lunes, 27 de enero de 2025

 

1281

 

 

Vida de ANTONIO GRAMSCI

 

Giuseppe Fiori

 

(…)

 

 

 

 

26

 

Recibía pocas cartas de su mujer. Entre una y otra había intervalos de varios meses y siempre eran cartas escritas de prisa, con lápiz sobre el primer trozo de papel que tenía a mano de tono voluble, ora burocráticas, ora afectuosas. Él se sentía desconcertado:

 

 

Veo que Julia sigue sin escribir, después de tanto tiempo. Esto me causa un gran dolor. No puede tratarse únicamente de falta de tiempo. Hace casi cuatro meses que no me escribe y en todo este tiempo yo le he escrito dos cartas, sin recibir respuesta... No me veré capaz de volver a escribirle si antes no he recibido alguna noticia directa suya... No tengo susceptibilidades mezquinas, pero a veces pienso que si no me escribe es porque no siente ya ningún placer en recibir cartas y noticias mías.

 

 

No conseguía explicarse estos largos silencios, que a veces Julia rompía con palabras afectuosas, llenas de ternura; todo esto le parecía falto de lógica y preguntaba a Tatiana: «¿Cómo crees que hay que interpretar la carta donde me dice que después de la mía del 30 de julio se ha sentido más próxima a mí, pero ha estado cuatro meses sin escribirme, precisamente después de recibir mi carta? Hasta ahora, yo no he conseguido encontrar la síntesis superior de esta contradicción y no sé si conseguiré encontrarla». Le había llegado a las manos un libro de Silvio Spaventa, Dal 1848 al 1861. Lettere, scritti, documenti, publicado por Croce en 1923, y había leído en él un párrafo que reflejaba perfectamente su estado de ánimo. Se trataba de una carta escrita por el patriota abruzo a su padre, desde una cárcel borbónica:

 

 

No tengo noticias de vos desde hace dos meses; desde hace cuatro meses o quizá más no sé nada de las hermanas, y de Bertrando hace mucho tiempo... No creo que ahora mi familia me ame menos de lo que me ha amado siempre; pero la desventura suele producir dos efectos: que a menudo apaga todo el afecto por los desventurados y no menos a menudo apaga en los desventurados el afecto por todos los demás. Yo no temo tanto el primero de estos efectos en vosotros, cuanto el segundo en mí.

 

 

No volvió a escribir. Tatiana, que tampoco recibía noticias de Julia, proponía a su cuñado toda una serie de hipótesis para justificar a su hermana, pero las réplicas de Antonio al respecto eran bruscas:

 

 

Te ruego que no me pidas que escriba a Julia, porque creo que entonces dejaré de escribirte incluso a ti. No creas que estoy irritado: lo estaba hace cuatro meses y me desahogué en las cartas que te escribí entonces. Ahora me siento totalmente indiferente. Incluso a mí me parece imposible que haya llegado a este estado y me disgusta, pero así ha ocurrido y yo soy el menos responsable de ello, si es que se puede hablar de responsabilidad en estas cosas. Durante más de un año (mucho más) he pasado una crisis y he tenido momentos muy malos; ahora soy insensible y no quiero quemarme la sangre y pasar semanas enteras con dolor de cabeza. Te ruego que no menciones más estas cosas cuando me escribas. Envíame noticias, si recibes, pero no me hagas exhortaciones ni sermones.

 

 

Entre julio de 1929 y julio de 1930 recibió una sola carta de Julia. Por eso se consideraba sometido a diversos regímenes penitenciarios:

 

 

Hay el régimen penitenciario constituido por los cuatro muros, las rejas, las celdas de castigo, etc., etc.. Yo ya lo había previsto, como probabilidad secundaria, porque la probabilidad primaria desde 1921 a noviembre de 1926 no era la cárcel, sino la pérdida de la vida. Lo que no había previsto era la otra cárcel, que se ha añadido a la primera y está constituida por la separación no solo de la vida social, sino también de la vida familiar... Podía prever los golpes del adversario que combatía, pero no los golpes que me podían dar desde otras partes, desde donde menos lo esperaba.

 

 

Presentía la objeción de Tatiana, que para aliviarle la carga de este segundo régimen penitenciario soportaba grandes sacrificios, viajes y estancias en Turi (extenuantes por sus malas condiciones de salud), congojas, gastos... Y todo esto con buen ánimo, con devoción, hasta dar la impresión de que había perdido el gusto de vivir por sí misma y de no tener otro objetivo en la vida que la salvación, la salud y la serenidad del cuñado. Antonio se daba perfecta cuenta de la abnegación de Tatiana y le estaba reconocido. Pero había amado y amaba a Julia; la proximidad de Tatiana podía hacerle sentir menos pesada la cárcel, pero no extinguía totalmente la pena causada por el silencio de Julia. Dirigiéndose, pues, a Tatiana, completaba de este modo lo que decía sobre el segundo régimen penitenciario: «Pero estás tú, dirás. Es cierto, eres muy buena y te quiero mucho. Pero en estas cosas no vale la sustitución de la persona». Finalmente, en agosto y septiembre de 1930 recibió dos cartas de Julia. Le contestó:

 

 

Me ha causado un gran placer lo que me escribes: que al leer mis cartas del 28 y del 29 te has dado cuenta de la identidad de nuestros pensamientos. Sin embargo, me gustaría saber en qué circunstancias y en torno a qué objeto has observado especialmente esta identidad. En nuestra correspondencia, precisamente, falta una «correspondencia» efectiva y concreta; nunca hemos conseguido entablar un «diálogo»: nuestras cartas son una serie de «monólogos» que no siempre consiguen ponerse de acuerdo ni siquiera en las líneas generales.

 

 

A Antonio le parecía que correspondía perfectamente a su estado de ánimo la siguiente historieta popular escandinava: «Tres gigantes habitaban Escandinavia, lejos el uno del otro como las grandes montañas. Después de miles de años de silencio, el primer gigante gritó a los otros dos: “¡Oigo mugir un rebaño de vacas!”. Al cabo de trescientos años, el segundo gigante intervino: “¡También yo he oído el mugido!”. Trescientos años más tarde, el tercer gigante protestó: “¡Si seguís armando ruido, me voy”!».

 

 

También se habían roto muchos hilos políticos y Gramsci sufría mucho por ello, porque su aislamiento político no era solo rescisión de la actividad práctica, desvinculación de los viejos compañeros de lucha, conocimiento retrasado y necesariamente sumario de los problemas y de las orientaciones discutidos en la Internacional y en los partidos comunistas nacionales, el italiano en primer lugar, sino algo peor que todo esto. Las últimas orientaciones de la Internacional, después del VI Congreso (7 de julio-1 de septiembre de 1928) y del X Pleno del Comité Ejecutivo (junio de 1929) no correspondían ya a la posición de Gramsci y él no creía que debiese corregirla.

 

 

En su última intervención de agosto de 1926 ante el Comité Central, pocos meses antes de la detención, todavía había dicho:

 

 

Si bien es verdad que políticamente el fascismo puede ser sucedido por la dictadura del proletariado, porque ningún partido o coalición intermedia está en condiciones de dar satisfacción, ni siquiera mínima, a las exigencias económicas de las clases trabajadoras que irrumpirán violentamente en la escena política en el momento de la ruptura de las relaciones existentes, no es cierto ni siquiera probable que el paso del fascismo a la dictadura del proletariado sea inmediato.

 

 

Gramsci consideraba más probable, como alternativa inmediata al fascismo, la solución democrático-burguesa. De acuerdo con este diagnóstico, le parecía que, para el derrocamiento del fascismo, la táctica más adecuada era la de frente único de todas las fuerzas proletarias y de las encuadradas o encuadrables en una plataforma republicana, con la hegemonía de la clase obrera guiada por el Partido Comunista.

 

 

En cambio, el VI Congreso proclamó terminada la fase «de derecha» de la Internacional y enterró la táctica del «frente único». Había en este cambio brusco un reflejo de las violentas luchas internas del Partido Bolchevique ruso. Con el apoyo de Bujarin, Stalin había liquidado el bloque de la oposición (Zinóviev, Trotski, Kamenev); pero ahora tenía que enfrentarse con la disidencia de Bujarin, que formaba, junto con Tomski y Rikov, la «oposición de derecha». Bujarin era presidente de la Internacional desde 1926, cuando había sucedido en el cargo a Zinóviev. El VI Congreso abolió el cargo de presidente. El 23 de abril de 1929, el Comité Central del Partido Comunista ruso excluyó a Bujarin del Buró Político y del Presidium de la Internacional. El debate sobre las cuestiones rusas (y la lucha por el poder que acompañaba a este debate, en la que Stalin actuaba con extrema intransigencia) imponía, pues, una nueva orientación a la Internacional. Los puntos más destacados de esta orientación eran: el régimen capitalista se encuentra al borde de la catástrofe; por todas partes la protesta proletaria tiende a radicalizarse en sentido revolucionario; el derrocamiento del poder burgués debe ir seguido inmediatamente de la dictadura del proletariado, sin fases intermedias democrático-burguesas; la socialdemocracia no es una fuerza revolucionaria, la burguesía se sirve de ella para detener el impulso revolucionario, es una forma del dominio burgués, es socialfascismo. La nueva directiva dada a los partidos nacionales era, pues: acción «autónoma», al margen de todo sistema de alianzas, por el derrocamiento del régimen capitalista; lucha a fondo contra la socialdemocracia; lucha por salvar a los partidos del «oportunismo», nombre con que se definían todas las desviaciones de esta línea.

 

 

La equiparación de la socialdemocracia al fascismo era una línea sectaria, una verdadera fantasía política, en general, porque no se derivaba de un análisis correcto de la situación; en relación con Italia, era simplemente absurda: la reacción fascista había dispersado al ejército proletario, diezmado por las detenciones y privado de sus organizaciones políticas y de su periódico e incapaz de rebelarse contra la dictadura fascista sin aliarse con el semiproletariado campesino y con la pequeña y la media burguesía contrarias al régimen. La adaptación del Partido Comunista de Italia a esta línea fue lenta y llena de tensiones y altibajos. Al insistir en la necesidad del cambio de orientación, Togliatti encontraba sordos a muchos dirigentes y a una parte importante de los cuadros intermedios. «La discusión sobre las cuestiones internacionales que ha tenido lugar en la última reunión de nuestro Comité Central —debía admitir el 3 de marzo de 1929, Stato Operaio, el órgano mensual del PCI, dirigido por Togliatti, que se publicaba en París— ha revelado la existencia, incluso en su seno, de una diferenciación que sigue aproximadamente las mismas líneas de la diferenciación producida a propósito de la aceptación o no de la interpretación de las decisiones del VI Congreso mundial en casi todos los demás partidos de la Internacional». El artículo se titulaba «Il pencolo dell opportunismo nel nostro partito». Insistía: «El proletariado formula su candidatura a la sucesión del fascismo porque el dilema histórico ante el cual se encuentra la sociedad italiana no es entre un capitalismo progresivo (democracia burguesa) y un capitalismo que retrocede hacia la Edad Media (fascismo), sino el dilema entre la dictadura del capital y la dictadura del proletariado». El X Pleno (julio de 1929) aumentó su presión sobre el partido italiano. La destitución de Bujarin y de Humbert-Droz había de constituir un ejemplo; y Stato Operaio fue enseguida, en el número de julio-agosto, muy explícito:

 

 

Sin una depuración rigurosa de nuestras filas, sin separar de ellas a los que expresan la influencia de una ideología que no es la nuestra, a los que tienden a llevar a su seno la duda, la vacilación y la confusión, es imposible la lucha por la conquista de la mayoría. Los órganos dirigentes de nuestro partido deberán sacar una serie de conclusiones muy importantes de las decisiones del X Pleno [...]. La lucha contra el oportunismo debe tener en nuestras filas la misma dureza que ha tenido en las filas de los demás partidos de la Internacional, es decir, debe llevarse a fondo, sin vacilaciones.

 

 

Según Stato Operaio las críticas del X Pleno al partido italiano consistían: a) en un llamamiento a precisar la línea política del partido, de acuerdo con las directivas de la Internacional y corrigiendo algunos «errores» cometidos; b) en un llamamiento a dar mayor relieve a la línea política del partido; c) en un llamamiento a llevar con mayor intensidad, claridad y eficacia la lucha contra el oportunismo de derecha, tanto en los órganos dirigentes como en todos los demás campos de actividad. En septiembre se expulsó del partido a Angelo Tasca. Pero la resistencia continuaba. Y en marzo de 1930 el Buró Político del PCI se escindió. El documento que se sometía a votación sostenía:

 

 

La misma presión ejercida por el fascismo tiende a cultivar en algunas capas trabajadoras la opinión de que, dada la imposibilidad en que se encuentra el proletariado de abatir rápidamente el fascismo, la mejor táctica es apoyar el movimiento de la burguesía y de la pequeña burguesía que se proponga eliminar el fascismo de Italia sin una revolución proletaria.

 

 

El documento calificaba esta concepción de «radicalmente falsa»: «Oponer al régimen fascista un régimen de democracia burguesa que debe sucederle no tiene otro propósito que desviar a las masas obreras y campesinas de la lucha revolucionaria, de la preparación de la insurrección y de la guerra civil». Togliatti, Longo y Camilla Ravera votaron a favor de la resolución; en contra estuvieron el responsable de la prensa ilegal, Alfonso Leonetti; el dirigente del movimiento sindical Paolo Ravazzoli, y el responsable de organización, Pietro Tresso; Grieco y Silone estaban ausentes. Tuvo, pues, un peso determinante el voto de Pietro Secchia, aunque como representante de la Federación Juvenil no tuviese más que voto consultivo. Algunos meses después, Leonetti, Tresso y Ravazzoli fueron expulsados del Buró Político y del Comité Central y se inició contra ellos una violenta campaña de difamación. Todos eran obligados a condenarles públicamente. Incluso sobre Ignazio Silone, que desaprobaba el cambio de línea, se ejercieron presiones para que se pronunciase contra los tres.

 

 

¿Lo sabía Gramsci? Y ¿cuál era su opinión al respecto? Con excepción de su hermano Gennaro, nadie más podía entrar legalmente en Italia, ir a ver a Antonio a la cárcel de Turi e interrogarle sobre esta cuestión. Togliatti lo buscó. Gennaro Gramsci trabajaba entonces en París. Se le dio el encargo de poner a Antonio al corriente de todo y, a su regreso, de referir su punto de vista. El 9 de junio de 1930 Leonetti, Tresso y Ravazzoli fueron expulsados del partido. Una semana después, el 16 de junio, Gennaro se entrevistaba con su hermano en la cárcel de Turi…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]

 

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