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Vida de ANTONIO GRAMSCI
Giuseppe Fiori
(…)
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(…) El 28 de abril estaba nuevamente en Italia. El Gobierno había preparado un proyecto de ley que, según el ministerio, iba dirigido, sobre todo, contra la masonería. Pero el proyecto se proponía el fin mucho más genérico de «disciplinar la actividad de las asociaciones, entes e institutos y la pertenencia a estos de los empleados públicos». Así que era fácil adivinar la verdadera intención de los proponentes: estaban decididos a crear un instrumento para golpear a todas las organizaciones antifascistas, bajo la apariencia de actuar en régimen de plena legalidad. En cuanto a la masonería, según Gramsci, las razones del fascismo eran de concurrencia y no de lucha con objetivos opuestos; el objetivo del fascismo podía ser romper el espinazo a la masonería para imponerle después, desde una posición de evidente superioridad, un compromiso. En cambio, una vez aprobada la ley, la furia represiva del Gobierno se dirigía sobre todo contra aquellas organizaciones con las cuales el compromiso era imposible. El 16 de mayo de 1925, Gramsci intervino en la Cámara para denunciar la superchería de la ley. Era su primera intervención en el Parlamento. Finalmente, se encontraban frente a frente el joven líder de la oposición de izquierda (Gramsci tenía entonces treinta y cuatro años) y el hombre que hasta 1914 había sido director de Avanti! y líder de la joven generación revolucionaria y que ahora, a los cuarenta y dos años, se hacía llamar Duce por las fuerzas de asalto de la burguesía reaccionaria. Aunque hasta entonces no hubiesen tenido nunca la oportunidad de encontrarse, se conocían muy bien el uno al otro. Hablando el primero de diciembre de 1921 desde los bancos de la oposición de la Cámara, Mussolini había dicho:
«Los anarquistas definen al director de L’Ordine Nuovo como un estúpido aparente; aparente porque se trata de un sardo jorobado y profesor de Economía y Filosofía, un cerebro indudablemente poderoso».
Y Gramsci había escrito el 15 de marzo de 1924 en el L’Ordine Nuovo quincenal:
En Italia tenemos el régimen fascista y al frente del fascismo tenemos a Benito Mussolini; tenemos una ideología oficial en la que el jefe es divinizado, declarado infalible y preconizado como organizador e inspirador de un renacido Sacro Imperio Romano. Cada día vemos publicados en los periódicos decenas y centenares de telegramas de homenaje al jefe, procedentes de las vastas tribus locales. Vemos las fotografías: la máscara más endurecida de un rostro que ya conocíamos de los mítines socialistas. Conocemos este rostro; conocemos aquel girar de ojos en las órbitas que con su mecánica ferocidad habían de hacer temblar a la burguesía en el pasado y hoy al proletariado. Conocemos aquel puño siempre cerrado en son de amenaza. Conocemos todo este mecanismo, todo este instrumental, y comprendemos que pueda impresionar y remover las vísceras a los jóvenes de las escuelas burguesas; es realmente impresionante, incluso visto de cerca...
Pero ¿quién era en realidad Mussolini? Era «el tipo concentrado del pequeñoburgués italiano, rabioso, mezcla feroz de todos los detritus dejados en el suelo nacional por varios siglos de dominación de los extranjeros y de los curas: no podía ser el jefe del proletariado; se convirtió en dictador de la burguesía, que ama los rostros feroces cuando vuelve a ser borbónica, que espera ver en la clase obrera el mismo terror que ella sentía ante aquel girar de ojos y aquel puño cerrado y amenazador». Por primera vez, los dos líderes se enfrentaban en la sala del Montecitorio. Dos personalidades opuestas, dos temperamentos contrarios.
Gramsci no tenía nada de la sonoridad del tribuno. Su discurso parecía venir directamente del cerebro, no de los pulmones y la garganta. Al día siguiente de las elecciones de abril, Gobetti había escrito en La Rivoluzione Liberale: «Si Gramsci llega a hablar en el Montecitorio, veremos probablemente a los diputados fascistas recogidos y silenciosos para oír su voz apagada y tenue y en el esfuerzo de escuchar les parecerá sentir una nueva emoción de pensamiento. La dialéctica de Gramsci no protesta contra las intrigas y los fraudes, sino que, partiendo de las alturas puras de la idea hegeliana, demuestra que son absolutamente necesarias para un gobierno burgués». Eran palabras proféticas. «Mientras Gramsci hablaba —recuerda Velio Spano—, todos los diputados se habían concentrado en los bancos de la extrema izquierda para oír mejor su débil e inflexible voz. Una gran fotografía publicada por un periódico de Roma mostraba al jefe del Gobierno con la mano haciendo pantalla detrás de la oreja, en un esfuerzo de atención». Tranquilo de ánimo, Gramsci analizó la sustancia de clase de la masonería y del fascismo. Y sacó una primera consecuencia:
El fascismo lucha contra la única fuerza eficientemente organizada con que contaba la burguesía en Italia para suplantarla en la ocupación de los puestos que el Estado da a sus funcionarios. La revolución fascista no es más que la sustitución de un personal administrativo por otro personal.
MUSSOLINI: De una clase por otra, como ha ocurrido ya en Rusia, como ocurre normalmente en todas las revoluciones, como nosotros lo haremos metódicamente...
GRAMSCI: Solo puede llamarse revolución la que se basa en una nueva clase. El fascismo no se basa en ninguna clase que no estuviese ya en el poder…
MUSSOLINI: ¡Pero si una gran parte de los capitalistas están contra nosotros! ¡Pero si puedo citar a grandes capitalistas que votan contra nosotros, que están en la oposición, los Motta, los Conti…!
FARINACCI: ¡Y financian los periódicos subversivos!
MUSSOLINI: ¡La alta banca no es fascista, y usted lo sabe!
Para Gramsci era fácil objetar que el fascismo estaba preparando precisamente el compromiso con las fuerzas todavía no absorbidas en el sistema:
El fascismo no ha conseguido absorber completamente todos los partidos en su organización. Con la masonería ha empleado la táctica política del noyautage y después el sistema terrorista del incendio de las logias. Hoy utiliza la acción legislativa, con la cual determinadas personalidades de la alta banca y de la alta burocracia terminarán entendiéndose con los dominadores para no perder sus puestos. Pero el Gobierno deberá llegar a un compromiso con la masonería. ¿Qué se hace cuando el enemigo es fuerte? Primero se le rompe el espinazo y después se le impone el compromiso, en condiciones de superioridad evidente. [...] Por eso nosotros decimos que en realidad la ley va dirigida especialmente contra las organizaciones obreras. Preguntamos por qué desde hace algunos meses, sin que el Partido Comunista haya sido declarado asociación ilegal, los carabineros detienen a nuestros camaradas cuando les encuentran reunidos en número de tres, por lo menos...
MUSSOLINI: Hacemos lo mismo que vosotros en Rusia...
GRAMSCI: En Rusia hay unas leyes que todos observan; vosotros tenéis vuestras leyes...
MUSSOLINI: Vosotros hacéis unas redadas formidables. ¡Y hacéis muy bien!
GRAMSCI: En realidad, el aparato policiaco del Estado considera ya al Partido Comunista como una organización secreta.
MUSSOLINI: ¡No es cierto!
GRAMSCI: Pero se detiene sin ninguna acusación específica a los que se encuentran en reuniones de tres personas, solo porque son comunistas, y se les envía a la cárcel.
MUSSOLINI: Pero se les libera enseguida. ¿Cuántos están en la cárcel? Simplemente los pescamos para conocerlos.
GRAMSCI: Es una forma de persecución sistemática que anticipa y justificará la aplicación de la nueva ley. El fascismo adopta los mismos sistemas que el gobierno Giolitti. Hacéis lo mismo que hacían en el Mediodía los esbirros giolittianos: detenían a los electores de la oposición... para conocerlos.
Una voz: No hubo más que un solo caso. Usted no conoce el Mediodía.
«Soy meridional», contestó inmediatamente Gramsci. Las continuas interrupciones le impedían desarrollar su argumentación. Pero siempre conseguía volver a encontrar el hilo:
La masonería pasará en masa al partido fascista y constituirá una de sus tendencias; resulta, pues, bien claro que con esta ley esperáis impedir el desarrollo de grandes organizaciones obreras y campesinas. Este es el valor real, el verdadero significado de la ley. Algún fascista recuerda todavía nebulosamente las enseñanzas de sus viejos maestros, de cuando era revolucionario y socialista, y cree que una clase no puede seguir siéndolo permanentemente y desarrollarse hasta la conquista del poder si no cuenta con un partido y una organización que reúna la parte mejor y más consciente de ella. Algo hay de verdad en esta torva perversión reaccionaria de las enseñanzas marxistas.
Pero, en aquella situación, ¿era cierto que la disgregación de los partidos obreros había destruido para siempre las fuerzas del proletariado italiano? El diputado sardo contestaba al que le había gritado «Usted no conoce el Mediodía»:
En Italia el capitalismo ha podido desarrollarse porque el Estado ha presionado a la población campesina, especialmente en el sur. Vosotros sentís hoy la urgencia de estos problemas: por eso prometéis mil millones para Cerdeña, obras públicas y centenares de millones para todo el Mediodía. Pero para hacer una obra seria y concreta deberíais empezar por restituir a Cerdeña los cien o ciento cincuenta millones de impuestos que cada año arrancáis a la población sarda. Deberíais restituir al Mediodía los centenares de millones de impuestos que cada año arrancáis a la población meridional... Cada año, el Estado saca de las regiones meridionales una suma de impuestos que no restituye en modo alguno, ni con servicios de ningún género... Son cantidades que el Estado extrae de las poblaciones campesinas meridionales para dar una base al capitalismo de la Italia septentrional. Sobre este terreno de las contradicciones del sistema capitalista italiano se formará necesariamente, pese a todas las leyes represivas, pese a la dificultad de constituir grandes organizaciones, la unión de los obreros y de los campesinos contra el enemigo común... Vosotros podéis «conquistar el Estado», podéis modificar los códigos, podéis intentar impedir que las organizaciones sigan existiendo en la forma en que han existido hasta ahora; pero no podréis prevalecer sobre las condiciones objetivas en las que os veis obligados a moveros. No haréis más que obligar al proletariado a buscar una orientación distinta a la que prevalece hoy en el campo de la organización de las masas. Desde esta tribuna nosotros queremos decir al proletariado y a las masas campesinas de Italia que las fuerzas revolucionarias italianas no se dejarán destruir, que vuestro turbio sueño no llegará a realizarse.
En el aula se percibían grandes rumores. Para Gramsci era el comienzo y la despedida. Nunca más habló desde aquel banco. Se cuenta, pero no disponemos al respecto de testimonios directos, que Mussolini, al verlo en la buvette de la Cámara, fue a su encuentro con la mano tendida para felicitarle por su discurso. Gramsci siguió tomando su café indiferente, ignorando la mano que se le ofrecía.
Nueve días después escribió a Julia:
El trabajo se realiza de manera muy desordenada e inconexa: esto se refleja en mi estado de ánimo, ya bastante desordenado. Las dificultades se multiplican; tenemos ahora una ley sobre las organizaciones y en contra de ellas, que anuncia una represión policiaca sistemática para disgregar nuestro partido. Refiriéndome a esta ley precisamente, he tenido mi primera intervención en el Parlamento. Los fascistas me han dado un trato de favor; esto quiere decir, desde el punto de vista revolucionario, que mi primera intervención ha sido un fracaso. Tengo la voz muy baja y por eso se han reunido en torno a mí para escucharme y me han dejado decir todo lo que quería; me interrumpían continuamente para desviar el hilo del discurso, pero sin voluntad de sabotaje. Me divertía escuchar lo que decían, pero caí en la tentación de contestarles y con ello les hice el juego, porque me fatigué y no conseguí seguir el planteamiento que quería dar a mi intervención.
Estaba cansado. El verano romano le provocaba insomnio y lo debilitaba, lo enervaba. Tenía que moverse con cautela; salía nada más que cuando era indispensable y no veía más que a unos pocos amigos:
Lo que más siento es mi soledad; la organización ilegal del partido obliga al trabajo individual e independiente. Intento evadirme de este desierto puramente político yendo a menudo a casa de Tatiana, que me hace recordarte. Pero no puedo compensar tu ausencia de ningún modo. Todas las escenas que contemplo me recuerdan a ti y a Delio y me hacen sentir más agudamente todavía mi infelicidad... Pero no importa... Todo pasará, porque estoy seguro de que vendrás a Italia y de que podremos dar plena expansión a todas nuestras fuerzas, podremos afirmar toda nuestra personalidad, asistiendo juntos al desarrollo de la vida de Delio.
Julia y el niño llegaron a Roma en otoño…
(continuará)
[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]
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