viernes, 5 de julio de 2024

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DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

Andrés Piqueras

 

(10)

 

 

 

PARTE I

 

De la agonía del capital(ismo) y del

desvelamiento de su ilusión democrática

 

 

CAPÍTULO 4

 

(…)

 

 

Las formas funcionales del capital y los niveles de abstracción

del análisis

 

El análisis dialéctico del capital precisa de varios niveles de abstracción:

 

1) el teórico-abstracto, que mira el continuo movimiento del capital como un todo;

 

2) el concreto, que da cuenta de la distinción interna de ese movimiento del capital entre los flujos y existencias o inventarios, en una metamorfosis permanente entre sus distintas formas;

 

3) el histórico, que aterriza la teoría en el análisis de la realidad de los movimientos del capital en unos u otros momentos y fases del capitalismo.

 

El capital en general es un concepto abstracto y sus determinaciones y leyes de movimiento, como la ley de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia y la ley general de la acumulación, están en un nivel más abstracto y los cuantificamos en valores. Estas leyes no pueden ser observadas en la realidad inmediata, en el movimiento de los capitales individuales o de las empresas, que experimentan otras determinaciones. Además, en el nivel concreto de las empresas, el capital individual en su movimiento se cuantifica por los precios.

 

En este nivel hay que considerar, además, las determinaciones históricas de cada unidad de capital y sus intereses vinculados a los Estados en donde se origina. Por otra parte, a lo largo de su ciclo completo (producción-circulación-producción) el capital asume tres sucesivas formas funcionales, a las que Marx llamó también “transfiguraciones del capital”, presentando un continuo movimiento entre ellas: capital-dinero, capital-productivo y capital-mercancía,  para volver a ser de nuevo capital-dinero incrementado. Este es el ciclo básico de funcionamiento del capitalismo maduro, en su constitución como modo de producción, que implica la reproducción ampliada del capital a través del trabajo humano: D– M (Mp + Ft) ...P... M‘-D‘. Como quiera que este es el ciclo básico de funcionamiento del capitalismo, al conjunto se le ha llamado capital industrial. Por eso, todas las formas funcionales del capital están comprometidas de una u otra forma con la producción de mercancías (sean materiales o inmateriales) con el objetivo de aumentar la ganancia, y por tanto se necesitan mutuamente, aunque al tiempo se quedan con distintas porciones de esa ganancia que traduce la plusvalía subyacente.

 

En ese ciclo no hay ninguna contradicción entre capital productivo y capital monetario –que son formas distintas del mismo capital–, sino complementariedad. Todo esto ocurre, sin embargo, en el nivel de análisis más abstracto. En el terreno de los capitales particulares los diferentes capitalistas pueden participar de las distintas formas funcionales del capital, donde se solapan unas con otras. Así vemos que en sus formas concretas de existencia, cada unidad individual de capital, una empresa o grupo empresarial, reproduce el mismo movimiento cíclico: D-M (Mp + Ft) ... P... M‘ –D‘, articulado entre sí y expresándose concretamente como formas de existencia del capital en general. Esto significa que cada empresa necesita comprar continuamente materias primas y otros materiales de otras empresas, convertirlos en nuevos bienes y vender diariamente el resultado de su producción, es decir, lleva a cabo el ciclo D-M-D’ en un día, excepto por parte de lo que se llama capital fijo (construcciones, maquinaria, equipos y herramientas) cuyo valor se incorpora gradual y parcialmente a la nueva mercancía. Cada unidad individual de capital puede (y debe) pasar continuamente y al mismo tiempo por las tres formas de capital. Es las tres formas. Además, con el desarrollo del sistema bancario, la mayor parte de la metamorfosis de cada unidad de capital (M-D) circula diariamente por ese sistema.

 

Por último, los Bancos y otras instituciones financieras completan la circulación de capitales mediante la conversión de toda la masa de dinero disponible, gracias a la compra de valores de deuda pública en el mercado de valores dirigido por el Banco Central (BC). Diariamente, los Bancos Centrales abren las operaciones de Mercado Abierto, donde compran y venden valores. La operación principal es la de overnight, en la que los Bancos compran y venden títulos, principalmente en operaciones comprometidas, lo que significa compra con el compromiso de reventa en las mismas condiciones y viceversa, en el plazo de un día, durante el cual rinde intereses. Al cierre del día, el dinero que había sido creado por el BC se cancela, para ser recreado al día siguiente, cuando los valores vendidos son recomprados por el BC. Mientras tanto, el dinero, en su forma de capital monetario, se ha convertido o ha cambiado a capital con intereses, en la forma ficticia de los títulos de deuda pública. En general, el capital a interés deviene ficticio cuando el derecho a la remuneración o rendimiento del interés o deuda contraída viene representado por un título comercializable, con posibilidad de ser vendido a terceros (y esta es sólo una de las maneras de que el capital se haga “ficticio”). Es decir, cuando comienza a comercializarse un capital que es deuda y que en realidad no existe. Esa venta y su posterior reventa genera todo el ciclo de ficción del capital a interés (que después las finanzas complejizarán sobremanera). Y es de ficción porque por detrás de él no existe ninguna sustancia real y porque no contribuye en nada a la producción o la circulación de la riqueza, por lo menos en el sentido en que no financia ni al capital productivo ni al comercial. En cambio la deuda puede ser así revendida muchas veces. Con ello se realiza en apariencia el máximo sueño (“ilusorio”) de la clase capitalista: que el capital se auto-reproduzca más allá del trabajo humano, más allá de la riqueza material y más allá de las bases energéticas que posibilitan esta última. La deuda pública constituye una de las formas del capital ficticio. Las otras son las acciones empresariales, la mayor parte de los activos bancarios y los derivados. Ahora bien, que ese capital sea ficticio a escala global no quiere decir que no sea a la vez real al nivel individual, dado que exige remuneraciones que al menos en parte son realmente satisfechas, y de hecho cada vez más a menudo lo hacen a través de la riqueza colectiva. Es decir, la riqueza de las sociedades se utiliza como pago de la especulación ficticia. Por eso individualmente siempre hay quien gana con la “ficticidad” del capital.

 

Aunque las distintas formas funcionales del capital puedan estar implicadas en la generación de mercancías y valor, si nos jamos en el constante movimiento del capital como un todo (apartado 4, primer capítulo del tomo II de El Capital), tenemos que cuando se consolida el modo de producción capitalista la base del ciclo completo recae en el capital productivo-industrial (al que Marx llamó también “capital efectivo”). Es el único que tiene la capacidad de generar (mediante la obtención de plusvalía a través del trabajo humano) valores de uso y valor nuevo al mismo tiempo. Para entenderlo abstractamente, no hay que perder de vista que a pesar de estar inseparablemente imbricados en el movimiento total del capital, lo que hace el capital-dinero autonomizado como capital a interés, y el capital-mercancía autonomizado como capital comercial, es distribuirse el monto total de plusvalía generada en la producción por el capital productivo. En el nivel concreto esto se traduce por una competencia entre las unidades particulares de capital y sus especializaciones de capital a interés y comercial. Así, a las unidades particulares del capital a interés (como los Bancos), las unidades particulares del capital productivo (como las empresas) deben devolverles con creces el capital-dinero que aquéllas les anticiparon para producir. A las unidades particulares de capital comercial (como las tiendas y grandes almacenes), les tienen que vender sus mercancías por debajo del precio de mercado, para que aquéllas compensen así los gastos de comercialización. Es decir, las otras formas funcionales del capital retraen parte de la ganancia del capital productivo que éste consigue a través de la plusvalía extraída en la producción mediante la explotación de la fuerza de trabajo. Partes de esa plusvalía derivan como ganancia en favor del capital a interés y el capital comercial.

 

En las consideraciones empíricas sobre la tasa general de ganancia hemos de contar, además, con las actividades rentistas de la economía. Por tanto, la plusvalía que queda para las tres formas de capital tiende a ser menor, al tener que pagar el alquiler (renta) de terrenos o solares o, en general, de cualquier bien no reproducible. Es decir, cuanto mayor son los beneficios de los propietarios rentistas, más se va limitando la ganancia general del capital y, en potencia, menos queda para la reinversión productiva. Pero además, al aumentar el peso de las otras formas de capital, la tasa media de ganancia del capital productivo desciende. Y al caer ella, el resto de formas del capital van perdiendo su sustento, la raíz de su beneficio, por más que tarden en percibirlo. Se va minando el suelo del nuevo valor aun a pesar de que la ganancia en unos u otros sectores sea todavía floreciente.

 

Como he dicho, la competencia real es la que se da entre las unidades concretas de las distintas formas del capital, sin embargo hay que tener en cuenta que a menudo esas formas se solapan e inter-penetran tanto funcionalmente como por lo que respecta a su propiedad. Es sólo en el nivel más abstracto dialéctico, del capital en su totalidad, que podemos entender esa decadencia de ganancia del capital productivo. Es en ese nivel que, para hacer entendible la dinámica, podemos decir que al aumentar el peso de las otras formas de capital, la tasa media de ganancia del capital productivo desciende. Y al caer ella, declina también la inversión productiva, con lo que se va acabando con la posibilidad de generar nuevo valor, aunque no tenga repercusiones inmediatas en unas u otras unidades concretas de capital, dado que, además, un mismo capitalista (o corporación) puede participar del capital en sus distintas formas (productivo, mercantil, a interés e incluso rentista) o al menos en más de una de ellas. Pero sin una vigorosa reproducción de valor nuevo (léase también de valor como plusvalor), el capital en su conjunto va perdiendo su posibilidad de existencia.

 

Del movimiento de las distintas formas de capital se deduce que los trabajos productivo e improductivo están presentes en cada una de ellas y también ambos pueden estar implicados en cualquier capital particular. Lo que complica las cosas sobremanera desde el punto de vista de los capitales particulares (empresas, Bancos, entidades financieras, fábricas, corporaciones agrarias, negocios, comercios…) es que, como se acaba de decir, unos u otros capitalistas pueden participar de las distintas formas funcionales del capital al mismo tiempo. Todavía confunde más a las sociedades, y demasiado frecuentemente a la propia economía ortodoxa, que a menudo las crisis en el capital productivo se manifiestan bajo otras formas de capital, especialmente como capital a interés.

 

“El capital se mueve cíclicamente, con períodos de expansión y crisis. Uno de los determinantes de la crisis es la sobreacumulación de capital, que acompaña la concentración y centralización del capital y presiona hacia abajo el tipo de beneficio. Los momentos de crisis son aquellos en los que el capital se deshace de sus escorias, de esa parte ineficiente y poco productiva. Con la excepción de las dos grandes guerras en las que se produjo la destrucción masiva del capital en su forma física, en otras ocasiones las crisis a menudo devalúan el capital en su forma de dinero. Esta es una de las razones por las que las crisis de capital aparecen como crisis financieras”

(Nakatani y Marques, 2020)

 

Es el nivel histórico-concreto, por consiguiente, el que nos proporciona las claves para entender qué es lo que está pasando con el capital real, sus articulaciones y expresiones en un determinado momento, que resultan imprescindibles si se quiere llevar a cabo un análisis de fase del capitalismo.


En lo que sigue voy a intentar mostrar algunas de las coordenadas principales en las que se desenvuelve este modo de producción en la actualidad, para poder entender mejor su degeneración…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

 

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2 comentarios:

  1. Aterrorizados, todos se arrodillaron ante él cuando, a demanda suya, el sol oscureció. Obviamente, era el único que conocía el fenómeno del eclipse y el momento exacto de su eclosión.

    Salud y comunismo


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    Respuestas
    1. ¿A QUIÉN AYUDA LA IGNORANCIA?

      La ignorancia nunca ha ayudado a nadie, repetía Marx. Y esa es la sencilla razón que explica la esforzada promoción de la ignorancia (llámala si quieres desinformación, superstición, creencias fanático-religiosas…) entre los dominados y explotados por parte de la clase que los domina y explota.

      Lo explicaba muy bien (bueno, más completo y preciso pensamos que lo hizo después Frédéric Lordon) el tal Étienne de la Boétie en su muy citada y seguramente poco leída “Discurso de la servidumbre voluntaria”. También Ernst Fischer nos dio alguna pista cuando escribió:

      “Los románticos estaban emparentados con los destructores de las primeras máquinas; tenían el vivo sentimiento de que la conciencia no iba al mismo paso que la técnica, aterrorizándose de la creciente discordancia, SIN DESCRUBIR EL HECHO DE QUE ERAN LAS RELACIONES PRODUCTIVAS las que no concordaban con las fuerzas de producción. Para los románticos tardíos, el horror ante la máquina se convirtió en la más intensa de las vivencias”.

      En la misma dirección, escribió el muy perspicaz Karl Kraus:

      “Vivimos una época, en la que las máquinas se hacen cada vez más complicadas y los cerebros cada vez más primitivos”


      Y ya puestos con la ignorancia de los muchos y el exclusivo cultivo del saber para unos pocos, tal que así –lo tomo de un texto de Alfonso Sastre– se “desnudó” el tan progresista Gaspar Melchor Jovellanos allá por el año 1.790:

      “Soy partidario de alzar el precio de las entradas del teatro. Yo no pretendo cerrar las puertas del teatro a nadie; estén enhorabuena abiertas a todo el mundo; pero conviene dificultar indirectamente la entrada a la gente pobre, que vive de su trabajo, para la cual el tiempo es dinero, y el teatro más casto y depurado una distracción perniciosa”.

      Pues eso: “A rastras, o por las nubes: esclavitud o comunismo”

      Salud y comunismo

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