realizarse necesariamente, pero en tanto que el capital (valor que se valoriza a sí mismo) nada más cobra existencia en cuanto que trabajo no-pagado, sólo se obtiene y se reproduce a través de la explotación, y ésta requiere vencer una resistencia básica (inercia material) a la no-explotación. Esa resistencia también puede ser ofensiva (“backlash”), para borrar su existencia…
(continuará)
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