1262
STALIN,
HISTORIA Y CRÍTICA DE UNA LEYENDA NEGRA.
Domenico Losurdo.
( 05 )
CÓMO ARROJAR UN DIOS AL INFIERNO:
EL INFORME KRUSCHOV
Un «enorme, siniestro, caprichoso y degenerado monstruo humano»
Si analizamos hoy Sobre el culto de la personalidad y sus consecuencias, leído por Kruschov en una reunión a puerta cerrada del Congreso del PCUS, y célebre después bajo el nombre de Informe secreto, un detalle llama inmediatamente la atención: estamos en presencia de un discurso reprobatorio que se propone liquidar a Stalin en todos los aspectos. El responsable de tantos crímenes horrendos era un individuo despreciable tanto en el plano moral como en el plano intelectual. Aparte de despiadado, el dictador era también ridículo: conocía el campo y la situación agrícola «sólo a través de las películas», películas que por lo demás «embellecían» la realidad hasta el punto de hacerla irreconocible. Más que por una lógica política o de Realpolitik, la represión sangrienta desencadenada por él habría sido dictada por el capricho personal y por una patológica libido dominandi. Surgía así –observaba satisfecho Deutscher en junio de 1956, sacudido por las "revelaciones" de Kruschov y olvidando así el respetuoso y a ratos admirado retrato de Stalin realizado por él mismo tres años antes– el retrato de un «enorme, siniestro, caprichoso y degenerado monstruo humano». El despiadado déspota había carecido hasta tal punto de escrúpulos que se sospechaba hubiese tramado el asesinato del que era –o parecía ser– su mejor amigo, Kírov, para poder acusar de este crimen y liquidar así uno tras otro a sus opositores, reales o potenciales, verdaderos o imaginarios. La despiadada represión tampoco se había cebado solamente con individuos y grupos políticos. No, ésta había conllevado «las deportaciones en masa de enteras poblaciones», arbitrariamente acusadas y condenadas en bloque por connivencia con el enemigo. ¿Habría al menos contribuido Stalin a salvar a su país y al mundo del horror del Tercer Reich? Al contrario –apremiaba Kruschov– la Gran guerra patriótica se había ganado pese a la locura del dictador: que inicialmente las tropas del Tercer Reich hubiesen conseguido penetrar tan profundamente en el territorio soviético, sembrando tanta muerte y destrucción, fue solamente a causa de su imprevisión, su obstinación y su ciega confianza en Hitler.
Sí: por culpa de Stalin la Unión Soviética había acudido a la trágica cita sin preparación e indefensa:
«Empezamos a modernizar nuestro equipamiento militar sólo en vísperas de la guerra [...]. Al comenzar la guerra carecíamos también de un número suficiente de fusiles para armar a los efectivos movilizados».
Como si todo ello no bastase, «después de las primeras derrotas y los primeros desastres en el frente» el responsable de todo ello se había abandonado al abatimiento e incluso a la apatía. Vencido por la sensación de derrota («Todo lo que Lenin ha creado lo hemos perdido para siempre»), incapaz de reaccionar, Stalin «se abstuvo durante mucho tiempo de dirigir las operaciones militares, y dejó de ocuparse de cualquier cosa». Es verdad, transcurrido cierto tiempo, plegándose finalmente a la insistencia de los otros miembros del Buró Político, había vuelto a su puesto. ¡Ojalá no lo hubiera hecho!
Aquél que dirigió monocráticamente la Unión Soviética, también en el plano militar, cuando ésta se enfrentaba a una prueba mortal, había sido un dictador tan incompetente que no tenía «familiaridad alguna con la dirección de operaciones militares». Es un cargo en el que el Informe secreto insiste con fuerza:
«Es necesario tener en cuenta que Stalin preparaba sus maniobras en un mapamundi. Sí, compañeros, él señalaba la línea del frente en un mapamundi»
Pese a todo, la guerra concluyó favorablemente; y, sin embargo, la paranoia sanguinaria del dictador se había agravado ulteriormente. Llegados a este punto se puede considerar completo el retrato del «degenerado monstruo humano» que emerge, según la observación de Deutscher, del Informe secreto. Habían transcurrido apenas tres años desde las manifestaciones de aflicción provocadas por la muerte de Stalin, y tan fuerte y persistente era todavía su popularidad que, al menos en la URSS, la campaña lanzada por Kruschov encontró inicialmente una «fuerte resistencia»: El 5 de marzo de 1956, en ocasión del tercer aniversario de su muerte los estudiantes de Tiflis salieron a la calle para colocar flores en el monumento dedicado a Stalin, y este gesto en honor a Stalin se transformó en una protesta contra las deliberaciones del XX Congreso. Las manifestaciones y asambleas continuaron realizándose durante cinco días, hasta que la tarde del 9 de marzo, se enviaron tanques a la ciudad para restaurar el orden.
Quizás esto da cuenta de las características del texto que estamos examinando. En la URSS y en el campo socialista se estaba librando una enconada lucha política, y el retrato caricaturesco de Stalin servía perfectamente para deslegitimar a los "estalinistas" que podían hacer sombra al nuevo líder. El «culto a la personalidad», que había reinado hasta aquel momento, no permitía juicios matizados: un dios debía ser arrojado al infierno. Algún decenio antes, en el transcurso de otra batalla política, de características diferentes pero no menos intensa, Trotsky había esbozado también él un retrato de Stalin dirigido no solamente a condenarlo en el plano político y moral, sino también con la intención de ridiculizarlo en el plano personal: había sido un «pequeño provinciano», un individuo caracterizado desde el comienzo por una irremediable mediocridad y torpeza, que daba a menudo una pésima imagen tanto en el ámbito político, como en el militar e ideológico, y que nunca conseguía desembarazarse de la «tosquedad del campesino». Desde luego, en 1913 había publicado un ensayo de innegable valor teórico (El marxismo y la cuestión nacional), aunque el auténtico autor era Lenin, mientras que aquél que firmaba el texto debía entrar en la categoría de «usurpadores» de los «derechos intelectuales» del gran revolucionario.
Entre los dos retratos no faltan puntos de encuentro. Kruschov insinúa que el auténtico instigador del asesinato de Kírov había sido Stalin, y este último había sido acusado (o al menos considerado sospechoso) por Trotsky de haber acelerado, con «ferocidad mongólica», la muerte de Lenin. El Informe secreto reprocha a Stalin la cobarde evasión de sus responsabilidades a comienzos de la agresión nazi, pero el 2 de septiembre de 1939, antes aún de la operación Barbarroja, Trotsky había escrito que «la nueva aristocracia» en el poder se caracterizaba por «su incapacidad para comandar una guerra»; la «casta dominante» en la Unión Soviética estaba destinada a adoptar la actitud «propia de todos los regímenes destinados al ocaso: "después de nosotros, el diluvio"».
Ampliamente convergentes entre ellos, ¿hasta qué punto estos dos retratos resisten la contrastación histórica? Conviene empezar a analizar el Informe secreto, que, hecho oficial por un Congreso del PCUS y por los máximos dirigentes del partido gobernante, se impone rápidamente como la revelación de una verdad largamente ocultada, pero ya incontestable…
(continuará)
[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Stalin, historia y crítica de una leyenda negra”.]
**
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por comentar