martes, 24 de diciembre de 2024

 

 

1261

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

 

Andrés Piqueras

 

(24)

 

 

 

 

PARTE II

Del in-politicismo teórico-práctico

 

 

 

 

 

NUEVA LECTURA DE MARX

 

La Nueva Lectura de Marx (NLM) tiene sus orígenes en los trabajos de Hans Georg Backhaus, que a su vez estuvo profundamente influido por Adorno y las que éste señalara como bases de la socialización capitalista. A ello hay que sumar el seguimiento por parte de esta Escuela de la senda teórica que abriera el economista soviético Isaac Ilich Rubin. Argüía este autor que las mercancías son producidas por trabajos concretos y privados que, como mucho son sólo potencial o idealmente abstractos y sociales. El trabajo privado y concreto se convierte en abstracto y social si y cuando su producto es intercambiado por dinero. El valor nace en la producción, pero sólo cobra existencia-conciencia en el intercambio (un producto nada más se hace mercancía cuando se vende, y entonces el valor cobra existencia real en forma de dinero). Backhaus, por su parte, señala al valor como una realidad abstracta, a la vez sensible y suprasensible, que como tal ha sido transferida y desplazada al mundo externo, independiente de la conciencia. Es el elemento esencial de mediación social de la sociedad capitalista, por tanto su célula constitutiva, la fuente de todas sus formas de alienación. Para Backhaus el principal objetivo de Marx no fue mostrar los aspectos cuantitativos del valor, sino precisamente su carácter de mediación social de la realidad capitalista, en cuanto que en él se “objetifican” las fuerzas genéricas de la humanidad. De ahí que los seres humanos confronten esas sus fuerzas genéricas o colectivas, sus fuerzas sociales, con un “ser autónomo”, extraño a el os mismos. Tenemos así a la “totalidad social” del capital como un sujeto real total, que se abstrae de la propia riqueza y de los individuos, siendo indiferente a ellos, funcionando por encima de ellos. A través del análisis del valor Marx no construye una nueva economía política, sino la crítica radical de la economía política mediante el desvelamiento de sus fundamentos. Para ello apunta al valor como célula básica de la totalidad social capitalista, a la que confiere explicación, a pesar de que su comprensión queda obscurecida por su propia cualidad abstracta. Lo que quiere decir que las categorías económicas capitalistas “no podrían ser reducidas a contenidos de la conciencia o del inconsciente” (Backhaus). Eso hace insistir a Reichelt (2007), compañero teórico de Backhaus y también referente de esta corriente, que esa “abstracción real” sólo puede expresarse a través de la validación, pues el valor sólo cobra existencia “real” o consciente (como dinero) cuando es intercambiado (es decir, validado como tal).

 

 

Por eso, sigue argumentando Reichelt, si un universal es un elemento que en sí mismo incluye todos los otros tipos reales del mismo objeto (por ejemplo, el concepto “animal”), el dinero cumple ese requisito. De ahí deviene el concepto de totalidad como autovaloración (y por tanto, autonomización) del valor (expresada en dinero). A partir de aquí, lo específico (trabajo concreto que produce valores de uso) no es subsumido bajo lo universal abstracto, sino incluido en ello. Es simultáneamente abstracción y totalidad que determina la vida de los individuos, y de la que apenas son conscientes.

 

 

Así pues, el valor, a diferencia del valor de uso, es algo abstracto, una ilusión, pero al tiempo esa “ilusión” es lo que es más real, pues cada elemento particular de la sociedad resulta penetrado por ella. Es una ilusión objetiva que moldea toda la vida social. En el capitalismo, la ilusión-forma (el dinero o apariencia del contenido –el valor–) reina sobre la sociedad toda. Este es el núcleo del análisis de Adorno, que ya vimos en el primer capítulo.

 

 

“Lo esencial de su teoría crítica radica en el hecho de entender la economía capitalista como una realidad invertida, en la cual los individuos ya no ‘interactúan entre sí’ en el mercado como sujetos racionalmente actuantes, como sugiere la idea de la economía del intercambio. Adorno tachó tal concepto como de ‘nominalismo social’. Más bien, actúan como ejecutores de constreñimientos generados y reproducidos por ellos mismos, que se realizan en y a través de sus acciones conscientes, sin que, sin embargo, éstas sean conscientemente accesibles para ellos. Eso es lo que significa el concepto fuerte de totalidad” (Reichelt, 2007).

 

 

Pues los individuos actúan a través de lo que ellos mismos hacen, pero lo hacen como representaciones del valor, concluirá este autor.  Siguiendo esta estela, la Nueva Lectura de Marx hace especial insistencia en que el meollo de la teoría de Marx, a parte de una explicación raizal del capitalismo, es la crítica de la economía política clásica, y que esa crítica puede estructurarse en dos bloques principales:

 

a. la teoría del valor “como teoría de la distribución social del trabajo y la constitución social de una estructura de relaciones de producción en condiciones capitalistas”; y

 

b. la teoría del plusvalor, “como análisis del mecanismo del funcionamiento efectivo de dicha estructura de relaciones” donde se despliegan las formas de mistificación que caracterizan a esta sociedad (Ramas, 2018).

 

 

El objetivo del análisis de Marx, entonces, no es la mercancía en sí, sino en cuanto que forma social del producto del trabajo; y lo social en la mercancía es su valor. Pero atención, porque este matiz es sumamente importante: no se trata de incidir en que el trabajo sea la sustancia del valor, sino en que esta forma del producto del trabajo indica el carácter específicamente social del mismo. Por tanto, para esta Escuela el análisis del valor no radica fundamentalmente en una cuestión cuantitativa, en cuanto que valor-trabajo, sino que es cualitativa, en el sentido en que determina todo el entramado social, siendo, además, la mejor manera de entender los basamentos últimos de la sociedad capitalista. Es decir, el valor da cuenta de cómo el trabajo individual llega a ser social, explica bajo qué condiciones el trabajo privado de los individuos adquiere su carácter social a través de la mercancía (depositaria del valor), mediante el intercambio de la misma (Ramas, 2018). De esta forma, Marx va mucho más allá de donde otros le habrían ubicado como mero ricardiano socialista (medidor de tiempos de trabajo y su contraprestación “justa”).

 

 

Por eso, sinteticemos, para esta Escuela el objetivo último del análisis no consiste en deducir la magnitud del valor de las mercancías, ni en el consiguiente cálculo de precios (teoría cuantitativa), sino en mostrar que el valor es el elemento constitutivo de las relaciones sociales de producción, esto es, de la totalidad social capitalista. De lo que se trata es de revelar que esas formas de manifestación del valor son, de facto, parte estructural de la realidad. Pues para Ramas, Marx no sólo descubre las relaciones que hay en el fondo de la esfera de la producción, sino que muestra la superficie de la apariencia como la expresión necesaria para el funcionamiento de esas relaciones (Ramas, 2018).

 

 

La conclusión va de suyo: sólo un estudio en profundidad de la mercancía (y del trabajo abstracto que la posibilita) puede entender y explicar las formas de objetividad y subjetividad que se dan en la sociedad capitalista. Encomiable esfuerzo de precisión, pero insuficiente para conocer un detalle vital: dónde estamos en lo concreto del movimiento del valor-capital, cómo de enérgica o no es la dinámica de ese elemento básico de la sociedad capitalista. Puede decirse de otra manera, ¿qué hay del análisis de la fase actual del capitalismo, de las características que le otorga hoy el movimiento del valor, sus implicaciones y consecuencias sociales de todo tipo? La escisión de la teoría de Marx en dos mitades que nos propone la NLM, una cualitativa (centrada en el fetichismo de la mercancía), supuestamente esencial, y otra cuantitativa (concerniente a las magnitudes propias de la teoría del capital), que es bajo su criterio prescindible, deja manco el análisis del capital de Marx y rompe con la vocación de totalidad que este autor le otorga al modo de producción capitalista (Rodríguez Rojo, 2019). Al abandonar el aspecto que esta Escuela tilda de “cuantitativo” en lo que toca a la constitución social, ella misma se ve o desinteresada o incapacitada para entender la pérdida generalizada del valor que se da en la sociedad capitalista actual y, por tanto, queda ajena a la decadencia del capital, su crisis sistémica (que podría ser incluso terminal) y sus fatales implicaciones sociales, entre otras dramáticas consecuencias políticas que tal carencia arrastra.

 

 

Al descartar la vertiente histórica frente a la aproximación lógica de la obra de Marx, lo que se discute de manera especial, además, es precisamente la concepción del materialismo en el autor renano; discusión en la que todo indica que, por ejemplo, Ramas se sitúa a sí misma en “las antípodas de eso que llamamos materialismo histórico y dialéctico”. Lo más innovador del pensamiento de Marx, para ella, “no es ni su concepto de hombre, ni de alienación, ni de ideología, ni de historia, sino su crítica a la economía política como ciencia” (Ramas). Es en esto, en el análisis de las formas de apariencia del fetichismo y la mistificación como manifestaciones necesarias de la realidad, donde según Clara Ramas radica la revolución teórica frente a la economía política anterior y la verdadera aportación de Marx. El sesgo de partida por lo que toca al marxismo es grueso, pues se deja de lado un elemento tan señero como distintivo de la elaboración marxiana: la praxis o imbricación permanente de la teoría y la intervención social, la capacidad de analizar la historia para superar las condiciones de explotación y opresión (es por eso por lo que es tan difícil encontrar proyecciones políticas alternativas en la obra de esta Escuela).

 

Ese desprecio por el análisis materialista de la historia es un rasgo común de los marxismos “nuevos”. Por eso hay que precisar que el término con el que designamos tal estudio no es una filosofía de la historia o doctrina de pensamiento sobre el decurso de la humanidad, una especie de tabla algebraica merced a la cual, y dados los datos suficientes, podrían leerse respuestas automáticas a todas las cuestiones históricas. Es tan sólo un método meta-científico de análisis social e histórico, que nos mostró Marx en cuanto que progresiva autoconciencia de las condiciones enajenantes de las que partimos como integrantes de la sociedad del capital. Está pensado también, por tanto, para servir de base a una agencia humana transformadora de las circunstancias de partida, o dicho de otra forma, para potenciar la intervención política. Los “neomarxismos” rechazan en general tal concepto y procedimiento porque llevados por sus abstracciones de la “substancia social” o del idealismo de la potencia, de “lo que puede ser”, sienten un gran desprecio por lo que es, es decir, por los análisis históricos o lo que en realidad sucede. Por eso descuidan el estudio de cómo se manifiesta la sustancia en forma de relaciones sociales de producción y de poder en cada momento, en formas de conciencia y expresiones ideológico-culturales (más allá de señalar la alienación general), en forma de individuos moldeados diferentemente en cada impasse histórico.

 

Así, el hilemorfismo del que hace gala la obra de la Nueva Lectura de Marx, se expresa a través de su espuria separación entre el “contenido” o substancia de la sociedad capitalista –el valor o trabajo abstracto–, y la “forma” que ésta va adquiriendo como conjunto de circunstancias sociopolíticas, económicas, culturales e históricas en general, que “se mueven” en su interior. La exclusividad del foco en el trabajo abstracto, fetichizado, deja desatendido su otro yo, el trabajo concreto, que también es físico. Esto deriva de su desconsideración, tan común a los “neomarxismos”, del hecho de que Marx sostuvo también la doble dimensión del trabajo abstracto: fisiológica e histórica. Para el autor alemán “el valor es la dimensión social específica de una realidad material. Es no sólo físico ni social, es ambas cosas” (Carchedi, 2011).

 

 

La materialidad del trabajo abstracto antes del intercambio existe en forma de gasto de energía humana (y esto no tiene porqué ser “ricardiano” si complementamos esa consideración con la de su carácter social en cuanto que trabajo abstracto). También puede decirse con otras palabras:

“En este tipo de sociedad la producción es esencialmente para el consumo, y el trabajo privado y concreto es analíticamente previo al trabajo social y abstracto, que sólo existe idealmente antes de la venta. La equiparación, la abstracción y la socialización del trabajo están supeditadas a la venta, y los valores de las mercancías están determinados por el valor del dinero por el que se intercambian (...) La tradición que parte de Rubin supone erróneamente que el intercambio de mercancías es el aspecto determinante del capitalismo”

(Saad-Filho, 2002).

 

 

Esto es lo que ha levado a esa tradición, según Saad-Filho, a hacer pasar las relaciones sociales de producción capitalistas exclusivamente como relaciones del valor; lo que ha contribuido a apartar el foco del cálculo de valores y precios y dirigirlo sólo hacia el análisis de las apariencias sociales del valor. En realidad, no obstante, contenido y forma componen un todo inmanente, sólo divisible en términos heurísticos (sin embargo, de esa licencia explicativa estas Escuelas hacen una divisoria analítica que sólo puede desembocar en una cierta parcialidad teórica y, a la postre, inoperancia política). La “forma” es inseparable del “contenido”, pues no es sino la expresión, los diferentes o sucesivos modos de existencia de las relaciones que aquél conlleva, pero que también finalmente nalmente inciden sobre él (dialéctica por medio): de ahí la importancia del estudio completo, total, de la sociedad capitalista en su movimiento real

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

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