domingo, 27 de octubre de 2024



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LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(21)

 

 

 

 

III

 

Luchas de clase y luchas por el reconocimiento

 

 

 

 

3. «HUMANISMO POSITIVO» Y CRÍTICA DE LOS PROCESOS DE COSIFICACIÓN

 

Los sujetos sociales y nacionales que, como acabamos de ver, reclaman el reconocimiento, lamentan que no se les incluya en la categoría de «persona» y de hombre. En este contexto debemos situar la requisitoria que pronuncia el joven Marx contra la sociedad capitalista: una sociedad que obliga al proletario a una penosa mutilación, encerrándolo y aislándolo en la «existencia abstracta del hombre como un mero hombre-de-trabajo (Arbeitsmensch), que diariamente puede precipitarse de su nada de contenido a la nada absoluta, a su inexistencia social y por lo tanto real» (MEW); el obrero asalariado se ve obligado a «venderse a sí mismo y vender su humanidad» (seine Menschheit), «degradado a máquina» (Maschine) y tratado como un «caballo» (Pferd) (MEW). El caso es que 

 

 

«la economía sólo conoce al obrero como bestia de tiro, animal reducido a sus más estrictas necesidades corporales». 

 

 

A pesar de los discursos grandilocuentes sobre la libertad por fin conquistada tras la caída del antiguo régimen, lo que caracteriza al orden social es la opresión impuesta a una «clase de esclavos» (Sklavenklasse) (MEW). Al año siguiente, en 1845, Engels se expresa en términos parecidos. Él también opina que, más allá de los negros del Sur de Estados Unidos, quienes están sometidos a una esclavitud sustancial son los propios obreros, en teoría libres. Y esta esclavización significa una cosa muy concreta: la sociedad burguesa declara «abiertamente que los proletarios no son hombres y no merecen ser tratados como hombres» (MEW). En todo caso, la condición en que están condenados a vivir no es aquella «en que un hombre o una clase entera de hombres pueden pensar, sentir y vivir de un modo humano». Por lo tanto «los obreros deben tratar de salir de esta condición que les degrada a animales (vertierend), deben conquistar una posición mejor y más humana». Esto solo se puede lograr con la lucha de clases: «El obrero solo puede salvar su humanidad con el odio y la rebelión contra la burguesía» (MEW). Para el proletario, «luchar contra la burguesía» significa, en última instancia, «luchar por su humanidad» (MEW). Los dos pensadores revolucionarios todavía no se conocen, pero ya hablan el mismo idioma, el idioma que enlaza el pathos del hombre con la enérgica vindicación del reconocimiento.

 

 


Se comprenderá entonces que el joven Marx acuse a la sociedad de su tiempo como negación del «humanismo positivo» (positiver Humanismus), del «humanismo cabal» (vollendeter Humanismus) (MEW) y el «humanismo real» (realer Humanismus) (MEW). Formula su programa revolucionario enunciando el «imperativo categórico de echar por tierra todas aquellas relaciones en que el hombre es un ser degradado, sojuzgado, abandonado y despreciable» (MEW). Hay que acabar con un orden social en que el hombre está «bajo el dominio de relaciones y elementos inhumanos» y no logra ser todavía «un real ente genérico» (MEW). Para Louis Althusser estas formulaciones son ingenuidades ideológicas, felizmente superadas por el Marx maduro, más o menos a partir de 1845, cuando se produjo la «ruptura epistemológica» y la retórica humanista, ayuna de la lucha de clases, habría dado paso al materialismo histórico o, mejor dicho, a la ciencia de la historia.

 

 


Es una interpretación que, en el plano filosófico, adolece de confundir la lucha por el reconocimiento y por la inclusión real del esclavo o semiesclavo en la categoría de hombre con un humanismo edificante, que desconoce o aparta el conflicto social. En realidad hemos visto cómo el joven Engels invita al obrero a «salvar su humanidad» mediante la «rebelión contra la burguesía», es decir, no con llamamientos morales genéricos e indefinidos sino con una concreción política, con el cuestionamiento de un sistema social bien definido. Y La ideología alemana se burla de Max Stirner, quien había dicho que «los negros protagonistas de la revolución de Haití y los negros cimarrones de todas las colonias no querían liberarse a sí mismos, sino “al hombre”» (MEW). El «humanismo» solo es «real» cuando sabe delimitar y concretar la universalidad en luchas determinadas. A Ruge, que ensalza la revolución de 1848 como «la más humana en sus principios», Engels le objeta que lo es porque «esos principios han nacido del encubrimiento de intereses opuestos», del conflicto entre el proletariado y la burguesía capitalista; por otro lado, repetir (en septiembre del mismo año) «visiones filantrópicas y frases sentimentales sobre la fraternidad» solo sirve para embellecer «el canibalismo de los crueles vencedores de las jornadas de junio en París» y los antagonismos que siguen estallando (MEW). En Marx y Engels el reclamo al concepto universal de hombre y a la lucha por el reconocimiento va a la par con la crítica al humanismo edificante.

 

 


La tesis de Althusser tampoco convence en el plano más estrictamente filológico. La presunta retórica «humanista» sigue resonando con fuerza en el discurso sobre el libre cambio que pronuncia Marx en Bruselas a comienzos de 1848 y que condena el capitalismo porque quiere reducir al mínimo los costos «para mantener esa máquina que se llama obrero»(MEW). A su vez el Manifiesto del partido comunista llama a echar por tierra un sistema, el capitalista, que desconoce la dignidad humana de la gran mayoría de la población: se acusa a unas relaciones socioeconómicas que implican la «transformación en máquina» de los proletarios (MEW), degradados desde la niñez a «simples artículos de comercio e instrumentos de trabajo» (MEW), a «mero accesorio de la máquina» (MEW, 4; 468), a apéndice «dependiente e impersonal» del capital «independiente y personal» (MEW).

 

 

Cierto es que el Manifiesto, según el filósofo francés, corresponde a las «obras de maduración teórica» y no a las «obras de la madurez» plena (Althusser 1967). Veamos ahora en qué términos censura el sistema capitalista en 1865 Salario, precio y ganancia:

 

 

El tiempo es el espacio en que se desarrolla el hombre. Un hombre que no dispone de ningún tiempo libre, que durante toda su vida, salvo en las pausas puramente físicas del sueño, las comidas, etc., está absorbido por su trabajo para el capitalista, es menos que una bestia de carga. Físicamente destrozado y espiritualmente embrutecido, es una simple máquina para producir riqueza ajena.

(MEW).

 

 


Estamos en presencia de un sistema —reitera El capital— que no duda en sacrificar vidas humanas todavía en formación e incapaces de defenderse: tal es el «gran rapto herodiano de los niños cometido por el capital en los comienzos del sistema de fábricas en las casas de los pobres y los orfanatos, mediante el cual se incorporó un material humano carente por completo de voluntad» (MEW). Terribles son los costos humanos del capitalismo. Piénsese en la formación de la industria textil en Inglaterra: la materia prima se consigue cercando y destinando a pasto las tierras comunes que aseguraban la subsistencia a grandes masas que, al ser expropiadas, están condenadas al hambre y la desesperación, de modo que, por usar la expresión de Tomás Moro recogida por Marx, «las ovejas devoran a los hombres» (MEW).

 

 


No es un capítulo de la historia pasada, que se limite al proceso de formación del capitalismo. También en su forma madura este sistema se caracteriza por un afán de ganancia que conlleva «un “derroche” de vida humana digno de Timur-Tamerlán» (MEW). Sí, «con todo y su cicatería», la producción capitalista es «en general muy pródiga en material humano», es «dilapidadora de hombres», se caracteriza por la «disipación de la vida y la salud de los obreros» (MEW). En resumen: el capitalismo sanciona «el dominio de la cosa sobre el hombres (MEGA), implica la transformación de los obreros en «máquinas de fuerza-trabajo» (Arbeitskraftmiaschinen), y también la transformación de los niños, «de hombres que aún no han llegado a la mayoría de edad en simples máquinas para la producción de plusvalía» sin preocuparse lo más mínimo por la «atrofia moral» y la «esterilidad intelectual» consiguientes (MEW). 

 

 

La sociedad burguesa gusta de alabarse a sí misma como «Un verdadero Edén de los derechos innatos del hombre», cuando realmente en su ámbito el «trabajo humano», es más, «el hombre como tal [...] desempeña una función miserable» (MEW). 

 

 

En cuanto pasamos de la esfera de la circulación a la de la producción nos percatamos de que, lejos de ser reconocido en su dignidad de hombre, el obrero asalariado «lleva al mercado su propia piel y solo le cabe esperar que... se la curtan» (MEW). Si Engels, al escribir La situación de la clase obrera en Inglaterra, denuncia, como hemos visto, «el comercio indirecto de carne humana» que ejercen los capitalistas, El capital llama la atención sobre el «tráfico de carne humana», semejante al de los esclavos negros, que se sigue practicando en Inglaterra, el país modélico, en aquel momento, del desarrollo capitalista y la tradición liberal (MEW).

 

 

La crítica de los procesos de deshumanización propios del capitalismo resuena con más fuerza cuando Marx habla de la suerte reservada a los pueblos colonizados: con «la aurora de la era de la producción capitalista» África se convierte en un «coto de caza para los mercaderes de pieles negras» (MEW). Vayamos ahora a Asia y al imperio colonial holandés: aquí funciona «el sistema de robo de hombres en las Célebes para proveer de esclavos a Java», con «ladrones de hombres» (Menschenstehler) «adiestrados para tal fin» (MEW). Todavía a mediados del siglo XIX vemos que en Estados Unidos el esclavo negro está tan deshumanizado por sus amos que se convierte en una simple «propiedad» como las demás, un «ganado humano» o un «bien mueble de color negro» (black chatel) (MEW). La reducción a mercancía es tan completa que algunos estados se especializan en la «cría de negros» (Negerzucht) (MEW) o —Marx recoge la expresión inglesa— breeding of slaves (MEW); renunciando a los «artículos de exportación» tradicionales, estos estados «crían esclavos» en calidad de mercancías «de exportación» (MEW). Por otro lado, la ley de devolución de esclavos fugitivos convierte a los propios ciudadanos del Norte en «cazadores de esclavos» (MEEW). El «ganado humano» doméstico convertido en caza: un paso más en el proceso de deshumanización.

 

 


Como vemos, también en los escritos de madurez de Marx es frecuente el motivo crítico que reprocha a la sociedad burguesa la reducción de la gran mayoría de la humanidad a «máquinas», «instrumentos de trabajo», «mercancía» que se puede «derrochar» tranquilamente, «artículos de comercio» y «de exportación», «bien mueble», ganado de cría, caza, piel que se caza y piel que se curte.

 

 

La denuncia del antihumanismo del sistema capitalista no ha desaparecido, ni puede desaparecer, porque está en el centro del pensamiento marxiano: la comparación, tan importante para él, entre esclavitud moderna y esclavitud antigua, entre esclavitud asalariada y esclavitud colonial, señala la permanencia en el ámbito del capitalismo del proceso de cosificación que se expresa con toda su crudeza en relación con el esclavo propiamente dicho. El análisis científico y la condena moral están fuertemente entrelazados, y este nexo es el único que puede explicar la llamada a la revolución. Por verídica e implacable que sea, la mera descripción de la sociedad existente no puede estimular la acción para derribarla, si no es mediante la condena moral; y si esta condena es tan fuerte, se debe a que el orden sociopolítico analizado y reprobado es culpable no solo, y no tanto, de cometer ciertas injusticias, sino de despreciar la dignidad humana de toda una clase social y de los pueblos colonizados en conjunto, que en última instancia constituyen la gran mayoría de la humanidad.

 

 


Partiendo de este hecho, la realización de un orden nuevo pasa a ser un «imperativo categórico», tanto en los escritos juveniles como en los de madurez. Si las Tesis sobre Feuerbach terminan criticando a los filósofos que se muestran incapaces de «transformar» un mundo en que se sojuzga y humilla al hombre, El capital es una «Crítica de la economía política»—como reza el subtítulo— también en el plano moral: se critica al «economista político» no solo por sus errores teóricos sino también por su «estoica imperturbabilidad», es decir, por su incapacidad de indignación moral ante las tragedias causadas por la sociedad burguesa (MEW); en el mismo contexto debe situarse la denuncia de los «fariseos de la “economía política”» (MEW). En una palabra, ¡es difícil imaginar un texto tan cargado de indignación moral como el primer libro de El capital. La continuidad en la evolución de Marx es evidente, y lo que Althusser describe como ruptura epistemológica solo es el paso a un plano en el que la condena moral de los procesos de cosificación propios de la sociedad burguesa y de su antihumanismo se expresa de un modo más sintético y elíptico.

 

 


Ciertamente, el filósofo francés admite que también puede haber un «humanismo revolucionario» (Althusser, Balibar 1968), pero sobre este aspecto es muy dubitativo, con lo que dificulta la comprensión de la lucha de clases como luchas por el reconocimiento; sí, lucha por el reconocimiento es la lucha de clases de los esclavos (y de los pueblos coloniales o de origen colonial) que son el sujeto social expuesto a la deshumanización más explícita y radical; lucha por el reconocimiento es también la lucha de clases cuyos protagonistas son los proletarios de la metrópoli capitalista, ellos mismos considerados por la ideología dominante meros instrumentos de trabajo o «máquinas bípedas»; y lucha por el reconocimiento es, por último, la lucha de clases de las mujeres que cuestionan, combaten y liquidan la esclavitud doméstica a la que las somete la familia patriarcal.

 

 


Vemos, pues, hasta qué punto es inadecuada y engañosa la lectura meramente economicista de la teoría marxiana del conflicto. ¿Cuál es la apuesta de la lucha de clases? Los pueblos sojuzgados, el proletariado y las clases subalternas, las mujeres sometidas a la esclavitud doméstica, estos sujetos tan distintos entre sí, pueden plantear las reivindicaciones más variadas: liberación nacional, abolición de la esclavitud propiamente dicha y conquista de las formas más elementales de libertad, mejores condiciones de vida y de trabajo, transformación de las relaciones de propiedad y producción, y el fin de la segregación doméstica. Tan distintos como los sujetos son los contenidos de la lucha de clases, pero siempre podemos hallar un mínimo común denominador: en el plano económico-político es el objetivo de modificar la división del trabajo (en el ámbito internacional, en el de la fábrica y en el de la familia); en el plano político-moral es el objetivo de superar los procesos de deshumanización y cosificación que caracterizan a la sociedad capitalista: el objetivo del reconocimiento…

 

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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