lunes, 8 de julio de 2024

 

1180

 

LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA

DE 1848 A 1850 

 

Karl Marx

 

[ 06 ]

 

 

II. EL 13 DE JUNIO DE 1849

 

 

 

El 25 de febrero de 1848 había concedido a Francia la República, el 25 de junio le impuso la Revolución. Y desde Junio, revolución significaba: subversión de la sociedad burguesa, mientras que antes de Febrero había significado: subversión de la forma de gobierno.

 

 

El combate de Junio había sido dirigido por la fracción republicana de la burguesía. Con la victoria, necesariamente tenía que caer en sus manos el poder. El estado de sitio puso a sus pies, sin resistencia, al París agarrotado. Y en las provincias imperaba un estado de sitio moral, la arrogancia del triunfo, amenazadora y brutal, de los burgueses y el fanatismo de la propiedad desencadenado entre los campesinos. ¡Desdeabajo no había, por tanto, nada que temer! 

 

 

Al quebrarse la fuerza revolucionaria de los obreros se quebró también la influencia política de los republicanos demócratas, es decir, de los republicanos pequeñoburgueses, representados en la Comisión Ejecutiva por Ledru-Rollin, en la Asamblea Nacional Constituyente por el partido de la Montaña y en la prensa por "La Réforme". Conjuntamente con los republicanos burgueses habían conspirado contra el proletariado el 16 de abril, y conjuntamente con ellos habían luchado contra el proletariado en las jornadas de Junio. De este modo, destruyeron ellos mismos el fondo sobre el que su partido se destacaba como una potencia, pues la pequeña burguesía sólo puede afirmar una posición revolucionaria contra la burguesía mientras tiene detrás de sí al proletariado. Se les dio el pasaporte. La alianza aparente que, de mala gana y con segunda intención, se había pactado con ellos durante la época del Gobierno provisional y de la Comisión Ejecutiva fue rota abiertamente por los republicanos burgueses. Despreciados y rechazados como aliados, descendieron al papel de satélites de los tricolores, a los que no podían arrancar ninguna concesión y cuya dominación tenían necesariamente que apoyar cuantas veces ésta, y con ella la república, parecían peligrar ante los ataques de las fracciones antirrepublicanos de la burguesía. Finalmente, estas fracciones —los orleanistas y los legitimistas— se hallaban desde un principio en minoría en la Asamblea Nacional Constituyente. Antes de las jornadas de Junio, no se atrevían a manifestarse más que bajo la careta del republicanismo burgués. La victoria de Junio hizo que toda la Francia burguesa saludase por un momento en Cavaignac a su redentor, y cuando, poco después de las jornadas de Junio, el partido antirrepublicano volvió a cobrar su personalidad independiente, la dictadura militar y el estado de sitio en París sólo le permitieron extender los tentáculos con mucha timidez y gran cautela. 

 

 

Desde 1830, la fracción republicano-burguesa se agrupaba, con sus escritores, sus tribunos, sus talentos, sus ambiciosos, sus diputados, generales, banqueros y abogados, en torno a un periódico de París, en torno al "National". En provincias, este diario tenía sus periódicos filiales. La pandilla del "National" era la dinastía de la república tricolor. Se adueñó inmediatamente de todos los puestos dirigentes del Estado, de los ministerios, de la prefectura de policía, de la dirección de correos, de los cargos de prefecto, de los altos puestos de mando del ejército que habían quedado vacantes. Al frente del poder ejecutivo estaba Cavaignac, su general; su redactor-jefe, Marrast, asumió con carácter permanente la presidencia de la Asamblea Nacional Constituyente. Al mismo tiempo, hacía en sus recepciones, como maestro de ceremonias, los honores en nombre de la república honesta. 

 

 

Hasta los escritores franceses revolucionarios corroboraron, por una especie de temor reverente ante la tradición republicana, el error de la idea de que los monárquicos dominaban en la Asamblea Nacional Constituyente. Por el contrario, desde las jornadas de Junio, la Asamblea Constituyente, que siguió siendo la representante exclusiva del republicanismo burgués, destacaba tanto más decididamente este aspecto suyo cuanto más se desmoronaba la influencia de los republicanos tricolores fuera de la Asamblea. Si se trataba de afirmar la forma de la república burguesa, disponía de los votos de los republicanos demócratas; si se trataba del contenido, ya ni el lenguaje la separaba de las fracciones burguesas monárquicas, pues los intereses de la burguesía, las condiciones materiales de su dominación de clase y de su explotación de clase, son los que forman precisamente el contenido de la república burguesa. 

 

 

No fue, pues, el monarquismo, sino el republicanismo burgués el que se realizó en la vida y en los hechos de esta Asamblea Constituyente, que a la postre no se murió ni la mataron, sino que acabó pudriéndose. 

 

 

Durante todo el tiempo de su dominación, mientras en el proscenio se representaba para el respetable público la función solemne [Haupt—und Staatsaktion], al fondo de la escena tenían lugar inmolaciones ininterrumpidas: las continuas condenas en Tribunal de guerra de los insurrectos de Junio cogidos prisioneros o su deportación sin formación de causa. La Asamblea Constituyente tuvo el tacto de confesar que, en los insurrectos de Junio, no juzgaba a criminales, sino que aplastaba a enemigos. 

 

 

El primer acto de la Asamblea Nacional Constituyente fue el nombramiento de una “Comisión investigadora sobre los sucesos de Junio y del 15 de mayo y sobre la participación en estas jornadas de los jefes de los partidos socialista y demócrata. Esta investigación apuntaba directamente contra Luis Blanc, Ledru-Rollin y Caussidière. Los republicanos burgueses ardían en impaciencia por deshacerse de estos rivales. Y no podían encomendar la ejecución de su odio a sujeto más adecuado que el señor Odilon Barrot, antiguo jefe de la oposición dinástica, el liberalismo personificado, la nullité grave, ( La nulidad solemne ) la superficialidad profunda, que no tenía que vengar solamente a una dinastía, sino incluso pedir cuentas a los revolucionarios por haberle frustrado una presidencia del Consejo de Ministros: garantía segura de que sería inexorable.

 

 

Se nombró, pues, a este Barrot presidente de la Comisión investigadora, y montó contra la revolución de Febrero un proceso completo, que puede resumirse así:

 

17 de marzo, manifestación; 16 de abril, complot; 15 de mayo, atentado; 23 de junio, ¡guerra civil! ¿Por qué no hizo extensivas sus investigaciones eruditas y criminalistas al 24 de Febrero? El "Journal des Débats" contestó: el 24 de febrero es la fundación de Roma. Los orígenes de los Estados se pierden en un mito, en el que hay que creer, pero que no se puede discutir. Luis Blanc y Caussidière fueron entregados a los tribunales. La Asamblea Nacional completó la obra de autodepuración, comenzada el 15 de mayo. 

 

El plan de crear un impuesto sobre el capital —en forma de un impuesto sobre las hipotecas—, plan concebido por el Gobierno provisional y recogido por Goudchaux, fue rechazado por la Asamblea Constituyente; la ley que limitaba la jornada de trabajo a diez horas, fue derogada; la prisión por deudas, restablecida; los analfabetos, que constituían la gran parte de la población francesa, fueron incapacitados para el Jurado. ¿Por qué no también para el sufragio? Volvió a implantarse la fianza para los periódicos y se restringió el derecho de asociación. 

 

 

Pero, en su prisa por restituir al viejo régimen burgués sus antiguas garantías y por borrar todas las huellas que habían dejado las olas de la revolución, los republicanos burgueses chocaron con una resistencia que les amenazó con un peligro inesperado. 

 

 

Nadie había luchado más fanáticamente en las jornadas de Junio por la salvación de la propiedad y el restablecimiento del crédito que los pequeños burgueses de París: los dueños de cafés, los propietarios de restaurantes, los marchands de vin, los pequeños comerciantes, los tenderos, los artesanos, etc. La tienda se puso en pie y marchó contra la barricada, para restablecer la circulación, que lleva al público de la calle a la tienda. Pero del otro lado de la barricada estaban los clientes y los deudores; del lado de acá, los acreedores del tendero. Y cuando después de deshechas las barricadas y de aplastados los obreros, los dueños de las tiendas retornaron a éstas, ebrios de victoria, se encontraron en la puerta, a guisa de barricada, a un salvador de la propiedad, a un agente oficial del crédito, que les alargaba unos papeles amenazadores: ¡Las letras vencidas! ¡Las rentas vencidas! ¡Los préstamos vencidos! ¡¡Vencidos también la tienda y el tendero!! 

 

 

¡Salvación de la propiedad! Pero la casa que habitaban no era propiedad de ellos; la tienda que guardaban no era propiedad de ellos; las mercancías en que negociaban no eran propiedad de ellos. Ni el negocio, ni el plato en que comían, ni la cama en que dormían eran ya suyos. Frente a ellos precisamente era frente a quienes había que salvar esta propiedad para el casero que les alquilaba la casa, para el banquero que les descontaba las letras, para el capitalista que les anticipaba el dinero, para el fabricante que confiaba las mercancías a estos tenderos para que se las vendiesen, para el comerciante al por mayor que daba a crédito a estos artesanos las materias primas. ¡Restablecimiento del crédito! Pero el crédito, nuevamente consolidado, se comportaba como un dios viviente y celoso, arrojando de entre sus cuatro paredes, con mujer e hijos, al deudor insolvente, entregando sus ilusorios bienes al capital y arrojándole a él a aquella cárcel de deudores, que había vuelto a levantarse, amenazadora, sobre los cadáveres de los insurrectos de Junio. 

 

 

Los pequeños burgueses se dieron cuenta, con espanto, de que, al aplastar a los obreros, se habían puesto mansamente en manos de sus acreedores. Su bancarrota, que pasaba desapercibida, aunque desde Febrero venía arrastrándose como una enfermedad crónica, después de Junio se declaró abiertamente. 

 

 

No se había tocado a su propiedad nominal mientras se trataba de empujarlos a ellos al campo de batalla en nombre de la propiedad. Ahora, cuando ya el gran pleito con el proletariado estaba ventilado, podía ventilarse también el pequeño pleito con el tendero. En París, la masa de los efectos protestados pasaba de 21 millones de francos y en provincias de 11 millones. Los dueños de más de 7.000 negocios de París no habían pagado sus alquileres desde febrero. 

 

 

Si la Asamblea Nacional había abierto una investigación sobre el delito político a partir de febrero, los pequeños burgueses, por su parte, exigieron ahora que se abriese también una investigación sobre las deudas civiles hasta el 24 de febrero. Se reunieron en masa en el vestíbulo de la Bolsa y exigieron, en términos amenazadores, que a todo comerciante que pudiese probar que sólo había dado en quiebra a causa de la paralización de los negocios originada por la revolución y que el 24 de febrero su negocio marchaba bien, se le prorrogase el término de vencimiento por fallo del Tribunal comercial y se obligase al acreedor a retirar la demanda por un tanto por ciento prudencial. Presentado como propuesta de ley, la Asamblea Nacional trató el asunto bajo la forma de concordats à l'amiable (Convenios amistosos). La Asamblea estaba vacilante; pero de pronto supo que, al mismo tiempo en la Puerta de Saint Denis miles de mujeres y niños de los insurrectos preparaban una petición de amnistía. 

 

 

 

Ante el espectro redivivo de Junio, los pequeños burgueses se echaron a temblar y la Asamblea volvió a sentirse inexorable. Los concordats à l'amieble, los convenios amistosos entre acreedores y deudores, fueron rechazados en sus puntos más esenciales. 

 

 

Y así, cuando ya hacía tiempo que los representantes demócratas de los pequeños burgueses habían sido rechazados en la Asamblea Nacional por los representantes republicanos de la burguesía, esta ruptura parlamentaria cobró un sentido burgués, real, económico, al ser entregados los pequeños burgueses, como deudores, a merced de los burgueses, como acreedores. Una gran parte de los primeros quedó arruinada y al resto sólo le fue dado continuar el negocio bajo condiciones que le convertían en un siervo incondicional del capital. El 22 de agosto de 1848, la Asamblea Nacional rechazó los concordats à l'amiable; el 19 de septiembre de 1848, en pleno estado de sitio, fueron elegidos representantes de París el príncipe Luis Bonaparte y el comunista Raspail, preso en Vincennes, a la vez que la burguesía elegía al usurero Fould, banquero y orleanista. Y así, de todas partes al mismo tiempo, surgía una declaración abierta de guerra contra la Asamblea Nacional Constituyente, contra el republicanismo burgués contra Cavaignac. 

 

 

Sin largas explicaciones se comprende que la bancarrota en masa de los pequeños burgueses de París tenía que repercutir mucho más allá de los directamente afectados y desquiciar una vez más el tráfico burgués, al mismo tiempo que volvía a crecer el déficit del Estado con las costas de la insurrección de Junio y disminuían sin cesar los ingresos públicos con la producción paralizada, el consumo restringido y la importación reducida. Cavaignac y la Asamblea Nacional no podían acudir a más medio que el de un nuevo empréstito, que les habría de someter todavía más al yugo de la aristocracia financiera. 

 

 

Si los pequeños burgueses habían cosechado, como fruto de la victoria de Junio, la bancarrota y la liquidación judicial, los jenízaros de Cavaignac, los guardias móviles, encontraron su recompensa en los dulces brazos de las prostitutas elegantes y recibieron, ellos, «los jóvenes salvadores de la sociedad», aclamaciones de todo género en los salones de Marrast, el gentilhombre de los tricolores, que hacía a la vez de anfitrión y de trovador de la república honesta. Al mismo tiempo, estas preferencias sociales y el sueldo incomparablemente más elevado de los guardias móviles irritaban al ejército, a la par que desaparecían todas las ilusiones nacionales con que el republicanismo burgués, por medio de su periódico, el "National", había sabido captarse, bajo Luis Felipe, a una parte del ejército y de la clase campesina.

 

 

El papel de mediadores que Cavaignac y la Asamblea Nacional desempeñaron en el Norte de Italia, para traicionarlo a favor de Austria de acuerdo con Inglaterra, anuló en un sólo día de poder dieciocho años de oposición del "National". Ningún Gobierno había sido tan poco nacional como el del "National"; ninguno más sumiso a Inglaterra, y eso que bajo Luis Felipe el National vivía de parafrasear a diario las palabras catonianas Carthaginem esse delendam, ( «¡Hay que destruir Cartago!») ninguno más servil para con la Santa Alianza, y eso que había exigido de un Guizot que desgarrase los tratados de Viena. La ironía de la historia hizo de Bastide, ex redactor de asuntos extranjeros del "National", ministro de Negocios Extranjeros de Francia, para que pudiera desmentir cada uno de sus artículos con cada uno de sus despachos. 

 

 

Durante un momento, el ejército y la clase campesina creyeron que con la dictadura militar se ponía en el orden del día, en Francia, la guerra en el exterior y la «gloria». Pero Cavaignac no era la dictadura del sable sobre la sociedad burguesa; era la dictadura de la burguesía por medio del sable. Y lo único que por ahora necesitaban del soldado era el gendarme. Cavaignac escondía, detrás de los rasgos severos de una austeridad propia de un republicano de la antigüedad, la vulgar sumisión a las condiciones humillantes de su cargo burgués. L'argent n'a pas de maître! ¡El dinero no tiene amo! Cavaignac, como la Asamblea Constituyente en general, idealizaron este viejo lema del tiers état, traduciéndolo al lenguaje político: la burguesía no tiene rey; la verdadera forma de su dominación es la república. 

 

 

Y la «gran obra orgánica» de la Asamblea Nacional Constituyente consistía en elaborar esta forma, en fabricar una Constitución republicana. El desbautizar el calendario cristiano para bautizarlo de republicano, el trocar San Bartolomé en San Robespierre, no hizo cambiar el viento ni el tiempo más de lo que esta Constitución modificó o debía modificar la sociedad burguesa. Allí donde hacía algo más que cambiar el traje, se limitaba a levantar acta de los hechos existentes. Así, registró solemnemente el hecho de la República, el hecho del sufragio universal, el hecho de una Asamblea Nacional única y soberana en lugar de las dos Cámaras constitucionales con facultades limitadas. Registró y legalizó el hecho de la dictadura de Cavaignac, sustituyendo la monarquía hereditaria, estacionaria e irresponsable, por una monarquía electiva, pasajera y responsable, por una magistratura presidencial reelegible cada cuatro años.

 

 

Y elevó asimismo a precepto constitucional el hecho de los poderes extraordinarios con que la Asamblea Nacional, después de los horrores del 15 de mayo y del 25 de junio, había investido previsoramente a su presidente, en interés de la propia seguridad. El resto de la Constitución fue una cuestión de terminología. Se arrancaron las etiquetas monárquicas del mecanismo de la vieja monarquía, y en su lugar se pegaron otras republicanas. Marrast, antiguo redactor-jefe del "National", ahora redactor-jefe de la Constitución, cumplió, no sin talento, este cometido académico. 

 

 

La Asamblea Constituyente se parecía a aquel funcionario chileno que se empeñaba en fijar con ayuda de una medición catastral los límites de la propiedad territorial en el preciso instante en que los ruidos subterráneos habían anunciado ya la erupción volcánica que había de hacer saltar el suelo bajo sus mismos pies. Mientras en teoría la Asamblea trazaba con compás las formas en que había de expresarse republicanamente la dominación de la burguesía, en la práctica sólo se imponía por la negación de todas las fórmulas, por la violencia sans phrase, por el estado de sitio. Dos días antes de comenzar su labor constitucional, proclamó la prórroga de éste. Antes, las constituciones se hacían y se aprobaban tan pronto como el proceso de revolución social llegaba a un punto de quietud, las relaciones de clase recién formadas se consolidaban y las fracciones en pugna de la clase dominante se acogían a un arreglo que les permitía proseguir la lucha entre sí y al mismo tiempo excluir de ella a la masa agotada del pueblo. En cambio, esta Constitución no sancionaba ninguna revolución social, sancionaba la victoria momentánea de la vieja sociedad sobre la revolución…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Karl MARX. “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850” ]

 

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