1250
Vida de ANTONIO GRAMSCI
Giuseppe Fiori
(…)
21
Se dedicó a redactar un ensayo sobre la cuestión meridional, tema que no era nuevo para él. Precisamente, había sido el tema de sus primeras reflexiones políticas de muchacho, cuando vivía en Ghilarza y Santu lussurgiu, en un ambiente de campesinos y pastores, y también cuando era estudiante de bachillerato en Cagliari y leía a Salvemini. En Turín, en el nuevo ambiente de los obreros industriales, había seguido planteándose la cuestión, pero desde un ángulo distinto, con otra madurez, profundizándolo como un aspecto más de un problema más vasto, el problema de la revolución proletaria. El muchacho, que se había formado con temple sardista, en un clima de continua denuncia del atraso del pueblo sardo por el abandono que padecía la isla, tenía al principio una visión estrecha del problema meridional, con influencias del ambiguo irredentismo rural: la protagonista de la redención de los campesinos y de las capas sociales hambrientas era toda Cerdeña y esta redención solo podía realizarse con la lucha de toda Cerdeña, región-nación, contra el «continente». Después vino la orientación hacia el socialismo, el descubrimiento de que la sociedad se dividía en clases y la comprobación en Turín de una realidad: que del régimen proteccionista, llaga abierta de la economía meridional no se aprovechaba todo el «continente» industrial, sino únicamente la clase propietaria, la clase de los patronos de las fábricas protegidas. La adhesión de Gramsci al manifiesto antiproteccionista de Deffenu y Fancello en 1913, cuando tenía solo veintidós años, se debía a una actitud de protesta contra el empresariado parasitario. El joven sardo empezaba a ver claramente una verdad: no existe una cuestión meridional separada de la cuestión nacional, como una cuestión en sí, que se pueda resolver con medios específicos; no puede existir una política justa para el Mediodía si la política general del país está inspirada por intereses particulares. En uno de los primeros artículos escritos por Gramsci a los veinticinco años, cuando solo hacía unos meses que colaboraba regularmente en Il Grido del Popolo («Il Mezzogiorno e la guerra», primero de abril de 1916), leemos:
El Mediodía no necesita leyes especiales ni tratos especiales. Necesita una política general, exterior e interior, inspirada por el respeto de las necesidades generales del país y no de tendencias políticas o regionales particulares. No basta construir una carretera o un pantano para compensar los daños que ciertas regiones han sufrido por causa de la guerra. Ante todo es necesario que los futuros tratados comerciales no cierren los mercados a sus productos.
Integrada de este modo la cuestión meridional en la cuestión nacional, eran consecuentes las conclusiones del pensamiento gramsciano en 1919-1920, cuando el problema del Mediodía se incluía en el cuadro más general de los problemas nacionales que el Estado socialista resolvería:
«La burguesía septentrional ha sometido a la Italia meridional y las islas y las ha reducido a colonias de explotación; el proletariado septentrional, emancipándose a sí mismo de la esclavitud capitalista, emancipará a las masas campesinas, meridionales, sometidas por la banca y el industrialismo parasitario del norte» (L’Ordine Nuovo, 3 de enero de 1920).
Era el punto de llegada de una larga reflexión, en cuyo origen estaba el conocimiento directo de la vida de los campesinos y de los pastores sardos. El diputado que el 16 de mayo de 1925 le gritaba en la Cámara «Usted no conoce el Mediodía» evidentemente sabía muy poco de Gramsci, de su pasado y de sus intereses. Pero hay que decir que el Gramsci meridionalista, en general, era ignorado fuera del círculo de los compañeros más próximos. El ensayo que empezó a redactar en el otoño de 1926, pocas semanas antes de la detención, iba a constituir, al aparecer en París en 1930 (publicado en Lo Stato Operaio de enero, año cuarto, número uno), una sorpresa para muchos.
Es un ensayo que marca la transición del periodismo de los años de lucha hacia la meditación del periodo de la cárcel. En la producción del decenio anterior, ligada día tras día a las razones más inmediatas de la batalla política, se encuentran páginas que anuncian claramente al gran ensayista revelado por los Cuadernos de la cárcel; pero entonces urgían otras necesidades, de propaganda y de polémica, y el periodismo acababa siendo normalmente un arma, un instrumento de movilización proletaria y de ataque; el Gramsci del periodo 1916-1926 es, sobre todo (pero no exclusivamente), un pamphlétaire. En el ensayo sobre la cuestión meridional el eco perdura: en algunos momentos el tono es de pamphlet; pero enseguida vemos a Gramsci elevarse con ancha mirada por encima de los motivos contingentes de la polémica; su perspectiva cambia, ahora enfoca el tema desde un punto de vista «desinteresado», für ewig, el mismo punto de vista que adoptará para escribir las notas de la cárcel. Y nace así un ensayo ejemplar, un modelo de análisis político y social de la realidad italiana.
Con metodología marxista se describe en él el desarrollo de los últimos treinta años de vida política del país. En los primeros años del siglo, después de una dictadura demasiado exclusivista y violenta, la burguesía italiana sintió que no podía gobernar ya con toda tranquilidad. La insurrección de los campesinos sicilianos, en 1894, y la insurrección de Milán en 1896 fueron sus experimenta crucis. Debía apoyarse, pues, en otra clase, encontrar nuevas alianzas, en un sistema de democracia burguesa. Podía elegir entre dos posibilidades: o una democracia rural, es decir, una alianza con los campesinos meridionales, una política de librecambio, de sufragio universal, de descentralización administrativa, de bajos precios de los productos industriales; o un bloque industrial, capitalista-obrero, sin sufragio universal, con proteccionismo aduanero, con el mantenimiento del centralismo estatal, con una política reformista de los salarios y de las libertades sindicales. Escogió la segunda solución: el dominio burgués se encarnó en la figura de Giolitti, y el Partido Socialista se redujo al papel de instrumento de la política giolittiana. Pero el proletariado reaccionó espontáneamente contra la política de los dirigentes reformistas y a partir de 1910 el PSI se vio obligado a volver a la táctica intransigente; con ello, el bloque industrial-obrero perdió su eficacia. Fue en aquel momento cuando Giolitti cambió el fusil de hombro; sustituyó la alianza entre los burgueses y los obreros por la alianza entre los burgueses y los católicos, que representaban a las masas campesinas de la Italia septentrional y central. ¿Cuál había de ser en aquel cuadro, la primera tarea de la clase obrera? La respuesta de Gramsci es firme y clara: ante todo, aislar a la burguesía separando de ella a los aliados antinaturales. El proletariado, sostiene Gramsci, solo puede llegar a ser clase dirigente y dominante cuando cree un sistema de alianzas de clase que le permita movilizar contra el capitalismo y el Estado burgués a la mayoría de la población trabajadora, es decir —en el marco de las relaciones de clase realmente existentes en Italia—, cuando llegue a obtener el consenso de las grandes masas campesinas. Y dado que la cuestión campesina ha asumido en Italia dos formas peculiares, la cuestión meridional y la cuestión vaticana, conquistar la mayoría de las masas campesinas significa para el proletariado italiano hacer propias estas dos cuestiones desde el punto de vista social, comprender las exigencias de clase que representan, incorporar estas exigencias a su programa revolucionario. Solo de este modo, abandonando todos los residuos corporativos, podrá el proletariado llegar a convertirse en clase dirigente. De no ser así, los estratos campesinos, que en Italia representan la mayoría de la población, permanecerán bajo la dirección burguesa, dando al Estado la posibilidad de resistir el empuje proletario y de quebrantarlo. Pero, una vez clara la dirección de la marcha, ¿cómo obtener el consenso de las masas campesinas? La sociedad meridional, escribe Gramsci, es un bloque agrario constituido por tres estratos sociales: la gran masa campesina amorfa y disgregada, los intelectuales de la pequeña y la media burguesías rurales, los grandes propietarios territoriales y los grandes intelectuales. El segundo estrato (el de los pequeños y medios intelectuales) proviene de una capa social de características bien definidas; el pequeño y medio propietario de tierras que no es campesino, que no trabaja la tierra, que se avergonzaría de practicar la agricultura, pero que de la poca tierra que tiene, arrendada o en régimen de aparcería, quiere sacar lo suficiente para vivir convenientemente, mandar a los hijos a la universidad o al seminario y dotar a las hijas, que deben casarse con un oficial del ejército o con un funcionario civil del Estado. Los intelectuales medios reciben de esta capa una gran aversión por el campesino, considerado como una máquina de trabajo a la que hay que exprimir hasta los huesos y que puede sustituirse fácilmente dado el exceso de población; también reciben un sentimiento atávico de miedo del campesino y de sus violencias destructoras y, por consiguiente, un hábito de hipocresía exquisita y un refinadísimo arte de engañar y domesticar a las masas campesinas. Este tipo de intelectual, democrático de cara a los campesinos y reaccionario de cara a los grandes propietarios y al Gobierno, politicastro, corrompido, desleal, es el eslabón que liga al campesino meridional al gran terrateniente. De este modo se realiza un monstruoso bloque agrario, que en su conjunto funciona como intermediario y vigilante del capitalismo septentrional y de los grandes bancos. Su único objetivo es conservar el statu quo. Los grandes propietarios, en el terreno político, y los grandes intelectuales, en el terreno ideológico (Giustino Fortunato, Benedetto Croce), centralizan y dominan el conjunto de manifestaciones internas del bloque. Ha habido grupos de intelectuales medios, escribe Gramsci, que han intentado salir del bloque agrario y plantear en forma nueva la cuestión meridional. Bien miradas las cosas, el meridionalismo es el principal motivo inspirador de las mejores iniciativas culturales del siglo xx en Italia, desde La Voce de Prezzolini hasta L’Unità de Salvemini. Pero Fortunato y Croce, supremos moderadores políticos e intelectuales de todas estas iniciativas, han conseguido que el planteamiento de los problemas meridionales no superase nunca ciertos límites, no llegase a ser revolucionario. En este panorama, el grupo de L’Ordine Nuovo ocupa una posición propia y peculiar. También él, admite Gramsci, ha experimentado la influencia intelectual de Giustino Fortunato y de Benedetto Croce; pero luego, convirtiendo al proletariado urbano en protagonista moderno de la historia italiana y, por consiguiente, de la cuestión meridional, ha representado una ruptura completa de aquella tradición. ¿En qué sentido? Ha intentado actuar de intermediario entre el proletariado septentrional y los intelectuales del Mediodía que plantean la cuestión meridional en un terreno nuevo más avanzado. Para Gramsci, la figura más completa e interesante de estos intelectuales es Guido Dorso.
«No se trata de intelectuales comunistas, pero la ruptura del bloque agrario solo podrá obtenerse con la formación de un estrato de intelectuales de izquierda, de nuevos intelectuales medios que no liguen ya al campesino con el propietario territorial. La alianza entre el proletariado y las masas campesinas del Mediodía —concluye Gramsci— exige esta formación».
El manuscrito se interrumpe aquí. La detención impidió a Gramsci revisarlo y completarlo. Pero incluso tal como quedó, como primer esbozo de una tesis que seguramente Gramsci quería desarrollar más a fondo, constituye, por el método de análisis y por la agudeza de los juicios vertidos, un ejemplo de ensayo poderosamente inspirado…
(continuará)
[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]
**
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por comentar