martes, 6 de agosto de 2024

 

1192

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

Andrés Piqueras

 

(13)

 

 

 

PARTE I

 

De la agonía del capital(ismo) y del

desvelamiento de su ilusión democrática

 

 

CAPÍTULO 4

 

(…)

 

 

 

 

 

ESO QUE SE HA LLAMADO “FINANCIARIZACIÓN DE LA ECONOMÍA”

 

 

“Financialization isn’t a perversion of an otherwise wel functioning system.  It’s just capitalism’s latest survival mechanism.”

(Grace Blakeley)

 

[ “La financiarización no es una perversión de un sistema que por lo demás funciona bien.  Es simplemente el último mecanismo de supervivencia del capitalismo”.]

 

 

Sólo si nos situamos en el mayor nivel de abstracción puede percibirse la creciente incapacidad que presenta este sistema para que el dinero se convierta en capital. Dicho más concretamente, según acabamos de ver, a cada vez más capital-dinero le cuesta realizarse productivamente, por lo que intenta valorizarse a sí mismo fuera de la relación laboral, a través de todo tipo de inversiones especulativas, rentistas-parasitarias, como simple dinero. Es a esto a lo que se ha llamado “financiarización de la economía”, que es algo substancialmente diferente de una fase financiera del capital y tiene consecuencias mucho más profundas. Básicamente significa que el dinero deja de hacerse capital-dinero y de convertirse, por tanto, en “capital efectivo” o “capital activo” para mantener el ciclo de acumulación (que era para lo que estaban destinadas las finanzas). A falta de esa conversión, lo que hace es procurar una suerte de “vida artificial” a la economía capitalista mediante su desmaterialización (desligamiento del dinero respecto de cualquier mercancía), así como a través de la ingente creación de capital ficticio. Se trata de un dinero que busca reproducirse a sí mismo por fuera del capital activo como capital industrial (es decir, más allá de la generación de nuevo valor como plusvalor), pero que también, y este es el gran juego de la economía capitalista cuando las cosas van mal, puede hacer las veces de dinero-capital, listo para engrasar de nuevo los ejes de aquélla, como si procediera de la valorización del trabajo humano (de ahí su creciente “ficción” y la de la economía que sustenta, aunque pueda hacerla seguir funcionando, a pesar de todo y de los problemas que va acumulando).

 

 

Si bien parece haber sido Engels el primero que lo nombró en su Umrisse zueiner Kritik der Nationalökonomie, Marx desarrolló el concepto de “capital ficticio” al menos en los capítulos 25 y 29 del tomo 3 de El Capital, en donde lo definió como las reclamaciones acumuladas (o títulos legales) sobre las ganancias futuras en la producción capitalista, es decir, sobre el “capital efectivo” o “real” (el que es invertido en medios de producción y trabajo, o el que permanece como capital monetario). Las acciones y los bonos no funcionan como capital real; son simplemente una reclamación sobre los beneficios futuros, por lo que el valor de capital de dicho papel es totalmente ilusorio. El documento de acreencia sólo sirve como título de propiedad que representa al capital real. Porque el capital no existe dos veces, como capital realmente invertido y como capital cuyo valor son títulos de propiedad de acciones. El “capital efectivo” sólo existe en la primera forma; mientras que las acciones son simplemente títulos de propiedad de una parte correspondiente de la plusvalía que se supone se deberá obtener.

 

 

Sin embargo, advierte Marx, con el desarrollo del capital a interés y el sistema de crédito, el capital parece multiplicarse a sí mismo, por los diversos modos en los que el mismo capital, o tal vez incluso la misma reclamación sobre una deuda (o un posible capital) aparece en diferentes formas en manos distintas. La mayor parte de este “capital monetario” es, no obstante, puramente ficticia. De hecho, la financiarización podría considerarse como “una peculiar forma moderna de incorporar una variedad de relaciones de crédito en la órbita del capital ficticio” (Fine, 2103).

 

 

“El desarrolo de las fuerzas productivas y de las dimensiones del capitalismo determinan las transformaciones de su superestructura financiera. En este sistema económico, la interdependencia de las actividades de trabajo y sus progresos se reflejan en el crédito. De la misma manera que la producción capitalista transforma todo proceso de trabajo aislado en trabajo social, el crédito penetra y se instala en todos los espacios tiempo de la vida social” (Manigat, 2019).

 

 

Todo ese juego ficticio se volvió a disparar una vez mediado el siglo XX. Ya el enorme crecimiento del Departamento III (de servicios) del Estado durante los 30 gloriosos” del capitalismo, tuvo que hacerse para absorber la fuerza de trabajo expulsada por la tecnificación industrial, así como para activar la demanda de aquel a propia industria, y fue posible porque el Estado se endeudó a cotas desconocidas hasta entonces. El capital-dinero excedente era prestado al Estado a interés que los Estados cubrían con nuevos créditos, volviendo a poner en circulación el dinero prestado en el ciclo económico, financiando gastos sociales e infraestructuras y creando, así, una demanda artificial bajo el prisma capitalista, ya que no era cubierta con ningún trabajo productivo. Con ello, además, los Estados hipotecaban sus propias posibilidades futuras, y cuando su endeudamiento se hizo insostenible llegó el momento de la ofensiva neoliberal, que predicaba una drástica reducción de la cuota estatal en el producto social. La cual, en realidad, sólo se dio en los aspectos redistributivos y de apoyo a la demanda, aumentando, por contra, en los de represión y dominación-legitimación. De hecho, que todo ello no se acompañara de una inflación de igual calibre se debe a que se actuó al mismo tiempo para destrozar las condiciones laborales y el poder social de negociación de la fuerza de trabajo mundial. Los salarios dejaron de acompañar al aumento de la productividad y con ello el consumo se resintió. Gran parte del capital continuó en funcionamiento gracias a los déficits estatales y la creación artificial de demanda para alimentar la capacidad productiva que de otra forma no se hubiera utilizado (Smith, 2017).

 

 

Mantener artificialmente (“ficticiamente”) la economía a flote fue desde el principio la razón de ser del neoliberalismo como proyecto político de las elites mundiales y muy especialmente del capital estadounidense: procurar la recuperación de la tasa de ganancia capitalista sin una adecuada (colosal) destrucción de capacidad productiva, vinculada fundamentalmente a EE.UU. y su imperio económico. Eso significó intervenir para proteger a los capitales más fuertes y desregular para eliminar a los débiles. Desligar el dólar del patrón oro permitió a EE.UU. financiarse y financiar al mundo con dinero fiduciario, que comenzó a generar una monstruosa deuda.

 

 

A partir de los años 80 del siglo XX, la paulatina retracción del Estado en relación a la demanda, haría que la creación masiva de capital ficticio se trasladara a los mercados de acciones y derivados. Desde entonces las dimensiones del mismo no han hecho más que dispararse de la mano del incremento explosivo de cualquiera de sus formas o de la combinación de varias de ellas o de todas al mismo tiempo.

 

 

Los derivados en general pasan de un 33,3% del PIB mundial en 1991 a un 800% en 2005, algo que refleja que la globalización tiene más peso en el aspecto financiero que en el puramente económico y comercial. Las transacciones transfronterizas de acciones y obligaciones en porcentaje del PIB, pasaron en EE.UU. de un 9% del PIB a principios de la década de los ochenta, a un 344% en el año 2003. En Alemania el cambio fue de 7% a 506% y en Francia de 5% a 516%; el caso de Japón tiene sus particularidades, pero aun así las transacciones transfronterizas de acciones y bonos pasaron de un 8% a un 113% en 2003 (Vázquez, 2020).

 

La expansión de los activos financieros en el mundo se disparó desde la última década del siglo XX. En 2014 sus acciones alcanzaban la formidable cifra de 294 billones de dólares y representaban un valor 5,7 veces mayor que en 1990. Esta cuenta, sin embargo, no registra derivados, una modalidad de capital ficticio que ha adquirido una importancia única en el capitalismo contemporáneo. Hay derivados de todo tipo. Para hacernos una idea de la importancia de esta forma contemporánea de capital ficticio, cabe considerar algunos valores asociados a ciertos tipos de derivados. a) El mercado de derivados de divisas movió un promedio diario de 8,29 billones de dólares en abril de 2019, casi duplicando con respecto a 2007, cuando fue de 4,28 billones de dólares. b) El mercado de derivados llamado sin receta (OTC) mueve operaciones realizadas directamente entre agentes privados sin intermediarios, que alcanzó el volumen de negocios diario promedio de 6,50 billones de dólares en 2019, frente a 1,69 billones de dólares en 2007. El total de contratos OTC a finales de 2018 alcanzó los 544,4 billones de dólares; en 2007 eran 585,9 billones de dólares, pero habían alcanzado un máximo de 710,1 billones de dólares en diciembre de 2013.

 

 

A modo de comparación, el PIB mundial agregado para 2018, calculado en paridad de poder adquisitivo por el Banco Mundial, alcanzó los 121,06 billones de dólares; mientras que las exportaciones y las importaciones totales fueron respectivamente de 25,77 billones de dólares y 24,74 billones de dólares.  En los EE.UU. desde principios de la década de 2000 se han formado paquetes derivados llamados Valores Respaldados por Hipotecas o Mortgage Backed Securities (MBS). A partir de los MBS, los riesgos se transfirieron a través de otros derivados como Credit Default Swap (CDS) y CDOs sintéticos (títulos derivados de CDS). Después de 2005 dos grupos de activos derivados de riesgos crediticios aparecieron y se convirtieron en valores muy importantes, respaldados por activos: Asset-backed Securities (ABS) y Colateralised Loan Obligations (LBO), tanto para la protección de los Bancos como para los inversores de los riesgos de impago.

 

 

Toda esta construcción financiera produjo la apariencia de reducción de riesgo asociada con los derivados. Sin embargo, lo que sucedió fue la simple transferencia de riesgos de unas instituciones y entidades a otras. Para operar en este mercado cada vez más desregulado, los principales Bancos de inversión crearon el Vehículo de Propósito Especial (Special Purpose Vehicle, SPV), el vehículo de inversión estructurado (Structured Investiment Vehicle, SIV) y los conductos de papel comercial respaldados por activos o Asset-Backed Commercial Paper Conduits (ABCP). Eran instituciones financieras fuera de las estructuras bancarias y las regulaciones del sistema financiero, con sus cuentas separadas de la matriz, como si no fueran instituciones financieras. La caída del precio de mercado de los derivados puso de relieve las pérdidas de estas instituciones y produjo quiebras financieras generalizadas.

 

 

Los derivados, con una destacada importancia en la tendencia a la completitud del mercado mundial, han contribuido decisivamente a la transformación del papel de las nanzas desde su convencional función como intermediarias en el circuito del capital al más dominante papel orientado a la extracción de renta a través del arbitraje y la innovación nancieras, haciendo agrandar los límites de su vertiente parásita por encima de la intermediaria, y haciendo declinar la primacía de la producción en la obtención de ganancia.

 

 

Esto comporta una forma de suicidio capitalista, dado que cuanto más aumenta el precio de las acciones, menor es la tasa de retorno al capital productivo y al resto de capitales (Jessop); cuanto mayor es su propia tasa de retorno especulativa, menor será el volumen de capital social total que queda disponible para la producción (Freeman). Tal proceso ha generado una extrema distorsión en el sistema de crédito. Las ingentes sumas de capital ficticio que se van acumulando dejan de tener relación proporcional con la producción para alimentarse a sí mismas de forma creciente, desligándose también crecientemente de la riqueza real, por lo que el capital ficticio se hace más y más parasitario, o para ser más precisos, especulativo parasitario. A la postre una mayor fracción del capital, en general, se hace rentista y una mayor parte de ese capital rentista es ficticio. Por lo que el capital a interés ficticio especulativo domina también a las otras formas de rentismo, que en consecuencia pierden importancia económica y relevancia social frente a él.

 

 

El demencial juego financiero que se multiplica exponencialmente desde los años 70 del siglo XX, promueve una altísima inestabilidad y deja tras de sí un rosario de crisis.

 

1. Quiebras bancarias en Estados Unidos (Penn Square, Seatle First Bank, Continental Illinois; primera mitad de los 80)

 

2. Crisis de la deuda de las economías periféricas (especialmente México, 1982).

 

3. Crack bursátil de mediana amplitud de Wall Street, de 1987.

 

4. 1989: quiebra y salvataje de las cajas de ahorro norteamericanas (primera crisis mundial inmobiliaria)

 

5. 1990: crack del Nikkei y del sector inmobiliario en Japón (sus grupos industriales se implantan como refugio en USA y China). Recesión mundial.

 

6. Comienzo de los 90: crisis en los mercados cambiarios europeos y sus ganancias especulativas. Imposición de políticas económicas bajo la excusa de manejar la inflación (Tratados de Maastricht y de Ámsterdam).

 

7. Segunda mitad años 90: desplazamiento espacio-temporal de las

crisis financieras y las recesiones estatales que las acompañaban hacia la zona periférica del capitalismo mundial.

7a. Segunda crisis de la deuda en México (“tequilazo”) con repercusiones sobre la producción estadounidense.

7b. 1997-98: crisis del sureste asiático (especialmente de “los tigres”)

7c. Crisis rusa (agosto de 1998)

7d. Crisis brasileña (“Efecto samba”, septiembre de 1998)

7e. Debacle argentina (2001)

 

 

Estados Unidos había derivado el capital-dinero hacia la “nueva economía” (léase Internet, el espacio virtual: 1998-2001). El NYSE y el NASDAQ (acciones de las firmas de alta tecnología) volvieron a ser el principal terreno de operaciones de los inversores financieros y managers del nuevo estilo. Los grupos industriales pasaron a comprar sus propias acciones (recompra de sus títulos en Bolsa para sostener su valor), endeudándose en el mercado de préstamos. Las adquisiciones de las firmas más débiles fueron financiadas por intercambios de títulos con precios que no tenían ninguna relación con su valor real. A comienzos de 2001 estalla la “burbuja Internet” (la de las nuevas tecnologías). El Nasdaq colapsa.

 

 

Empresas-tipo afectadas: Enron, Vivendi… Entre 2000 y 2003 desaparecieron 4854 compañías de Internet. Cuando en 2007-2008 estalló la burbuja de capital ficticio que había venido creciendo desde los años 80, provocó un cataclismo financiero-bancario. El agujero que se produjo en el sistema bancario es rellenado a partir de ese momento y de forma continua por la emisión de dinero sin respaldo. De manera que la desmaterialización (desligamiento del dinero de cualquier base física) y el capital ficticio han recibido un impulso suplementario. Tal masiva generación de dinero “ex nihilo” se ha dado sobre todo a través:

 

1/ Del endeudamiento cruzado entre entidades bancarias. Con lo cual, la función de la Banca se resume cada vez más en sostener la tasa de ganancia del capital a través de la creación de dinero-deuda. Se trata de un sistema “disipativo”, potencialmente desestabilizador, en el que la creación masiva de deuda bancaria implica el surgimiento de un poder adquisitivo no existente. Se estima que el 97% del dinero es creado por la Banca privada a través de la generación de préstamos (Apilánez).

 

2/ De la invención de dinero por parte de cada vez más Bancos Centrales, al menos unos 40 en todo el mundo, que han venido dando sin descanso a la máquina de imprimir papel. Un “dinero mágico” que ha recibido el elegante nombre de “flexibilización cuantitativa” o “aflojamiento monetario”.

 

 

A partir de 2008 en EE.UU. los medios de pago (o medida de la moneda disponible en la economía, que es un múltiplo de la base monetaria de la misma –creada en primera instancia por los Bancos Centrales– y resultado de la creación secundaria de moneda a partir de la emisión primaria) vienen siendo menores que la propia base monetaria, lo cual según los manuales de economía debería ser imposible. A partir del estallido de la crisis en 2008 la FED estadounidense creó de la nada 50.000 millones de dólares por mes, lo que fue seguido pronto por el Banco Central de la UE, que realizó un “aflojamiento monetario” de 60.000 millones de euros al mes hasta diciembre de 2017. En total, los principales Bancos Centrales han creado unos 18 billones de dólares de nuevo dinero desde 2009. Aproximadamente el 22% del PIB mundial, unos 2.300 dólares por habitante del planeta. En 2020, “el año del covid”, se estima que la emisión de dinero “ex nihilo” se ha duplicado o incluso triplicado (Roberts, 2021). Sólo de marzo a junio la FED, el BCE y el BOJ pasaron de 9,04 a 13,35 billones de euros. Con ese dinero “mágico” los Bancos centrales suministran reservas a los circuitos de pago y créditos, garantizando los depósitos de la Banca privada y proporcionándola cobertura. Es decir, convierten el dinero crediticio privado (dinero-deuda privado creado del puro aire –alrededor del 97% del circulante–), en una promesa de pago estatal mediante sus pasivos, en vez de con el dinero mercancía (es decir, se pone a toda la sociedad como –involuntaria– avalista última, a cubrir las deudas y déficits del gran capital bancario-empresarial). A partir de 2008 los Bancos centrales cambiaron los viejos préstamos malos de la Banca privada por nuevos fondos “buenos” (de dinero ficticio), sostenidos por tasas de interés rayando el cero o directamente negativas (Apilánez). Así, la Reserva Federal (Fed) con su creación de dinero “ex nihilo”, ha comprado bonos del propio Tesoro de EE.UU. y con los ingresos que genera la subida artificial de los bonos, devuelve dinero al Tesoro para volver a emitir más bonos, poniendo así en marcha una máquina de creación de dinero en un movimiento aparentemente perpetuo. La política de crear billones de la nada para comprar billones en activos de empresas cuya producción se aleja cada vez más de los precios que alcanzan los activos como consecuencia de su especulación al alza por haber sido respaldados o comprados a altos precios por los Bancos Centrales (con dinero ficticio), ha inflado una “burbuja madre” (mucho más grande que todas las anteriores en la historia del capitalismo) de activos, bonos y dinero sin respaldo en valor alguno.

 

 

“Todo el mercado global de activos –acciones, bonos, bienes raíces y ‘commodities’–, en esencia constituye un esquema ponzi piramidal en el que la rápida expansión del crédito ( capital ficticio) impulsa los precios de los activos hacia arriba, y dado que los activos son colaterales para la deuda adicional, las mayores tasas de beneficio (ficticio) habilitan una nueva ronda para la expansión del híper-crédito. Esto empuja las valoraciones de los activos aún más hacia arriba, lo que crea el escenario para una expansión adicional del crédito ( capital ficticio), basada en un supuesto aumento asombroso en el ‘valor’ de la garantía que respalda la nueva deuda. Los bancos centrales han impulsado este esquema piramidal comprando bonos y acciones con divisas creadas de la nada y con ello han fomentado la desigualdad económica y social como no se ha visto nunca antes en la historia del capitalismo” (Dierckxsens y Formento, 2017).

 

 

Para entenderlo mejor hay unas consideraciones básicas que se desprenden de la razón de ser de los mercados financieros:

 

1. La mercantilización del dinero se encuentra en su forma más pura y el fetichismo se hace más prevalente, prestándose al oscurecimiento del papel del trabajo dentro de la producción del capital de usura.

 

2. La desigualdad se produce naturalmente como subproducto de este círculo vicioso debido al velo de invisibilidad inherente del trabajo y a la exclusión de su papel en el desarrollo de las ganancias (Nguyen).

 

 

Además de ello, no hay que perder de vista un tercer punto de atención. Con el “dinero mágico” de creación primaria, que termina redundando en beneficio de los grandes capitales, éstos pueden comprar riqueza social real y disparar el endeudamiento de la sociedad en su conjunto, como veremos enseguida. Hay que tener en cuenta también, en ese sentido, que los mercados financieros son completamente diferentes a los mercados tradicionales de bienes y servicios, dado que en los segundos el alza en el precio de las mercancías desestimula la demanda. Esta condición no se cumple en los primeros, dado que en ellos la demanda tiende a aumentar cuando ocurre un alza en el precio. Es importante mencionar que la compra de un producto financiero no se relaciona con un valor de uso, sino con uno de cambio, es decir, el objetivo principal del comercio financiero es conseguir la mayor cuota de ganancia (Durand). Eso es lo que motiva que mientras en la “economía real” la inflación no repunte por más dinero que se inyecte (y no lo hace sobre todo por la falta de inversión empresarial y por la represión de los salarios), sí se dispare en el ámbito financiero (Roberts, 2021).

 

 

A través de los mismos procedimientos el “dinero mágico” permite mantener el sistema de dominación interestatal propio de la división internacional del trabajo. Así, por ejemplo, como quiera que EE.UU. cuenta con la moneda de intercambio global –el dólar–, el hecho de emitir un flujo continuo de dólares sin respaldo le proporciona un inestimable pilar para mantener su papel dominante.

 

 

“EE.UU. puede gastar mucho más en el exterior de lo que allí gana, pudiendo montar costosas bases militares en el exterior sin la restricción de divisas y, de hecho, con déficits en su balanza comercial. Además, sus corporaciones multinacionales pueden adquirir otras compañías en el extranjero o involucrarse en otras formas de inversión en el exterior sin sufrir constricciones de pagos. El sistema está diseñado para mantener –aunque de forma cada vez más decadente y dependiente del capital financiero que lo absorbe– su propia hegemonía” (Blanco).

 

 

En general, el control de las finanzas internacionales por parte de las formaciones sociales centrales permite utilizar el dinero de los demás para paliar en parte la propia incapacidad de acumulación, lo que les posibilita seguir comprando el mundo sin inversión previa (lo cual no ayuda, sin embargo, a su capacidad de mejorar la rentabilidad del capital como “productor” de más capital).

 

 

Efectivamente, la financiarización es una forma de recaudar dinero aprovechándose de la plusvalía que han generado los demás, o lo que es lo mismo, de convertir a la representación del valor de las cosas [el dinero] en valor en sí mismo, en virtud de un complejo entramado de creencias sobre creencias (como, por ejemplo, que en algún momento alguien respaldará el dinero-papel o dinero-moneda con algún equivalente de valor material).  Veamos, para obtener dinero las empresas emiten pasivos o acciones ( dinero financiero) en la participación de la riqueza que se supone que han generado previamente. La emisión sin control de unos y otras hace que en realidad no correspondan a la riqueza real con la que una empresa puede responder (haciendo del dinero financiero un capital ficticio), por lo que si todo el mundo exigiese la recuperación de acciones y pasivos las empresas se declararían insolventes. Pero cuando las grandes empresas emiten aquellos pasivos pretenden que éstos no sean exigibles (es decir, que todo el mundo confíe en su solvencia), y en cambio los utilizan a menudo para comprar otras empresas menores o activos de las mismas que se supone que se van a revalorizar (buena parte de la actual absorción o “adquisición” de la riqueza de unas empresas por otras se realiza en realidad sin que se efectúen pagos en metálico). Es por eso que cada vez más la ganancia de las grandes corporaciones empresariales se obtiene no tanto a través de la producción de valor o, valga decir, de riqueza, sino de la adquisición de la que ya estaba generada (ampliando crecientemente la concentración en cada vez menos manos de la misma).

 

 

Estamos, pues, en conjunto, ante un nuevo paso gigantesco en la desvinculación entre “trabajo” (valor) y “dinero”, dado que ya el dinero des-substanciado no pasa siquiera por los mercados financieros regulares; antes bien, la reproducción social bajo la forma mercancía es alimentada directamente con volúmenes de moneda creados de la nada, con base en la simple decisión estatal, que resulta también un gigantesco mecanismo de succión de riqueza social.

 

 

El bit coin y en general las criptomonedas son parte de la pulsión por monetizar el dinero ficticio, un intento de otorgarle una carta de credibilidad, que además escapa por el momento a la centralización de los sistemas bancarios mundiales y, más importante, a los diferentes sistemas tributarios estatales. Ante las ingentes sumas de dinero ficticio en circulación, esas monedas podrían sustituir a cualquier otra moneda fiduciaria actual. Hay un agravante más, pues cualquier criptomoneda sólo puede materializar algo de riqueza a través de su cambio por mercancías o mediante su conversión en una moneda convencional. En ese momento, la diferencia entre el costo de producción y el precio de mercado constituye una forma de transferencia de riqueza acumulada en cualquiera de las monedas convencionales hacia las criptomonedas. Se trata del último paso en la desvinculación entre el dinero y el valor: la máxima idealización del fetiche.

 

 

“Cabe recordar de salida que la locura de las criptomonedas tiene sus raíces en dos procesos relacionados: la existencia de inmensas masas de capital sobreacumulado y de capital ficticio que funcionan de manera predatoria por los mercados financieros internacionales en busca de remuneración; y las profundas inestabilidades del sistema monetario mundial, que provoca desconfianza en relación al mantenimiento del dólar como dinero mundial” (Nakatani y Mel).

 

 

Todos estos flujos de dinero sin valor reflejan, en general, una suerte de “pirámide ponzi” erigida para permitir la recomposición del dominio de clase en favor de ciertas fracciones de ella, siempre entrelazadas en lo financiero, productivo, comercial y rentista. Y se expresa a través de muy diversos mecanismos.

 

 

“Las estrategias de expropiación se dirigen a erosionar los recursos financieros acumulados (ahorros). Es por ejemplo el caso del emprendimiento, donde el trabajo autónomo y la inversión que comporta son una forma de reintroducir en el mercado una masa dineraria inmovilizada como ahorro familiar para que funcione como capital. Lo mismo puede decirse de la presión ejercida por el sistema financiero sobre el ahorro individual para que se invierta en fondos de inversión y productos financieros, toda vez que los intereses de los depósitos son nulos e incluso negativos. Son solo ejemplos de la presión ejercida por las instituciones financieras –avaladas por la administración del Estado– para incorporar al mercado recursos financieros que no funcionan como capital (ahorros, fondos de reserva familiares); para convertir esa masa de dinero (capital nominal, potencial) en capital efectivo (inversión). Como ya hemos señalado anteriormente, sobra dinero pero falta capital (Vela, 2018).

 

 

De modo que lo que demasiadas veces se quiere ver como una causa (tanto por la economía ortodoxa, como por el pensamiento político de distintos colores), es en realidad un efecto pasajeramente salvífico de la deteriorada economía del valor y del mantenimiento de sus elites.

 

 

“La postergación provisional de la crisis mediante la expansión especulativa de los mercados financieros parece entonces justamente, al contrario, la supuesta causa de la crisis” (Grupo Krisis, 2018).

 

 

Por eso también, y en contra de todos los predicamentos (neo)liberales, si antes era la sociedad la que nutría al Estado, ahora es cada vez más el Estado el que mantiene artificialmente la economía e insufla dinero ficticio a la sociedad, que transforma en trabajo improductivo pero necesario para el mantenimiento social y para la contención del conflicto social. Así el subsidio al denominado “tercer sector” y a la “economía social”. Como ya vimos “tradicionalmente, la función de encuadramiento social del Estado de bienestar ha consistido en la promoción de empleos dentro de las actividades improductivas o que no resultaban suficientemente beneficiosas para la inversión privada, en el marco general de la terciarización de las actividades económicas. Esta es una manera de encubrir el desempleo estructural –consecuencia de la reducción de los empleos productivos– con cargo al presupuesto del Estado” (Vela, 2018). Es decir, que se invierten los términos, el capital ficticio deja de ser una muleta de la economía real para pasar esta última a convertirse poco a poco en un apéndice de la universal burbuja de capital ficticio generada, de manera que el capital depende crecientemente del pulmón artificial de los procesos ficticios de creación de valor (Kurz, 2009). Lo cual hace al sistema inviable a medio plazo…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

 

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1 comentario:

  1. "Lo cual hace al sistema inviable a medio plazo… "

    No puede uno alimentarse de pan ficticio. Cuando de armas de destrucción masiva se trata, no hay otra que supere al capitalismo. Paseando por Manhattan, un periodista señalaba rascacielos vacíos debido a la financiarización (y por tanto los negocios adyacentes cerrados), mientras las calles se van colmando de un número creciente de personas carentes de techo. Victima de la especulación, el centro de la ciudad se vacía, los precios suben y los salarios bajan. A las cifras les irá muy bien en las carteras digitales de quienes las poseen, pero lo dicho, no puede uno alimentarse de pan ficticio. En mi modesta opinión, este destructivo trampantojo acabará implosionando arrastrado por el potente vacío que él mismo ha originado.

    Salud y comunismo

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