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LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA
DE 1848 A 1850
Karl Marx
[ 09 ]
II. EL 13 DE JUNIO DE 1849
(…) El 21 de marzo, en el orden del día de la Asamblea Nacional estaba el proyecto de ley de Faucher contra el derecho de asociación: la supresión de los clubs. El artículo 8 de la Constitución garantiza a todos los franceses el derecho a asociarse. La prohibición de los clubs era, por tanto, una violación manifiesta de la Constitución, y la propia Constituyente tenía que canonizar la profanación de sus santos. Pero los clubs eran los centros de reunión, las sedes de conspiración del proletariado revolucionario. La misma Asamblea Nacional había prohibido la coalición de los obreros contra sus burgueses. ¿Y qué eran los clubs sino una coalición de toda la clase obrera contra toda la clase burguesa, la creación de un Estado obrero frente al Estado burgués? ¿No eran otras tantas Asambleas Constituyentes del proletariado y otros tantos destacamentos del ejército de la revuelta dispuestos al combate? Lo que ante todo tenía que constituir la Constitución era la dominación de la burguesía. Por tanto, era evidente que la Constitución sólo podía entender por derecho de asociación el de aquellas asociaciones que se armonizasen con la dominación de la burguesía, es decir, con el orden burgués. Si, por decoro teórico, se expresaba en términos generales, ¿no estaban allí el Gobierno y la Asamblea Nacional para interpretarla y aplicarla a los casos particulares?
Y si en la época primigenia de la república los clubs habían estado prohibidos de hecho por el estado de sitio, ¿por qué no debían estar prohibidos por la ley en la república reglamentada y constituida? Los republicanos tricolores no tenían nada que oponer a esta interpretación prosaica de la Constitución; nada más que la frase altisonante de la Constitución. Una parte de ellos, Pagnerre, Duclerc, etc., votó a favor del Gobierno, dándole así la mayoría. La otra parte, con el arcángel Cavaignac y el padre de la Iglesia Marrast a la cabeza —una vez que el artículo sobre la prohibición de los clubs hubo pasado— se retiró a uno de los despachos de las comisiones y se «reunió a deliberar» en unión de Ledru-Rollin y la Montaña. La Asamblea Nacional quedó, mientras tanto, paralizada, no contando ya con el número de votos necesario para tomar acuerdos. Muy oportunamente, el señor Crémieux recordó en aquel despacho que de allí se iba directamente a la calle y que no se estaba ya en febrero de 1848, sino en marzo de 1849. El partido del "National", viendo claro de pronto, volvió al salón de sesiones de la Asamblea Nacional. Tras él, engañada una vez más, volvió la Montaña, la cual, continuamente atormentada por veleidades revolucionarias, buscaba afanosa y no menos continuamente posibilidades constitucionales y cada vez se encontraba más en su sitio detrás de los republicanos burgueses que delante del proletariado revolucionario. Así terminó la comedia. Y la propia Constituyente había decretado que la violación de la letra de la Constitución era la única realización consecuente de su espíritu.
Sólo quedaba un punto por resolver: las relaciones entre la república constituida y la revolución europea, su política exterior. El 8 de mayo de 1849 reinaba una agitación desusada en la Asamblea Constituyente, cuya vida había de terminar pocos días después. Estaban en el orden del día el ataque del ejército francés sobre Roma, su retirada ante la defensa de los romanos, su infamia política y su oprobio militar, el asesinato vil de la república romana por la república francesa: la primera campaña italiana del segundo Bonaparte. La Montaña había vuelto a jugarse su gran triunfo. Ledru-Rollin había vuelto a depositar sobre la mesa presidencial la inevitable acta de acusación contra el ministerio, y esta vez también contra Bonaparte, por violación de la Constitución.
El leitmotiv del 8 de mayo se repitió más tarde como tema del 13 de junio. Expliquémonos acerca de la expedición romana.
Cavaignac había expedido, ya a mediados de noviembre de 1848, una escuadra a Civitavocchia para proteger al papa, recogerlo a bordo y transportarlo a Francia. El papa ( Pío IX ) había de bendecir la república «honesta» y asegurar la elección de Cavaignac para la presidencia. Con el papa, Cavaignac quería pescar a los curas, con los curas, a los campesinos, y con los campesinos, la magistratura presidencial. La expedición de Cavaignac, que era, por su finalidad inmediata, una propaganda electoral, era al mismo tiempo una protesta y una amenaza contra la revolución romana. Llevaba ya en germen la intervención de Francia en favor del papa.
Esta intervención a favor del papa y contra la república romana, en alianza con Austria y Nápoles, fue acordada en la primera sesión celebrada por el Consejo de Ministros de Bonaparte, el 23 de diciembre. Falloux en el ministerio, era el papa en Roma... y en la Roma del papa. Bonaparte ya no necesitaba al papa para convertirse en el presidente de los campesinos, pero necesitaba conservar al papa para conservar a los campesinos del presidente. La credulidad de los campesinos le había elevado a la presidencia. Con la fe, perdían la credulidad, y con el papa la fe. ¡Y no olvidemos a los orleanistas y legitimistas coligados que dominaban en nombre de Bonaparte! Antes de restaurar al rey, había que restaurar el poder que santifica a los reyes. Prescindiendo de su monarquismo: sin la vieja Roma, sometida a su poder temporal, no hay papa; sin papa no hay catolicismo; sin catolicismo no hay religión francesa, y sin religión ¿qué sería de la vieja sociedad de Francia? La hipoteca que tiene el campesino sobre los bienes celestiales garantiza la hipoteca que tiene la burguesía sobre los bienes del campesino. La revolución romana era, por tanto, un atentado contra la propiedad, y contra el orden burgués, tan temible como la revolución de Junio. La dominación restaurada de la burguesía en Francia exigía la restauración del poder papal en Roma. Finalmente, en los revolucionarios romanos se batía a los aliados de los revolucionarios franceses; la alianza de las clases contrarrevolucionarias, en la República Francesa constituida, se completaba necesariamente mediante la alianza de la República Francesa con la Santa Alianza, con Nápoles y Austria. El acuerdo del Consejo de Ministros del 23 de diciembre no era para la Constituyente ningún secreto. Ya el 8 de enero, Ledru-Rollin había interpelado a propósito de él al ministerio; el ministerio había negado y la Asamblea había pasado al orden del día. ¿Daba crédito a las palabras del Gobierno? Sabemos que se pasó todo el mes de enero dándole votos de censura. Pero si en el papel del ministerio entraba el mentir, en el papel de la Constituyente entraba el fingir hipócritamente, que daba crédito a sus mentiras, salvando así los déhors ( Las apariencias.) republicanos.
Entretanto, Piamonte había sido derrotado. Carlos Alberto había abdicado, y el ejército austríaco llamaba a las puertas de Francia. Ledru-Rollin interpelaba furiosamente. El ministerio demostró que en el Norte de Italia no hacía más que proseguir la política de Cavaignac y que Cavaignac se había limitado a proseguir la política del Gobierno provisional, es decir, la de Ledru-Rollin. Esta vez, cosechó en la Asamblea Nacional incluso un voto de confianza y fue autorizado a ocupar temporalmente un punto conveniente del Norte de Italia, para consolidar de este modo sus posiciones en las negociaciones pacíficas con Austria acerca de la integridad del territorio de Cerdeña y de la cuestión romana. Como es sabido, la suerte de Italia se decide en los campos de batalla del Norte de Italia. Por tanto, con la Lombardía y el Piamonte había caído Roma, y Francia, si no admitía esto, tenía que declarar la guerra a Austria, y con ello a la contrarrevolución europea. ¿Consideraba de pronto la Asamblea Nacional al ministerio Barrot como el viejo Comité de Salvación Pública? ¿O se consideraba a sí misma como la Convención? ¿Para qué, pues, la ocupación militar de un punto del Norte de Italia? Bajo este velo transparente, se ocultaba la expedición contra Roma.
El 14 de abril, 14.000 hombres, bajo el mando de Oudinot, se hicieron a la vela con rumbo a Civitavecchia; y el 16 de abril la Asamblea Nacional concedía al ministerio un crédito de 1.200.000 francos para sostener durante tres meses una flota de intervención en el Mediterráneo. De este modo suministraba al ministerio todos los medios para intervenir contra Roma, haciendo como si se tratase de intervenir contra Austria. No veía lo que hacía el ministerio; se limitaba a escuchar lo que decía. Semejante fe no se conocía ni siquiera en Israel; la Constituyente había venido a parar a la situación de no tener derecho a saber lo que tenía que hacer la república constituida.
Finalmente, el 8 de mayo se representó la última escena de la comedia: la Constituyente requirió al ministerio a que acelerase las medidas encaminadas a reducir la expedición italiana al objetivo que se le había asignado. Aquella misma noche, Bonaparte publicó una carta en el "Moniteur" en la que expresaba a Oudinot su más profundo agradecimiento. El 11 de mayo, la Asamblea Nacional rechazó el acta de acusación contra el mismo Bonaparte y su ministerio. Y la Montaña, que, en vez de desgarrar este tejido de engaños, tomó por el lado trágico la comedia parlamentaria para desempeñar en ella el papel de un Fouquier-Tinville, no hacía con esto más que dejar asomar su piel innata de cordero pequeño burgués por debajo de la piel prestada de león de la Convención.
La segunda mitad de la vida de la Constituyente se resume así: el 29 de enero confiesa que las fracciones burguesas monárquicas son los superiores naturales de la república por ella constituida; el 21 de marzo, que la violación de la Constitución es la realización de ésta; y el 11 de mayo, que la con tanto bombo pregonada alianza pasiva de la República Francesa con los pueblos que luchan por su libertad, significa su alianza activa con la contrarrevolución europea.
Esta mísera Asamblea se retiró de la escena después de haberse dado, dos días antes de su cumpleaños —el 4 de mayo—, la satisfacción de rechazar la propuesta de amnistía para los insurrectos de Junio. Con su poder destrozado; odiada a muerte por el pueblo; repudiada, maltratada, echada a un lado con desprecio por la burguesía, cuyo instrumento era; obligada, en la segunda mitad de su vida, a desautorizar la primera; despojada de su ilusión republicana; sin grandes obras en el pasado ni esperanzas en el futuro; cuerpo vivo muriéndose a pedazos, no acertaba a galvanizar su propio cadáver más que evocando constantemente el recuerdo de la victoria de Junio y volviendo a vivir aquellos días: reafirmándose a fuerza de repetir constantemente la condenación de los condenados. ¡Vampiro que se alimentaba de la sangre de los insurrectos de Junio!
Dejó detrás de sí el déficit del Estado, acrecentado por las costas de la insurrección de Junio, por la abolición del impuesto sobre la sal, por las indemnizaciones asignadas a los dueños de las plantaciones al ser abolida la esclavitud de los negros, por las costas de la expedición romana y por la desaparición del impuesto sobre el vino, cuya abolición acordó ya en su agonía, como un anciano malévolo que se alegra de echar sobre los hombros de su sonriente heredero una deuda de honor comprometedora.
En los primeros días de marzo comenzó la campaña electoral para la Asamblea Nacional Legislativa. Dos grupos principales se enfrentaron: el partido del orden y el partido demócrata-socialista o partido rojo, y entre los dos estaban los Amigos de la Constitución, bajo cuyo nombre querían hacerse pasar por un partido los republicanos tricolores del "National". El partido del orden se había formado inmediatamente después de las jornadas de Junio. Sólo cuando el 10 de diciembre le permitió apartar de su seno a la pandilla del "National", la pandilla de los republicanos burgueses, se descubrió el misterio de su existencia: la coalición de los orleanistas y legitimistas en un solo partido. La clase burguesa se dividía en dos grandes fracciones, que habían ostentado por turno el monopolio del poder: la gran propiedad territorial bajo la monarquía restaurada, y así mismo la aristocracia financiera y la burguesía industrial bajo la monarquía de Julio. Borbón era el nombre regio para designar la influencia preponderante de los intereses de una fracción; Orleáns, el nombre regio que designaba la influencia preponderante de los intereses de otra fracción; el reino anónimo de la república era el único en que ambas fracciones podían afirmar, con igualdad de participación en el poder, su interés común de clase, sin abandonar su mutua rivalidad…
(continuará)
[ Fragmento de: Karl MARX. “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850” ]
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