lunes, 15 de julio de 2024

 

1183

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

Andrés Piqueras

 

(11)

 

 

 

PARTE I

 

De la agonía del capital(ismo) y del

desvelamiento de su ilusión democrática

 

 

CAPÍTULO 4

 

(…)

 

 

 

El crecimiento exacerbado del trabajo improductivo por el

contenido y la obstrucción de la reproducción ampliada del capital

 

Si en una economía prima, visto desde la forma, el trabajo improductivo sobre el productivo, la ganancia puede ser ascendente para ciertos capitales individuales durante un tiempo, pero enseguida obstruirá la dinámica colectiva de acumulación del capital. Por eso, en contra del pensamiento liberal clásico, lo que tantas veces parece “racional” desde los intereses privados, está en realidad siendo “irracional” o ineficiente para la totalidad, y la suma de intereses individuales lejos de conducir al “bien común”, lo aniquila.

 

 

La creciente extensión del trabajo abstracto a más ámbitos de la vida social, se traduce por lo general en trabajos que procuran ganancia y son productivos por la forma (en un sentido amplio), pero no están implicados en la generación de nuevo valor en la esfera de la producción. De ahí que, por ejemplo, el obsesivo intento de privatización de lo público no pueda ser e caz contra la decadencia económica motivada por la tendencia improductiva. En general, la búsqueda desesperada de nuevos espacios de valorización (que no otra cosa es lo que se ha llamado “capitalismo cognitivo”), ha tenido resultados muy cortos y a costa de violentar (y destruir) cada vez más a las sociedades, al forzar como mercancías relaciones y actividades humanas que están en la base de su constitución, fundiendo una explotación cada vez más ampliada con una desposesión generalizada de la sociedad. En estas formas de apropiación (privatización) no se genera nuevo valor, sino que lo se pretende es hacerse con (crecientes partes de) el valor generado por otros capitalistas (además de con mayores porciones del valor transformado en salario). Pasemos a explicarlo.

 

 

El proceso de imposición del valor-capital consistió siempre en la “expropiación” de conocimientos, habilidades y destrezas, para ser convertidos en “necesidades” satisfechas a través de mercancías o de trabajo abstracto (por profesionales a cargo de ello). Lo que Marx llamó la “industrialización del hogar” e Iván Ilich “herramientas de convivencia”, el entramado de actividades y capacidades que permitía la subsistencia vernácula, se puso en manos del trabajo abstracto (cuidado, enseñanza, cura…) con la transformación de las relaciones humanas en empleos. La subsistencia diaria se mercantilizó (Cleaver). Pero esas desposesiones y mercantilizaciones (propias de la acumulación primitiva) fueron puestas en alta proporción al servicio del capital productivo generador de nuevo valor, permitiendo así el despegue del capitalismo. En la actualidad, por contra, se realizan cada vez más como una búsqueda de obtención de beneficio meramente rentístico, o en todo caso como trabajo improductivo por el contenido, en vez de como fuente de reproducción del capital.

 

 

Las “externalidades” de la acumulación capitalista, que siempre fueron las relaciones y valores de uso que las sociedades se proporcionaron a sí mismas para vivir (la persistencia –y resistencia– de los valores de uso frente a la economía de la mercancía, que paradójicamente posibilitaron de manera indirecta el ciclo del valor-capital), intentan ser incorporadas ahora de forma directa a la ganancia aun a costa de la propia acumulación, a través de todo tipo de “enclosures” o apropiación privada de los bienes sociales para transformarlos en rentas monetarias o como devengo de intereses, derechos de propiedad intelectual, patentes, copyrights… que más que productores de valor son cosechadores del valor ya generado (Hanlon) Por eso, lejos de ser un signo de vitalidad, tales dinámicas demuestran la extenuación del capital: los “enclosures” actuales son sustitutos de una vigorosa actividad capitalista, mientras que los de la acumulación primitiva fueron requisito y preludio de la misma. Además, por su propio enraizamiento en la supervivencia individual  social, muchas de aquellas actividades sociales (“externalidades del valor”) presentan una permanentemente pulsión hacia su reconstitución como valores de uso, más aún cuanto más necesarias se hacen conforme se diluye o reconvierte la relación salarial y se retrae el componente social del Estado.

 

 

Según, en definitiva, se acentúa la contradicción del capitalismo con la Vida. “que no todo lo que acontece en la existencia humana sea reductible al carácter de mercancía establece un límite objetivo –en la condición humana– que apunta más al á del tiempo del capital, del periodo histórico del capitalismo” (Vela)

 

 

 

De ahí que además de ser cada vez más contradictorio con la Vida, el Sistema deje de ser “funcional” para sí mismo, porque a lo sumo lo que consigue con toda esta Apropiación-Desposesión y Destrucción de la Vida es separar cada vez más la ganancia del valor, poniendo las cosas más y más difíciles al capital productivo (que deriva más beneficio hacia las formas rentistas surgidas de esas dinámicas) y, en general, haciendo crecientemente irreal, inestable y frágil al sistema capitalista (Piqueras). Recordemos que en el conjunto del movimiento del capital es trabajo improductivo el que se desenvuelve en su esfera de circulación y el destinado al mantenimiento del sistema (en general, todo el que no responde al contenido o de generación de nuevo valor). Bajo este prisma tenemos que cada vez menos trabajadores/as más productivos/as generan más plusvalía relativa que tiene que distribuirse entre más trabajadores/as y capitalistas no-productivos/as, con el resultado de que la economía en su totalidad mantiene muy bajos niveles de crecimiento. La propia pérdida de rentabilidad del capital productivo por disminución de la fuente de plusvalor desincentiva aún más la inversión productiva, con una caída general de nuevo valor generado.

 

 

En EE.UU., país guía de la evolución capitalista, la ratio entre trabajo productivo/improductivo pasó de 0,35 en 1947 a 0,64 en 1977 y a 0,78 en1994; y sólo con la masiva eliminación de empleos públicos e «improductivos» en general (aunque no todos los empleos públicos son improductivos por la forma) ha logrado frenar que esa ratio se incrementara en adelante en más de un 0,1 anual. Más de la mitad de la inversión contabilizada oficialmente en EE. UU. y Gran Bretaña poco antes de la crisis de 2007-2008, según Smith (2016), se debió a desembolsos en inversión no productiva. Además, en el último cuarto del siglo XX la mayor parte de los gastos del capitalismo global eran ya indirectos a la acumulación (Kidron): estructura física para el transporte y las comunicaciones (cada vez más distancias y vías más complejas, con infraestructuras cada vez más difíciles de mantener y reponer), para el mantenimiento y reemplazo, para la implantación y para la apropiación de recursos. De los gastos indirectos, los improductivos en cualquier sentido son asimismo cada vez mayores: gastos de coacción y “seguridad” militar y legal-profesional (armas, ejércitos, policía, sistemas jurídicos, abogados, prisiones…); gastos de legitimación o, en su caso, de mantenimiento de la dominación (elaboración ideológica, programas escolares, medios de difusión de masas, agencias de opinión, entidades de formación de conciencia, religión, …); gastos simbólicos y de fidelización (fútbol, estas, formas de “religión civil” –rituales públicos, desfiles, ceremonias sociales…, exaltación de la jefatura de Estado –incluidas las realezas– y de la democracia electoral en general, redes asistenciales, clientelares…). Todos esos gastos no sólo se cubren con impuestos a los salarios, sino que deben ser extraídos de la plusvalía total generada. De siempre la clase capitalista tuvo que destinar una parte de la plusvalía conseguida a gastos de mantenimiento y legitimación del Sistema, sacrificando parte de su ganancia inmediata en pro de la plusvalía futura (o en razón de la garantía de preservación de su privilegio de explotación del trabajo humano), todo lo cual es cedido al “capitalista colectivo” o “ideal” (en cuanto que a diferencia del capitalista particular, está obligado a considerar el funcionamiento de toda la economía y por tanto el interés del capital en conjunto): el Estado. Pero según esos gastos aumentan también hacen descender la tasa media de ganancia productiva.

 

 

Es por ello que en tiempos de recesión, de prolongado estancamiento o incluso caída de la tasa media de ganancia, los capitalistas individuales son cada vez más reacios a proporcionar parte de sus ganancias al “capitalista colectivo” para el funcionamiento común de la economía. Si, en contrapartida, el Estado tiene que extraer cada vez más de la población asalariada los impuestos, lo que consigue es un descenso en el poder adquisitivo de la población y la consiguiente caída generalizada del consumo, reduciendo la realización de la plusvalía empresarial en forma de ganancia. Si aun así el Estado tiene éxito en relanzar las inversiones pueden ocurrir tres desenlaces: 1) que las inversiones se detengan cuando se ha alcanzado el nivel de composición orgánica del capital al momento de pre-intervención del Estado: con lo que nada cambia en la tasa de ganancia; 2) que las inversiones hagan aumentar la composición orgánica media del capital: empujando de nuevo a una caída de la tasa de ganancia; 3) que las nuevas inversiones estén por debajo de la composición orgánica media anterior a la intervención estatal: con ello el Estado está ayudando a los capitales más ineficientes, y lo único que consigue es posponer brevemente la crisis.

 

 

Ya a principios de los años 70 del siglo XX, David Yafe (2017), al hilo de Paul Mattick, hacía el siguiente análisis sobre el círculo vicioso y callejón sin salida de la economía capitalista, del que no puede librarle la intervención estatal, antes al contrario, es susceptible incluso de agravarle a medio plazo: en la medida en que los gastos del Estado son “improductivos” (aunque el gasto estatal “realiza la plusvalía” de muchos capitales particulares, los productos comprados por el Estado no funcionan, en general, como capital, y por lo tanto no producen plusvalor adicional), tienen que financiarse con impuestos. Si el Estado financia sus gastos a través de déficit o deuda, son los impuestos “futuros”, que presuponen la rentabilidad futura del capital, los que entran en juego, quedando hipotecados. En cualquier caso, el valor excedente presente o futuro es en parte capital apropiado por el Estado, en forma de impuestos o préstamos, para pagar sus gastos e inversiones. Esto repercute en principio negativamente en la acumulación privada, y por tanto en la inversión capitalista y en la tasa de crecimiento de la productividad de la mano de obra.

 

 

Lo grave es que, precisamente, para que el presupuesto del Estado se mantenga o se extienda requiere de continuos aumentos en la productividad de la mano de obra (tanto en el sector privado como en el estatal) capaz de sufragarle. La explotación del trabajo debe elevarse constantemente. Esto significa una composición orgánica más alta del capital y la consiguiente disminución de la fuerza de trabajo explotable en relación con el capital en crecimiento: menos fuerza de trabajo generando más plusvalía proporcional (de donde se deduce de paso que la creciente concentración y centralización del capital es esencial para la productividad de la mano de obra). Sin embargo, para mantener el empleo el sector no productivo (estatal o paraestatal) debe aumentar más rápido que la producción total. Lo cual implica un lento deterioro de la ampliación de capital privado productivo que sólo puede contrarrestarse parando la extensión del sector no productivo. En definitiva, concluye Yafe sobre este círculo vicioso, la economía mixta no ha cambiado fundamentalmente las contradicciones del sistema capitalista tradicional. Lo único que ha hecho es expresarlas en una nueva forma que conduce a que el Estado se vea obligado a intervenir crecientemente en el ámbito económico para “salvar” la economía privada, a la que al tiempo él mismo debilita a medio plazo con su intervención. Por lo que este autor terminaba advirtiendo ya en 1972 que “parece que ahora la situación es que tanto una contracción como una extensión del sector estatal conduce a dificultades”. (No se muestran las notas ni los gráficos del libro) Las inversiones estatales no tienen réplica en la elevación de la tasa de ganancia. Tampoco la tienen, por tanto, en las salidas o prevención de las crisis, contra lo que proclaman los neokeynesianos cuando sostienen que la inversión estatal puede salvarnos de ellas. Fundamentalmente porque no son inversiones productivas ni desde el contenido ni a menudo desde la forma.

 

 

En cuanto a la opción contraria, las medidas de austeridad para recortar el gasto público no hacen más que deprimir la realización de la plusvalía en ganancia, al bajar drásticamente el poder adquisitivo de las poblaciones (a la par que, paradójicamente, aumentan su dependencia de los fondos del Estado). Por su parte, el incremento de la explotación para procurar el aumento de la plusvalía sólo puede contrarrestar por un breve lapsus el deterioro de la generación de nuevo valor, como ya se vio en el capítulo anterior.

 

 

En suma, las intervenciones del Estado como capitalista colectivo no pueden recuperar la tasa de ganancia ni a través de la represión y la extracción a costa del Trabajo (planteamientos liberales), ni tampoco a la manera keynesiana propiciando una expansión inversionista pública. Si así lo hicieran la clase capitalista no dudaría en realizar esas inversiones.

 

 

La inevitable tendencia de las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial es a reducir el valor al mínimo y a diluir el plusvalor al expulsar más y más población de los procesos productivos, por lo que aunque pudieran proporcionar una nueva expansión indirecta del empleo en el cómputo global de la economía, la desaceleración de la procura de valor y plusvalor productivo que provocan va tan rápida que su papel en la recuperación económica podría calificarse de “efecto cerilla”. Es decir, se apaga muy pronto. Sólo así se explican las bajas tasas de utilización del capital fijo, que de nuevo se recurra al alargamiento de la vida media de la tecnología y el hecho de que atravesemos el momento más bajo en innovación tecnológica desde la Primera Revolución Industrial, con decrecientes rendimientos en eficiencia (sobre ello, Piqueras, 2017).

 

 

Se llega así a un punto en que la plusvalía extraída a la clase trabajadora deja de ser la condición del crecimiento a través de la acumulación de capital, dado que la inversión productiva va quedando marginada. El desarrollo tecnológico y el consiguiente aumento de la productividad pueden salvar al capitalismo durante un cierto lapsus, hasta el momento en que la tecnología se deshace de empleos más rápidamente de lo que puede colocar las mercancías o expandir el mercado. Si tenemos en cuenta que alcanzado un grado de desarrollo de la inteligencia artificial ésta acrecienta su capacidad exponencialmente (la capacidad computacional de una computadora se duplica aproximadamente cada dos años –Ford, 2015–), los pocos nuevos empleos que tal tecnología pudiera suscitar, serían cada vez más rápidamente reemplazados por el (auto)desarrollo de esa nueva tecnología. Según se disparan las innovaciones tecnológicas lo que ocurre es que los nuevos puestos de trabajo creados se reducen en número y aumentan, por contra, los requisitos de cualificación.

 

 

Dada la velocidad exponencial de auto-reproducción de la propia capacidad de la Inteligencia Artificial, las posibilidades para los seres humanos de seguir el mismo ritmo de cualificación se hacen cada vez más ridículas, o en todo caso sólo viables durante un tiempo para una estricta minoría. De ahí que la “única” posible solución a la que apunta Chesnais, como algunos otros autores, no tenga tampoco, en realidad, visos de factibilidad:

 

 

“Hoy por hoy, el único punto de partida de una nueva onda larga pasaría por la existencia de nuevas tecnologías que por sus características exigieran inversiones elevadas, creadoras de empleo a una escala muy importante, pero también capaces de contribuir al aumento de la productividad y que permitieran el uso de equipos que incorporen esas tecnologías” (Chesnais, 2019).

 

 

En las formaciones sociales centrales ya en los años 80 del siglo XX sólo el 15-16% de los empleos manufactureros requerían trabajo manual, y sólo alrededor del 20% de la fuerza de trabajo estaba incluida en el trabajo productivo (Drucker, 1986; Bel y Sekine 2001). Según el McKinsey Global Institut (2013), al comenzar la segunda década del siglo XXI, la producción manufacturera representaba sólo el 20% de la producción económica mundial.  Hoy, las horas anuales trabajadas en las formaciones de capitalismo avanzado han descendido significativamente. El empleo sobre capital invertido no ha dejado de decaer desde los años 50 del siglo XX. En consecuencia, desciende mundialmente el nuevo valor en el porcentaje del valor total generado.

 

 

En EE.UU. la fracción del valor añadido proveniente del factor de trabajo fluctuó de un valor promedio del 63%, a casi el 56% en el período 1948-2001 (Stéphan, 2018). Las ganancias corporativas, que son el principal impulsor del crecimiento de la inversión (generalmente con un retraso de un año), también se están desacelerando en algunas de las principales economías, como vemos las últimas crisis y la Gran Recesión de 2007-2008. Si no hay rentabilidad no hay inversión productiva. Si no se invierte, desciende la capacidad de utilización del capital (en EE.UU. pasó de casi el 85% a finales de los años 80 del siglo XX, a poco más del 60% en 2010, según Durand y Légé, 2013). También decae la formación de capital.

 

 

La discrepancia entre la dinámica de la rentabilidad y la de la acumulación está directamente vinculada al descenso del esfuerzo inversor (la proporción de la ganancia que después de impuestos se invierte productivamente. En 1980, tanto las economías capitalistas avanzadas como las “emergentes” (aquí no consideramos a China) tenían tasas de inversión en torno al 25% del PIB. Ahora la tasa promedia alrededor del 22%, una disminución de más del 10% (en China, en cambio, pasó de alrededor del 35% a algo más del 44%)

(Roberts, 2021).

 

 

En consecuencia, debido a sus crecientes dificultades para convertirse en capital, el dinero queda ocioso y fluye hacia la inversión especulativa o la rentística (préstamos no productivos), como veremos en el siguiente apartado. Por otra parte, y para seguir con los problemas del valor, tengamos en cuenta además que hoy el Departamento III (el de inversiones del Estado y servicios), se ha convertido en el principal de las economías centrales, por encima del Departamento I (producción de medios de producción) y del II (producción de medios de consumo), representando dos terceras partes de las cuentas del PIB convencional que nos ofrecen las estadísticas. Es de esperar que según se deteriore la situación laboral y social de las grandes mayorías, los gastos de mantenimiento de la población, y más aún los de coacción-represión, se disparen (como puede comprobarse ya en la mayoría de las sociedades del planeta).

 

 

Mientras lo descrito ocurre en las formaciones sociales de capitalismo avanzado, la incorporación de trabajo humano tampoco se amplía en las restantes lo suficiente como para salvar el ciclo de valor-plusvalor. El capital ha conseguido la “subsunción formal” del trabajo (desposeer a la mayor parte de las poblaciones del mundo y hacerlas depender de las relaciones capitalistas –asalariadas– de producción) a escala prácticamente planetaria, pero cada vez le cuesta más llevar a cabo la “subsunción real” de muchas poblaciones a través de su conversión en fuerza de trabajo efectiva, esto es, realizadora de trabajo abstracto que genera valor. También podríamos decirlo de otra manera, la relación capitalista ha generalizado la subordinación humana a la maquinaria en los procesos productivos, pero eso mismo provoca que haya cada vez más fuerza de trabajo superflua, desincorporada o no incorporada a los mismos…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

 

 

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