miércoles, 14 de agosto de 2024

 

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LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(15)

 

 

II

 

Una lucha prolongada y no de suma cero

 

 

2. ¿OBSOLESCENCIA DE LA GUERRA?

 

Con la aparición de la democracia industrial, además de la lucha de clases, ¿también el fenómeno de la guerra está destinado a la extinción? La esperanza que había cifrado Kant en el establecimiento de un orden internacional pacífico tras la caída del antiguo régimen y el fin de la noción patrimonial del estado, quedó rota cuando estallaron las guerras postermidorianas y napoleónicas. Después de la revolución de julio, cuando parecía superado el antagonismo entre Francia e Inglaterra y se consolidaba la pax britannica, renació esta esperanza. En este contexto debe situarse la tesis de Tocqueville de que en la sociedad democrática moderna no hay una base objetiva para la guerra, aunque haya que tener en cuenta la ambición de ciertos militares de origen social modesto y ansiosos de hacer carrera distinguiéndose en los campos de batalla. Otros autores, más que al régimen representativo, vinculan el idea de la paz perpetua al desarrollo de la sociedad industrial y comercial: el mercado mundial borraría poco a poco las fronteras estatales y nacionales y uniría a los pueblos con lazos cada vez más estrechos y a la postre indisolubles de intereses comunes, respeto recíproco y amistad. Así es como argumentan Benjamín Constant y sobre todo Spencer.

 

 

En algunos pasajes el Manifiesto del partido comunista acusa la influencia de este último planteamiento: «El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen día a día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden». Se diría que asistimos a un debilitamiento del fenómeno de la guerra en virtud del desarrollo capitalista, sin que haya que esperar al comunismo, pues «al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí» (MEW). Pero por otro lado este mismo Manifiesto, como sabemos, rechaza la visión armoniosa de lo que hoy llamaríamos proceso de globalización.

 

 

Una oscilación parecida atraviesa el discurso pronunciado por Marx en Bruselas en enero de 1848: el libre cambio derriba «los pocos obstáculos nacionales que frenan todavía la marcha del capital», «disuelve las antiguas nacionalidades» y solo deja sitio para «el antagonismo entre la burguesía y el proletariado» que prepara el terreno para la «revolución social» (MEW). Pero en este mismo discurso afirma que el libre cambio también acentúa las contradicciones a escala internacional:

 

 

Hemos mostrado en qué consiste la fraternidad que genera el libre cambio entre las clases sociales de una misma nación. La fraternidad que establecería el libre cambio entre las naciones de la tierra no sería mucho más fraternal. Designar con el nombre de fraternidad universal la explotación en su vertiente internacional es una idea que solo podía nacer en el seno de la burguesía (MEW).

 

 

Esta visión es la que acaba prevaleciendo en Marx y Engels. Solo unos meses después la Neue Rheinische Zeitung critica a Arnold Ruge por no haber entendido que el fenómeno de la guerra no desaparece, ni mucho menos, con el régimen feudal. Los países donde domina la burguesía, lejos de ser «aliados naturales», están enzarzados en una competencia despiadada que puede desembocar en la guerra (MEW). Entre otras cosas, compiten por el saqueo de los pueblos coloniales. Pese a la opinión contraria de Spencer, la sociedad industrial y capitalista no acaba con la guerra como instrumento de enriquecimiento: basta con ver las «guerras de piratas» y las «expediciones de piratas contra China, Cochinchina y otros países» (MEW).

 

 

Por lo tanto, subraya más adelante El capital, el sistema capitalista, lejos de ser sinónimo de desarrollo pacífico, ejerce la «violencia más brutal» en las colonias. Las guerras (de esclavización e incluso de exterminio) desencadenadas contra los «bárbaros» se complican con las rivalidades y conflictos en el «mundo civilizado» entre las grandes potencias protagonistas y beneficiarias de la expansión y el saqueo colonial. En conjunto lo que caracteriza al capitalismo es «la guerra comercial de las naciones europeas, con el orbe terrestre como escenario»; esta guerra «comienza cuando los Países Bajos se sacuden el yugo de la dominación española, adquiere proporciones gigantescas con la guerra antijacobina en Inglaterra, aún continúa en China con las guerras del opio, etcétera» (MEW). La «guerra comercial de las naciones europeas» trae a la memoria la «guerra industrial de exterminio entre las naciones» que se menciona en el Manifiesto. En todo caso, el periodo histórico comprendido entre el ascenso de Holanda (el primer país que se sacude el yugo del antiguo régimen) y el de la Inglaterra liberal (e imperial) dista mucho de ser el preludio de la paz perpetua.

 

 

Para arrancar para siempre las raíces de la guerra no basta con que una clase explotadora sustituya a otra, como ocurrió con la revolución burguesa. Lo que hace falta es que se elimine por completo el sistema de explotación y opresión, tanto en el plano interior como en el mundial. Por eso, en un texto escrito por Marx en julio de 1870, la Asociación Internacional de los Trabajadores toma posición ante la guerra franco-alemana recién estallada y llama a luchar por

 

 

«una nueva sociedad cuyo principio internacional será la paz, puesto que cada uno de los pueblos tendrá el mismo soberano: el trabajo» (MEW)

 

 

Es un análisis casi contemporáneo del de J. S. Mill, quien en cambio celebra el imperio inglés como «un paso hacia la paz universal y hacia la cooperación y la comprensión general entre los pueblos». Para demostrar esta tesis aduce un argumento singular: la gigantesca «federación» (aunque «desigual») que es el imperio inglés, encarna la causa de la «libertad» y la «moral internacional» en un grado tal «que ningún otro gran pueblo puede concebir ni alcanzar»; por consiguiente, a las poblaciones atrasadas les interesa formar parte del imperio, entre otras cosas para no «ser absorbidas por un estado extranjero y convertirse así en una nueva fuerza agresiva en poder de alguna potencia rival». El homenaje a la «paz universal» no consigue ocultar la realidad de las guerras coloniales, capaces de «absorber» colonias, ni la rivalidad precursora de otras guerras de mayor alcance entre Gran Bretaña, enaltecida como encarnación de la causa de la paz, y «alguna potencia rival» a la que se atribuye la intención alarmante de aumentar su «fuerza agresiva».

 

 

Mientras J. S. Mill trata de demostrar la extinción de la guerra partiendo de la disputa imperialista que en realidad la prepara, Tocqueville, ya en el título del capítulo central del segundo libro de La democracia en América, afirma que «las grandes revoluciones escasearán». En realidad, el siglo y medio que ha transcurrido aproximadamente desde estas previsiones es quizá el periodo más lleno de guerras y revoluciones de toda la historia universal. Y ahora leamos a Marx. Varios años después de la publicación del texto antes citado, en una carta del 28 de diciembre de 1846, partiendo del «conflicto entre las fuerzas productivas ya conquistadas por los hombres y sus relaciones sociales, que ya no corresponden a estas fuerzas productivas», evoca las «guerras terribles que se avecinan entre las clases dentro de cada nación y entre distintas naciones» (MEW). Poco después el Manifiesto del partido comunista ve perfilarse en el horizonte revoluciones proletarias (o «revoluciones burguesas» que pueden transformarse en proletarias), «revoluciones agrarias» y de «liberación nacional» (MEW) contra un orden que rebosa violencia no solo por estar basado en la opresión social y nacional, sino también porque amenaza con desembocar en un choque catastrófico entre las burguesías capitalistas. No cabe duda de que, a partir de la teoría de la lucha de clases, Marx supo presagiar de alguna manera las perturbaciones del siglo XX…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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