miércoles, 17 de julio de 2024

 

1184

 

LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA

DE 1848 A 1850 

 

Karl Marx

 

[ 07 ]

 

 

 

 

II. EL 13 DE JUNIO DE 1849

 

(…) En el primer proyecto de Constitución, redactado antes de las jornadas de Junio, figuraba todavía el «droit au travail», el derecho al trabajo, esta primera fórmula, torpemente enunciada, en que se resumen las reivindicaciones revolucionarias del proletariado. Ahora se convertía en el droit à l'assistance, en el derecho a la asistencia pública, y ¿qué Estado moderno no alimenta, en una forma u otra, a sus pobres? El derecho al trabajo es, en el sentido burgués, un contrasentido, un mezquino deseo piadoso, pero detrás del derecho al trabajo está el poder sobre el capital, y detrás del poder sobre el capital la apropiación de los medios de producción, su sumisión a la clase obrera asociada, y, por consiguiente, la abolición tanto del trabajo asalariado como del capital y de sus relaciones mutuas. Detrás del «derecho al trabajo» estaba la insurrección de Junio. La Asamblea Constituyente, que de hecho había colocado al proletariado revolucionario hors la loi, fuera de la ley, tenía, por principio, que excluir esta fórmula suya de la Constitución, ley de las leyes; tenía que poner su anatema sobre el «derecho al trabajo».

 

 

Pero no se detuvo aquí. Lo que Platón hizo en su República con los pactas lo hizo ella en la suya con el impuesto progresivo: desterrarlo para toda la eternidad. Y el impuesto progresivo no sólo era una medida burguesa aplicable en mayor o menor escala dentro de las relaciones de producción existentes; era, además, el único medio de captar para la república «honesta» a las capas medias de la sociedad burguesa, de reducir la deuda pública, de tener en jaque a la mayoría antirrepublicana de la burguesía. 

 

 

Con ocasión de los concordats à l'amiable, los republicanos tricolores sacrificaban efectivamente la pequeña burguesía a la grande. Y este hecho aislado lo elevaron a principio, prohibiendo por vía legislativa el impuesto progresivo. Dieron a la reforma burguesa el mismo trato que a la revolución proletaria. Pero, ¿qué clase quedaba entonces como puntal de su república? La gran burguesía. Y la masa de ésta era antirrepublicano. Si explotaba a los republicanos del "National" para volver a consolidar las viejas relaciones en la vida económica, de otra parte abrigaba el designio de explotar este régimen social nuevamente fortalecido para restaurar las formas políticas con él congruentes. Ya a principios de octubre Cavaignac viese obligado, no obstante los gruñidos y el alboroto de los puritanos sin seso de su propio partido, a nombrar ministros de la República a Dufaure y Vivien, antiguos ministros de Luis Felipe. 

 

 

Mientras rechazaba toda transacción con la pequeña burguesía y no sabía captar para la nueva forma de gobierno a ningún elemento nuevo de la sociedad, la Constitución tricolor se apresuró, en cambio, a devolver la intangibilidad tradicional a un cuerpo en el que el viejo Estado tenía sus defensores más rabiosos y fanáticos. Elevó a ley constitucional la inamovilidad de los jueces, puesta en tela de juicio por el Gobierno provisional. El rey que ella había destronado, que era uno solo, renacía por centenares en estos inamovibles inquisidores de la legalidad. 

 

 

La prensa francesa ha analizado en sus muchos aspectos las contradicciones de la Constitución del señor Marrast; por ejemplo, la coexistencia de dos soberanos: la Asamblea Nacional y el presidente, etc., etc. 

 

 

Pero la contradicción de más envergadura de esta Constitución consiste en lo siguiente: mediante el sufragio universal, otorga la posesión del poder político a las clases cuya esclavitud social debe eternizar: al proletariado, a los campesinos, a los pequeños burgueses. Y a la clase cuyo viejo poder social sanciona, a la burguesía, la priva de las garantías políticas de este poder. Encierra su dominación política en el marco de unas condiciones democráticas que en todo momento son un factor para la victoria de las clases enemigas y ponen en peligro los fundamentos mismos de la sociedad burguesa. Exige de los unos que no avancen, pasando de la emancipación política a la social; y de los otros que no retrocedan, pasando de la restauración social a la política.

 

 

Estas contradicciones tenían sin cuidado a los republicanos burgueses. A medida que dejaban de ser indispensables —y sólo fueron indispensables como campeones de la vieja sociedad contra el proletariado revolucionario—, se iban hundiendo y, a las pocas semanas de su victoria, pasaban del nivel de un partido al nivel de una pandilla. Manejaban la Constitución como una gran intriga. Lo que en ella había de constituirse era, ante todo, la dominación de la pandilla. El presidente había de seguir siendo Cavaignac, y la Asamblea Legislativa la Constituyente prorrogada. Confiaban en lograr reducir a una ficción el poder político de las masas del pueblo y en saber manejar lo bastante esta ficción para amenazar constantemente a la mayoría de la burguesía con el dilema de las jornadas de Junio: o el reino del «National» o el reino de la anarquía. 

 

 

La obra constitucional, comenzada el 4 de septiembre, se terminó el 23 de octubre. El 2 de septiembre, la Constituyente acordó no disolverse hasta no haber promulgado las leyes orgánicas complementarias de la Constitución. No obstante, se decidió a dar vida, ya el 10 de diciembre, a su criatura más entrañable, al presidente, mucho antes de que estuviese cerrado el ciclo de su propia actuación. Tan segura estaba de poder saludar en el homúnculo [Homúnculo. Ser semejante al hombre, que, según los alquimistas de la Edad Media, podía crearse artificialmente. (N. de la Edit.)] de la Constitución al hijo de su madre. Por precaución, se dispuso que, si ninguno de los candidatos reunía dos millones de votos, la elección pasaría de la nación a la Constituyente. 

 

 

¡Inútil precaución! El primer día en que se puso en práctica la Constitución fue el último día de la dominación de la Constituyente. En el fondo de la urna electoral estaba su sentencia de muerte. Buscaba al «hijo de su madre» y se encontró con el «sobrino de su tío». El Saúl Cavaignac consiguió un millón de votos, pero el David Napoleón obtuvo seis millones. Seis veces fue derrotado el Saúl Cavaignac.

 

 

El 10 de diciembre de 1848 fue el día de la insurrección de los campesinos. Hasta este día no empezó Febrero para los campesinos franceses. El símbolo que expresa su entrada en el movimiento revolucionario, torpe y astuto, pícaro y cándido, majadero y sublime, de superstición calculada, de burla patética, de anacronismo genial y necio, bufonada histórico-universal, jeroglífico indescifrable para la inteligencia de hombres civilizados, este símbolo ostentaba inequívocamente la fisonomía de la clase que representaba la barbarie dentro de la civilización.

 

 

La república se había presentado ante esta clase con el recaudador de impuestos; ella se presentó ante la república con el emperador. Napoleón había sido el único hombre que había representado íntegramente los intereses y la fantasía de la clase campesina, recién creada en 1789. Al inscribir su nombre en el frontispicio de la república, el campesinado declaró la guerra exterior e hizo valer en el interior sus intereses de clase. Para los campesinos, Napoleón no era una persona, sino un programa. Con música y banderas, fueron a las urnas al grito de: Plus d'impôts, à bas les riches, à bas la république, vive l'Empeureur! ¡Basta de impuestos, abajo los ricos, abajo la república, viva el emperador! Detrás del emperador se escondía la guerra de los campesinos. La república que derribaban con sus votos era la república de los ricos. 

 

 

El 10 de diciembre fue el coup d'état de los campesinos, que derribó el Gobierno existente. Y desde este día, en que quitaron a Francia un gobierno y le dieron otro, sus miradas se clavaron en París. Personajes activos del drama revolucionario por un momento, no se les podía volver a reducir al papel pasivo y sumiso del coro. 

 

 

Las demás clases contribuyeron a completar la victoria electoral de los campesinos. Para el proletariado, la elección de Napoleón era la destitución de Cavaignac, el derrocamiento de la Constituyente, la abdicación del republicanismo burgués, la cancelación de la victoria de Junio. Para la pequeña burguesía, Napoleón era la dominación del deudor sobre el acreedor. Para la mayoría de la gran burguesía, la elección de Napoleón era la ruptura abierta con la fracción de la que habían tenido que servirse un momento contra la revolución, pero que se hizo insoportable tan pronto como quiso consolidar sus posiciones del momento como posiciones constitucionales. Napoleón en el lugar de Cavaignac era, para ella, la monarquía en lugar de la república, el comienzo de la Restauración monárquica, el Orleáns tímidamente insinuado, la flor de lis escondida entre violetas. Finalmente, el ejército, al votar a Napoleón, votaba contra la Guardia Móvil, contra el idilio de la paz, por la guerra. 

 

 

Y así vino a resultar, como dijo la "Neue Rheinische Zeitung", que el hombre más simple de Francia adquirió la significación más compleja. Precisamente porque no era nada, podía significarlo todo, menos a sí mismo. Sin embargo, por muy distinto que pudiese ser el sentido que el nombre de Napoleón llevaba aparejado en boca de las diversas clases, todos escribían con este nombre en su papeleta electoral: ¡Abajo el partido del "National", abajo Cavaignac, abajo la Constituyente, abajo la república burguesa! El ministro Dufaure lo declaró públicamente en la Asamblea Constituyente: el 10 de diciembre es un segundo 24 de febrero. 

 

 

La pequeña burguesía y el proletariado habían votado en bloc en pro de Napoleón para votar en contra de Cavaignac y para quitar a la Constituyente, con la unidad de sus votos, la posibilidad de una decisión definitiva. Sin embargo, la parte más avanzada de ambas clases presentó candidatos propios. Napoleón era el nombre común de todos los partidos coligados contra la república burguesa; Ledru-Rollin y Raspail, los nombres propios: aquél, el de la pequeña burguesía democrática; éste, el del proletariado revolucionario. Los votos emitidos a favor de Raspail —los proletarios y sus portavoces socialistas lo declararon a los cuatro vientos— sólo perseguían fines demostrativos: eran otras tantas protestas contra toda magistratura presidencial, es decir, contra la misma Constitución, y otros tantos votos emitidos contra Ledru-Rollin. Fue el primer acto con que el proletariado se desprendió, como partido político independiente, del partido demócrata. En cambio, este partido —la pequeña burguesía democrática y su representante parlamentario, la Montaña— tomaba la candidatura de Ledru-Rollin con toda la solemne seriedad con que acostumbraba a engañarse a sí mismo. Fue éste, por lo demás, su último intento de actuar frente al proletariado como un partido independiente. El 10 de diciembre no salió derrotado solamente el partido burgués republicano; salieron derrotados también la pequeña burguesía democrática y su Montaña. 

 

 

Ahora, Francia tenía una Montaña al lado de un Napoleón, prueba de que ambos no eran más que caricaturas sin vida de las grandes realidades cuyos nombres ostentaban. Luis Napoleón, con su sombrero imperial y su águila, no parodiaba más lamentablemente al viejo Napoleón que la Montaña a la vieja Montaña con sus frases copiadas de 1793 y sus posturas demagógicas. De este modo, la fe supersticiosa en la tradición de 1793 fue abandonada al mismo tiempo que la fe supersticiosa tradicional en Napoleón. La revolución no llegó a ser revolución hasta que no se ganó su nombre propio y original, y esto sólo estuvo a su alcance desde el momento en que se destacó en primer plano, dominante, la clase revolucionaria moderna, el proletariado industrial. Puede decirse que el 10 de diciembre dejó atónita a la Montaña y la hizo dudar de su propia salud mental, porque, con una burda farsa aldeana rompía, riéndose, la analogía clásica con la vieja revolución. 

 

 

El 20 de diciembre, Cavaignac abandonó su cargo y la Asamblea Constituyente proclamó a Luis Napoleón presidente de la República. El 19 de diciembre, último día de su autocracia, la Asamblea rechazó la propuesta de amnistía para los insurrectos de Junio. Revocar el decreto del 27 de junio, por el que, esquivando la sentencia judicial, se había condenado a deportación a 15.000 insurrectos, ¿no hubiera equivalido a desautorizar la misma matanza de Junio? 

 

 

Odilon Barrot, el último ministro de Luis Felipe, fue el primer ministro de Luis Napoleón. Y del mismo modo que Luis Napoleón no fechaba su mandato el 10 de diciembre, sino en la fecha de un senadoconsulto de 1804, [ Por disposición del Senado del 18 de abril de 1804 a Napoleón I se le confirió el título de emperador hereditario de los franceses. (N. de la Edit.) ] encontró un presidente del Consejo de Ministros que no consideraba el 20 de diciembre como fecha del comienzo de su ministerio, sino que lo remontaba a la promulgación de un real decreto del 24 de febrero. Como legítimo heredero de Luis Felipe, Luis Napoleón amortiguó el cambio de Gobierno, conservando el viejo ministerio que, por lo demás, no había tenido tiempo de desgastarse, por la sencilla razón de que no había tenido tiempo de empezar a vivir. 

 

 

Los jefes de las fracciones burguesas monárquicas le aconsejaron tomar este partido. El caudillo de la vieja oposición dinástica, que había formado inconscientemente la transición a los republicanos del "National", era todavía más adecuado para formar con plena conciencia, la transición de la república burguesa a la monarquía. 

 

 

Odilon Barrot era el jefe del único viejo partido de oposición que, luchando siempre en vano por la cartera ministerial, no se había desacreditado todavía. La revolución había ido alzando al Poder, en veloz sucesión, a todos los viejos partidos de la oposición para que se viesen obligados a renegar de sus viejas frases y a revocarlas, no con sus hechos, sino incluso con la misma frase. Y, por último, reunidos en repulsivo montón, fueron arrojados todos juntos por el pueblo al basurero de la historia. Este Barrot, encarnación del liberalismo burgués, que se había pasado dieciocho años ocultando la miserable vaciedad de su espíritu tras el empaque grave de su cuerpo, no escatimó ninguna apostasía. Y si en algunos momentos el contraste demasiado estridente entre los cardos de hoy y los laureles de ayer a él mismo le aterraba, una mirada al espejo le bastaba para recobrar el aplomo ministerial y la admiración humana por sí mismo. En el espejo resplandecía la figura de Guizot, a quien siempre había envidiado y que siempre le había tratado como a un escolar; Guizot en persona, pero un Guizot con la frente olímpica de Odilon. Lo que no veía eran las orejas de Midas. 

 

 

El Barrot del 24 de febrero sólo se reveló en el Barrot del 20 de diciembre. A él, orleanista y volteriano, fue a juntarse, como ministro de Cultos, el legitimista y jesuita Falloux. 

 

 

Pocos días después, el ministerio del Interior fue entregado a Léon Faucher, el malthusiano. ¡El derecho, la religión, la Economía política! El ministerio Barrot contenía todo esto, y además, una fusión de legitimistas y orleanistas. Sólo faltaba el bonapartista. Bonaparte ocultaba todavía su apetito de representar a Napoleón, pues Soulouque no representaba todavía el papel de Toussaint Louverture.

 

 

El Partido del "National" fue apeado inmediatamente de todos los altos puestos en que había anidado. La prefectura de policía, la dirección de correos, el cargo de fiscal general, la alcaldía de París: a todos estos sitios se llevó a viejas criaturas de la monarquía. Changarnier, el legitimista, obtuvo el alto mando unificado de la Guardia Nacional del departamento del Sena, de la Guardia Móvil y de las tropas de línea de la primera división militar; Bugeaud, el orleanista, fue nombrado general en jefe del ejército de los Alpes. Y este cambio de funcionarios continuó ininterrumpidamente bajo el gobierno de Barrot. El primer acto de su ministerio fue restaurar la vieja administración monárquica. En un abrir y cerrar de ojos se transformó la escena oficial: el decorado, los trajes, el lenguaje, los actores, los figurantes, los comparsas, los apuntadores, la posición de los partidos, el móvil, el contenido del conflicto dramático, la situación entera. Sólo la Asamblea Constituyente antediluviana seguía aún en su puesto. Pero, a partir del momento en que la Asamblea Nacional instaló a Bonaparte, Bonaparte a Barrot y Barrot a Changarnier, Francia salió del período de constitución de la república y entró en el período de la república constituida. Y, en la república constituida, ¿qué pintaba una Asamblea Constituyente? Después de creada la tierra, a su creador ya no le quedaba más que huir al cielo. Pero la Asamblea Constituyente estaba resuelta a no seguir su ejemplo; la Asamblea Nacional era el último refugio del partido de los republicanos burgueses. Aunque les hubiesen arrebatado todos los asideros del poder ejecutivo, ¿no le quedaba la omnipotencia constituyente? Su primer pensamiento fue conservar a cualquier precio el puesto soberano que tenía en sus manos y desde aquí reconquistar el terreno perdido. No había más que substituir el ministerio Barrot por un ministerio del "National", y el personal monárquico tendría que evacuar inmediatamente los palacios de la administración, para que volviese a entrar en ellos, triunfante, el personal tricolor. La Asamblea Nacional decidió la caída del ministerio, y el propio ministerio le brindó una ocasión de ataque como no habría podido encontrarla la misma Constituyente. 

 

 

Recuérdese que Luis Bonaparte significaba para los campesinos: ¡No más impuestos! Llevaba seis días sentado en el sillón presidencial, y al séptimo día, el 27 de diciembre, su ministerio propuso la conservación del impuesto sobre la sal, cuya abolición había decretado el Gobierno provisional. El impuesto sobre la sal comparte con el impuesto sobre el vino el privilegio de ser el chivo expiatorio del viejo sistema financiero francés, sobre todo a los ojos de la población campesina. El ministerio Barrot no podía poner en labios del elegido de los campesinos ningún epigrama más mordaz contra sus electores que las palabras: ¡Restablecimiento del impuesto sobre la sal! Con el impuesto sobre la sal Bonaparte perdió su sal revolucionaria; el Napoleón de la insurrección campesina se deshizo como un jirón de niebla y sólo dejó tras de sí la gran incógnita de la intriga burguesa monárquica. Y por algo el ministerio Barrot hizo de este acto desilusionante, burdo y torpe, el primer acto de gobierno del presidente…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Karl MARX. “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850” ]

 

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