sábado, 13 de julio de 2024

 

1182

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(12)

 

 

 

I

 

Las distintas formas de la lucha de clases

 

 

 

12. LA «NATURALEZA», ENTRE EVASIÓN Y LUCHA DE CLASES

 

Marx y Engels ironizan a propósito de la aspiración a librarse del conflicto en una naturaleza sin contaminar por la historia humana y contrapuesta elogiosamente a ella, criticando la evasión que está implícita en el «culto a la naturaleza» al igual que en la religión propiamente dicha (MEW), pero esto no les impide ser los primeros en llamar la atención sobre lo que hoy llamaríamos la cuestión ecológica.

 

 

Desde sus comienzos Marx subraya: «el hombre vive de la naturaleza» (MEW); «la condición indispensable para cualquier historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivos»; por lo tanto, el primer hecho a establecer es la «constitución física de estos individuos y la situación en la que esta les deja ante la naturaleza» (MEW). Unos treinta años después la Crítica del programa de Gotha empieza con una advertencia que hoy suena profética: por muy grande y creciente que sea la productividad del trabajo, «no es la fuente de toda riqueza». No hay que perder nunca de vista un aspecto central:

 

 

«La naturaleza es la fuente de los valores de uso (¡que son los que verdaderamente integran la riqueza real!), lo mismo que el trabajo, que en sí mismo no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo humana» (MEW).

 

 

Esto nos lleva directamente a la lucha de clases. Si el capitalismo, por un lado, tiene el mérito de promover un desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas, por otro puede afectar a la «riqueza real» por partida doble. En primer lugar, con su búsqueda despiadada del beneficio máximo y con sus crisis periódicas, produce una enorme disipación de esa «fuerza natural» que es la «fuerza de trabajo humana», sacrificada sin escrúpulos ya en los niños, obligados a morir de cansancio y privaciones. Se podría decir que el primer libro de El capital es en gran parte el análisis crítico del «constante rito sacrificial en perjuicio de la clase obrera» y del «derroche más desenfrenado de sus energías [naturales] laborales» (MEW).

 

 

Pero eso no es todo. El capital también subraya que «todos los progresos de la agricultura capitalista» son «progresos no solo del arte de despojar al obrero, sino también del arte de despojar al suelo», con la consiguiente «ruina de las fuentes duraderas» de su fertilidad (MEW). En todo caso, si la idea de propiedad privada en que se basa la sociedad burguesa se aplica a la relación entre el hombre y la naturaleza, resulta aún más devastadora. Cuanto más absoluta es esa idea más graves son las consecuencias para la naturaleza: en el Sur de Estados Unidos la sociedad esclavista también se distingue por su «explotación brutal del suelo» (MEW). En el caso de Irlanda:

 

 

«La enfermedad de la patata fue una consecuencia del agotamiento del suelo, un producto del dominio inglés»

 

 

y de la política de saqueo colonial que llevaba a cabo el gobierno de Londres (MEW). Se puede sacar una conclusión de carácter general: «Ni siquiera toda una sociedad, una nación, es más, ni siquiera todas las sociedades de una misma época tomadas en conjunto, son propietarias de la tierra. Solo son sus poseedoras o sus usufructuarias, y tienen el deber de legársela mejorada, como boni patres familias, a las generaciones venideras». En el futuro, «desde el punto de vista de una formación económica más elevada de la sociedad, la propiedad privada del globo terráqueo por individuos particulares», por una nación o incluso por la humanidad entera tomada en un periodo de tiempo, parecerá «tan absurda como la posesión de un hombre por otro» (MEW). Se comprende entonces la advertencia de Engels en la Dialéctica de la naturaleza.

 

 

«Nosotros no dominamos la naturaleza como un conquistador que ha dominado a un pueblo extranjero; no la dominamos como ajenos a ella, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, y vivimos en su seno» (MEW).

 

 

Para conservar una naturaleza que permita la continuación y el desarrollo de la historia humana es preciso afrontar y resolver el conflicto político-social, mientras que el religioso «culto a la naturaleza» recomienda evadirse de él. El llamamiento a buscar en la naturaleza un lugar trascendente ajeno a las disonancias y contradicciones de la sociedad es la expresión, distorsionadora y mistificadora, de ese mismo conflicto que en vano trata de apartar.

 

 

Pero hagamos un intento de tomarnos en serio el llamamiento. De entrada hay que tener en cuenta que el obrero «ni siquiera tiene la posibilidad de ver la naturaleza, pues vive en una gran ciudad y trabaja muchas horas» (MEW). Por otro lado, la «naturaleza» que se ve en los «barrios obreros» y en los «barrios pobres» de los centros urbanos brinda un espectáculo desolador, ya que fueron edificados «sin preocuparse lo más mínimo por la ventilación, pues solo se tuvo en cuenta la ganancia (Gewinn) que podía obtener el constructor» y en ellos reina la «cochambre absoluta» y «una suciedad y un hedor espantosos» (MEW). Engels, con uno de los primeros análisis de la cuestión ecológica y ambiental, señala que la lógica del beneficio explica la contaminación de la atmósfera (habla de una ciudad «envuelta en una nube gris de humo de carbón») y de los cursos de agua («un riachuelo maloliente, negro como la pez», «una agua negruzca, de la que no se puede decir si es un arroyo o una larga serie de lodazales fétidos») (MEW).

 

 

Un texto que he citado a menudo es de 1845. Dos años antes, Herbert Spencer había ironizado así: si se atribuye al estado la tarea de intervenir contra los residuos contaminantes de las industrias, ¿por qué negarle entonces la competencia de la «salud espiritual de la nación»? Varias décadas después, el liberal inglés reflexiona y se ve obligado a abordar él también el problema de la contaminación del aire, con observaciones que suenan muy modernas sobre el aire viciado que a veces se tiene que respirar en los trenes (Spencer). Pero en el escenario solo siguen apareciendo individuos, y el problema se aborda sin que haya ninguna referencia a las fábricas y los lugares de producción, ni tampoco a los ríos, los lagos y el medio natural. El conflicto estalla cuando el caballero o, mejor dicho, «unos hombres que se consideran caballeros fuman en lugares distintos de los reservados a los fumadores». Siguen ausentes, más que nunca, las clases y la lucha de clases…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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