lunes, 2 de septiembre de 2024

 

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Vida de ANTONIO GRAMSCI

 

Giuseppe Fiori

 

(…)

 

 

 

15

 

Poco después de la escisión de Liorna, hubo en la vida de Gramsci momentos que algunos consideraron de relativa «inercia» (Gobetti, por ejemplo). Ahora bien, ¿tiene fundamento esta opinión?

 

 

El primero de enero de 1921, L’Ordine Nuovo se había convertido en diario y Gramsci era el director. Ganaba mil cien liras al mes, sueldo considerable en aquella época. Pero seguía viviendo en su modesta habitación de estudiante en casa de la familia Berra, en la plaza Carlina. Todos los días, entre las dos y las tres de la tarde, al despertarse, iba a recogerle un hombre gigantesco, Giacomo Bernolfo, exsargento de artillería de montaña, que lo escoltaba hasta el restaurante para protegerle contra las posibles violencias fascistas (a veces también le acompañaba como guardaespaldas un coterráneo en paro forzoso, Titino Sanna, de Ghilarza). Comía en la calle Po o en una lechería de la calle Santa Teresa, cerca de la confluencia con la plaza Solferino. Sin embargo, lo más frecuente era que comiese en casa de Pia Carena. Después se iba enseguida al trabajo, en la calle del Arcivescovado. Una breve pausa por la noche para cenar y otra vez al periódico hasta la madrugada, cuando empezaban a abrirse los primeros cafés de la calle Roma y de la calle Po.

 

 

Eran tiempos difíciles; había que resistir a la intimidación y a las violencias, se vivía en un clima de fortaleza asediada. Y Gramsci estaba siempre en primera línea, infundía valor, animaba, corregía los errores tácticos: sus compañeros le recuerdan como un guía seguro, como un ejemplo de resistencia tenaz a la ola de barbarie.

 

 

Las condiciones políticas generales habían cambiado en relación con las de la posguerra inmediata; por consiguiente, habían cambiado también las condiciones del trabajo periodístico, no solo por el salto de semanario a diario. Junto a L’Ordine Nuovo había otros dos diarios comunistas: Il Lavoratore, que se publicaba en Trieste bajo la dirección de Ottavio Pastore, e Il Comunista, que salía en Roma dirigido por Togliatti. Dispersa de este modo la redacción orgánica de Turín, el resultado, como dice Gobetti, era la publicación «de tres diarios ilegibles»: el juicio es sin duda excesivamente rígido, al menos por lo que se refiere a L’Ordine Nuovo, pero no es del todo infundado. Pese a una cierta vivacidad que seguía distinguiéndolo de la prensa general del partido, L’Ordine Nuovo no tenía ya aquel frescor del semanario. Era un periódico oficial del partido, subordinado a la línea de este —que era la línea de Bordiga—, y esta falta de autonomía le perjudicaba en cierta medida. Cada día se percibían menos, o no se percibían con la misma claridad, los signos de la libertad de elaboración teórica, de la fantasía y del ímpetu creador de otro tiempo. En el nuevo partido y por una serie de razones no todas fáciles de comprender, Gramsci aceptaba el papel subalterno que le había asignado Bordiga.

 

 

La disensión no estallará hasta más tarde y, en febrero de 1924, Togliatti escribirá a Gramsci: «No te oculto mi opinión de que muchas de las cosas que dices ahora deberías haberlas dicho hace ya mucho tiempo y no en conversaciones privadas, de las que se tenía noticia indirectamente, sino ante el partido. En el Central que se constituyó en Liorna tú representabas el grupo que seguía una concepción diferente de la de Bordiga».

 

 

Pero en 1921 Gramsci pensaba, evidentemente, que tenía buenos motivos para justificar su renuncia a combatir en terreno abierto las concepciones sectarias de Bordiga; y es de suponer que no sería el menos importante de ellos el gran prestigio de que gozaba entre los militantes e incluso en los ambientes de la Internacional el líder del Partido Comunista de Italia después de su abandono (formal, únicamente) del extremismo. Durante el III Congreso de la Internacional Comunista, refiriéndose a la forma en que había terminado el congreso de Liorna, Lenin había dicho el 28 de junio de 1921 a Lazzari, delegado del PSI:

 

 

Disponíais de 98.000 votos, pero habéis preferido quedaros con 14.000 reformistas en vez de iros con 58.000 comunistas. Aunque estos no hubiesen sido verdaderos comunistas, aunque no hubiesen sido más que seguidores de Bordiga (y no era así, porque, después del segundo congreso de la Internacional, Bordiga declaró con perfecta lealtad que renunciaba a todo anarquismo y a todo antiparlamentarismo), tendríais que haber ido con ellos.

 

 

Así pues, Bordiga era absuelto por Lenin. Diferenciarse de él en Italia podía ser inoportuno, un riesgo para la solidez del frente revolucionario. También desaconsejaban la apertura de un claro debate interno las condiciones creadas en el país por la ola reaccionaria fascista, cuando para no sucumbir había que defenderse unidos. Gramsci dirá en un escrito de 1924:

 

 

Después de la escisión de Liorna nos encontramos en estado de necesidad. Esta es la única justificación que podemos dar a nuestra actividad en aquel periodo […]. Había que organizar el partido en el fuego de la guerra civil [...], había que transformar, en el acto mismo de su constitución, de su ingreso, a nuestros grupos en destacamentos para la guerrilla, una de las guerrillas más atroces y difíciles que haya tenido organizar y librar nunca la clase obrera.

 

 

En aquel clima, ¿podía Gramsci abrir una polémica viva contra el sectarismo de Bordiga? Y aunque hubiese querido, ¿cuál era su fuerza real? ¿Le habrían seguido las masas comunistas? Un test bastante reciente inducía a abrigar serias dudas al respecto. Gramsci había sido derrotado como candidato en las elecciones políticas del 15 de mayo de 1921, las primeras después de la constitución del Partido Comunista. Los comunistas turineses habían preferido votar por Misiano y Rabezzana. Además, es de suponer que en los círculos de la Internacional no se le consideraba todavía en condiciones de ejercer la dirección del partido. Puede ser un signo indicativo el juicio de Degott, pese a lo mucho que le apreciaba (como ya hemos visto):

 

 

Gramsci, mucho más profundo que los demás camaradas, analiza justamente la situación. Comprende con agudeza la Revolución rusa. Pero exteriormente no puede influir en las masas. En primer lugar, no es orador; en segundo lugar, es joven, de pequeña estatura y giboso, cosas que tienen importancia para el público oyente.

 

 

El estado de postración física y nerviosa había llegado en aquel periodo a un verdadero extremo. Las vicisitudes privadas de sus familiares constituían otro motivo de amargura para él: Gennaro se negaba a casarse con la madre de su hija, Mario se había dejado absorber en los cuadros de la reacción y se había convertido en el primer secretario federal fascista de Varese. Gramsci fue a hablar con él. Después de casarse con Anna Maffei Parravicini, Mario había dejado el ejército para entrar en una empresa comercial. Antonio le interrogó largamente sobre los motivos de su adhesión al fascismo. Y, con calma, le dijo: «¿Te parece justo? Piensa en ello. Eres un buen chico y sé que reflexionarás». Seis años más tarde escribirá a la madre: «Cuando fui a visitarle a su casa, hace algunos años, creo que me hice una idea exacta del ambiente en el que vivía y en el que era una especie de héroe. Pero son cosas que vale más no escribir; por lo demás, Mario es mi hermano y le quiero pese a todo. Espero que ahora se ocupe más de sus cosas y que siente la cabeza».

 

 

Eran, pues, muchas (graves o pasajeras, de influencia diversa) las preocupaciones de Gramsci en aquel periodo. Sin embargo, parece arbitraria la referencia de Gobetti a «un cerebro y una actividad agostados».

 

 

El hombre de cultura continuaba con originalidad y concreción todavía el análisis de las fuerzas que operaban en la sociedad italiana, hasta descubrir la verdadera sustancia del fascismo, la vocación reaccionaria de los que le apoyaban, la estupidez de las fuerzas de complemento pequeñoburguesas que lo secundaban, y su peligrosidad, no totalmente valorada en aquellos momentos por otros comunistas. En 1921-1922 eran muchos los don Ferrante que se obstinaban en negar la «peste» y el «contagio», y acababan muriendo de ellos. El partido tenía la concepción oficial de que era imposible la instauración de una dictadura fascista o militar. Gramsci disentía de esto, pero se limitaba a expresar su desacuerdo exclusivamente en conversaciones privadas. Su límite fue la aquiescencia, formal por lo menos, a tesis no compartidas, la falta de crítica (abierta) del bordiguismo y de sus posiciones «groseras y triviales».

 

 

El hombre de acción se prodigaba en el periódico. Era exigente con los redactores, no toleraba la falta de atención, la superficialidad, el comentario o la crónica hechos con ligereza. Se encolerizaba, obligaba a rehacer. Uno de los redactores, Alfonso Leonetti, recuerda los accesos de ira de Gramsci, algunas noches, frente a las pruebas de las páginas:

 

 

«¡Esto no es un periódico, es un saco de patatas! Mañana, Agnelli puede llamar a los obreros y decirles: “Mirad, no saben hacer un periódico y pretenden dirigir el Estado”. Hemos de evitar que Agnelli diga esto, pero no lo evitaremos publicando periódicos que parezcan sacos de patatas».

 

 

 

En la sustancia política, la aceptación de las posiciones de Bordiga (solo formal y solo en el sentido, muy limitado, de que no se oponía a ellas abiertamente) no le impedía expresar algunas exigencias de fondo, ya que no todo su mundo ideal. Entre ellas estaba la «apertura» hacia los trabajadores no comunistas. Incluso los católicos y los intelectuales de la oposición. Había confiado la crítica teatral de L’Ordine Nuovo a un liberal, Fiero Gobetti. En la primavera se trasladó a Gardone, acompañado por un legionario de Fiume, Mario Giordano, para entrevistarse con D’Annunzio (pero la entrevista no llegó a celebrarse). Seguía con atención las iniciativas de los católicos de izquierda organizados en el Partido Popular (el grupo de Guido Miglioli). Combatía el anticlericalismo de grandes sectores del proletariado piamontés.

 

 

Recuerdo una asamblea diocesana en la que participaban doscientos mil fieles —me dice Andre Viglongo—. Gramsci quiso que hablásemos de ella. «Es un hecho periodístico, participa en él el pueblo y no podemos ignorarlo», decía. Así que escribí una breve crónica que L’Ordine Nuovo publicó con un título a dos columnas. En otra ocasión escribí un artículo violentamente polémico contra los anticlericales. En él había frases como estas: «La pornografía anticlerical, desarrollada por una curiosa coincidencia en el mismo periodo dorado de la predicación evangélica prampoliniana, surgió por la falta de una conciencia moral en el socialismo racionalista de hace veinte años... L’Asina es para nosotros, los jóvenes, como un símbolo del socialismo de hace veinte años, masónico, parlamentarista, pequeñoburgués». Gramsci leyó el articulo y lo aprobó, publicándolo en primera página el 27 de agosto de 1921. Algunos círculos obreros, como el de Borgo San Paolo, reaccionaron con vivas protestas. Gramsci permaneció tranquilo. Me dijo: «El artículo estaba bien».

 

 

Mientras tanto, se iba delineando una ruptura entre la Internacional y la dirección bordiguiana del Partido Comunista de Italia. Antes de la escisión de Liorna, Lenin había dicho:

 

«Para llevar la revolución a la victoria y para defenderla, el partido italiano debe dar todavía un cierto paso a la izquierda (sin atarse las manos y sin olvidar que a continuación las circunstancias quizá le exijan que dé algunos pasos a la derecha)».

 

 

El «paso a la izquierda» ya se había dado, con la separación de los grupos comunistas del PSI, en Liorna. Las circunstancias exigían ahora «algunos pasos a la derecha»: la alianza con los socialistas en el «frente único» para resistir la ofensiva reaccionaria. Esta era la orientación dada por el III Congreso de la Internacional (junio-julio de 1922). En Moscú se reconocía ahora que, después del contraataque de la reacción, el movimiento obrero estaba en retirada, especialmente en Italia; el objetivo inmediato de la clase obrera no podía ser ya, en aquellas condiciones, la conquista del poder y la dictadura del proletariado, sino, ante todo, la defensa de las libertades democráticas, para lo cual había que luchar junto con los socialistas. En Italia, donde la escisión de Liorna había agudizado los contrastes, Bordiga y su grupo se resistieron tenazmente a seguir la nueva orientación. Lenin se dio cuenta de ello y lo censuró. El 14 de agosto de 1921 escribió que algunos partidos comunistas, entre ellos el italiano, «habían exagerado un tanto la lucha contra el centrismo, habían ido algo más allá del límite en que esta lucha se transforma en un deporte». En realidad, en la lucha contra el PSI, Bordiga y su grupo habían hecho más que exagerar «un tanto». Y ahora, al sustituir la Internacional el viejo objetivo de la conquista inmediata del poder por el otro, intermedio, de la defensa de las libertades democráticas, les parecía que la alianza con los socialistas a los pocos meses de la ruptura de Liorna equivalía a admitir que aquella ruptura había sido intempestiva. Gramsci dirá más tarde:

 

 

Lenin había definido el significado de la escisión en Italia con una fórmula lapidaria, cuando dijo al camarada Serrati: «Os separáis de Turati y luego os aliáis con él». Nosotros teníamos que adaptar esta fórmula a la escisión, ocurrida en forma diferente a como la preveía Lenin. Es decir, era indispensable e históricamente necesario separarnos no solo del reformismo, sino también del maximalismo, que en realidad representaba y representa el oportunismo típico italiano en el movimiento obrero; pero después de esto, y sin cesar la lucha ideológica y organizativa contra ellos, teníamos que intentar una alianza contra la reacción. Para los elementos dirigentes de nuestro partido, toda acción de la Internacional encaminada a obtener una aproximación a esta línea parecía una desautorización implícita de la escisión de Liorna, una manifestación de arrepentimiento.

 

 

Son palabras escritas en 1926. No era tan explícita la divergencia entre Gramsci y Bordiga sobre el tema del frente único en los meses que precedieron al II Congreso Nacional comunista, en marzo de 1922 en Roma.

 

 

La tendencia de Bordiga a cerrarse sectariamente en vez de lanzarse a vastas acciones políticas y de masas para detener y derrotar el fascismo era compartida por la mayoría de los dirigentes, sin excluir a Togliatti y Terracini. El mismo Togliatti lo admite:

 

 

Lo que más sorprende y debe registrarse con atención —escribe— es que acabaron por capitular ante una concepción sectaria del partido incluso camaradas como Terracini y Togliatti, que junto con Gramsci y bajo su dirección no solo habían seguido una línea de trabajo opuesta, sino que habían contribuido a la elaboración de concepciones muy diversas y en ellas se habían inspirado en el curso de acciones de notable relieve.

 

 

Tasca y los demás miembros de la minoría de derecha se oponían a Bordiga. De los miembros de la mayoría solo Gramsci «no callaba sus críticas. Pero estas no salieron durante mucho tiempo —prosigue Togliatti— del ámbito de las conversaciones personales, no dieron lugar a debates en el Comité Central y solo se expresaron en una asamblea de la sección comunista de Turín en vísperas del II Congreso del partido». Las tesis preparadas por Bordiga para el congreso de Roma rechazaban la táctica del frente único; así pues, eran contrarias a la línea de la Internacional. Aparte de la minoría de derecha, nadie planteó objeciones. Gramsci dice al respecto:

 

 

En Roma aceptamos las tesis de Amadeo (Bordiga) porque se presentaban como una opinión para el IV Congreso (de la Internacional) y no como una línea de acción. Creíamos que así el partido se mantendría unido en torno a su núcleo fundamental, pensábamos que se podía hacer a Amadeo esta concesión, dado el enorme papel que él había tenido en la organización del partido: no nos arrepentimos de esto. Políticamente, habría sido imposible dirigir el partido sin la participación activa de Amadeo y su grupo en la labor central... Por eso nos retiramos, procurando que fuese una retirada ordenada, sin nuevas crisis ni nuevas amenazas de escisión en el seno de nuestro movimiento, sin añadir nuevos fermentos de disgregación a los que la derrota determinaba ya por sí sola en el movimiento revolucionario.

 

 

En esta posición había unas reservas suficientes sobre la consistencia de las tesis bordiguianas para que Gramsci gozase del favor de la Internacional, y un elemento suficiente de aquiescencia para que Bordiga no se convirtiese en su enemigo. Así que Gramsci fue designado representante del Partido Comunista de Italia en el ejecutivo de la Internacional, en Moscú (por encargo de la Internacional había estado ya en Lugano y en Berlín: en la capital alemana había permanecido desde el 22 de enero hasta el 24 de febrero de 1922).

 

 

Partió hacia Moscú a finales de mayo de 1922. Dejaba Turín después de casi once años de residencia. Dejaba también la dirección de L’Ordine Nuovo: la despedida en las oficinas de la calle del Arcivescovado tuvo lugar en una atmósfera de intensa emoción. Aquel viaje iba a representar un gran cambio en su vida: por su enriquecimiento político junto con los protagonistas de la Revolución rusa y por el encuentro con Julia Schucht, que lo había de completar…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]

 

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