martes, 5 de noviembre de 2024

 

1236

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

 

Andrés Piqueras

 

(20)

 

 

 

PARTE I

 

De la agonía del capital(ismo) y del

desvelamiento de su ilusión democrática

 

 

 

Capítulo 7


(...)

 

EL PELIGROSO DECLIVE DEL HEGEMÓN

 

Los últimos anclajes de EE.UU. como hegemón son: a/ el dólar como moneda de cambio y de reserva del valor a escala internacional; b/ el Ejército, que a su vez está vinculado al avance tecnológico estadounidense; c/ el cuasi-monopolio sobre las comunicaciones (donde se incluyen sus 5 gigantes tecnológicos: Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft), incluida internet, lo que ha permitido a EE.UU., y por extensión a las formaciones sociales europeas, seguir “construyendo el relato” del mundo (a semejanza de lo que estas últimas vienen haciendo desde su expansión colonial en el siglo XV).

 

Uno y otro de esos pilares se sustentan mutuamente: el dólar puede cumplir tales papeles globales porque su confianza se asienta en la fuerza de las armas del hasta ahora ejército más poderoso del planeta, mientras que éste ha podido seguir siéndolo gracias al papel global del dólar y a la consiguiente posibilidad de emitir dinero sin respaldo, así como de contraer deuda incobrable (lo mismo se aplica a su complejo tecnológico que, por otra parte, está en gran medida militarizado). Esta dupla de poder le permite al hegemón (y por extensión a las potencias capitalistas subordinadas) mantener la “fabricación de la verdad” a escala mundial, a través del control de la absoluta mayoría de los media. Pero la previsible declinación de un dólar sobrevaluado y sin respaldo en el valor (capítulo 4), en un mundo que empieza a funcionar virtualmente, sin moneda para sus transacciones y movimientos de mercancías y capital, no dejará pronto tantas posibilidades para el dólar y con ello para el monstruoso complejo militar estadounidense (Dierckxens y Piqueras, 2018).

 

Consecuentemente, es previsible también que la dinámica político-territorial del Estado norteamericano vaya perdiendo fuerza. La eclosión de China ha comenzado a trastocar todas las dinámicas de la globalización unilateral estadounidense. A diferencia de la URSS en su momento (que sólo podía oponérsele en el terreno militar-político), China sí reúne condiciones para desafiar la hegemonía mundial estadounidense en su completitud. Concretamente, el auge de China a partir de los años noventa ha significado una escalada continua de posiciones, hasta ocupar, en el año 2015, el primer puesto en cuanto a participación en el PIB mundial (medido en PPA) adelantando a EE.UU. Como quiera que China tiene las mayores reservas de dólares del mundo, pero al mismo tiempo es una formación social que impide que sus divisas salgan fácilmente de sus fronteras, añade una razón más para haberse convertido en el principal enemigo de EE.UU. en el presente siglo, dado que como acabamos de ver en el apartado anterior, el hegemón en su relativa decadencia necesita reciclar permanentemente enormes flujos de divisas hacia su economía.

 

Por ahora el sistema financiero ha empezado a compartir la importancia del yuan (en realidad del petro-oro-yuan, dado que China es el principal importador de petróleo y el que más reservas de oro tiene del mundo), que se aprecia en la misma proporción en que el país ha comenzado a deshacerse de las reservas de moneda extranjera y de bonos estadounidenses. Dado el actual estado de cosas, la lógica sistémica llevaría a levantar un nuevo entramado financiero internacional apoyado en una bolsa de monedas conectadas a la energía (y posiblemente al oro) en la que el dólar perdiera parte considerable de su peso. Sin embargo, las descomunales dimensiones que ha adquirido el capital ficticio en la actualidad dificultan cualquier tarea de acoplar la producción a una nueva moneda o conjunto de monedas más o menos “físicas”.

 

Un factor decisivo diferenciador del anterior “bipolarismo” EE.UU./URSS es que la potencia china en auge juega de momento con las mismas reglas del capitalismo mundial, pero poniendo patas arriba todo el “Consenso de Washington” y venciéndole en su propio terreno. Todo el o a la par que conserva elementos bien definidos de una sociedad en transición socialista. De cómo se diriman interna y externamente el peso de unos u otros factores de la formación socio-estatal china (lucha de clases interna y también a escala del capital global), dependerá en alguna medida el decurso de la humanidad en el futuro inmediato.

 

Colectivización de la propiedad de los suelos y de los subsuelos.

 

Ausencia de proletarización de buena parte del campesinado.

 

Cobertura universal de necesidades básicas por parte del Estado.

 

Nacionalización de las infraestructuras.

 

Transformación en sociedades estatales de lo esencial de las empresas de los sectores industriales clave.

 

Planificación central aplicada estratégicamente.

 

Control estatal de la moneda y de todos los grandes Bancos.

Vigilancia estrecha de los centros nancieros. También de las actividades de los “emprendedores domésticos” en el exterior (financiados a menudo por el propio Estado).

Control de las condiciones de implantación de las firmas extranjeras.

Supervisión en la cúspide de toda esa planificación y protección económica y social, por parte del Partido Comunista Chino.

 

Fuente: elaboración propia, siguiendo especialmente a Herrera y Long (2021).

 

 

En cualquier caso, tanto las fuentes energéticas como la economía productiva ya no están en el Eje Anglosajón (anglo-estadounidense) que desde 1700 controla el Sistema Mundial, sino en Asia, y sobre todo en el Eje chino-ruso, a partir del momento en que Rusia recobra también su papel internacional como potencia (energético-militar y espacial), en un proceso difícil y todavía incompleto pero que ya marca una clara guía de re-soberanización. China sobre todo, pero poco a poco aunque parcialmente también Rusia, trazan las dos únicas contra-dinámicas de recuperación de la territorialidad político-estatal frente al desenvolvimiento global (globalización) del capital degenerativo. China, como potencia emergente, está intentando construir una forma de internacionalización que comienza a despegarse de la actual globalización del capital, por lo que en vez de estar basada en el desenfreno financiero, la especulación, la rapiña de recursos mundiales, la multiplicación de recortes sociales y planes de ajuste, corrupción como vía privilegiada de beneficios, “paraísos sociales” y capital ficticio, busca proporcionar un entramado energético-productivo y comercial multipolar (lo cual no quiere decir que algunos de aquellos rasgos no estén presentes también en su expansión económica, lo que pasa es que no alcanzan ni de lejos el papel preponderante que tienen en el capitalismo degenerativo actual). Toda un área transcontinental integrada económicamente mediante una nueva “Ruta de la Seda”. En ella se intenta incluir a la Unión Económica Euroasiática, con India y su zona de influencia, pero también América del Sur, Sudáfrica y la Unión Africana. Una red con moneda internacional centrada en el yuan, que pretende complementarse con una canasta de monedas (de los llamados BRICS), y que cuenta con un Banco de Infraestructura y Desarrollo, un Fondo de Fomento, un sistema propio de compensación de intercambio, una Bolsa Internacional de Energía, un plan de infraestructura y desarrollo que muy pronto podrá llegar a Inglaterra con un tren de mercancías de alta velocidad.

 

La Ruta de la Seda o “Un Cinturón una Ruta” en la terminología china, cubriría, de completarse, al 65% de la población mundial, mediante conexiones con más de un centenar de países de los cinco continentes. Involucraría un tercio del PIB global. Movilizaría una cuarta parte de los bienes planetarios, suponiendo algo así como un tipo de “New Deal” a escala global capaz de insuflar algo más de vida a un “capitalismo productivo”, tanto como probablemente constituirse en una de las últimas posibilidades de hacer una “reconversión suave” del mismo a otro modo de producción.

 

Por su parte, Rusia está poniendo su poderío diplomático-militar al servicio de ese proyecto, al que parece comenzar a entender como su vía de futuro, con el fin de crear una “zona de estabilidad” fuera del caos del capital degenerativo y de los coletazos destructivos de la territorialidad política estadounidense en decadencia. Hay que tener en cuenta que esa alianza entra dentro de la estrategia de Moscú para conectar económicamente Europa y Asia en un súper-continente: la Gran Eurasia. Proyecto que por fin le permite a Rusia desconectar de su larga historia de intentos de insertarse de forma periférica enEuropa, para pasar a ser el fulcro de Eurasia.

 

No solamente esto debilita aún más la globalización neoliberal, sino que fortalece las economías estatales implicadas, así como el proceso multilateral y regional, lo que explica que ambas formaciones sociales hayan creado a través de esta cooperación una “zona de estabilidad” y de previsibilidad en materia de relaciones internacionales, de relaciones comerciales, económicas y monetarias, que fortalece la opción de un sistema multipolar basado, hoy por hoy, en el respeto y beneficio mutuo entre Estados. Ese proyecto en curso contrasta vivamente con la imprevisibilidad y arbitrariedad de las decisiones político-estratégicas estadounidenses y los abusos de su unipolaridad.

 

Pero ante la mera posibilidad de un nuevo entramado mundial productivo-energético, que paradójicamente podría prolongar la propia vida del capitalismo, la territorialidad política del hegemón en declive opone una tenaz resistencia. EE.UU. no parece dispuesto a dejarse relevar sin destruir. Su peligrosidad es mayor si tenemos en cuenta que su zona de seguridad energética (y la de sus subordinados imperiales) está precisamente en Asia Occidental, el nudo gordiano entre sus intereses y los del “cinturón” de conexión mundial chino. En el conjunto de Asia, la “geoecología” o pugna por la energía, recursos, materias primas y “tierras raras” de minerales estratégicos (fundamentalmente localizados en el corazón asiático y especialmente enSiberia –y también en China–), se erige en motivo primordial de la geo-estrategia global.

 

La capacidad de destrucción de EE.UU. es varias veces planetaria. Tiene alrededor de un cuarto de millón de efectivos del Ejército, la Marina y las Fuerzas Aéreas, en el 70% de los países del mundo, con más de 450 bases militares extraterritoriales. Con alrededor de 750.000 millones de $ de presupuesto militar declarado (que es sólo una parte del real), suma casi tanto como el gasto militar de todo el resto del mundo junto. Es por eso que a la “zona de estabilidad” multipolar chino-rusa (que sus respectivos mandatarios llaman de “estabilidad estratégica”), EE.UU. (y sus aliados subordinados) le ha opuesto desde el principio una política de caos y desestabilización.

 

EE.UU. ha lanzado la «guerra contra el terror» desde hace más de dos décadas, y con ella ha arruinado países y destrozado sociedades enteras: Afganistán, estatales escogidas para devastar fueron parte de la red de alianzas de la Unión Soviética. Muchos analistas afirman que EE.UU. “pierde” esas guerras porque no puede ni vencer sobre el terreno al enemigo ni rehacer las estructuras estatales. Pero es que no se trata de eso, busca otros fines, especialmente la ingobernabilidad de los territorios que devasta, la guerra permanente en ellos, a través de los cuerpos de ejército privados, irregulares o mercenarios, más terroristas que deja in situ. Así, por ejemplo, su retirada de Afganistán deja centenares de miles de talibanes listos no sólo para intentar hacerse cargo del Estado a su manera sino para poder expandir sus redes a los Estados adyacentes. Además, nuevas facciones “terroristas” son infiltradas en el país para hacerle ingobernable incluso a los propios talibanes, desestabilizando aún más toda la región, con especial peligrosidad para las exrepúblicas Somalia, Irak, Libia, Siria, Yugoslavia. Además, esa especial guerra perdura y se extiende hoy por más de 60 países, principalmente a través de operaciones secretas. De hecho, se ha convertido en la forma en que la principal potencia tiende a implantar su particular visión de un «dominio total» («Ful -spectrum dominance», como fue definido en el clave informe del Pentágono titulado Joint Vision 2020). Es su estrategia para devastar territorios, hacerlos ingobernables (agujeros negros de caos, sin autoridad central), y así sabotear la zona de estabilidad chino-rusa, poniendo socavones en la autopista de la seda. También podemos fijarnos en que la mayoría de las formaciones soviéticas y para la propia Rusia (además de China e Irán).

 

Irak (1991): con sanción de la ONU

Somalia (1993): EE.UU. y algunos “aliados”, con sanción de la ONU

Yugoslavia (1995): OTAN, sin sanción de la ONU

Afganistán y Sudán (1998): ataque unilateral de EE.UU.

Yugoslavia (1999): OTAN, sin sanción de la ONU

Afganistán (2001): OTAN, sin sanción de la ONU [dura hasta hoy]

Irak (2003): EE.UU. y algunos “aliados”, sin autorización de la ONU

Pakistán, Yemen, Somalia (2002): ataques con aviones no tripulados, sin autorización de la ONU [dura hasta hoy] Libia (2011): intervención de la OTAN, con sanción de la ONU

Siria (2014): EE.UU. – OTAN [dura hasta hoy]

 

Fuente: elaboración propia.

 

 

Intervenciones que Arthur K. Cebrowski, almirante y director de la O ce of Force Transformation in the U.S. Department of Defense, concibió hechas sobre “países desechables” a los que había que destruir sus estructuras estatales. Dentro de esa estrategia se daría lugar a la “Doctrina de Dominación Permanente”, lanzada en 1992, que todavía no establecía con claridad cuáles iban a ser los rivales de la potencia norteamericana una vez disuelta la URSS y su bloque del Este. También la “Teoría del Caos Constructivo”, durante el gobierno de George W. Bush, con la que Washington intentó afirmar su hegemonía tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. En ese momento ya se enunciaba la necesidad de “cercar” a China. La Doctrina de “Pivote asiático”, formulada por Obama, apuntaba a hacer un despliegue de instalaciones militares y medios de combate para impedir y/o limitar el abastecimiento energético de China por vía marítima en caso de un escalamiento del conflicto. De ahí solo hubo un paso a la mal llamada “guerra comercial” del presidente Trump que escaló aún más el conflicto. Apareció más recientemente el Documento “Ventaja en el mar”, publicado por el Instituto Naval de Estados Unidos, que fue definido como la estrategia marítima del país a partir de la integración del poder naval en todos los dominios y bajo coordinación conjunta de la Armada, el Cuerpo de Marines y la Guardia Costera.

 

En ese auto-declarado “Caos Constructivo” hay que incluir a las llamadas guerras de cuarta generación o “híbridas” que, aprovechando el descontento real de unas u otras poblaciones o parte de ellas, combinan el uso de la presión político-económica con operaciones militares en sus diferentes expresiones (operaciones subversivas, actuaciones clandestinas y de falsa bandera, guerra por delegación y proxy-guerras…), incluida la utilización de cuerpos armados irregulares y redes terroristas potenciadas o creadas ad hoc. También mediante la propaganda, la cibernética y la inteligencia artificial… con poco armamento pero sofisticado, cuerpos paramilitares infiltrados entre la multitud, con gran capacidad operativa y de incitación de masas, así como de sabotaje o acciones directas; lanzamiento masivo de noticias falsas (sobre políticas gubernamentales, daños económicos o sociales, asesinatos…) que se expanden por la red a través de miles de cuentas de perfiles falsos creadas para multiplicar su efecto; la demonización permanente y sistemática del líder o líderes a derribar y una cobertura mediática mundial coactuante, gracias al control de la mayor parte de cadenas de TV, radio y periódicos, además de Internet, Twitter, Facebook... Con ello se han desatado “revoluciones de colores” o, en su defecto, la desestabilización de los países y la extenuación de sus sociedades. Ejemplos de ellas tenemos en Georgia, Chechenia, Azerbaiyán, Venezuela, Honduras, Nicaragua, Bolivia, Congo, Nigeria, Siria, Hong Kong, las “primaveras árabes”, Ucrania, Bieolorrusia. Habría que añadir, además, la partición de Sudán y la que se está intentando ultimar con Etiopía, o la que lleva desangrando al Congo desde hace tiempo. Fundamentalmente están en el punto de mira del hegemón aquellas formaciones estatales que se encuentran dentro del espacio territorial de lo que fue la URSS o sus alianzas, y que hoy integran la zona de seguridad de Rusia. Con ello buscan debilitar al “brazo armado” del Eje de la Estabilidad, para lo que no se descarta incluso la posibilidad de un golpe de Estado en Rusia con el fin de poner un gobierno sumiso a los intereses estadounidenses –y europeos– (el fabricado caso Navalni va en ese sentido). También son objetivos principales las formaciones sociales americanas que de una u otra manera han buscado vías propias de gobierno más allá de los dictados de Washington, porque EE.UU considera al continente americano como “su” perímetro de seguridad.

 

Así mismo, es prioritario en la agresión del hegemón el “hinterland” chino (además de, en potencia, todo el que se encuentre en su Ruta de la Seda, como ya se dijo). En este orden de intenciones, otra particular modalidad de guerra que practica EE.UU., y que puede permitirse por gozar de la “moneda global” y del sistema de compensación de pagos SWIFT, según vimos en el capítulo 4, es la de la sanción económica contra países (que también obliga al resto del mundoa seguir, ejerciendo a su vez sanciones contra quienes no la secunden). Hoy agrede así nada menos que a Bielorrusia, Burundi, Corea del Norte, Irán, Libia, Nicaragua, Cuba, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Rusia, Sudán, Siria, Venezuela y Zimbabwe; Estados a los hay que agregar entidades como las Repúblicas Populares de la región de Donbass (en Ucrania) y el Hezbolah libanés (así como buena parte de la población de Yemen, donde los hutíes han sido sólo recientemente retirados de la lista de “terroristas” dictada por EE.UU.), entre otras. Esas sanciones constituyen actos de guerra condenados por la ONU, que causan indescriptibles sufrimientos y mortandad en las poblaciones afectadas, a menudo más que los ataques militares, pero que pasan mucho más desapercibidas para las sociedades del mundo. Cumplen, además de con los objetivos geoestratégicos descritos, con metas geoeconómicas y geoecológicas sustitutorias de la acumulación de capital, en lo que se ha llamado acumulación militarizada:

 

“Lanzar guerras e intervenciones que producen ciclos de destrucción y reconstrucción y generan inmensos beneficios para un complejo militar-carcelario-industrial-de seguridad-financiero, en continua expansión. Actualmente, vivimos en una economía global de guerra”

 

(Robinson, 2013).

 

Tales políticas, que EE.UU. se reserva para sí mismo el derecho de aplicarlas a su antojo, arbitrariamente, contradicen de plano, como es fácil de deducir, el “libre mercado”, aunque, en realidad, todo muestra a lo largo del capitalismo histórico que aquél sólo es proclamado por las potencias cuando son ellas las que se benefician de un comercio sin competencia real. Por eso hoy EE.UU. ha emprendido el camino del proteccionismo y una guerra económica contra su principal adversario en esta primera mitad del siglo XXI: China. Ya previamente había hecho abortar la Ronda de Doha tocando de gravedad a la propia OMC (que está prácticamente desaparecida). Dado que la UE, Canadá y Australia siguen dócilmente los dictados de EE.UU., cada vez más la diplomacia “occidental” para con el bloque chino-ruso va quedando reducida a sanciones económicas, un tipo de guerra que, lógicamente, descarta la diplomacia y acerca precipitadamente al enfrentamiento militar, poniendo en riesgo al planeta entero.

 

De hecho, estamos ya en una especie de guerra total, que combina las modalidades descritas (intervenciones militares directas o a través de intermediarios, agresiones económicas, ofensivas híbridas con guerra mediática de por medio, donde la Mentira se convierte en elemento clave estratégico), con la guerra cibernética y la judicial (propiciadora de golpes de Estado y persecuciones políticas de primer nivel a través del poder judicial). En general, la incapacidad por parte de EE.UU. de lograr la globalización unilateral absoluta mediante el avasallamiento consensual, junto a la profundización de la crisis sistémica y la agravación de las crisis sociales, así como el surgimiento de las “potencias emergentes”, nos lleva a esa guerra total y a los prolegómenos de un proceso de “desglobalización” (o globalización por regiones), así como a una gran metamorfosis de todo el imperialismo construido bajo el hegemón norteamericano, incapaz hasta ahora de acomodarse a la probable intensificación de su decadencia…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

 

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