miércoles, 3 de julio de 2024

 

1178

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(11)

 

 

 

I

 

Las distintas formas de la lucha de clases

 

 

 

11. DE LA RELIGIÓN AL «IDILIO BUCÓLICO»

 

Lo mismo que a la religión, también se puede recurrir al arte para promover una huida ilusoria del conflicto. Pero los «conflictos sociales» aparecen con claridad en las obras maestras de Esquilo, Aristófanes, Dante o Cervantes (MEW). A veces se imponen contra la voluntad del autor: Balzac acaba describiendo de un modo inclemente el ocaso inevitable de una clase (la aristocracia) que le inspira simpatía y una vehemente nostalgia (MEW). Los intentos de escapar de la realidad social y sus condiciones pueden ser de muchos tipos, pero son todos inanes.

 

 

Tras el fracaso de la revolución del 48, polemizando con un autor hoy olvidado (Georg Friedrich Daumer) que expresa su desdén por «la política abstracta y exclusiva» y contrapone a esa miseria la belleza y el calor de la naturaleza, Marx y Engels se burlan de la tendencia generalizada a huir de la «tragedia histórica en la supuesta naturaleza, en el necio idilio bucólico» (MEW).

 

 

También en Feuerbach la desilusión y el disgusto son tan fuertes en esos años, que hace suya la exclamación de Cicerón sobre la «política de su tiempo»: Sunt omnia omnium miserarium plenissima (todo está lleno de todas las miserias). Solo resta practicar «la indiferencia contra los partidos y los tráficos políticos», buscando refugio y consuelo entre los brazos de la naturaleza: «la naturaleza no solo no se ocupa de política, sino que es justamente lo contrario de la política». La evasión, la huida del conflicto, más que en la religión, busca ahora una salida en la naturaleza. Marx ya había puesto en guardia contra esta actitud cinco años antes de la revolución del 48, cuando observó que Feuerbach remitía «demasiado a la naturaleza y demasiado poco a la política» (MEW).

 

 

 

Para la evasión en la naturaleza valen a grandes rasgos las consideraciones que se han hecho a propósito de la evasión en la religión: lejos de expresar una superación real del conflicto social, es la expresión inmadura y a menudo mistificadora de ese mismo conflicto. Estaos en presencia de una actitud espiritual que tiende a manifestarse regularmente cada vez que refluyen o se disipan las esperanzas puestas en la política o en el cambio político. Fue lo que sucedió en los años posteriores a 1789, cuando parecía que la extrema complejidad del proceso revolucionario había ridiculizado definitivamente el entusiasmo suscitado en la cultura alemana por la caída del antiguo régimen en Francia. En 1803 Friedrich Schiller había cantado: «¡Solo en los montes hay libertad!»; solo donde la naturaleza todavía no está contaminada por el hombre, «el mundo es perfecto»; por eso solo se puede considerar feliz quien vive «en el silencio del campo», recostado, con abandono infantil, «en el pecho de la naturaleza», o quien vive «en la celda pacífica del convento», donde tampoco asoma «la triste figura de la humanidad», es decir, donde también está lejos del ruido efímero de los desórdenes histórico-políticos. Contra Schiller y su «invocación a la naturaleza» había polemizado Hegel quien, rechazando la huida consoladora (en la naturaleza o en la religión) de las contradicciones y los conflictos del mundo político, había afirmado: «Lo que es producto de la razón humana debería tener por lo menos la misma dignidad que lo que es producto de la naturaleza»; en este sentido, «el chiste berlinés más vulgar» no es menos digno de admiración que un magnífico espectáculo natural.

 

 

 

 

Es una lección que debió de influir profundamente en Marx. Según el autorizado testimonio de Paul Lafargue (yerno del filósofo, pues se había casado con su hija Laura), le gustaba repetir «el dicho de Hegel, el maestro de filosofía de su juventud: “Hasta el pensamiento criminal de un malhechor es más grandioso y sublime que las maravillas del cielo”» (Enzensberger 1977). A su vez Engels, en una carta de 1893, escribe: «La naturaleza es grandiosa, y siempre he vuelto a ella con placer para distraerme del movimiento de la historia; sin embargo la historia me parece más grandiosa que la naturaleza». Si acaso, el contacto con la naturaleza debe servir para recobrar fuerzas y volver con ímpetu renovado a observar el mundo histórico y político y a participar en la edificación de una sociedad basada en la solidaridad y la conciencia de la humanidad común, y no en la explotación y la opresión; en la formación, por tanto, «de algo nunca alcanzado en la historia de nuestra tierra» (MEW).

 

 

Hemos visto a Marx ironizar sobre la «presunta naturaleza» en la que cree encontrar la salvación el filisteo disgustado por los aconteceres históricos y políticos. Esta «naturaleza» es «presunta» por partida doble. En primer lugar, porque no se libra de la contaminación política y social, puesto que los ambientes conservadores remiten a ella cuando denuncian la agitación insensata de la ciudad. En segundo lugar —observa La ideología alemana—, en el planeta habitado por el hombre, la «naturaleza anterior a la historia humana», que se contrapone justamente a esa historia humana, «hoy no existe en ninguna parte, salvo, quizá, en alguna isla coralina australiana de nueva formación» (MEW). El campo en donde buscan refugio Schiller, Daumer y Feuerbach tiene tras de sí una historia larga y atormentada y una gigantesca revolución, la revolución neolítica, que introdujo la agricultura, la zootecnia y la domesticación de los animales: en realidad todo lo que en nuestros días se ensalza como naturaleza eterna, como el reino del orden y la regularidad contrapuesto a la lucha de clases, a las agitaciones y convulsiones del mundo histórico y político, es el resultado de una gran perturbación histórica.

 

 

Ni siquiera las montañas se han librado de la «triste figura de la humanidad», como pretendía Schiller. Baste pensar en los pastos y el ganado, que remiten a la historia recién mencionada; además, para llegar a esas alturas de difícil acceso hay que recurrir a lo que ha producido el trabajo humano, empezando por la ropa que debe protegernos del frío y la intemperie. La «naturaleza» evocada y soñada por Schiller, Daumer y Feuerbach no es más que «la expresión ideal de un deseo piadoso en materia de relaciones humanas», la proyección fantástica de las «ideas» que querrían «ver realizadas en la sociedad humana» (MEW); una naturaleza, por tanto, en la que no existiría esa «escisión entre la vida y la felicidad» que se lamenta en la sociedad humana. En realidad —por continuar citando La ideología alemana—, «con mucha más razón pudo Hobbes demostrar a partir de la naturaleza su Bellum omnium contra omnes y Hegel [...] ver en la naturaleza la escisión» (MEW). Lo único que puede superar la «escisión entre la vida y la felicidad» es la acción política, la lucha de clases…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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