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LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA
DE 1848 A 1850
Karl Marx
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IV. LA ABOLICIÓN DEL SUFRAGIO UNIVERSAL EN 1850
(…) El 21 de mayo la Montaña puso a debate la cuestión previa y propuso que fuese desechado el proyecto en bloque, por ser contrario a la Constitución. El partido del orden contestó diciendo que, si era necesario, se violaría la Constitución, pero que no hacía falta, puesto que la Constitución era susceptible de todas las interpretaciones y la mayoría era la única competente para decidir cuál de ellas era la acertada. A los ataques desenfrenados y salvajes de Thiers y Montalembert opuso la Montaña un humanismo culto y correcto. Se pasó en el terreno jurídico; el partido del orden la remitió al terreno en que brota el Derecho, a la propiedad burguesa. La Montaña gimoteó: ¿acaso se quería provocar a toda costa una revolución? El partido del orden replicó que no le pillaría desprevenido.
El 22 de mayo fue liquidada la cuestión previa por 462 votos contra 227. Los mismos hombres que se empeñaban en demostrar de un modo tan solemne y concienzudo que la Asamblea Nacional y cada uno de sus diputados abdicaban tan pronto como le volvían la espalda al pueblo, que les había conferido los poderes, se aferraban a sus puestos y, en vez de actuar ellos mismos, intentaron de pronto hacer que actuase el país, y precisamente por medio de peticiones. Cuando el 31 de mayo la ley salió adelante brillantemente ellos siguieron en sus sitios. Quisieron vengarse con una protesta en la que levantaban acta de su inocencia en el estupro de la Constitución, protesta que ni siquiera hicieron de un modo público, sino que la deslizaron subrepticiamente en el bolsillo del presidente.
Un ejército de 150.000 hombres en París, las largas que le habían ido dando a la decisión, el apaciguamiento de la prensa, la pusilanimidad de la Montaña y de los diputados recién elegidos, la calma mayestática de los pequeños burgueses y, sobre todo, la prosperidad comercial e industrial, impidieron toda tentativa de revolución por parte del proletariado.
El sufragio universal había cumplido su misión. La mayoría del pueblo había pasado por la escuela de desarrollo, que es para lo único que el sufragio universal puede servir en una época revolucionaria. Tenía que ser necesariamente eliminado por una revolución o por la reacción.
La Montaña hizo un gasto de energía todavía mayor en una ocasión que se presentó a poco de esto. Desde lo alto de la tribuna parlamentaria, el ministro de la Guerra, d'Hautpoul, había llamado catástrofe funesta a la revolución de Febrero. Los oradores de la Montaña que, como siempre, se caracterizaron por su estrépito de indignación moral, no fueron autorizados a hablar por el presidente Dupin. Girardin propuso a la Montaña retirarse en masa inmediatamente. Resultado: la Montaña siguió sentada en sus escaños, pero Girardin fue expulsado de su seno por indigno.
La ley electoral requería otro complemento: una nueva ley de prensa. Esta no se hizo esperar mucho tiempo. Un proyecto del Gobierno, agravado en muchos respectos por enmiendas del partido del orden, elevó las fianzas, estableció un impuesto del timbre extraordinario para las novelas por entregas (respuesta a la elección de Eugenio Sue), sometió a tributación todas las publicaciones semanales o mensuales hasta cierto número de pliegos y dispuso, finalmente, que todos los artículos periodísticos debían aparecer con la firma de su autor. Las disposiciones sobre la fianza mataron a la llamada prensa revolucionaria; el pueblo vio en su hundimiento una compensación por la supresión del sufragio universal. Sin embargo, ni la tendencia ni los efectos de la nueva ley se limitaban sólo a esta parte de la prensa. Mientras era anónima, la prensa periodística aparecía como órgano de la opinión pública, innúmera y anónima; era el tercer poder dentro del Estado. Teniendo que ser firmados todos los artículos, un periódico se convertía en una simple colección de aportaciones literarias de individuos más o menos conocidos. Cada artículo descendía al nivel de los anuncios. Hasta allí, los periódicos habían circulado como el papel moneda de la opinión pública; ahora se convertían en letras de cambio más o menos malas, cuya solvencia y circulación dependían del crédito no sólo del librador sino también del endosante. La prensa del partido del orden había incitado, al igual que a la supresión del sufragio universal, a la adopción de medidas extremas contra la mala prensa. Sin embargo, al partido del orden —y más todavía a algunos de sus representantes provinciales— les molestaba hasta la buena prensa, en su inquietante anonimidad. Sólo querían que hubiese escritores pagados, con nombre, domicilio y filiación. En vano la buena prensa se lamentaba de la ingratitud con que se recompensaban sus servicios. La ley salió adelante y la norma que obligaba a dar los nombres le afectaba sobre todo a ella. Los nombres de los periodistas republicanos eran bastante conocidos, pero las respetables firmas del "Journal des Débats", de la "Assemblée Nationale", del "Constitutionnel", etc., etc., quedaban muy mal paradas con su altisonante sabiduría de estadistas, cuando la misteriosa compañía se destapaba siendo una serie de venales penny-a-liners (Periodistas a tanto la línea.) con una larga práctica en su oficio y que por dinero contante habían defendido todo lo habido y por haber, como Granier de Cassagnac, o viejos trapos de fregar que se llamaban a sí mismos estadistas, como Capefigue, o presumidos cascanueces, como el señor Lemoinne, del "Débats".
En el debate sobre la ley de prensa, la Montaña había descendido ya a un grado tal de desmoralización, que hubo de limitarse a aplaudir los brillantes párrafos de una vieja notabilidad luisfilípica, del señor Víctor Hugo.
Con la ley electoral y la ley de prensa, el partido revolucionario y democrático desaparece de la escena oficial. Antes de retirarse a casa, poco después de clausurarse las sesiones, las dos fracciones de la Montaña, la de los demócratas socialistas y la de los socialistas demócratas, lanzaron dos manifiestos, dos testimonia paupertatis (Certificados de pobreza) en los que demostraban que, si la fuerza y el éxito no habían estado nunca de su lado, ellos habían estado siempre al lado del Derecho eterno y de todas las demás verdades eternas.
Fijémonos ahora en el partido del orden. La "Neue Rheinische Zeitung" decía, en su tercer número, página 16: «Frente a los apetitos de restauración de los orleanistas y legitimistas coligados, Bonaparte defiende el título de su poder efectivo, la república; frente a los apetitos de restauración de Bonaparte, el partido del orden defiende el título de su poder común, la república; frente a los orleanistas, los legitimistas defienden, como frente a los legitimistas, los orleanistas, el statu quo, la república. Todas estas fracciones del partido del orden, cada una de las cuales tiene in petto su propio rey y su propia restauración, hacen valer en forma alternativa, frente a los apetitos de usurpación y de revuelta de sus rivales, la dominación común de la burguesía, la forma bajo la cual se neutralizan y se reservan las pretensiones específicas: la república... Y Thiers decía más verdad de lo que él sospechaba, al declarar: «Nosotros, los monárquicos, somos los verdaderos puntales de la república constitucional».
Esta comedia de los républicains malgré eux(Republicanos a pesar suyo. Alusión a la comedia de Moliere "Médico a pesar suyo".): la repugnancia contra el statu quo y su continua consolidación; los incesantes rozamientos entre Bonaparte y la Asamblea Nacional; la amenaza constantemente renovada del partido del orden de descomponerse en sus distintos elementos integrantes y la siempre repetida fusión de sus fracciones; el intento de cada fracción de convertir toda victoria sobre el enemigo común en una derrota de los aliados temporales; los celos, odios y persecuciones alternativos, el incansable desenvainar de las espadas, que acababa siempre en un nuevo beso Lamourette: toda esa poco edificante comedia de enredo no se había desarrollado nunca de un modo más clásico como durante los seis últimos meses.
El partido del orden consideraba la ley electoral, al mismo tiempo, como una victoria sobre Bonaparte. ¿No había entregado los poderes el Gobierno, al confiar a la Comisión de los diecisiete la redacción y la responsabilidad de su propio proyecto? ¿Y no descansaba la fuerza principal de Bonaparte frente a la Asamblea en el hecho de ser el elegido de seis millones? A su vez, Bonaparte veía en la ley electoral una concesión hecha a la Asamblea, con la que había comprado la armonía entre el poder legislativo y el poder ejecutivo. Como premio, el vulgar aventurero exigía que se le aumentase en tres millones su lista civil. ¿Podía la Asamblea Nacional entrar en un conflicto con el poder ejecutivo, en un momento en que acababa de excomulgar a la gran mayoría de los franceses? Se encolerizó tremendamente, parecía querer llevar las cosas al extremo; su comisión rechazó la propuesta; la prensa bonapartista amenazaba y apuntaba al pueblo desheredado, al que se le había robado el derecho de voto; tuvieron lugar una multitud de ruidosos intentos de transacción, y, por último, la Asamblea cedió en cuanto a la cosa, pero vengándose, al mismo tiempo, en cuanto al principio. En vez del aumento anual de principio de la lista civil en tres millones le concedió una ayuda de 2.160.000 francos. No contenta con esto, no hizo siquiera esta concesión hasta que no la hubo apoyado Changarnier, el general del partido del orden y protector impuesto a Bonaparte. Así, en realidad, no concedió los dos millones a Bonaparte, sino a Changarnier.
Este regalo, arrojado de mauvaise grâce, (De mala gana) fue aceptado por Bonaparte en el sentido en que se lo hacían. La prensa bonapartista volvió a armar estrépito contra la Asamblea Nacional. Y cuando, en el debate sobre la ley de prensa, se presentó la enmienda sobre la firma de los artículos, enmienda dirigida especialmente contra los periódicos secundarios defensores de los intereses privados de Bonaparte, el periódico central bonapartista, el "Pouvoir",dirigió un ataque abierto y violento contra la Asamblea Nacional. Los ministros tuvieron que desautorizar al periódico ante la Asamblea; el gerente del "Pouvoir" hubo de comparecer ante el foro de la Asamblea Nacional y fue condenado a la multa máxima, a 5.000 francos. Al día siguiente, el "Pouvoir" publicó un artículo todavía más insolente contra la Asamblea Nacional, y como revancha del Gobierno los Tribunales persiguieron inmediatamente a varios periódicos legitimistas por violación de la Constitución.
Por último, se abordó la cuestión de la suspensión de sesiones de la Cámara. Bonaparte la deseaba, para poder operar desembarazadamente, sin que la Asamblea le pusiese obstáculos. El partido del orden la deseaba, en parte para llevar adelante sus intrigas fraccionales y en parte siguiendo los intereses particulares de los diferentes diputados. Ambos la necesitaban para consolidar y ampliar en las provincias las victorias de la reacción. La Asamblea suspendió, por tanto, sus sesiones desde el 11 de agosto hasta el 11 de noviembre. Pero como Bonaparte no ocultaba, ni mucho menos, que lo único que perseguía era deshacerse de la molesta fiscalización de la Asamblea Nacional, la Asamblea imprimió incluso al voto de confianza un sello de desconfianza contra el presidente. De la comisión permanente de veintiocho miembros, que habían de seguir en sus puestos durante las vacaciones como guardadores de la virtud de la república, se alejó a todos los bonapartistas. En sustitución de ellos, se eligió incluso a algunos republicanos del "Siècle" y del "National", para demostrar al presidente la devoción de la mayoría a la república constitucional…
(continuará)
[Fragmento de: Karl MARX “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”]
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