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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL
Andrés Piqueras
(12)
PARTE I
De la agonía del capital(ismo) y del
desvelamiento de su ilusión democrática
CAPÍTULO 4
(…)
(…) De hecho, lo que se está dando son formas parciales o discontinuas de asalarización, informales, combinadas con una creciente utilización de trabajo no pago o semipago (Van der Linden, 2008). Según un estudio de la OIT (2012), en 2008 más de la mitad de la fuerza de trabajo mundial estaba desempleada. En un nuevo informe de la OIT (2015), esta organización indicaba que el empleo asalariado afectaba sólo a la mitad del empleo en el mundo y no concernía nada más que al 20% de la población trabajadora en regiones como África subsahariana y Asia del Sur. Dice ese informe que las formas de empleo que no devienen de la relación tradicional empleador-asalariado están en alza. También se señala que menos de un 45% de la fuerza de trabajo que está asalariada detenta un empleo permanente a tiempo completo, y que esa proporción tiende claramente a decaer en lo venidero. Ya en 2008 advertía que incluso en las economías centrales el empleo asalariado “no estándar” se había convertido en el rasgo predominante de los mercados de trabajo. Ese proceso de des-salarización viene ayudado también por la digitalización de la economía, que conlleva la extrema flexibilización de las relaciones laborales, la descomposición del trabajo humano en tareas más simples, la supervisión y dirección laboral monitorizada, así como la acentuación de la fragmentación del trabajador colectivo y también la de su apariencia laboral “autónoma” hasta el punto de dificultar cada vez más su identificación laboral y de clase. De los informes de la OIT se desprende que probablemente sólo en torno al 10% de la población activa mundial está vinculada a la relación salarial mediante un empleo “permanente” a tiempo completo (entrecomillo la designación de permanente para indicar la poca firmeza que la misma tiene en la actualidad). Todo eso se corresponde con la reducción de la masa salarial mundial, que sólo en la UE fue de 485.000 millones de $ en 2013. Unos 6.600 millones de personas (aproximadamente el 80% de la humanidad) pueden ser clasificadas por las estadísticas al uso como pobres (Milanovic, 2006).
“…el ejército de reserva mundial, incluso con definiciones conservadoras, constituye alrededor del 60 por ciento de la población activa disponible en el mundo, muy por encima de la del ejército de trabajo activa de los obreros asalariados y pequeños propietarios. En 2015, según cifras de la OIT, el ejército de reserva mundial constaba de más de 2.300 millones de personas, en comparación con los 1.660 millones en el ejército de trabajo activo, muchos de los cuales son empleos precarios. El número de parados oficiales (que corresponde aproximadamente a la población flotante de Marx) está cerca de 200 millones de trabajadores. Alrededor de 1.500 millones de trabajadores son clasificados como “empleados vulnerables” (en relación con la población estancada de Marx), formados por trabajadores que trabajan “por cuenta propia” (trabajadores informales y rurales de subsistencia), así como “trabajadores familiares” (del trabajo doméstico). Otros 630 millones de personas con edades entre 25 y 54 se clasifican como económicamente inactivos. Esta es una categoría heterogénea, pero, sin duda, se compone predominantemente de población empobrecida”
(Jonna y Foster: 2016).
Se podría decir, en cambio, que tales reservas de fuerza de trabajo son una garantía de expansión del sistema, listas para que se pueda reiniciar el ciclo del valor como plusvalor. Ante ello, sin embargo, hay que hacer al menos dos consideraciones. La primera es que en general, crear más empleos industriales en países de capitalismo atrasado (excepción parcial, hasta hace poco, de China), aunque pueda reportar beneficios a capitales particulares, raramente implica mayor creación de valor (Kurz), la cual, como se dijo, está dictada por el nivel de productividad a escala mundial (es decir, por el que marcan las economías punteras o formaciones de capitalismo avanzado, una vez que el sistema capitalista se ha hecho global).
No parece, además, en segundo lugar, que esas “reservas de trabajo” sean especialmente rentables para el capital productivo, que necesita crecientemente, en virtud de su propia competencia, de fuerza de trabajo cada vez más cualificada. La cual se concentra en muy pocas de las nuevas formaciones dichas “emergentes”. El asunto se complica más aún cuando la sobreacumulación alcanza pronto también a las principales de esas economías. Las cuales además arrastran serios problemas estructurales, como la ralentización del crecimiento y el calentamiento de las burbujas bursátiles, de bienes raíces y grandes infraestructuras, ligados a falencias en su sistema financiero, déficits por cuenta corriente y comerciales, caída de sus reservas de divisas, reducción de la cobertura para sus importaciones y empréstitos a corto plazo combinada con una todavía alta dependencia de financiación externa, fuerte apalancamiento de sus grandes empresas, así como de ciencias estructurales de sus mercados internos, con enormes desigualdades sociales y la consiguiente incapacidad de generar una demanda solvente generalizada (Das, 2013, y Bond y Khadija, 2013). Además, han empezado a acusar ya un notable descenso en la productividad (Aubry, Boisset, François y Salomé, 2018). La sola excepción parcial y la única que pudo constituirse realmente como formación “emergente” es, de nuevo, China (aunque enfrenta serios problemas en el futuro inmediato, el no menos importante su propia fase de sobreacumulación).
Por último, y hablando precisamente de la “demanda solvente”, nos queda considerar que en la determinación del valor no sólo cuenta el “tiempo socialmente necesario para su producción”, sino también que las mercancías producidas se conviertan en valores de uso efectivos. Es decir, se requiere que tengan valor de uso social. Lo cual conlleva a la vez dos condiciones. La primera es que esas mercancías en cuanto valores de uso satisfagan necesidades reales o creadas (lo cual se demuestra o no a través de la demanda de ellas que realicen las poblaciones). El problema en este sentido es que una parte creciente de la enorme masa de mercancías que produce el capital en su compulsiva búsqueda de ampliación del mercado, tiene cada vez menos valor de uso o, en todo caso, lo tiene por menos tiempo. De hecho, en la actualidad se producen cada vez más mercancías que a la vez son inútiles, de mala calidad y poco duraderas, y se necesita una ingente cantidad de gastos improductivos (como los de publicidad y persuasión) para hacer posible su demanda. Es decir, cada vez se crea menos riqueza social mientras se gasta más riqueza (natural y social) en obtener ganancia.
La segunda condición es que haya no sólo demanda subjetiva, sino también demanda solvente capaz de adquirir esas mercancías. Según se deteriora la relación salarial, se rebaja el propio salario y se deterioran las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo en casi todo el planeta, resulta cada vez más difícil crear valor real en función de estas condiciones. Por eso la búsqueda de demanda solvente se convierte en una necesidad cada vez más acuciante de la clase capitalista…
(continuará)
[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL / Andrés Piqueras ]
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