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STALIN,
HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.
Domenico Losurdo.
( 09 )
LA CARENCIA DE «SENSATEZ» Y LAS «DEPORTACIONES EN MASA DE PUEBLOS ENTEROS»
Autor en 1913 de un libro que le había consagrado como teórico de la cuestión nacional, y comisario del pueblo para las nacionalidades inmediatamente después de la Revolución de Octubre, por la manera en que había desarrollado su labor, Stalin se había ganado el reconocimiento de personalidades tan diferentes como Arendt y De Gasperi. La reflexión sobre la cuestión nacional había desembocado finalmente en un ensayo sobre lingüística dirigido a demostrar que, lejos de disolverse tras el derrocamiento de una clase social determinada, la lengua de una nación tiene una notable estabilidad, al igual que goza de estabilidad la nación que se sirve de ella. Este ensayo había contribuido también a consolidar la fama de Stalin como teórico de la cuestión nacional. Todavía en 1965, pese a hacerlo desde una posición de dura condena, Louis Althusser atribuirá a Stalin el mérito de haberse opuesto a la «locura» que pretendía «a cualquier precio, hacer de la lengua una super-estructura» ideológica: gracias a estas «simples paginitas» -concluirá el filósofo francés- «vislumbramos que el uso del criterio de clase no era ilimitado». La desacralización-liquidación en la que participó Kruschov en 1956 no podía dejar de prestar atención, para ridiculizarlo, al teórico y político que había dedicado una atención especial a la cuestión nacional. Al condenar «las deportaciones en masa de naciones enteras», el Informe secreto sentencia:
No es necesario ser marxistas-leninistas para entenderlo: cualquier persona de buen juicio se pregunta cómo es posible hacer a naciones enteras responsables de actos hostiles, sin hacer excepción con las mujeres, niños, viejos, comunistas y miembros del Komsomol [la juventud comunista] hasta el extremo de emprender contra ellos una represión general, arrojándolos a la miseria y sufrimiento sin otro motivo que la venganza por algún error perpetrado por individuos o grupos aislados.
Fuera de discusión están el castigo colectivo, la deportación impuesta a poblaciones sospechosas de escasa lealtad patriótica. Desgraciadamente, lejos de remitir a la locura de un único individuo, esta práctica caracteriza en profundidad a la Segunda guerra de los Treinta años, comenzando por la Rusia zarista, que pese a ser aliada del Occidente liberal, durante el primer conflicto mundial conoce «una oleada de deportaciones» de «dimensiones desconocidas en Europa», que afectaron a alrededor de un millón de personas (sobre todo de origen judío o alemán). De dimensiones más reducidas, pero igualmente significativa, es la medida que se toma durante la Segunda guerra mundial con los americanos de origen japonés, deportados y encerrados en campos de concentración.
Aparte de la intención de eliminar una potencial quinta columna, la expulsión y deportación de pueblos enteros puede ser llevada a cabo en función de la reconstrucción o redefinición de la geografía política. En el transcurso de la primera mitad del siglo veinte, esta práctica arrecia a nivel planetario, desde el Medio Oriente, donde los hebreos que habían conseguido escapar a la «solución final» obligan a huir a árabes y palestinos, hasta Asia, donde la división en India y Pakistán de la joya del Imperio británico pasa a través de la «mayor migración forzada, a nivel mundial, del siglo». Quedándonos todavía en el continente asiático, merece la pena echar un vistazo a lo que ocurre en una región administrada por una personalidad o nombre de una personalidad (el 14° Dalai Lama), destinada posteriormente a conseguir el premio Nobel de la Paz y a convertirse en sinónimo de no-violencia: «En julio de 1949 todos los hanresidentes [durante varias generaciones] en Lhasa fueron expulsados del Tíbet» con el fin tanto de «hacer frente a la posibilidad de una "quinta columna"», como de hacer más homogénea la composición demográfica.
Aquí se trata de una práctica no solamente llevada a cabo en las áreas geográficas y político-culturales más variadas, sino en aquellos años respaldada teóricamente por grandes personalidades. En 1938 David Ben Gurion, el futuro padre de la patria de Israel, declara:
«Estoy a favor del traslado forzado [de los árabes palestinos]; no le veo nada de inmoral».
De hecho, a este programa se ceñirá él mismo diez años después. Pero aquí es necesario concentrar la atención sobre todo en Europa centro-oriental, donde se produce una tragedia silenciada, si bien de las más grandes del siglo veinte. En total, alrededor de dieciséis millones y medio de alemanes fueron obligados a abandonar sus casas, y dos millones y medio no sobrevivieron a la gigantesca operación de limpieza, o contra-limpieza, étnica. En este caso es posible proceder a una comparación directa entre Stalin por un lado, y los estadistas occidentales y filo-occidentales por el otro. ¿Qué actitud asumieron estos últimos en tales circunstancias? Lo analizaremos siempre a partir de una historiografía que no puede ser sospechosa de indulgencia respecto a la Unión Soviética:
Fue el gobierno británico el que desde 1942 impulsó un traslado de poblaciones desde los territorios alemanes orientales y desde los Sudetes [...]. El subsecretario de Estado Sargent fue más lejos que nadie, al pedir una investigación para determinar «si Gran Bretaña no debería impulsar el traslado a Siberia de los alemanes de Prusia oriental y del Alta Silesia».
En una intervención en la Cámara de los Comunes, el 15 de diciembre de 1944, sobre el programado «traslado de varios millones» de alemanes, Churchill dejó clara de esta manera su opinión: Por lo que hemos podido comprender, la expulsión es el método más satisfactorio y más duradero. No habrá más mezcla de poblaciones provocando un desorden sin fin, como ha ocurrido en el caso de Alsacia y Lorena. Se realizará un corte limpio. No me alarma la perspectiva de la separación entre las poblaciones, así como no me alarman los traslados a gran escala, que en las condiciones modernas son mucho más factibles de lo que hayan sido nunca en el pasado.
F. D. Roosevelt se adheriría poco después, en junio de 1943, a los planes de deportación; «Stalin cedió casi al momento a las presiones de Benes para la expulsión de Checoslovaquia de los alemanes de los Sudetes». Un historiador estadounidense cree poder ahora concluir que Al final, sobre la cuestión de la expulsión de los alemanes en Checoslovaquia o en la Polonia de postguerra, no hubo ninguna diferencia entre políticos comunistas y no comunistas: respecto a este tema Benes y Gottwald, Mikolajczyk y Bierut, Stalin y Churchill, hablaban todos la misma lengua.
Esta conclusión ya bastaría por sí sola a refutar la contraposición en blanco y negro implícita en el Informe Kruschov. En realidad, al menos en lo que respecta a los alemanes de Europa oriental, quien tomó la iniciativa respecto a las «deportaciones en masa de pueblos enteros» no fue Stalin; las responsabilidades no se distribuyen de manera equivalente. Acaba por reconocerlo el mismo historiador estadounidense antes citado. En Checoslovaquia, Jan Masaryk expresó la convicción según la cual «el alemán no tiene alma, y las palabras que mejor entiende son las ráfagas de ametralladora». No es una actitud aislada: «También la Iglesia católica checa hace oír su voz. Monseñor Bohumil Stasek, canónigo de Vysehrad, declaró: "Tras mil años ha llegado el momento de ajustar cuentas con los alemanes, gente malvada para los que el mandamiento “Ama a tu prójimo” no se aplica"». En estas circunstancias, un testimonio alemán recuerda: «A menudo tuvimos que pedir ayuda a los rusos contra los checos, cosa que hicieron a menudo, siempre que no se tratara de poner las manos encima a una mujer». Pero hay más.
Demos de nuevo la palabra al historiador estadounidense: «En el antiguo campo nazi de Theresienstadt, los alemanes internados se preguntaban qué les habría ocurrido si el comandante ruso local no les hubiese protegido de los checos». Un informe secreto soviético enviado al Comité central del partido comunista, en Moscú, informaba de las súplicas dirigidas a las tropas soviéticas para que permanecieran:
«"Si el Ejército Rojo se va, estamos acabados". Las manifestaciones de odio contra los alemanes son evidentes. [Los checos] no los matan pero los atormentan como si se tratara de bestias salvajes. Los consideran animales.» En efecto -continúa el historiador al que cito- «el horrible trato dado por los checos les llevó a la desesperación. Según estadísticas checas, solamente en 1946 los alemanes que se suicidaron fueron 5.558».
Algo parecido ocurrió en Polonia. En conclusión: Los alemanes encontraron al personal militar ruso mucho más humano y responsable que los encargados checos o polacos. En ocasiones, los rusos dieron de comer a niños alemanes hambrientos, allí donde los checos les dejaban morir de inanición. A veces las tropas soviéticas daban a los exhaustos alemanes un paseo en sus vehículos durante las largas marchas para salir del país, mientras los checos se quedaban mirándolos con desprecio o indiferencia.
El historiador estadounidense habla de «checos» o de «polacos» en general, pero de manera no completamente correcta, como se observa en su mismo relato:
La cuestión de la expulsión de los alemanes puso a los comunistas checos -y de otros países- en serias dificultades. Durante la guerra, la posición de los comunistas, definida por Dimitrov en Moscú, consistía en que los alemanes responsables de la guerra y de sus crímenes, tuvieran que ser procesados y condenados, mientras los obreros y campesinos alemanes debían ser reeducados.
De hecho «en Checoslovaquia fueron los comunistas, una vez conquistado el poder en febrero de 1948, los que pusieron fin a la persecución de las pocas minorías étnicas que habían sobrevivido».
Al contrario de lo que insinuaba Kruschov, en comparación con los dirigentes burgueses de Europa occidental y centro-oriental, al menos en este caso son Stalin y el movimiento comunista dirigido por él los que demuestran estar menos desprovistos de «sentido común». Aquello no fue casual. Si hacia el final de la guerra F. D. Roosevelt afirma estar «más sediento que nunca de sangre alemana» a causa de las atrocidades cometidas por ellos, e incluso llega a acariciar por algún tiempo la idea de la «castración» de un pueblo tan perverso, Stalin actúa de manera muy diferente, y apenas desencadenada la operación Barbarroja afirma que la resistencia soviética puede contar con el apoyo de «todos los mejores hombres de Alemania» e incluso del «pueblo alemán a las órdenes de los oficiales hitlerianos». Especialmente solemne es la toma de posición de febrero de 1942:
Sería ridículo identificar a la camarilla hitleriana con el pueblo alemán, con el Estado alemán. La experiencia histórica demuestra que los Hitler vienen y van, pero que el pueblo alemán, el Estado alemán, permanece. La fuerza del Ejército rojo reside en el hecho de que no nutre ni puede nutrir ningún odio racial contra otros pueblos, y por tanto tampoco contra el pueblo alemán; está educado en el espíritu de la igualdad de todos los pueblos y todas las razas, en el espíritu del respeto de los derechos de los otros pueblos.
Incluso un anticomunista inflexible como Ernst Nolte se ve obligado a reconocer que la actitud asumida por la Unión Soviética respecto al pueblo alemán no muestra esos tonos racistas, por lo demás bien presentes en las potencias occidentales. Para concluir a este respecto: si bien distribuida desigualmente, la carencia de "sentido común" estaba bastante difundida entre los líderes políticos del siglo veinte.
Hasta aquí me he ocupado de las deportaciones provocadas por la guerra y por el período de guerra, es decir por la reconstrucción y redistribución de la geografía política. Al menos hasta los años cuarenta, en los Estados Unidos continúan sin embargo arreciando las deportaciones realizadas en los centros urbanos, que quieren ser, como advierten los carteles colocados en su entrada, para whites only. Aparte de los afroamericanos, los perjudicados también son mexicanos, reclasificados como no-blancos en base a un censo de 1930: se ven así deportados a México «miles de trabajadores y sus familias, incluidos muchos americanos de origen mexicano». Las medidas de expulsión y deportación de las ciudades que quieren ser «sólo para blancos» es decir «sólo para caucásicos» no eximen ni siquiera a los judíos.
El Informe secreto retrata a Stalin como un tirano tan privado del sentido de la realidad que, al tomar medidas colectivas contra determinados grupos étnicos, no duda en castigar a inocentes y a sus mismos compañeros de partido. Viene a la memoria el caso de los exiliados alemanes (en su mayoría enemigos declarados de Hitler) que, apenas acabada la guerra con Alemania, son recluidos en bloque en los campos de concentración franceses. Pero es inútil querer buscar un esfuerzo de análisis comparado en el discurso de Kruschov.
Su intención es dar la vuelta a dos temas hasta aquel momento difundidos no sólo por la propaganda oficial, sino también por la opinión pública y los medios internacionales: el gran líder que había contribuido de manera decisiva a la destrucción del Tercer Reich se transforma así en un torpe diletante que apenas consigue orientarse en un mapamundi; el destacado teórico de la cuestión nacional se revela precisamente como alguien carente de todo «sentido común». Los reconocimientos hasta aquél momento tributados a Stalin son todos atribuidos a un culto de la personalidad que ahora hay que liquidar para siempre…
(continuará)
[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra” ]
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Mientras tanto, ahí siguen, en la historia escrita por ellos mismos, los negreros, genocidas, invasores y ladrones, comúnmente conocidos como presidentes de los Estado Unidos, loados y monumentalizados hasta extremos delirantes. Lo que demuestra que a la hora de 'dictar' la clase dominante mundial es mucho más eficaz que la subalterna, antaño representada en gran medida por la URSS (por Stalin).
ResponderEliminarAquella mordaz humorada de Groucho "Si no le gustan estos principios, tengo otros", se pudo ver claramente reflejada en las portadas que la revista TIME dedicó al dirigente soviético, que en menos que canta un gallo pasó de ser "heroico aliado" a "diabólico enemigo".
Salud y comunismo
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DIRÍASE QUE LA VIDA COPIA A LA VIDA, INCLUSO A LARGO PLAZO…
ResponderEliminarSabido es que hoy, las verdaderas armas de destrucción masiva, y las más usadas, son las armas económicas y las mediáticas. O sea el robo (respaldado por la mayor potencia nuclear del planeta) y la narrativa ( amparada en el monopolio de los medios de desinformación e incomunicación) que lo oculta. El arrogante neofascismo de Trump, que no es ningún payaso que haya perdido la chaveta, es de hecho un perfecto ejemplo teórico y práctico. La corriente hegemónica (mainstream) impone un relato maniqueo que evalúa las situaciones y las cosas en base a un dualismo simplón: el eje del bien (el imperio y sus intereses más los aliados ocasionales de usar y tirar al precipicio) y el eje del mal (todos los pueblos que no se sometan mansamente al dictado del hegemón), nada de matices ni estados intermedios que dificulten la digestión del mensaje entre el rebaño (como suele decirse ‘se lo digo a la suegra para que lo oiga la nuera’). De manera que tanto “tirios como troyanos” sepan a qué atenerse y obedezcan sin rechistar. En caso contrario el imperio impone la ‘realidad de los hechos’: desestabilización, guerra y caos: Gaza, Siria, Yemen, Líbano, China, Rusia-Ucrania, Afganistán, Iraq, Libia, Yugoslavia, Venezuela, Cuba, Nicaragua… son señales netas e inequívocas de su creciente y criminal estado de pánico. Ellos saben, porque leen a Marx, que a lo largo de la historia todos los imperios han sido “construcción”, y se pueden destruir y transformar. No queda otra, el capitalismo, en todas sus versiones, ha de ser erradicado de la faz del planeta... si es que no se lo carga antes.
¡La eterna lucha por la vida, qué se le va a hacer!
Salud y comunismo
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