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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL
Andrés Piqueras
(15)
PARTE I
De la agonía del capital(ismo) y del
desvelamiento de su ilusión democrática
(…)
Capítulo 5
(…) El amplio ramillete de contradicciones que azotan al capitalismo actual desata una peligrosa combinación de crisis (económicas, sociales, ecológicas, culturales, de reproducción, de legitimación…) que empiedran el camino de una crisis civilizacional o total. Es por eso que la agencialidad del capital plasmada como clase social (a la que me refiero como Capital con mayúsculas) tiene que intervenir hoy de manera cada vez más perentoria y contundente para insuflar toda la vida “artificial” posible al “sujeto automático” del valor-capital. Eso significa que la política incardinada en el Estado se hace cada vez más rehén de la (obstruida) Política metabólica del capital, en cuanto que aquélla está más necesitada de volcarse en el mantenimiento de ésta, a expensas incluso de su papel de regulación social anejo al Estado como “capitalista colectivo”. Esto es, las intervenciones estatales para la integración de las clases subordinadas y para la prevención de conflictos (procesos de legitimación), pasan a ser relegadas en pro de los esfuerzos por mantener el beneficio de clase capitalista (aun por encima de una menguante acumulación de capital como movimiento ampliado del valor). Tal condición se traduce necesariamente en un conjunto de medidas (antisociales) tendentes a:
reducir la anterior parcial redistribución de la riqueza (con el deterioro de las prestaciones y servicios sociales –empobrecimiento del salarioindirecto y diferido–);
elevar la tasa de ganancia a costa del incremento de la explotación y consecuente decadencia de las condiciones laborales, que conlleva también la pérdida de peso del salario directo para la reproducción de la fuerza de trabajo, lo que se traduce en una mayor sobre-explotación asimismo del trabajo no-pago;
la apropiación privada de la riqueza social acumulada (acentuación de la desposesión social), que pasa también por convertir en beneficio las actividades de reproducción social, de creación y mantenimiento de los bienes comunes para la vida.
Siempre lo fue, pero todavía es característica más vital del actual capitalismo degenerativo trascender la frontera entre lo mercantilizado y aquello que no lo está (aún), esto es, entre lo que se entiende como “económico” y “no-económico” desde el prisma del capital.
En contrapartida, como es lógico, tal conjunto de intervenciones e invasión del espacio de la Vida son susceptibles de elevar el nivel de conflictividad social o provocar una creciente pérdida de legitimidad. Para combatir o prevenir la primera, las diferentes expresiones agenciales-institucionales del capital acrecientan también la coacción y la represión (física, judicial y doctrinaria-cultural), estableciendo, en conjunto, las condiciones y disposiciones para un cierre de la política. Con ese fin último promueven la creciente constitucionalización, es decir, blindaje, de las propias medidas antisociales que han desatado. Para ello se basan también en un sistemático debilitamiento de las capacidades de regulación social expresadas a través del Estado, como manera de sustraer las luchas de clase de los puestos de comando del capital “nacional”, que pasan cada vez más a concentrarse en entidades supraestatales de carácter global. Por eso hoy prácticamente todo lo importante en términos decisorios para las sociedades se encuentra fuera de la dimensión electiva de ellas (de las “ciudadanías nacionales”). La política económica y monetaria, los Bancos centrales y la política exterior, están cada vez más protegidos contra cualquier tipo de decisión democrática. Por supuesto los ejércitos, las finanzas, las inversiones en las cadenas globales del valor, las transnacionales… todo ello ha venido estando a lo largo de la historia ampliamente sustraído a las decisiones sociales, pero en la actualidad resulta integrado en estructuras globales fuera del alcance de la sociedad (órganos rectores de la UE, por ejemplo, G20, Foro de Davos, FMI, Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio, mercados financieros, Tratados Bilaterales, grandes corporaciones transnacionales…), que imponen techos de gasto, camisas de fuerza monetarias como el euro o aplicación obligatoria de ortodoxias neoliberales. Entre otras muchas dramáticas consecuencias, obliteran la vertiente social de la política institucional o “amputan de raíz cualquier posibilidad de retorno a las políticas fiscales redistributivas por parte de las administraciones democráticamente elegidas” (Apilánez, 2019) al haber sido cercenadas las herramientas fiscales y monetarias que permitían hacer esas políticas redistributivas que limitaran el poder del capital.
La intensa competencia a la que se ven sometidos los Estados para producir las mejores condiciones locales para la valorización del capital en detrimento de las sociedades, está conduciendo a una gran transformación de su papel y desembocando en una heterogeneidad de formas de concesiones de autoridad a las grandes corporaciones privadas, hasta el punto que se puede hablar en múltiples dominios de una coproducción público-privada de las normas internacionales. Esto lleva a que los Estados se vayan convirtiendo ellos mismos en una especie de “unidades productivas”, mientras que las políticas macroeconómicas ya no son decididas estatalmente. Lo que quiere decir que en lugar de su razón de ser como capitalista ideal, el Estado se está convirtiendo enun capitalista entre otros, abandonando una parte importante de la funciónpolítico-económica que supuso su formación. Esto es, resulta cada vez menos árbitro de intereses, como en anteriores fases del capitalismo, para hacerse crecientemente socio de los intereses oligopolísticos en la arena global (Brown, 2015; Navarro, 2016). Cada vez queda más definida su componente de clase contra la sociedad, un “campo de lucha” donde el Trabajo está siendo ampliamente desplazado y como consecuencia la sociedad en su conjunto va carcomiéndose. Porque la corrosión del valor traducida en cierre de la política es acompañada por procesos de amplia degeneración social (aumento del empobrecimiento y la sobre-explotación de más capas de la población), de destrucción de las propias bases constitutivas de la sociedad, a los que acompaña también un acelerado deterioro ambiental planetario (Piqueras, 2017)
Cuando estos procesos, que formaron parte constitutiva del capitalismo desde sus orígenes (y antes como posibilitadores del nacimiento del capital –o “acumulación primitiva”–) se dan de nuevo masivamente en las propias formaciones sociales centrales o de capitalismo avanzado, no pueden sino verse como dinámicas de auto-colonización o auto-fagocitación (consistentes en devorar la riqueza social previamente creada en sus propios núcleos de acumulación). Lo cual no es sino otro síntoma vital de degeneración, el resultado tendencialmente “suicida” de la menguante capacidad del Sistema de generar nuevo valor. Es difícil sustraerse en este punto a las palabras de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista:
“[La burguesía ya] No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo su existencia, ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad”.
Hoy queda patente que los aspectos compatibles con la acumulación del capital de las “soberanías estatales” resultan, como se dijo, dramáticamente erosionados. Por su parte, la condición de ciudadanía (y adjunta a ella, la de “soberanía popular”) se ve cada vez más desprovista de contenidos prácticos, pues, repitamos, la decadencia del valor se hace (in)política, y se manifiesta, consecuentemente, en forma de un necesario achique del ámbito público-democrático.
Entonces, ¿cómo es posible que todo esto continúe siendo compatible con el mantenimiento de la “ilusión” de la democracia del capitalismo? Parte de la respuesta está en que para mantener su hegemonía ante la decadencia del valor la clase capitalista prefiere degradar paulatinamente la “democracia circulatoria sin cancelarla formalmente, dado que la (ilusión de) democracia ha llegado a adquirir el grado de cultura, dando incluso un (imaginado) sentido ético a las relaciones sociales capitalistas. Es parte sustancial de aquella hegemonía del capital.
“La democracia vacía de contenido social, dibuja una promesa inconclusa e inexistente con la comunidad, mediante un proyecto de desarrollo que no posee existencia real. (…) la verdadera intención de la producción de cohesión social, se afinca en dos necesidades fundamentales: 1) Subordinar todos los mecanismos de coordinación social –Estado, mercado y redes de confianza– a los procesos de valorización del capital 2) Apuntar explícitamente a la dimensión socio-emocional, interviniendo activamente en ella para producir vínculos afectivos entre los individuos, el Estado y el capital”.
Para entenderlo hemos de considerar que aun en su decadencia, la producción de subjetividades sociales propias del capitalismo industrial-keynesiano ha ido amalgamándose con las que corresponden a los parámetros establecidos en la fase de capitalismo neoliberal-financiarizado, que incluyen la paulatina adecuación al descuartizamiento de lo colectivo y a la brutal acentuación de las desigualdades locales y mundiales. Por eso asistimos, sin que tampoco se perciba como flagrantemente contradictorio por muchos sectores de la sociedad, a un despliegue de decisiones “democráticas” contra la democracia, amparadas en representaciones electorales cada vez más indirectas (a la manera de los órganos de la UE) y en la judicialización de la política, con todo un abanico de disposiciones judiciales que van limitando de facto su contenido. Cada vez más el “poder judicial” se utiliza contra cualquier intento de combatir la degeneración democrática.
“Por decirlo de otra manera, ya no hay freno al ejercicio del poder neoliberal por medio de la ley, en la misma medida que la ley se ha convertido en el instrumento privilegiado de la lucha del neoliberalismo contra la democracia. El Estado de derecho no está siendo abolido desde fuera, sino destruido desde dentro para hacer de él un arma de guerra contra la población y al servicio de los dominantes (…) El marco normativo global que inserta a individuos e instituciones dentro de una lógica de guerra implacable se refuerza cada vez más y acaba progresivamente con la capacidad de resistencia, desactivando lo colectivo. Esta naturaleza antidemocrática del sistema neoliberal explica en gran parte la espiral sin fin de la crisis y la aceleración ante nuestros ojos del proceso de desdemocratización, por el cual la democracia se vacía de su sustancia sin que se suprima formalmente” (Dardot y Laval, 2019).
De ahí que hoy las formas degeneradas de la “opción reformista” o socialdemócrata capitalista pueden ofrecer, a lo sumo, concesiones “epidérmicas”, que no afecten a la reproducción del capital porque:
1] La materialización capitalista de la democracia ya está dada y solamente puede darse así dentro de este modo de producción, como libertad e igualdad formales de las mercancías, incluidas las mercancías humanas, en la esfera circulatoria donde ocurre la competencia por la elección de esas mercancías (sean generadas en la esfera de la producción o en el ámbito político-electoral, por ejemplo)
“Al igual que las mercancías, todos los ciudadanos son medidos por el mismo rasero; son porciones cuantitativas de la misma abstracción. El que luego todas las porciones sean iguales es imposible para las mercancías y, por consiguiente, también para la democracia capitalista” (Jappe, 2014)
2] Las (mayores) cotas de libertad y democracia que pudieron arrancarse al capitalismo estuvieron vinculadas a su onda expansiva sustentada en el ciclo industrial-fosilista-keynesiano (que se amparaba a su vez en una profunda división internacional del trabajo, una arraigada explotación del trabajo no-pago y una explotación extensivo-intensiva del cuerpo natural –la cual está imbricada en la dramática degradación actual del ecosistema–). Con la presente, tendencialmente crónica, decadencia del valor-capital, todas las condiciones básicas para que se dé un nuevo ciclo progresista con mayores cotas democráticas, desaparecen. Eso quiere decir que para conseguir cualquier posibilidad de democracia se vahaciendo cada vez más necesario trascender los límites del capital. Tanto más si hablamos de democracia en términos substantivos, la cual requiere indefectiblemente de la supresión de la dominación de clase, de poner fin a la lógica ilusoria y mistificadora que hace de los seres humanos no sólo individuos sometidos a la mercancía, sino incluso una expresión de ella misma. Es decir, democracia para la parte desposeída de la sociedad, conlleva necesariamente autovalorización, que significa dejar de ser mercancía “fuerza de trabajo” o “capital variable”, pero también trabajo no-pago o semi-pago contribuidor a la acumulación de capital. La autovalorización humana entraña, por tanto, indefectiblemente, desvalorización del capital (de la misma manera que la valorización del capital desvaloriza a los seres humanos –en cuanto que mercancía alienada y tendencialmente excedente o desechable–). Porque democracia en un sentido integral o substantivo, más allá de su confinamiento circulatorio por el capital, es el proceso de conquista de la capacidad de autogobierno y acción soberana por parte de los cuerpos sociales, el hecho de que los seres humanos puedan vivir por sí mismos y para sí mismos (poseyendo sus propios medios de vida sin verse forzados a trabajar para otros, por ejemplo). Lo cual va indisociablemente ligado a la igualdad de hecho, mucho más allá de la “igualdad formal” o declarativa asociada al capital(capítulo 2). La democracia así entendida fuerza, entonces, necesariamente, los límites del Sistema. Tanto más hoy cuanto que éste ha emprendido su deriva “tánato”…
(continuará)
[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL / Andrés Piqueras ]
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