lunes, 29 de julio de 2024

 

1189

 

LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA

DE 1848 A 1850 

 

Karl Marx

 

[ 08 ]

 

 

 

 

II. EL 13 DE JUNIO DE 1849

 

(…) Por su parte, la Constituyente se agarró con ansia a la doble ocasión que se le ofrecía para derribar al ministerio y presentarse, frente al elegido de los campesinos, como defensora de los intereses de éstos. Rechazó el proyecto del ministro de Hacienda, redujo el impuesto sobre la sal a la tercera parte de su cuantía anterior, aumentó así en 60 millones los 560 de déficit del Estado y, después de este voto de censura, se sentó a esperar tranquilamente la dimisión del ministerio. Esto demuestra cuán mal comprendía el mundo nuevo que la rodeaba y el cambio operado en su propia situación. Detrás del ministerio estaba el presidente, y detrás del presidente estaban 6 millones de electores, que habían depositado en las urnas otros tantos votos de censura contra la Constituyente. Esta devolvió a la nación su voto de censura. ¡Ridículo intercambio! Olvidaba que sus votos habían perdido su curso forzoso. Al rechazar el impuesto sobre la sal, no hizo más que madurar en Bonaparte y en su ministerio la decisión de «acabar» con la Asamblea Constituyente. Y comenzó aquel largo duelo que llenó toda la última mitad de la vida de la Constituyente. El 29 de enero, el 21 de marzo y el 8 de mayo fueron las grandes jornadas de esta crisis, otras tantas precursoras del 13 de junio. 

 

 

Los franceses, por ejemplo Luis Blanc, han interpretado el 29 de enero como la manifestación de una contradicción constitucional, de la contradicción entre una Asamblea Nacional soberana e indisoluble, nacida del sufragio universal, y un presidente que, según la letra de la ley, es responsable ante ella, pero que, en realidad, no sólo ha sido consagrado por el sufragio universal y ha reunido en su persona todos los votos que se desperdigan entre cientos de miembros de la Asamblea Nacional, sino que además está en plena posesión de todo el poder ejecutivo, sobre el que la Asamblea Nacional sólo flota como un poder moral. Esta interpretación del 29 de enero confunde el lenguaje de la lucha en la tribuna, en la prensa y en los clubs, con su verdadero contenido. Luis Bonaparte, frente a la Asamblea Constituyente, no era un poder constitucional unilateral frente a otro, no era el poder ejecutivo frente al legislativo; era la propia república burguesa ya constituida frente a los instrumentos de su constitución, frente a las intrigas ambiciosas y a las reivindicaciones ideológicas de la fracción burguesa revolucionaria que la había fundado y que veía con asombro que su república, una vez constituida, se parecía mucho a una monarquía restaurada. Y ahora esta fracción quería prolongar por la fuerza el período constituyente, con sus condiciones, sus ilusiones, su lenguaje y sus personas, e impedir a la república burguesa ya madura revelarse en su forma acabada y peculiar. Y del mismo modo que la Asamblea Nacional Constituyente representaba al Cavaignac vuelto a su seno, Bonaparte representaba a la Asamblea Nacional legislativa todavía no divorciada de él, es decir, a la Asamblea Nacional de la república burguesa constituida.

 

 

El significado de la elección de Bonaparte sólo podía ponerse de manifiesto cuando se sustituyera este nombre único por sus múltiples significados, cuando se repitiera la votación en la elección de la nueva Asamblea Nacional. El 10 de diciembre había cancelado el mandato de la antigua. Por tanto, los que se enfrentaban el 29 de enero no eran el presidente y la Asamblea Nacional de la misma república; eran la Asamblea Nacional de la república en período de constitución y el presidente de la república ya constituida, dos poderes que encarnaban períodos completamente distintos del proceso de vida de la república; eran, de un lado, la pequeña fracción republicana de la burguesía, única capaz para proclamar la república, disputársela al proletariado revolucionario por medio de la lucha en la calle y del régimen del terror y estampar en la Constitución los rasgos fundamentales de su ideal; y de otro, toda la masa monárquica de la burguesía, única capaz para dominar en esta república burguesa constituida, despojar a la Constitución de sus aditamentos ideológicos y hacer efectivas, por medio de su legislación y de su administración, las condiciones inexcusables para el sojuzgamiento del proletariado. 

 

 

La tormenta que descargó el 29 de enero se había ido formando durante todo el mes. La Constituyente había querido, con su voto de censura, empujar al ministerio Barrot a dimitir. Frente a esto, el ministerio Barrot propuso a la Constituyente darse a sí misma un voto de censura definitivo, suicidarse, decretar su propia disolución. El 6 de enero, Rateau, uno de los diputados más insignificantes, hizo, por orden del ministerio, esta proposición a la Constituyente; a la misma Constituyente que ya en agosto había acordado no disolverse hasta no promulgar una serie de leyes orgánicas, complementarias de la Constitución. El ministerial Fould le declaró redondamente que su disolución era necesaria «para restablecer el crédito quebrantado». ¿Acaso no quebrantaba el crédito prolongando aquella situación provisional que de nuevo ponía en tela de juicio, con Barrot a Bonaparte y con Bonaparte a la república constituida? Ante la perspectiva de que le arrebatasen, después de disfrutarla apenas dos semanas, la presidencia del Consejo de Ministros, que los republicanos le habían prorrogado ya una vez por un «decenio», es decir, por diez meses, Barrot, el olímpico, convertido en Orlando Furioso, superaba a los tiranos en su comportamiento frente a esta pobre Asamblea. La más suave de sus frases era: «con ella no hay porvenir posible». Y, realmente, la Asamblea sólo representaba el pasado. «Es incapaz —añadía irónicamente— de rodear a la república de las instituciones que necesita para consolidarse». En efecto. Con la oposición exclusiva contra el proletariado se había quebrado al mismo tiempo la energía burguesa de la Asamblea y con la oposición contra los monárquicos había revivido su énfasis republicano. Y así, era doblemente incapaz de consolidar con las instituciones correspondientes la república burguesa, que ya no concebía. 

 

 

Con la propuesta de Rateau, el ministerio desencadenó al mismo tiempo una tempestad de peticiones por todo el país, y de todos los rincones de Francia lanzaban diariamente a la cabeza de la Constituyente fajos de billets-doux (Cartas amorosas) en los que se le pedía, en términos más o menos categóricos, disolverse y hacer su testamento. Por su parte, la Constituyente provocaba contrapeticiones en que se le rogaba seguir viviendo. La lucha electoral entre Bonaparte y Cavaignac renacía bajo la forma de un duelo de peticiones en pro y en contra de la disolución de la Asamblea Nacional. Tales peticiones venían a ser un comentario adicional al 10 de diciembre. Esta campaña de agitación duró todo el mes de enero. 

 

 

En el conflicto entre la Constituyente y el presidente, aquélla no podía remitirse a la votación general como a su fuente, pues precisamente el adversario apelaba de ella al sufragio universal. No podía apoyarse en ninguna autoridad constituida, pues se trataba de la lucha contra el poder legal. No podía derribar el ministerio con votos de censura, como lo intentó todavía el 6 y el 26 de enero, pues el ministerio no pedía su voto de confianza. No le quedaba más que un camino: el de la insurrección. Las fuerzas de combate de la insurrección eran la parte republicana de la Guardia Nacional, la Guardia Móvil y los centros del proletariado revolucionario, los clubs. Los guardias móviles, estos héroes de las jornadas de Junio, constituían en diciembre la fuerza de combate, organizada de la fracción burguesa republicana, como antes de junio los Talleres Nacionales habían constituido la fuerza de combate organizada del proletariado revolucionario. Y así como la Comisión Ejecutiva de la Constituyente dirigió su ataque brutal contra los Talleres Nacionales cuando tuvo que acabar con las pretensiones ya insoportables del proletariado, el ministerio de Bonaparte hizo lo mismo con la Guardia Móvil, cuando tuvo que acabar con las pretensiones ya insoportables de la fracción burguesa republicana. Ordenó la disolución de la Guardia Móvil. La mitad de sus efectivos fueron licenciados y lanzados al arroyo, y a la otra mitad se le cambió su organización democrática por otra monárquica y se le redujo la soldada a la corriente de las tropas de línea. Los guardias móviles se encontraron en la situación de los insurrectos de Junio, y la prensa publicaba diariamente confesiones públicas en que aquéllos reconocían su culpa de Junio e imploraban el perdón del proletariado. 

 

 

¿Y los clubs? Desde el momento en que la Asamblea Constituyente ponía en tela de juicio en la persona de Barrot al presidente, en el presidente a la república burguesa constituida y en la república burguesa constituida a la república burguesa en general, se agrupaban necesariamente en torno a ella todos los elementos constituyentes de la república de Febrero, todos los partidos que querían derribar la república existente y transformarla, mediante un proceso violento de restitución, en la república de sus intereses de clase y de sus principios. Lo ocurrido quedaba borrado, las cristalizaciones del movimiento revolucionario habían vuelto al estado líquido y la república por la que se luchaba volvía a ser la república indefinida de las jornadas de Febrero, cuya definición se reservaba cada partido. Los partidos volvieron a asumir por un instante sus viejas posiciones de Febrero, sin compartir las ilusiones de entonces. Los republicanos tricolores del "National" volvían a apoyarse sobre los republicanos demócratas de "La Réforme" y los empujaban como paladines al primer plano de la lucha parlamentaria. Los republicanos demócratas volvían a apoyarse sobre los republicanos socialistas (el 27 de enero, un manifiesto público anunció su reconciliación y su unión) y preparaban en los clubs el terreno para la insurrección.

 

 

La prensa ministerial trataba con razón a los republicanos tricolores del "National" como los insurrectos redivivos de Junio. Para mantenerse a la cabeza de la república burguesa, ponían en tela de juicio a la república burguesa misma. El 26 de enero, el ministro Faucher presentó un proyecto de ley sobre el derecho de asociación, cuyo artículo primero decía así: «Quedan prohibidos los clubs». Y formuló la propuesta de que este proyecto de ley fuese puesto a discusión con carácter de urgencia. La Constituyente rechazó la urgencia, y el 27 de enero Ledru-Rollin depositó una proposición, con 230 firmas, pidiendo que fuese procesado el Gobierno por haber infringido la Constitución. El pedir que se formulase acta de acusación contra el Gobierno, era el gran triunfo revolucionario que, de ahora en adelante, había de jugar la Montaña-epígono en cada momento de apogeo de la crisis. Pero lo hacía en una ocasión en que este procesamiento sólo podía significar una de dos cosas: o el torpe descubrimiento de la impotencia del juez, a saber, de la mayoría de la Cámara, o una protesta impotente del acusador contra esta misma mayoría. ¡Pobre Montaña agobiada por el peso de su propio nombre! 

 

 

El 15 de mayo, Blanqui, Barbés, Raspail, etc., habían intentado hacer saltar la Asamblea Constituyente, invadiendo el salón de sesiones a la cabeza del proletariado de París. Barrot preparó a la misma Asamblea un 15 de mayo moral, al querer dictarle su autodisolución y cerrar su salón de sesiones. Esta misma Asamblea encomendó a Barrot la investigación contra los insurrectos de mayo y ahora, en este momento, en que Barrot aparecía ante ella como un Blanqui monárquico, en que la Asamblea buscaba aliados contra él en los clubs, en el proletariado revolucionario, en el partido de Blanqui, en este momento, el inexorable Barrot la torturó con la propuesta de substraer los presos de mayo al Tribunal del jurado y entregarlos al Tribunal Supremo, a la Haute Cour, inventada por el partido del "National" ¡Es curioso cómo el miedo exacerbado a perder una cartera de ministro puede sacar de la cabeza de un Barrot ocurrencias dignas de un Beaumarchais! Tras largos titubeos, la Asamblea Nacional aceptó su propuesta. Frente a los autores del atentado de mayo volvía a recobrar su carácter normal. 

 

 

Si la Constituyente se veía empujada, frente al presidente y a los ministros, a la insurrección, el presidente y el Gobierno veíanse empujados, frente a la Constituyente, al golpe de Estado, pues no disponían de ningún medio legal para disolverla. Pero la Constituyente era la madre de la Constitución y la Constitución la madre del presidente. Con el golpe de Estado, el presidente desgarraría la Constitución y cancelaría al mismo tiempo su propio título jurídico republicano. Entonces, veríase obligado a optar por el título jurídico imperial; pero el título imperial evocaba el orleanista, y ambos palidecían ante el título jurídico legitimista. En un momento en que el partido orleanista no era más que el vencido de Febrero y Bonaparte sólo era el vencedor del 10 de diciembre, en que ambos solo podían oponer a la usurpación republicana sus títulos monárquicos igualmente usurpados, la caída de la república legal sólo podía provocar el triunfo de su polo opuesto, la monarquía legitimista. Los legitimistas tenían conciencia de lo favorable de la situación y conspiraban a la luz del día. En el general Changarnier podían confiar en encontrar su Monk. En sus clubs se anunciaba la proximidad de la monarquía blanca tan abiertamente como en los proletarios la proximidad de la república roja. 

 

 

Un motín felizmente sofocado habría sacado al ministerio de todas las dificultades. «La legalidad nos mata», exclamó Odilon Barrot. Un motín habría permitido, bajo pretexto de salut public, disolver la Constituyente y violar la Constitución en interés de la propia Constitución. El comportamiento brutal de Odilon Barrot en la Asamblea Nacional, la propuesta de clausurar los clubs, la ruidosa destitución de cincuenta prefectos tricolores y su sustitución por monárquicos, la disolución de la Guardia Móvil, los ultrajes inferidos a sus jefes por Changarnier, la reposición de Lerminier, un profesor ya imposible bajo Guizot, y la tolerancia ante las fanfarronadas legitimistas, eran otras tantas provocaciones al motín. Pero el motín no se producía. Esperaba la señal de la Constituyente y no del ministerio. 

 

 

Por fin, llegó el 29 de enero, día en que había de adoptar un acuerdo sobre la propuesta presentada por Mathieu de la Drôme de rechazar sin condiciones la proposición de Rateau. Los legitimistas, los orleanistas, los bonapartistas, la Guardia Móvil, la Montaña, los clubs, todo conspiraba en este día, cada cual a la par contra el presunto enemigo y contra los supuestos aliados. Bonaparte, a caballo, revistó una parte de las tropas en la plaza de la Concordia; Changarnier representaba una comedia con un derroche de maniobras estratégicas; la Constituyente se encontró con el edificio de sesiones ocupado militarmente. Centro de todas las esperanzas, de todos los temores, de todas las confianzas, efervescencias, tensiones y conjuraciones que se entrecruzaban, la Asamblea, valiente como una leona, no titubeó ni un momento al verse más cerca que nunca de su último instante.

 

 

Se parecía a aquel combatiente que no sólo temía emplear su propia arma, sino que se consideraba también obligado a dejar intacta el arma de su adversario. Con un desprecio magnífico de la vida, firmó su propia sentencia de muerte y rechazó la propuesta en que se desestimaba incondicionalmente la proposición presentada por Rateau. Al encontrarse ella en estado de sitio, fijó el límite de una actividad constituyente, cuyo marco necesario había sido el estado de sitio en París. Se vengó de un modo digno de ella, abriendo al día siguiente una investigación sobre el miedo que el 29 de enero le había metido en el cuerpo el Gobierno. La Montaña mostró su falta de energía revolucionaria y de inteligencia política dejándose utilizar por el partido del "National" como vocero de lucha en esta gran comedia de intriga. El partido del "National" había hecho la última tentativa para seguir conservando en la república constituida el monopolio del poder que poseyera durante el período constituyente de la república burguesa. Pero había fracasado en su intento. 

 

 

Si en la crisis de enero se trataba de la existencia de la Constituyente, en la crisis del 21 de marzo tratábase de la existencia de la Constitución: allí, del personal del partido del "National"; aquí de su ideal. Huelga decir que los republicanos «honestos» valoraban en menos su exaltada ideología que el disfrute mundano del poder gubernamental…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Karl MARX. “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850” ]

 

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