miércoles, 24 de julio de 2024

 

1187

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(13)

 

 

 

I

 

Las distintas formas de la lucha de clases

 

 

 

13. UNA TEORÍA GENERAL DEL CONFLICTO SOCIAL

 

Podemos extraer algunas conclusiones. En primer lugar, en virtud de su ambición de abarcar la totalidad del proceso histórico, la teoría de la lucha de clases se configura como una teoría general del conflicto social. Según el Manifiesto del partido comunista, «la historia de todas (aller) las sociedades existentes», «la historia de toda (ganzen) la sociedad», ha sido una sucesión de «luchas de clases» y «antagonismos de clases» (MEW). Varias décadas después, en 1885, Engels vuelve sobre el asunto: «Fue justamente Marx el primero en descubrir la gran ley de la evolución histórica, la ley según al cual todas (alle) las luchas de la historia [...] son la expresión más o menos clara de luchas entre clases sociales» (MEW). He destacado en cursiva las palabras clave, o mejor dicho la palabra clave, que identifica con la lucha de clases el conflicto social como tal, cualesquiera que sean sus protagonistas y cualquiera que sea la forma asumida por él.

 

 

En segundo lugar, mediante una ruptura epistemológica radical con las ideologías naturalistas, la teoría marxiana de la lucha de clases sitúa el conflicto social en el terreno de la historia.

 

 

En tercer lugar, precisamente porque pretende brindar una clave de lectura del proceso histórico, se esfuerza por tener en cuenta la multiplicidad de formas con que se manifiesta el conflicto social. Con la cursiva usada aquí pretendo destacar un asunto preliminar: es evidente que la vida se caracteriza por un sinfín de conflictos que estallan entre los individuos por las razones más variadas, pero aquí se trata de analizar los conflictos cuyos protagonistas no son individuos aislados sino sujetos sociales que, de un modo directo o indirecto, inmediato o mediato, enlazan con el ordenamiento social, con una articulación esencial de la división del trabajo y del ordenamiento social.

 

 

Así es como se define el objeto de la teoría marxiana de las «luchas de clases». Estamos en presencia de una categoría general, de un genus, que puede subsumir species muy diferentes. Se puede intentar una clasificación, aunque no a partir de la historia universal sino, evidentemente, del tiempo histórico en el que se sitúan los autores del Manifiesto del partido comunista. De entrada se impone una primera distinción. Por un lado están los conflictos que enfrentan entre sí a las clases explotadoras: las luchas de clases entre burgueses de los distintos países, primero rebelados contra la aristocracia terrateniente y el antiguo régimen, más tarde ellos mismos enzarzados en una disputa más o menos enconada que puede desembocar en una guerra. Por otro lado tenemos las luchas de emancipación, que son luchas de clase desde el punto de vista tanto de los sujetos sociales que aspiran a ella como de los sujetos sociales dispuestos a ponerle trabas o impedirla. Aquí se puede hacer otra distinción, más exactamente una tripartición: la lucha cuyos protagonistas son los pueblos en condiciones coloniales, semicoloniales o de origen colonial; la lucha protagonizada por la clase obrera en la metrópoli capitalista (en la que se centra la reflexión de Marx y Engels); y la lucha de las mujeres contra la «esclavitud doméstica». Cada una de estas tres luchas pone en cuestión la división del trabajo vigente a escala internacional, nacional y familiar. «Relación de coerción» (Zwangsverhältnij?) es lo que subsiste en la sociedad burguesa entre capital y trabajo (MEGA), pero se puede hacer la misma consideración acerca de las otras dos relaciones. Las tres luchas de emancipación ponen en cuestión las tres «relaciones de coerción» fundamentales que constituyen el sistema capitalista en conjunto.

 

 

Benedetto Croce no tiene en cuenta nada de esto cuando, en septiembre de 1917, refiriéndose al recrudecimiento de la guerra, declara: «Hoy parece que el concepto de poderío y de lucha, que Marx había trasladado de los estados a las clases sociales, ha vuelto de las clases a los estados». Es cierto que en la fase inicial de unión sagrada y patriótica, no pocos intelectuales europeos experimentaron y teorizaron el gigantesco conflicto como la demostración de la crisis del materialismo histórico, o como el «instrumento para abolir la lucha de clases» (Mosse). Sin embargo, apenas unas semanas después de que Croce declarase la muerte de la lucha de clases, en Roma estallaron la revolución de octubre y la sublevación de las masas populares contra la guerra y contra las clases privilegiadas que dirigían el país y el ejército. Pero no solo por esto se puede decir que el pulso terrible entre las grandes potencias iniciado en 1914 distaba mucho de significar el final o la suspensión de la lucha de clases.

 

 

De entrada conviene recordar la observación de un eminente historiador contemporáneo, Arno Mayer: ninguna guerra se había invocado tan ardientemente como «profilaxis», como «instrumento de política interior», como tabla de salvación para un orden político y social que se sentía cada vez más amenazado por el avance del movimiento obrero y socialista. Por poner un ejemplo de una personalidad próxima a Croce, diez años antes del estallido de la guerra, Vilfredo Pareto la invocaba y anhelaba para que conjurase el socialismo «por lo menos durante medio siglo». En semejantes términos, el almirante alemán Alfred von Tirpitz motivaba su política de rearme naval, entre otras cosas, en la necesidad de hallar un antídoto para la «difusión del marxismo y del radicalismo político entre las masas». Por no hablar de la convicción, muy extendida entre las clases dominantes y sus ideólogos, de que solo el expansionismo colonial lograría desactivar en la metrópoli la cuestión social y debilitar o acorralar el movimiento socialista.

 

 

Bien mirada, la primera guerra mundial no solo es la expresión de la lucha de clases, sino que además lo es por partida triple, pues comprende: a) la lucha por la hegemonía entre las burguesías capitalistas de las grandes potencias; b) el conflicto social de la metrópoli, que la clase dominante espera neutralizar y desviar mediante una demostración de fuerza en el plano internacional y mediante la conquista colonial; c) la opresión y explotación de los pueblos en condiciones coloniales y semicoloniales para los que, por decirlo con palabras de Marx a propósito de Irlanda, la «cuestión social» se plantea como «cuestión nacional».

 

 

En el ámbito de cada país la clase dominante aprovechó la ocasión para recomendar e imponer la paz social y la unidad nacional, truncar las huelgas y alargar el horario de trabajo. Pero este comportamiento lo que denotaba no era el fin de la lucha de clases, sino que la burguesía había tomado la delantera en ella, hasta que, con el agravamiento de los sacrificios impuestos por la guerra y la pérdida de eficacia de la retórica patriotera, la lucha de clases del proletariado acabó por prevalecer, incluso en forma revolucionaria.

 

 

A la luz de estas consideraciones solo puede arrancar una sonrisa la «síntesis» de Karl Popper (1974), quien demuestra de esta guisa su tesis de que el fascismo y el comunismo tienen en común un padre malvado, obviamente alemán:

 

 

«El ala izquierda [representada por Marx] sustituye la guerra de las naciones, que aparece en el esquema historicista de Hegel, por la guerra de las clases; la extrema derecha la sustituye por la guerra de las razas».

 

 

En realidad el conflicto social y de clase está bien presente en Hegel, que se refiere a él continuamente para explicar, por ejemplo, la caída de la monarquía en la antigua Roma, derrocada por una aristocracia decidida a reforzar su dominio sobre la plebe, o para arrojar luz sobre el modo en que la monarquía absoluta de la edad moderna fue cercenando poco a poco el poder y los privilegios de una aristocracia feudal aferrada tenazmente a sus privilegios y a la servidumbre y la explotación impuestos a la masa de los campesinos. Por otro lado, para Hegel la aparición del estado representativo moderno a raíz de la revolución francesa no supone ni mucho menos el fin del conflicto social: el proletario despedido o inhabilitado para el trabajo o el pobre en peligro de muerte por inanición se hallan en una condición similar a la del esclavo y tienen, por lo tanto, pleno derecho a rebelarse. Por otro lado, las «guerras de las naciones» (una realidad que estaba y está a la vista de todos) están bien presentes en Marx y Engels: si condenan el capitalismo es, entre otras cosas, porque en su interior se gesta «la guerra industrial de aniquilación entre las naciones» y porque sostiene «guerras de filibusteros» contra los pueblos coloniales, los cuales responden con legítimas guerras de resistencia y liberación nacional.

 

 

En cuanto a la «guerra de razas», Marx y Engels, desde luego, rechazan la lectura de la historia en clave racial. Con ello se ven obligados a polemizar no con esa fantasmagórica «extrema derecha» hegeliana fabulada por Popper —él mismo imbuido, en cierto modo, del paradigma etnológico y la ideología de guerra de los aliados, que señalan exclusivamente a Alemania como fuente de todo mal—, sino con personalidades y órganos de prensa de Estados Unidos y de la Inglaterra liberal. Y entonces lo que a primera vista parecía una «guerra de razas» se revela como una lucha de clases. Por ejemplo, es evidente que en los Estados Unidos de la esclavitud negra y la white supremacy el destino de los afroamericanos está marcado, ante todo, por la pertenencia a una «raza». Así las cosas, plantear la cuestión «racial» (o nacional) no significa dejar a un lado el conflicto social sino, muy al contrario, afrontarlo en sus términos concretos y peculiares.

 

 

Solo si tenemos esto en cuenta podemos comprender el siglo XX, un siglo que, como veremos, está marcado por las épicas luchas de clases y de resistencia nacional que se oponen a los intentos de Tercer Reich y el imperio del Sol Naciente de restaurar la tradición colonialista e incluso esclavista, respectivamente, en Europa del Este y en Asia.

 

 

En una palabra, lo que no comprenden ni Croce, ni Popper, ni Ferguson es el papel que desempeña la lucha de clases en unas contradicciones, disputas y demostraciones de fuerza que a primera vista tienen un carácter puramente nacional y racial. Ninguno de los tres comprende que la teoría de la lucha de clases de Marx y Engels es una teoría general del conflicto social, aunque no esté expuesta de un modo orgánico y sistemático. Podemos hacer una comparación: Carl von Clausewitz, atesorando él también la extraordinaria ola cultural que vio florecer la filosofía clásica alemana, escribió su famosísimo ensayo Sobre la guerra, que abarca los más variados conflictos armados interpretándolos como continuación de la política por otros medios; Marx y Engels, por su parte, compusieron idealmente un tratado Sobre el conflicto social y político que, elevándose a un nivel superior de generalización y abstracción, a partir de la división del trabajo en clases antagonistas y de la lucha de clases, lee en clave unitaria las distintas formas del conflicto social, incluidas las guerras y los distintos tipos de guerra. Pero de inmediato conviene añadir algo: mientras que Clausewitz asume una actitud aparentemente objetiva, los dos filósofos y militantes revolucionarios declaran de un modo explícito que no quieren situarse por encima del conflicto para limitarse a verlo con distanciamiento, sino comprometerse activamente a transformar el mundo en una dirección bien determinada…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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