martes, 4 de febrero de 2025


1286

 

 

Vida de ANTONIO GRAMSCI

 

Giuseppe Fiori

 

(…)

 

 




26

 

(…) «Pese a no poder conocer todos los detalles, sino únicamente las líneas generales del enfrentamiento —escriben Marcella y Maurizio Ferrara—, Gramsci asintió desde la cárcel a las medidas más severas». En realidad, las cosas fueron muy distintas, aunque Gennaro considerase conveniente —enseguida veremos por qué— dar a Togliatti una versión cómoda de la entrevista.

 


Asistió a la misma un guardián sardo, de Paulilatino, un pueblo próximo a Ghilarza. «Pudimos hablar libremente», me dice Gennaro. En el poco tiempo de que disponía dijo a su hermano todo lo que tenía que transmitirle. Antonio se impresionó mucho. Él estaba en la línea de Leonetti, Tresso y Ravazzoli: no justificaba su expulsión y rechazaba la nueva línea de la Internacional, compartida por Togliatti, demasiado apresuradamente, a su parecer. En julio hubo una segunda entrevista. Después de haber estado en Ghilarza para ver a su familia, Gennaro volvió a Turi. Le vigilaban una nube de policías de paisano. Comprobó que les espiaban incluso en el restaurante donde comía con Tatiana. Esta vez asistió a la entrevista no un guardián, sino el secretario de la cárcel personalmente, por encargo del director. Los dos hermanos tuvieron que limitarse a las noticias de carácter familiar. Gennaro regresó, pues, a París. «Fui a ver a Togliatti —me cuenta— y le dije: “Nino está totalmente de acuerdo con vosotros”. No me esperaba esta conclusión y le pregunté el porqué de la misma. Gennaro no comprendía mi extrañeza. Para él la respuesta dada a Togliatti era la única conclusión lógica del único razonamiento lógico». Se explica: sospechaba que en el fragor de la lucha, decidido como estaba el grupo que rodeaba a Togliatti a reprimir todas las disidencias respecto a la línea de la Internacional, la acusación de oportunismo habría caído también contra su hermano cuando se conociese en París y Moscú su verdadera posición. Por esto la cubrió. «Si hubiese dado otra respuesta —concluye Gennaro—, ni siquiera Nino se habría salvado de la expulsión».

 


Mientras tanto, en la cárcel, asaltaba a Gramsci un verdadero torbellino de pensamientos después de las informaciones recibidas por Gennaro. El día de la primera visita (16 de junio) escribió a Tatiana: «Acabo de tener una entrevista con mi hermano que ha impreso un verdadero zigzag a mis pensamientos». Era un zigzag natural. Pero la reflexión sobre aquel conjunto de problemas y de vicisitudes no le indujo a cambiar de línea. A finales de año decidió iniciar una nueva labor de educación política entre los camaradas de la cárcel y celebró un curso en lecciones durante la hora de paseo en el patio.

 


Por un informe que escribió Athos Lisa el 22 de marzo de 1933 para la dirección del partido apenas hubo salido de la cárcel de Turi, sabemos que Gramsci se proponía formar nuevos cuadros, libres de todo sectarismo.

 

Nunca se cansaba —refiere Lisa— de repetir que el partido sufría de maximalismo y que la labor de educación política que él llevaba a cabo entre los camaradas tenía que conducir, entre otras cosas, a la creación de un núcleo de elementos capaces de aportar al partido una contribución ideológica más sana. Con demasiada frecuencia —decía— en el partido se tiene miedo a todas las denominaciones que no entran en la vieja fraseología maximalista... Toda acción táctica que no corresponda al subjetivismo de los soñadores es considerada, en general, como una deformación de la táctica y de la estrategia de la revolución. Así, se habla a menudo de revolución sin tener una noción precisa de lo que se requiere para llevarla a cabo, de los medios necesarios para alcanzar el fin. No se sabe adecuar los medios a las diversas situaciones históricas. En general, se es más propenso a hablar que a realizar una acción política, o se confunde una cosa con la otra.

 


Hay otro testimonio al respecto. Es de Giuseppe Ceresa y fue redactado en 1938:

 

Se indignaba ante la superficialidad de algunos camaradas que en 1930 afirmaban que era inminente la caída del fascismo («Dos o tres meses, este invierno como máximo», afirmaban aquellos profetas de la facilonería) y que sostenían que de la dictadura fascista se pasaría inmediatamente a la dictadura del proletariado. Gramsci combatía estas posiciones mecanicistas, abstractas, antimarxistas que se basaban en gran parte en el factor «miseria» como un factor decisivo para hacer desembocar los movimientos de las masas en la revolución proletaria y en la dictadura del proletariado. Él decía: 

 

«La miseria y el hambre pueden provocar convulsiones, revueltas que lleguen incluso a destruir el equilibrio establecido, pero hacen falta muchas otras condiciones para destruir el sistema capitalista».

 

«Afirmamos —había dicho Togliatti en el VI Congreso de la Internacional— que la instauración del fascismo y la completa transformación reaccionaria que ha hecho sufrir a la sociedad burguesa no abren la perspectiva de una segunda revolución democrático-burguesa, sino que demuestran que la revolución proletaria está madura, que estamos atravesando el periodo de preparación política de la revolución proletaria y no el periodo de preparación de una revolución democrático-burguesa».

 

Gramsci conservaba toda su fe en la capacidad de las masas —refiere Ceresa—, pero no se le ocultaba que la losa de plomo del fascismo había provocado inevitablemente una gran desorientación, una disminución de su espíritu de lucha, y afirmaba que en aquellas condiciones las masas aspiraban ciertamente a la democracia.

 

 

Stato Operaio, órgano de expresión de Togliatti y su grupo, había escrito:

 

Excluimos la perspectiva de una pretendida «fase transitoria», es decir, de un periodo de revolución democrático-burguesa que preceda al desarrollo de la revolución proletaria. Esto quiere decir que no podemos ni debemos trabajar con la perspectiva de que la situación se desarrollará de tal modo que las masas trabajadoras y su vanguardia, el proletariado y el Partido Comunista, gozarán de un periodo de legalidad o de semilegalidad del movimiento, durante el cual podrán reordenar las fuerzas sin verse diaria y profundamente hostilizados por el enemigo. Este periodo, que fue permitido a los bolcheviques rusos después de la victoria de la revolución burguesa en marzo de 1917, no nos será permitido a nosotros.

 

Gramsci afirmaba (según el testimonio de Ceresa):

 

El fascismo ha hecho retroceder al proletariado y a todo el pueblo italiano hacia las posiciones más atrasadas; el proceso de la lucha de clases en Italia se desarrollará, pues, siguiendo la línea de las libertades destruidas por el fascismo […]. La presión de las masas podrá llegar a influir en una parte de los mismos dirigentes fascistas que viven más en contacto con los trabajadores. Al mismo tiempo se producirá una activación de las corrientes de oposición antifascistas-burguesas y el paso a la oposición de las corrientes “flanqueadoras” que intentarán aprovechar las ventajas de la reanudación del movimiento de las masas, pero procurando que este movimiento no salga de los límites del Estado burgués. ¿Se puede, pues, hablar de un paso directo de la dictadura fascista a la dictadura del proletariado? No, no se puede hablar sin caer en el esquematismo.


Stato Operaio: Se oye repetir a menudo esta afirmación: al acentuarse la crisis económica y política de la sociedad italiana, la burguesía se alejará del fascismo; impulsada por la situación, la burguesía se convertirá en «antifascista» y limpiará el terreno de una gran parte de las instituciones, de los métodos de gobierno, etc., que constituyen el actual régimen reaccionario italiano. La Concentración (de los partidos republicanos) y todos los «demócratas» basan su política en esta perspectiva. Pero también se encuentra sin duda una concepción similar o, por lo menos, reflejos de la misma, en algunos estratos de las clases trabajadoras italianas e incluso en elementos de nuestro partido... Hay una cosa que podemos y debemos admitir: que no se llega a una situación aguda sin que se produzcan en una parte de las clases dirigentes estados de ánimo, de pánico o de falta de fe en las propias fuerzas... Pero si esto es verdad, más cierto es todavía que cometeríamos un gravísimo error si basásemos nuestra política y nuestra labor en la perspectiva de que las manifestaciones de incertidumbre y pánico llevarán a la constitución de un campo «antifascista-burgués», es decir, a la adopción de una actitud antifascista por parte de estas clases dirigentes... La organización del fascismo es tal que solo se la puede derrotar con un movimiento de masas que asuma un carácter insurreccional, y no existe ningún sector de la burguesía o de la pequeña burguesía que quiera tomar la iniciativa de desencadenar un movimiento de este tipo.

 

Gramsci (según el informe Lisa): El partido puede llevar a cabo una acción con todos los partidos que luchan en Italia contra el fascismo... Las perspectivas revolucionarias en Italia deben ser dos: la perspectiva más probable y la menos probable. A mi parecer, la más probable es la del periodo de transición. Por eso la táctica del partido debe elaborarse en función de este objetivo, sin temor a parecer poco revolucionaria.

 

Stato Operaio: La Concentración y la socialdemocracia hablan de «plutocracia» en vez de «capitalismo» y de «imperialismo»; hablan de «régimen paternalista» en vez de «capitalismo de Estado»; de «oscurantismo» y de «predominio de fuerzas medievales» en vez de reacción y de dictadura del capital. Su lenguaje quiere hacer olvidar a los obreros que la lucha por la revolución proletaria, la lucha por el derrocamiento del régimen capitalista, la lucha por el socialismo y la tarea que la historia asigna hoy a la clase obrera constituyen el único contenido posible de la lucha contra el fascismo. Toda concesión que hagamos en este terreno a las tesis políticas e históricas de la Concentración y a su fraseología equívoca y adormecedora, toda concesión de este tipo, es oportunismo, es una desviación sustancial de nuestra línea política.

 

Gramsci (según el informe Lisa): La acción por la conquista de los aliados es para el proletariado extremadamente delicada y difícil. Pero, por otro lado, sin la conquista de estos aliados, el proletariado no puede emprender ningún movimiento revolucionario serio. 

 

Si se tiene en cuenta las particulares condiciones históricas en cuyos límites se observa el grado de desarrollo político de las capas campesinas y pequeñoburguesas de Italia, es fácil comprender que la conquista de estas capas sociales implica para el partido una acción particular que, desarrollándose gradualmente, llegue hasta las capas sociales en cuestión... Al campesino del sur de Italia o de cualquier otra región le será fácil, hoy, comprender la inutilidad social del rey, pero no le será tan fácil comprender que los trabajadores pueden sustituirlo, del mismo modo que no creen posible la sustitución del patrono. El pequeñoburgués, el oficial subalterno del ejército, descontento por no haber ascendido, por las precarias condiciones de vida, etc., estarán dispuestos a creer que sus condiciones de vida podrán mejorar más en un régimen republicano que en uno soviético. El primer paso que hay que hacer dar a estas etapas es que se pronuncien sobre el problema constitucional. La inutilidad de la Corona la comprenden hoy todos los trabajadores, incluidos los campesinos más atrasados de la Basilicata o de Cerdeña. En este terreno, el partido puede realizar una acción en común con los partidos que luchan en Italia contra el fascismo.

 

 

En sustancia, el razonamiento de Gramsci era el siguiente: 1) ni siquiera en las condiciones más favorables podrá el partido contar con más de seis mil activistas; 2) la táctica más conveniente no es el aislamiento sectario, sino la búsqueda de alianzas de clase; 3) los campesinos atrasados y la pequeña burguesía descontenta de su situación pueden sumarse a una alianza con la clase obrera, pero solo para la realización de un objetivo intermedio: el restablecimiento de las libertades confiscadas por el fascismo. Había que promover y dirigir, pues, un vasto movimiento popular antifascista. «El partido —concluía Gramsci, según Ceresa— deberá encontrar una consigna capaz de movilizar a todas las fuerzas antifascistas para este movimiento».

 

 

Las lecciones a los camaradas de la cárcel duraron un par de semanas. No todos compartían las tesis de Gramsci: el mismo Lisa, por ejemplo, y Angelo Scucchia sostenían otra posición. Al ponerse de relieve la divergencia, «todos los que participábamos en la discusión —refiere Lisa— fuimos invitados a volver a examinar la cuestión para volver a discutirla y expresar nuestro pensamiento al cabo de quince días. Este reexamen del problema no fue posible porque Gramsci, bajo la influencia de falsas informaciones —recuerda Lisa—, creyó que las discusiones entre los camaradas se habían planteado en un terreno fraccional».

 


Pero no se trataba de falsas informaciones.

 


La verdad —refiere Giovanni Lay— es que las discusiones entre los camaradas de las celdas no siempre tenían el carácter de discusión política. A menudo, demasiado a menudo a mi parecer, descendían al nivel del chisme e incluso de la calumnia, con apreciaciones personales sobre Gramsci que a veces llegaban a la denigración. En mi celda estaban entonces Bruno Spadoni y Angelo Scucchia; Scucchia llegaba a decir que las posiciones de Gramsci eran socialdemócratas, que Gramsci ya no era comunista, que se había hecho crociano por oportunismo, que había que denunciar su acción disgregadora al partido y que, por consiguiente, había que expulsarlo del colectivo de paseo del patio; Spadoni y yo soportamos con paciencia a este camarada, al principio, con la esperanza de volver a hacerle entrar en razón, pero diciéndole claramente que no le permitiríamos continuar su reprobable acción. Cuando estuvo claro que no había nada que hacer, hablamos de ello con Gramsci. Nos dijo enseguida que en otras celdas las discusiones degeneraban también, a menudo, en apreciaciones absurdas y solo llevaban a la división entre los camaradas.

 

La tensión era muy grande. Gramsci intentaba disuadir a los camaradas de la polémica con los guardianes, excampesinos no responsables directamente de las durezas de la vida en la cárcel; por ello, «alguno le acusaba de excesivo legalismo e incluso de tener miedo a perder los privilegios de que gozaba, es decir, el privilegio de poder disponer de material para escribir sus libros».

 

Se aisló. Una vez dijo a Lay: «Muchas veces he tenido que encargarme de la ingrata tarea de rascar el barniz para ver lo que había debajo. Hay personas (a veces se encuentran incluso entre nosotros) que parecen personajes importantes y no son más que charlatanes»…

 

(continuará)

 

 



[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]

 

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