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Vida de ANTONIO GRAMSCI
Giuseppe Fiori
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(…) Gramsci define a Croce como el líder nacional de la cultura liberal democrática. El historicismo crociano —escribe— no es nada más que una forma de moderantismo político, que propugna como único método de acción política aquel en el que el progreso y el desarrollo histórico resultan de la dialéctica entre la conservación y la innovación. En lenguaje moderno —observa Gramsci— esta concepción se llama reformismo. Pero este historicismo de los moderados y de los reformistas —prosigue— no es en absoluto una teoría científica, no es el «verdadero» historicismo; no es más que el reflejo de una tendencia práctico-política, una ideología en sentido peyorativo. En definitiva, ¿por qué la «conservación», primer término del proceso dialéctico (tesis) ha de ser precisamente aquella determinada «conservación», aquel determinado elemento del pasado? El pasado es una cosa compleja, un complejo de vivos y muertos, en el que la elección no puede hacerla arbitrariamente a priori un individuo o una corriente política. Si la elección se ha hecho de este modo (sobre el papel), no puede tratarse de historicismo, sino de un acto de voluntad arbitrario, de una manifestación, de una tendencia práctico-política unilateral que no puede servir de fundamento a una ciencia, sino únicamente a una ideología política inmediata. Croce quiere dictar a priori las reglas del proceso dialéctico, quiere establecer unilateralmente lo que la síntesis debe conservar de la tesis (el pasado), superada por la antítesis (movimiento innovador); y encierra el proceso dialéctico dentro de la forma liberal del Estado. Pero ¿cómo se puede pedir que las fuerzas en lucha «moderen» esta lucha dentro de ciertos límites (los límites de la conservación del Estado liberal) sin caer en la arbitrariedad o en el esquema preconcebido? En la historia real, observa Gramsci, la antítesis debe plantearse necesariamente como antagonista radical de la tesis, hasta tender a destruirla completamente y a sustituirla, y la síntesis será la superación, pero sin que pueda establecer a priori lo que conservará de la tesis, sin que se puedan «medir» a priori los golpes, como en un ring convencionalmente regulado. Concebir el desarrollo histórico como un juego deportivo, con su árbitro y con sus normas preestablecidas que hay que respetar lealmente, es una forma de historia preestablecida, una historia planificada, uno de tantos modos de «poner los pañales al mundo». Este tipo de historia correspondía a los intereses de la clase dominante y reformista de Croce de que se convirtiese en su ideología, cuando la dictadura burguesa de los decenios inmediatamente posteriores a la unificación debía ser sucedida por un nuevo bloque de poder democrático-burgués. Croce ha sido él mismo dirigente de los movimientos culturales que nacían para renovar las viejas formas políticas; su liderazgo ha significado la creación de un nuevo clima cultural: se proponía al consejo de los gobernados una nueva Weltanschauung. La hegemonía democrático-burguesa ha podido realizarse por la adhesión de los ciudadanos a la nueva concepción del mundo elaborada por el filósofo del liberalismo.
La referencia de Gramsci a Croce es constante: 1) porque cree que la renovación, la reanudación, del marxismo ha de partir de la proposición crociana de la identidad entre la historia y la filosofía; 2) porque la influencia ejercida por el filósofo del liberalismo obliga a reflexionar sobre la función de los grandes intelectuales en la vida orgánica de la sociedad civil y del Estado y sobre el momento de la hegemonía y del consenso como forma necesaria del bloque histórico concreto.
En relación con el primer punto, Gramsci es explícito:
Así como la filosofía de la praxis ha sido la traducción del hegelismo en lenguaje historicista, la filosofía de Benedetto Croce —escribe— es, en muy notable medida, una retraducción en lenguaje especulativo del historicismo realista de la filosofía de la praxis […]. Ahora hay que hacer con la concepción filosófica de Croce la misma reducción que los primeros teóricos de la filosofía de la praxis, Marx y Engels, hicieron con la concepción hegeliana. Y este es el único modo históricamente fecundo de provocar una adecuada renovación de la filosofía de la praxis, de elevar esta concepción (que se ha ido «vulgarizando» por las necesidades de la vida práctica inmediata) a la altura que debe alcanzar para la solución de las más complejas tareas que plantea el desarrollo actual de la lucha, esto es, la creación de una nueva cultura integral que tenga las características de masa de la Reforma protestante y del iluminismo francés y las características del clasicismo de la cultura griega y del Renacimiento italiano; una cultura que, para decirlo con las palabras de Carducci, sintetice a Maximilien Robespierre y Emannuel Kant, la política y la filosofía, en una unidad dialéctica inherente a un grupo social no solo francés o alemán, sino europeo y mundial. Es necesario no solo inventariar la herencia de la filosofía de Croce. Es decir, para nosotros, los italianos, ser herederos de la filosofía clásica alemana significa ser herederos de la filosofía crociana, que representa el actual momento mundial de la filosofía clásica alemana.
Para Gramsci, el problema de fondo consiste en la creación de una nueva Weltanschauung proletaria, de una nueva concepción de la vida que (en la primera fase, de movimiento por la conquista del Estado) penetre en la conciencia de los gobernados y, sustituyendo a la precedente, restrinja el área del consenso popular a la forma liberal del Estado, y que después (en la segunda fase, de gestión del poder conquistado) asegure al nuevo Estado proletario la más amplia base de adhesión. De este modo, el proletariado será clase dominante y clase dirigente a la vez: «dominio» para someter y liquidar a los grupos capitalistas, y «dirección intelectual y moral» para convencer de la causa del socialismo a todos los grupos antagonistas del capitalismo. «Un grupo social —escribe— puede llegar a ser, de este modo, dirigente incluso antes de conquistar el poder gubernamental (y esta es una de las condiciones principales para la conquista del poder precisamente); después, cuando ya ejerce el poder, y aunque lo tenga fuertemente en sus puños, se «convierte en dominante, pero debe seguir siendo dirigente».
Primera fase: lucha por la conquista del Estado. Gramsci piensa que la experiencia revolucionaria rusa es irrepetible en Occidente. Allí fue posible la guerra de maniobra, el ataque fulminante y rápidamente resolutivo, porque la sociedad civil era «primordial y gelatinosa» y el Estado zarista no contaba con el consenso de los gobernados. En cambio, en Occidente, donde la dirección intelectual y moral de la burguesía ha procurado a la forma liberal del Estado el consenso de masas enormes de ciudadanos, «el Estado es una trinchera avanzada detrás de la cual hay una robusta fortaleza de casamatas», es decir, el modo de vivir y de pensar, las aspiraciones, la moral, las costumbres que la mayoría de los ciudadanos, conformándose a la concepción del mundo difundida por la clase burguesa dominante, han hecho propios; es una sociedad civil «resistente a las “irrupciones” catastróficas del elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etcétera)». Por eso en los Estados bajo dirección liberal hay que pasar de la guerra de maniobra a la guerra de posición, hay que abandonar la estrategia bolchevique para encontrar una estrategia nueva, fundada no ya en la conquista pura y simple del Estado, «trinchera avanzada», sino en el apoderamiento de la «robusta fortaleza de casamatas» de la sociedad civil, para la conquista de la «trinchera avanzada» y para la conservación de esta posición.
Me parece que Ilich (Lenin) había comprendido la necesidad de pasar de la guerra de maniobra, aplicada victoriosamente en el este en 1917, a la guerra de posiciones, la única posible en el oeste... Pero Ilich no tuvo tiempo de profundizar su fórmula; además, hay que tener en cuenta que él solo podía profundizarla teóricamente y que, en cambio, la tarea fundamental era nacional, es decir, exigía un reconocimiento del terreno y una fijación de los elementos de la sociedad civil.
Como ya había hecho en el ensayo sobre la cuestión meridional, Gramsci lleva a cabo en los Cuadernos este reconocimiento del terreno (del terreno italiano); comprueba y fija los «elementos de trinchera y de fortaleza» que guarnecen el Estado burgués. Para ello estudia el desarrollo de la historia italiana, desde el final de la República de Roma hasta los municipios (Comuni) medievales, la Reforma, el Renacimiento, la Contrarreforma, el momento de la Unidad. Interpreta con método historicista los hechos del pasado, hasta definir las fuerzas que operan realmente en la sociedad italiana, las fuerzas que han llevado a la constitución del Estado unitario. Y después de haber situado en su concreción histórica todas las corrientes culturales italianas, historiza también la filosofía de Croce, atribuyéndole, en último análisis, el papel de constructora de «casamatas».
Ahora bien, ¿basta en la guerra de posición con identificar los «elementos de trinchera y de fortaleza»? Es evidente que no se combate si no se ha inspeccionado antes el terreno. Pero una vez hecho el reconocimiento, es necesario que el ejército asaltante disponga de los medios necesarios para el ataque; en este caso, es necesario que el ejército proletario sea ideológicamente aguerrido, pueda oponer a la concepción burguesa de la vida otra Weltanschauung, una moral, un nuevo mundo de ideas, un nuevo modo de vivir y de pensar: solo así caerán muchas «casamatas», disminuirá el consenso en la forma liberal del Estado y surgirá el nuevo Estado, el Estado proletario, rodeado del consenso de los gobernados.
Segunda fase: la gestión del poder. Fue el mismo Lenin —subraya Gramsci— quien revalorizó, frente a las diversas tendencias «economicistas», el frente de la lucha cultural; fue el mismo Lenin quien elaboró la doctrina de la hegemonía (dominio + dirección intelectual y moral) como complemento de la teoría del Estado-fuerza (dictadura del proletariado) y como forma actual de la doctrina de Marx. El significado de esto es claro: el dominio (la coerción) es un modo del poder, una necesidad histórica en un momento dado; la dirección es el modo que garantiza la estabilidad del poder apoyado en bases de amplio consenso. «En el momento en que un grupo subalterno llega a ser completamente autónomo y hegemónico suscitando un nuevo tipo de Estado, nace concretamente la exigencia de construir un nuevo orden intelectual y moral, es decir, un nuevo tipo de sociedad y, por consiguiente —subraya Gramsci—, la exigencia de elaborar los conceptos más universales, las armas ideológicas más refinadas y decisivas.»
Él dedica una gran parte de su trabajo a la elaboración de estos conceptos. En la concepción de Gramsci es fundamental la reasunción del concepto de «dialéctica» en el significado hegeliano-marxista. La polémica gramsciana va dirigida, pues, no solo contra el idealismo crociano, que utiliza especulativamente la dialéctica y sustituye la dialéctica real por una dialéctica conceptual, la dialéctica de las cosas por una dialéctica de las ideas, de modo que en Croce —afirma Gramsci— «la historia se convierte en historia formal, en historia de conceptos y, en último análisis, en una historia de los intelectuales o, mejor dicho, en una historia autobiográfica del pensamiento de Croce, una historia de “mandones”»; no va dirigida, decimos, únicamente contra este idealismo crociano, sino también —y con la misma tensión— contra el materialismo tradicional, que contrapone al vicio del idealismo (la reducción de la realidad a la idea) un vicio opuesto (la reducción de la realidad a la materia), ignora la dialéctica y concibe evolutivamente el curso de la historia, cuando en la historia real —sostiene Gramsci— el proceso no es de evolución, sino de negación total de la tesis: la antítesis tiende a destruir la tesis, no a modificarla simplemente. También polemiza con el materialismo metafísico, es decir, con el intento (atribuido por Gramsci a Bujarin) de separación entre la filosofía y la praxis, entre la filosofía como ciencia de la dialéctica (materialismo dialéctico) y la doctrina de la historia y de la política (materialismo histórico).
En el Ensayo —escribe Gramsci— falta un estudio de la dialéctica […]. Esta falta puede deberse a dos razones: la primera puede ser el hecho de que se supone la filosofía de la praxis escindida en dos elementos: una teoría de la historia y de la política concebida como sociología [...] y una filosofía propiamente dicha, que sería el materialismo filosófico o mecanicista (vulgar). Ni siquiera después de la gran discusión contra el mecanicismo parece que el autor del Ensayo haya modificado mucho el planteamiento del problema filosófico […]. Sigue creyendo que la filosofía de la praxis está escindida en dos elementos: la doctrina de la historia y de la política y la filosofía, aunque dice que esta es el materialismo dialéctico y no ya el viejo materialismo filosófico […]. La raíz de todos estos errores del Ensayo y de su autor consiste, precisamente, en esta pretensión de dividir la filosofía de la praxis en dos partes: una sociología y una filosofía sistemática. Separada de la teoría de la historia y de la política, la filosofía ha de ser forzosamente metafísica.
Finalmente, la difusión de la nueva Weltanschauung proletaria. Corresponde a los intelectuales orgánicos de la clase obrera la tarea de conquistar para la causa del socialismo a los intelectuales tradicionales y de convertir juntos la nueva concepción del mundo en sentido común. De este modo, con el paso de las «casamatas» (dirección cultural) y de la «trinchera avanzada» (dominio) de la burguesía a manos de la clase obrera, podrá realizarse la hegemonía del proletariado.
El «intelectual colectivo» de la clase obrera es el partido, el «Príncipe moderno».
El príncipe moderno, el príncipe-mito, no puede ser (como el Príncipe propugnado por Maquiavelo) una persona real, un individuo concreto; solo puede ser un organismo, un elemento de sociedad compleja en el que ya empiece a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ha sido creado ya por el desarrollo histórico; es el partido político, la primera célula donde se reúnen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a ser universales y totales […]. El Príncipe moderno debe y puede ser el pregonero y el organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva nacional-popular hacia la plena realización de una forma superior y total de civilización moderna. Estos dos puntos fundamentales, la formación de una voluntad colectiva nacional popular, de la cual el Príncipe moderno sea al mismo tiempo el organizador y la expresión activa y operante, y la reforma intelectual y moral, deben constituir la estructura del trabajo.”
Este es, pues, rápidamente resumido, el contenido central de los Cuadernos: una obra de investigación de la realidad italiana concreta y de elaboración teórica. No todos los problemas son resueltos; por otro lado, dadas las precarias condiciones de trabajo, no podían tener más que una solución fluida (Gramsci es el primero en advertirlo y así lo dice explícitamente en una nota). Pero todos están planteados con originalidad y con una precisión y una riqueza de indicaciones tales que no pueden dejar duda alguna sobre la línea de desarrollo ulterior.
Los Cuadernos llevan una numeración, debida a Tatiana Schucht, que no corresponde al orden en que fueron escritos. Pero hay tres elementos de juicio —las indicaciones de Gramsci en algunas cartas de la cárcel; las fechas puestas en algunos cuadernos, en la primera página o en alguna nota (por ejemplo: «Escribo en noviembre de 1930», «Cuaderno iniciado en 1933», etc.); las fechas de las revistas citadas— que permiten colocarlos en su orden cronológico. Corresponden al primer periodo de actividad (1929-1930) los cuadernos 16, 20, 9 y 13. Gramsci escribió en ellos el ensayo sobre el canto décimo del Infierno de Dante, ensayos sobre los intelectuales y sobre la escuela y diversas notas, que serán luego ampliamente reelaboradas, sobre el materialismo histórico, sobre la filosofía de Benedetto Croce y sobre el Manual de Bujarin. Corresponden, probablemente, al mismo periodo los cuadernos 15, 19 y 26, que contienen traducciones del alemán: fábulas de los hermanos Grimm; la primera parte del libro Las familias lingüísticas del mundo, de Franz Nikolaus Finck; un número especial de la revista Die Literarische Welt, dedicado a la literatura de Estados Unidos; las conversaciones de Eckermann con Goethe, y diversos fragmentos de prosa y de poesía de Goethe…
(continuará)
[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]
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