viernes, 16 de agosto de 2024

 

1196

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

Andrés Piqueras

 

(14)

 

 

 

PARTE I

 

De la agonía del capital(ismo) y del

desvelamiento de su ilusión democrática

 

 

CAPÍTULO 4

 

(…)

 

 

 

 

 

 

DINERO SIN SUBSTANCIA, “FICTICIDAD”, DEUDA IMPAGABLE E

INMANEJABLE. DESQUICIAMIENTO DEL SISTEMA

 

Naturalmente, la necesidad desenfrenada de crédito no podía permitir que el dinero conservase la forma que mantuvo hasta entonces. Tenía que caer por tierra su convertibilidad en cualquier valor real y, por tanto también la real sustancia-valor de los sistemas monetarios. La conservación del valor a través del dinero reposa, después de la pérdida de la convertibilidad en oro, sólo sobre la convención y la aceptación subjetiva, y ya no más sobre un fundamento objetivo.

 

 

En esas circunstancias, el valor (la cantidad) del dinero relativo a otras mercancías es arbitrario e inestable, sujeto a constante variación y con un impredecible poder de compra. Pierde así su función como portador del valor de cambio objetivado. La separación del dinero de las bases concretas del socialmente necesario tiempo de trabajo en la producción, socava la propia forma monetaria y tiende a producir una masiva inestabilidad financiera.  Aun así, y dado que tales políticas de liquidez artificial no han incidido apenas en la elevación de la inversión productiva (por las razones vistas), se ha abrazado una nueva creencia relacionada con la estimulación de la economía: la de reducir al mínimo los tipos de interés, incluso a cotas negativas. El resultado ha sido igual de frustrante, pero el hundimiento del precio del dinero ha permitido a las empresas endeudarse cada vez más. Sin rendimientos, tanto las empresas productivas como financieras siguen la misma dinámica: emiten obligaciones a bajísimo interés para volver a comprárselas a sí mismas y de esa manera aumentar su precio de mercado.

 

 

Así que resumamos. Con el “dinero mágico” y los tipos de interés tendiendo a cero, los Estados han rescatado a las Grandes Empresas y a la Gran Banca en quiebra, o, en general, han transferido dinero al circuito bancario-empresarial. Este a su vez re-presta ese dinero a los Estados, con el cual éstos realizan ‘salvatajes’ (a menudo de sus mismos prestamistas) y parcialmente generan una demanda civil (infraestructuras, obras, servicios…) cuya base es también ficticia. Al mismo tiempo, tienen que volver a pedir préstamos a los mismos prestamistas (o similares) para pagarles sus deudas anteriores a sustanciosos intereses, y poder seguir haciendo como que la economía funciona (más inversiones estatales, más ‘salvatajes’, más subvenciones y programas de ayuda…), a costa de un monumental trasvase de riqueza pública hacia el beneficio privado. Con la deuda realmente pagada por el Estado, las empresas y Banca recompran (a veces a través de filiales y tapaderas “of-shore”) sus propias acciones, cuyo ‘valor de bolsa’ sube (ficticiamente) porque se supone que alguien las está comprando, y todo muestra que las finanzas “van bien”. A través de ese dinero financiero ficticio las corporaciones empresariales y la Banca se apropian de recursos físicos y sociales reales, bienes públicos y riqueza ecológica real, que deterioran rápidamente en pro de rentabilidades inmediatas. También endeudan a la propia sociedad, porque el dinero ficticio re-prestado a particulares es una deuda real para éstos, que se transforma a menudo en desahucios, embargos, empobrecimiento y desempleo, generaciones de jóvenes perdidas…, dado que los particulares no son “rescatados”.

 

 

Este es el demencial juego de un sistema que se ha vuelto definitivamente “irreal”, absurdo, que ha entrado en un ciclo al que Apilánez ha llamado de “capitalismo desquiciado”:

 

 

“¿Ausencia de inflación tras la mayor inundación de liquidez en los circuitos financieros de la historia? ¿Pleno empleo con estancamiento salarial y acelerada precarización de las condiciones de trabajo? ¿Grandes multinacionales endeudándose para comprar sus propias acciones y repartirse los dividendos? ¿Tiene algo que ver esta surrealista operativa con la función asignada a la libre empresa por la teoría económica y por los apóstoles del libre mercado en las tribunas mediáticas?” (Apilánez).

 

 

“El dinero barato y el apoyo fiscal han mantenido con vida a los ‘muertos vivientes’, las llamadas empresas zombis, que obtienen pocas ganancias y solo pueden cubrir sus deudas. En las economías avanzadas, alrededor del 15-20 por ciento de las empresas se encuentran en esta situación. Estas compañías mantienen una baja productividad, lo que impide que las más eficientes se expandan y crezcan” (Roberts, 2021).

 

 

Todo esto, además, no sólo impide la necesaria “limpieza” de capitales no-Competitivos sino que dispara una espiral de deuda y capital ficticio insostenibles que aboca a estallidos financieros cada vez mayores. De hecho, como venimos viendo, lo único que pueden proporcionar tales dimensiones de aflojamiento monetario y paroxismo financiero es un alargamiento ficticio de la vida del sistema, un crecimiento basado en una deuda que se multiplica exponencialmente a sí misma, cada vez a mayor distancia del valor generado y de su equivalente en dinero “real”, y que se hace ya totalmente impagable.

 

 

Así que al peso de lo improductivo y de la dilución de la relación salarial estable, hay que sumarle el cada vez más abultado lastre de deudas de dimensiones monstruosas. En los países de la OCDE en su conjunto la deuda se elevó desde el 70 por ciento del PIB durante los años 1990 a casi el 110 por ciento en 2012. En 2018 la deuda total ascendió al 225% del PIB mundial (PMB), 21.866 € por habitante del planeta. Un año más tarde ya llegaba al 240% del PMB (unos 250 billones de $). Ese sobreendeudamiento no es sino una forma de quemar el propio futuro, pues tanto los beneficios como los salarios se verán crecientemente disminuidos en función de la obligación de satisfacción de las deudas contraídas en el pasado. Efectivamente, cualquier deuda, y más cuanto mayor se hace, está indefectiblemente vinculada a un acto de fe, pues requiere de una premisa insoslayable, que habrá suficiente crecimiento en el futuro (plusvalor convertido en dinero –porque al final es el dinero el que baja a tierra, el que mide y contrasta, todas las distintas fuentes de ganancia–) para devolver la deuda contraída en el presente (lo que precisa, por otro lado, de la privación de una parte creciente de lo obtenido en cada presente para satisfacer el endeudamiento del pasado). De esta manera, el crecimiento de la deuda desata una permanente necesidad de crecer y de generar dinero para satisfacer intereses. Si pido un préstamo de 100 con interés del 4%, tendré que conseguir generar al menos 4 unidades de dinero más que las que existían, para poder devolver 104. Circunstancia que conlleva una insoslayable pulsión económica para acrecentar los rendimientos del trabajo humano (pago y no pago), así como de los procesos naturales, una exponencial necesidad de conseguir permanentemente más dinero – crecimiento – aumento de trabajo – gasto de energía. Dinámica que conduce a la extenuación del trabajo humano y al agotamiento de las actividades y fuentes extrahumanas.

 

 

Si ampliamos, entonces, aún más la escala de análisis, se puede constatar que la cada vez mayor escasez de recursos y energía es la última causa subyacente a las repetidas explosiones de la enfermedad financiera del capitalismo degenerativo. Fijémonos en que por un lado el funcionamiento económico depende cada vez más del endeudamiento masivo de instituciones, empresas y familias. Por otra parte, ese mismo proceso de endeudamiento hace que la cantidad de intereses totales que se deben mundialmente cada año crezca de manera exponencial. Contradictoriamente, la obligación de servir esos intereses retrae cada vez más recursos de la economía productiva, lo que obliga a seguir creciendo con un mayor apalancamiento. Para acabar, toda la pirámide de deudas acumuladas sobre deudas, toda la espiral especulativa del mundo actual, se basa a su vez en que en el futuro habrá suficiente crecimiento (extracción de plusvalía y su realización en beneficio) como para que aquellas deudas, con sus intereses, sean devueltas. Pero ¿cuánto crecimiento haría falta para ajustar la colosal exposición a la deuda de nuestros sistemas financieros, bancarios y de inversión, que en total alcanza hoy alrededor del 365% del PMB?; ¿cuánta energía y cuántos recursos naturales se requerirían para acoplar el «capital ficticio» generado en torno a aquélla, que puede superar más de 15 veces el PIB mundial?

 

 

Así lo expresaba Marx hace justo un siglo y medio atrás:

 

 

“Para obtener la misma cuota de ganancia, suponiendo que el capital constante puesto en acción por un obrero se decuplicase, sería necesario que se decuplicase también el tiempo de trabajo sobrante, y así, pronto nos encontraríamos con que toda la jornada de trabajo y aun las veinticuatro horas del día resultaban insuficientes, aun cuando el capital se las apropiase en su integridad. Pues bien, la progresión de Price y en general ‘el engrosing capital with compond interest’ tienen como base la idea de que la cuota de ganancia no disminuye.

La identidad entre la plusvalía y el trabajo sobrante traza un límite cualitativo a la acumulación de capital: la jornada de trabajo total, el desarrollo en cada momento de las fuerzas productivas y de la población, que limita el número de las jornadas de trabajo que pueden ser explotadas al mismo tiempo. En cambio, si la plusvalía se concibe bajo la forma vacía de sentido del interés, el límite será puramente cuantitativo y escapa a toda fantasía.

En el capital a interés aparece consumada la idea del capital-fetiche, la idea que atribuye al producto acumulado del trabajo plasmado como dinero la virtud, nacida de una misteriosa cualidad innata, de crear automáticamente plusvalía en una progresión geométrica, de tal modo que este producto acumulado del trabajo ha descontado ya desde hace mucho tiempo (. .), toda la riqueza de la tierra presente y futura como algo que por derecho le corresponde” (Marx).

 

 

Todo este entramado dejaba bien a las claras que al generalizarse la bajada de la tasa de ganancia en un concreto presente, la clase capitalista comenzaba a apostar cada vez más por una futura (e improbable) explotación satisfactoria del trabajo (“satisfactoria” en el sentido de ser capaz de compensar la enorme deuda generada). El crédito arbitrario fungiría, además, no sólo como mecanismo paliativo del sub-consumo causado por la precarización laboral y la incapacidad de las sociedades de acompasarse al ritmo de intensificación de la productividad, sino también como herramienta de subordinación y de destrucción de la sociedad, al generar una creciente inestabilidad económica,  crisis más frecuentes y dañinas, de acción salarial, acentuación de las desigualdades y precarización laboral (Piqueras, 2017).

 

 

Sin embargo, como es lógico, cuanto más aumenta la deuda más improbable resulta de ser satisfecha en el futuro, aún más debido a que, como vengo diciendo, una creciente parte de capital en potencia se detrae de la inversión dado que se tiene que destinar a satisfacer alguna porción de esa deuda. Esa es, a pesar de su irrealidad, toda la (en el fondo desesperada) ilusión que mantiene el préstamo, que se desboca en cuanto que deuda privada, en detrimento del crédito productivo.

 

 

Digámoslo de nuevo, con el deletéreo juego de dinero ficticio y generación creciente de deuda, se esquilma el presente (la actual riqueza humana y extrahumana) para satisfacer el pasado (las deudas), con lo que al mismo tiempo se carcome cada vez más el futuro (que estará crecientemente hipotecado para cada generación y las que heredan continuas nuevas deudas). Tenemos así un proceso ambivalente. El derrumbe económico ha sido retrasado hasta ahora mediante la “invención” de ingentes cantidades de dinero sin ninguna vinculación al valor, pues sólo convirtiendo el dinero en acción, puede seguirse aparentando un satisfactorio funcionamiento económico, más allá del valor. Sin embargo, al mismo tiempo esa metamorfosis es la causa de la espiral descabellada y crecientemente catastrófica que emprende el capitalismo, con un tendencial acrecentamiento de las dimensiones de cada nuevo estallido de la economía.  En suma, eso que llamamos financiarización y que no es sino la dominación de la forma autonomizada del capital dinero como capital a interés ficticio sobre el conjunto de la realidad capitalista (por lo que ésta se vuelve más y más “irreal”), supone el que las finanzas pasen de jugar un papel importante pero intermediario para la producción, a asumir la responsabilidad del crecimiento mediante una función parasitaria, focalizada principalmente en la extracción rentista. Se han perfilado como un colosal mecanismo de disciplinamiento social, de expropiación universal y de gubernamentalización de las exigencias cada vez más parasitarias del capital. Surgen ante ello al menos dos preguntas inmediatas. Una, ¿es este un funcionamiento genuinamente capitalista? Y dos, ¿cuánto tiempo más puede mantenerse?

 

 

Hemos de tener en cuenta que cuanto más difícil es la generación de nuevo valor por parte del capital productivo, menos inversión productiva suscitará y más títulos financieros se necesitarán para mantenerle a flote. Pero ni la flexibilización monetaria (juego con la oferta de dinero y con su precio), ni la cuantitativa (compra de títulos con la creación de dinero “ex nihilo”), ni la fiscal (políticas estatales de austeridad o bien de endeudamiento para inversión social), han reactivado la economía, puesto que ninguna de ellas va a la raíz de la enfermedad: la caída del valor. En general, de lo descrito en este capítulo podemos extraer una conclusión contundente: la caída de la rentabilidad desincentiva la inversión productiva y entra, por tanto, en conflicto con el desarrollo de las fuerzas productivas. Por eso, sólo de forma irreal, ficticia, descabellada, puede el sistema seguir aparentando su normal funcionamiento; necesitando, por contra, de cada vez más intervenciones extra-económicas dirigidas a salvar al capital de la cada vez más profunda crisis que genera su propia lógica perversa.

 

 

Circunstancias que no dejarán de tener también deletéreas consecuencias para la sociedad y, en negativa concordancia, para las posibilidades reformistas-democráticas del sistema capitalista. Harán más bien disparar su deriva “tánato” o de destrucción, vinculada a la cual medra una mortífera geoestrategia del caos. Lo vemos en los capítulos siguientes…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

 

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