viernes, 17 de enero de 2025

 

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Libro completo aquí:

 

http://www.abertzalekomunista.net/es/biblioteca-2/marxistas-internacionales/losurdo-domenico/333-stalin-historia-y-critica-de-una-leyenda-negra

 

 

 

 

STALIN,

HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.

 

Domenico Losurdo.

 

 

( 07 )

 

 


 

UNA SERIE DE CAMPAÑAS DE DESINFORMACIÓN Y LA OPERACIÓN BARBARROJA

 

Incluso en el estricto ámbito de la conducta militar, el Informe secreto ha perdido toda credibilidad. Según Kruschov, obviando las «advertencias» que de todos lados le llegaban sobre la inminencia de la invasión, Stalin se precipita hacia el desastre. ¿Qué decir de esta acusación? Mientras tanto, también las informaciones provenientes de un país amigo pueden resultar erróneas: por ejemplo, el 17 de junio de 1942 Franklin Delano Roosevelt pone sobre aviso a Stalin de un inminente ataque japonés, que después no se produce. Y es que en los albores de la agresión nazi la URSS se ve obligada a orientarse entre gigantescas maniobras de distracción y desinformación. El Tercer Reich se dedica intensamente a hacer creer que la acumulación de tropas al este tiene como objetivo solamente el camuflar el inminente salto más allá del Canal de la Mancha, cosa que parecía bastante creíble después de la conquista de la isla de Creta. «Todo el aparato estatal y militar está movilizado», anota complacido Goebbels en su diario (31 de mayo de 1941), para escenificar la «primera gran oleada de mimetización» de la operación Barbarroja. Así, «14 divisiones son transportadas hacia el oeste»; además, todas las tropas desplegadas sobre el frente occidental son puestas en estado de máxima alerta. Unas dos semanas después la edición berlinesa del "Vólkischer Beobachter" publica un artículo que señala la ocupación de Creta como modelo para el proyectado ajuste de cuentas con Inglaterra: pocas horas después el original es secuestrado con el fin de dar la impresión de que haya sido desvelado a traición un secreto de gran importancia. Tres días después (14 de junio) Goebbels anota en su diario: «Las radios inglesas declaran ya que nuestro despliegue contra Rusia solamente es un bluff, detrás del cual buscábamos esconder nuestros preparativos para la invasión [de Inglaterra]». A esta campaña de desinformación Alemania añadía otra: se hacían circular voces según las cuales el despliegue militar en el este se proponía presionar a la URSS, llegado el caso recurriendo a un ultimátum, para que Stalin aceptase redefinir las cláusulas del pacto germano-soviético y se comprometiese a exportar mayor cantidad de cereales, petróleo y carbón, necesitados por un Tercer Reich inmerso en una guerra que no parecía concluir. Se quería por tanto hacer creer que la crisis se podía resolver con nuevas negociaciones y con alguna concesión suplementaria por parte de Moscú. A esta conclusión llegaban en Gran Bretaña los servicios de información del ejército y los mandos militares, que todavía a fecha del 22 de mayo advertían a su Gabinete de guerra: «Hitler no ha decidido todavía si perseguir sus objetivos [la URSS] a través de la persuasión o con la fuerza de las armas». El 14 de junio Goebbels anota satisfecho en su diario: «En general creen todavía que puede ser un farol, o bien un intento de chantaje».

 

 

 

No se debe subestimar tampoco la campaña de desinformación escenificada en el lado opuesto y ya iniciada dos años antes: en noviembre de 1939 la prensa francesa publica un inexistente discurso (pronunciado frente al Politburó el 19 de agosto de ese mismo año) en el que Stalin habría expuesto un plan para debilitar Europa, promoviendo en su interior una guerra fratricida, para después sovietizarla. No hay dudas: se trata de un texto falso, que intentaba hacer saltar el pacto de no agresión germano-soviético y dirigir hacia el este la furia expansionista del Tercer Reich. Según una difundida leyenda historiográfica, en la víspera de la agresión nazi el gobierno de Londres habría puesto en guardia a Stalin repetidas veces y de manera desinteresada, quien sin embargo, como buen dictador, se habría fiado solamente de su homólogo berlinés. En realidad, si por un lado comunica a Moscú las informaciones relativas a la operación Barbarroja, por el otro lado Gran Bretaña difunde rumores sobre un inminente ataque de la URSS contra Alemania o los territorios ocupados por ella53. Es evidente y comprensible el interés por hacer inevitable o acelerar el conflicto germano-soviético.

 

 

 

Entra en juego después el misterioso vuelo de Rudolf Hess a Inglaterra, claramente movido por la esperanza de reconstruir la unidad de Occidente en la lucha contra el bolchevismo, confiriendo así concreción al programa enunciado en Mein Kampfde alianza y solidaridad de los pueblos germánicos en su misión civilizadora. Los agentes soviéticos en el exterior informan al Kremlin de que el número dos del régimen nazi ha emprendido la iniciativa con la aquiescencia del Führer. Por otro lado, personalidades de cierto relieve en el Tercer Reich han defendido sin fisuras la tesis según la cuál Hess había actuado animado por Hitler. Este, en todo caso, siente la necesidad de enviar inmediatamente a Roma al ministro de Asuntos Exteriores Joachim von Ribbentrop con el fin de despejar en Mussolini cualquier sospecha de que Alemania esté preparando un acuerdo de paz exclusivo con Gran Bretaña. Obviamente, todavía más fuerte es la preocupación en Moscú por este golpe de efecto, sobre todo en la medida en que la actitud del gobierno británico no hace sino alimentarlo: éste no aprovecha la oportunidad de «capturar al lugarteniente del Führer» y conseguir así «un máximo efecto propagandístico, cosa que tanto Hitler como Goebbels se temían»; es más, el interrogatorio de Hess -informa a Stalin desde Londres el embajador Ivan Maysky- es confiado a un promotor de la política de appeasement.

 

 

 

Mientras dejan la puerta abierta a una reaproximación anglosoviética, los servicios secretos de Su Majestad se dedican a alimentar los rumores ya existentes de una inminente paz firmada entre Londres y Berlín; todo ello con el objetivo de incrementar la presión sobre la Unión Soviética (que quizás habría buscado evitar la temida alianza entre Gran Bretaña y el Tercer Reich con un ataque preventivo del Ejército rojo contra la Wehrmacht) y reforzar en todo caso la capacidad negociadora de Inglaterra.

 

 

 

Se comprenden bien la cautela y desconfianza del Kremlin: el peligro de una reedición de Múnich, a escala más amplia y trágica, estaba muy presente. Quizás se pueda especular con que la segunda campaña de desinformación escenificada por el Tercer Reich haya jugado un papel relevante. Basándonos al menos en la transcripción conservada en los archivos del partido comunista soviético, pese a dar por descontada a corto plazo la entrada de la URSS en el conflicto, Stalin subraya en su discurso del 5 de mayo de 1941, dirigido a los graduados de la Academia militar, cómo históricamente Alemania había conseguido la victoria cuando se había concentrado en un solo frente, mientras que había sufrido la derrota cuando había sido obligada a combatir contemporáneamente a este y oeste. Desde luego, Stalin podría haber subestimado la seriedad con la que Hitler valoraba la posibilidad de agredir a la URSS.

 

 

Por otro lado, él sabía bien que una precipitada movilización total habría proporcionado al Tercer Reich en bandeja de plata el casus belli, tal y como había ocurrido con la Primera guerra mundial. Hay en todo caso una cuestión indudable: pese a moverse con circunspección en una situación notablemente complicada, el líder soviético procede a «acelerar los preparativos de guerra». En efecto, «entre mayo y junio se llaman a filas a 800.000 reservistas, a mediados de mayo 28 divisiones se desplazan en los territorios occidentales de la Unión Soviética», mientras se siguen a un ritmo constante los trabajos de fortificación de fronteras y de camuflaje de los objetivos militares más sensibles. «En la noche entre el 21 y 22 de junio se les da la alarma a todas estas fuerzas y son llamadas a prepararse para un ataque por sorpresa por parte alemana».

 

 

 

Para desacreditar a Stalin, Kruschov insiste en las espectaculares victorias iniciales del ejército invasor, pero obvia las previsiones realizadas en Occidente en su momento. Después del desmembramiento de Checoslovaquia y la entrada en Praga de la Wehrmacht, Lord Halifax había continuado rechazando la idea de una reaproximación de Inglaterra y la URSS recurriendo a este argumento: no tenía sentido aliarse con un país cuyas fuerzas armadas eran «insignificantes». En la víspera de la operación Barbarroja o en el momento de su comienzo, los servicios secretos británicos habían calculado que la Unión Soviética habría sido «liquidada en 8 o 10 semanas»; a su vez, los consejeros del Secretario de Estado norteamericano (Henry L. Stimson) habían previsto el 23 de junio que todo habría concluido en un período de entre uno y tres meses. Por otra parte, la fulminante penetración de la Wehrmacht en el territorio soviético -observa actualmente un ilustre historiador militar-se explica fácilmente con un poco de geografía:

 

 

La extensión del frente -1.800 millas- y la escasez de obstáculos naturales ofrecían al agresor inmensas ventajas a la hora de infiltrarse y maniobrar. Pese a las colosales dimensiones del Ejército rojo, la relación entre sus fuerzas y el espacio era tan desfavorable que las unidades mecanizadas alemanas podían encontrar fácilmente ocasiones para realizar maniobras indirectas a espaldas de su adversario. Además, las ciudades ampliamente separadas, donde convergían carreteras y vías de ferrocarril, ofrecían al agresor la posibilidad de apuntar a objetivos alternativos, poniendo al enemigo en la difícil situación de adivinar la dirección real de la marcha, y afrontar un dilema después de otro…

 

(continuará)

 

 

 

 

[Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra”]

 

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