lunes, 1 de julio de 2024

 

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Vida de ANTONIO GRAMSCI

 

Giuseppe Fiori

 

(…)

 

 

 

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Había aparecido un nuevo escritor, absolutamente diferente del tipo que conocían hasta entonces los lectores de los periódicos socialistas. Desde comienzos de 1916, la vida de Antonio Gramsci se desarrollaba en el hoy demolido palacio de la Alianza Cooperativa turinesa, la Casa del Pueblo, que se hallaba en el número 12 de la calle Siccardi (hoy calle Galileo Ferraris, en este sector). Allí tenían sus locales la AGO (Associazione Generale degli Operai) y la cooperativa de los ferroviarios (miembros las dos de la Alianza Cooperativa), la Cámara de Trabajo y los sindicatos de ramo (como la FIOM), con un ambulatorio bien equipado para la asistencia de los trabajadores, incluso en las especialidades; en la planta baja había un café-cervecería siempre lleno (en mayo de 1915 la policía había devastado el Teatro del Pueblo, que también estaba en la planta baja). En el último piso y en tres pequeñas habitaciones, estaban la administración y la redacción de Il Grido del Popolo (el director era Giuseppe Bianchi; cuando este fue llamado a filas, le sustituyó una maestra lombarda, Maria Giudice, madre de ocho hijos); el Avanti! piamontés, que se publicaba en Milán (el responsable, después de la partida de Bianchi era Ottavio Pastore) y la sección socialista. Contigua a la misma estaba la pequeña habitación del fascio Centro, alma del movimiento socialista juvenil de Turín. Pastore, por entonces empleado de ferrocarril, Gramsci y una singular figura de periodista, el excamarero Leo Galetto, pintoresco incluso en el vestir, el sombrero de anchas alas y la corbata a la Lavallière, eran los tres únicos redactores del Avanti!.

 

 

La firma de Gramsci no aparecía casi nunca bajo los artículos, las crónicas culturales, los comentarios sobre los delitos, las conferencias, o los espectáculos que Il Grido y la página turinesa del Avanti! publicaban asiduamente. «La timidez impulsaba siempre a Gramsci a vivir impersonalmente», señala Pier Paolo Pasolini. Si se refiere a la costumbre de no firmar los escritos, cabe decir que no era por timidez: era rigor científico, repugnancia por las formas exteriores, amor por las ideas en sí, aversión a todas las formas de idolatría, empezando por el culto de los nombres. En el mejor de los casos bajo sus artículos podía leerse la rúbrica «A. G.» o «Alfa Gamma». Con las simples iniciales, solo un número limitado de lectores podía conocer el nombre del periodista: dos años y medio después de su entrada en el oficio, en julio de 1918, al celebrarse el proceso por las revueltas del verano anterior, La Stampa lo llamará «Granischi Antonio» y La Gazzetta del Popolo, Antonio Gramsci. Pero, por oscuro que fuese el nombre de aquel joven de veinticinco años que no desempeñaba ningún papel relevante en la sección socialista y había permanecido al margen de la vida política activa en el primer año de guerra, muchos lectores empezaban a captar ya la originalidad de aquellos artículos en relación con la publicística de izquierda tradicional. En la página turinesa del Avanti! se publicaba una sección colectiva de crónica ciudadana, con el título Sotto la Mole, creada quizá, por Giuseppe Bianchi. La redactaban el mismo Bianchi, Pastore y otros. Con Gramsci, la sección subió enseguida de nivel: eran notas satíricas, pequeñas joyas que hacían del joven escritor sardo un pamphlétaire ejemplar, único en un país donde el pamphlet es un género casi desconocido. Por lo demás, en todos los escritos de Gramsci, desde los breves ensayos teóricos hasta las crónicas teatrales, se percibía un estilo nuevo: el paso del énfasis grandilocuente de un Rabezzana y de un Barberis al gusto por el razonamiento; un lenguaje cuidado, a veces de una pureza neoclásica, tan lejana de la prosa deslavazada de los «viejos»; la coherencia, el hilo que unía todos los escritos y convertía las notas aparentemente alejadas entre sí en otras tantas ocasiones sucesivas para el desarrollo de una argumentación nunca interrumpida; y la originalidad y la concreción de las propuestas políticas, iluminadas siempre por el convencimiento de que la teoría que no se puede traducir en actos es una abstracción inútil y que las acciones que no se fundamentan en la teoría son impulsos estériles. Ya entonces se percibía en Gramsci la tendencia a un método que más tarde se llamará «mayéutico» o «socrático» de educación de las masas y no de simple excitación con discursos mitinescos. Gobetti escribirá que «si se quiere penetrar en las características íntimas de cultura y de psicología del grupo que dirigió el movimiento comunista turinés, hay que acudir a la historia del periodismo socialista de los años de guerra». El joven Gramsci, precisamente, fue la revelación de aquel nuevo periodismo socialista y su protagonista casi exclusivo en los años de guerra.

 

 

Angelo Tasca, el más activo políticamente de los jóvenes «culturalistas», había sido llamado a filas apenas empezada la guerra. Lo mismo le había ocurrido a Togliatti: le declararon inútil en la primera revisión, pero se había hecho voluntario en la organización militar sanitaria (por lo demás, su actividad política había sido hasta entonces absolutamente marginal: algunos autores, como Andrea Viglongo, excluyen que antes de la guerra estuviese afiliado al PSI; otros, como Giovanni Boero, consideran que al hacerse voluntario dejó de pertenecer a la sección socialista y no consiguió la «reinscripción» hasta 1919). El último del grupo, Umberto Terracini, había sido detenido a los veintiún años por distribuir en Trino (provincia de Vercelli) propaganda pacifista; había sido condenado a una pena leve —un mes de condicional—, pero no había podido evitar la movilización (al terminar el curso, por razones políticas, le negaron el grado de oficial y tuvo que ir al frente en Montebelluna como soldado raso). Así que Gramsci se había quedado solo. Para ver el tipo de tradición periodística simple y vulgar con que tenía que enfrentarse, bastarán estas palabras de Maria Giudice: «Il Grido no es todavía bastante sencillo, bastante fácil, bastante claro […]. Estamos acostumbrados a leer menos en los libros de la teoría y a leer más en el libro de la vida […]. Sabemos que la masa actúa no como piensa y razona, sino como siente; cuando sienta socialistamente, sin tanta teoría, actuará en sentido socialista». Esto no era más que repetir el estribillo entonado un par de años antes por Bordiga en polémica con Tasca: «No se hace uno socialista por la instrucción, sino por las necesidades reales de la clase a que se pertenece». El viejo socialismo turinés, antes de ser renovado por la «generación hija de sí misma», compartía plenamente esta actitud. Gramsci no se dejó condicionar ni siquiera trabajando bajo la dirección, por así decirlo, de Maria Giudice: era un francotirador absolutamente libre. Ya a comienzos de 1916 había subrayado en Il Grido la necesaria relación entre la actividad cultural y la revolución:

 

 

El hombre es, sobre todo, espíritu, es decir, creación histórica y no naturaleza. De otro modo no se explicaría por qué habiendo existido siempre explotados y explotadores, creadores de riqueza y consumidores egoístas de esta, no se ha realizado todavía el socialismo. Ocurre que la humanidad solo ha adquirido conciencia de su propio valor paso a paso, lentamente… Y esta conciencia se ha formado no bajo el aguijón brutal de las necesidades fisiológicas, sino con la reflexión inteligente primero de algunos y después de toda una clase, sobre las razones de ciertos hechos y sobre los mejores medios para convertirlos de ocasiones de vasallaje en signos de rebelión y de reconstrucción social. Esto quiere decir que toda revolución ha ido precedida de una intensa labor de crítica, de penetración cultural.

 

 

Concluía poniendo el ejemplo de la Revolución francesa, preparada por la Ilustración. El fin que se proponía alcanzar el joven redactor de Il Grido y del Avanti! era irradiar una cultura sin la cual el proletariado no podría tomar nunca conciencia de su función histórica. Fue este estímulo, esta necesidad de actualizar con fervor misionero la experiencia de la Ilustración (el contenido había cambiado porque habían cambiado los fines) desde el primer momento, lo que hizo de Gramsci un creador de cultura, fuese cual fuese el tema de que se ocupase.

 

 

Recordando su actividad de crítico teatral (había empezado a escribir sobre teatro a los veinticinco años), podrá decir años más tarde en una carta a Tatiana: «¿Sabes que mucho antes que Adriano Tilgher yo descubrí y contribuí a popularizar el teatro de Pirandello? He escrito tanto sobre Pirandello... que se podría compilar un volumen de doscientas páginas; y cabe decir que mis afirmaciones eran entonces originales: a Pirandello le soportaban amablemente o se burlaban de él abiertamente». La sección Sotto la Mole, publicada diariamente sobre los temas más diversos, pareció tan ejemplar a los lectores más atentos que quisieron recogerla en un volumen. El mismo Gramsci lo testimonia:

 

 

En diez años de periodismo —escribirá— he escrito tantas líneas que podría llenar quince o dieciséis volúmenes de cuatrocientas páginas. Pero las escribía al día y a mi entender, con el día debían morir... El profesor Cosmo quería en 1915 que le permitiese hacer una selección de las notas que escribía cotidianamente en un periódico de Turín para publicarlas con un prefacio suyo, muy benévolo para mí, pero no lo quise permitir.

 

Para realizar la tarea que se había fijado, de promotor de cultura entre los obreros, no solo con la palabra escrita, salía cada vez más a menudo del coto cerrado de la redacción. Sus compañeros de lucha política recordarán más tarde como dato destacado de la personalidad de Gramsci su vocación por la propaganda de las ideas y su constante incitación a estudiar, a profundizar en los problemas con método. No tenía ningún cargo directivo en la sección socialista. Iba a los círculos de la periferia turinesa a dar conferencias como simple militante y periodista de partido. Dio una el 25 de agosto de 1916 en Borgo San Paolo sobre Au-dessus de la mêlée, la obra de Romain Rolland que acababa de publicarse en traducción italiana; el 16 y el 17 de octubre dio otras dos sobre la Revolución francesa en los círculos de la Barriera di Milano y de Borgo San Paolo; el 17 de diciembre dio todavía otra sobre la Comuna de París. Una página de historia, un libro acabado de publicar, una representación teatral: todo le servía para difundir ideas nuevas. En marzo de 1917 actuó en el Carignano, con la compañía de Emma Gramática, representando Casa de muñecas. En la fría reacción del público ante las vicisitudes de Nora Helmer, que, desilusionada del marido, lo abandona, Gramsci creyó ver la rebelión del hombre latino contra unas costumbres más avanzadas «para las cuales la mujer y el hombre no son únicamente músculos, nervios y epidermis, sino esencialmente espíritu; para las cuales la familia no es solo una institución económica, sino especialmente un mundo moral en acto, que se completa por la íntima fusión de dos almas que encuentran la una en la otra lo que les falta a cada una individualmente; para las cuales la mujer no es solo la hembra que nutre a los recién nacidos y siente por estos un amor hecho de espasmos de la carne y de latidos del corazón, sino también una criatura humana dotada de una conciencia propia, con necesidades interiores propias, con una personalidad humana propia». En mayo de 1917 Gramsci dio una conferencia sobre este tema para el grupo femenino de Borgo Campidoglio.

 

 

También era nuevo en Gramsci, respecto a Rabezzana, a Barberis, a Maria Giudice y otros periodistas del mismo tipo, el modo de plantear el problema de las relaciones con los demás partidos. Battista Santhià recuerda una visita a la redacción de Il Grido. Cuatro jóvenes discutían con Gramsci en tono tranquilo. Se trataban de usted.

 

 

Al término de la larga conversación supe con estupor que se trataba de jóvenes católicos y que su oposición a la guerra se diferenciaba de la nuestra por su carácter exclusivamente pacifista. («Estamos contra todas las guerras», decían por su referencia a las enseñanzas evangélicas). Para estimularme, Gramsci me propuso que ayudase a aquellos jóvenes. No lo entendía bien y pregunté ingenuamente si tenía que unirme a ellos en sus plegarias para obtener el gran milagro de la paz.

 

 

Santhià refiere así la seca respuesta de Gramsci:

 

 

Lo único que os enseñan es un anticlericalismo estúpido, que en vez de educar os hace intelectual y políticamente más ignorantes. Yo tampoco voy a la iglesia porque no creo. Pero hemos de darnos cuenta de que los que creen en la religión son la mayoría. Si seguimos manteniendo relaciones únicamente con los ateos, seremos siempre una minoría. Hay burgueses antisocialistas que son ateos, se burlan de los curas y no van a la iglesia y, sin embargo, son intervencionistas y nos combaten violentamente. En cambio, estos jóvenes van a misa, no son industriales y no piden más que trabajar con nosotros para hacer cesar lo más pronto posible la guerra.

 

 

La recusación del anticlericalismo sectario y la tesis de la alianza de clase serán en lo sucesivo dos temas centrales en el pensamiento de Gramsci.

 

 

Empeñado en sacar la discusión política del equívoco en que los «viejos» socialistas la ahogaban, pasaba los días trabajando en la redacción y celebrando coloquios-debates, que también constituían una parte de su trabajo. Dedicaba muy poco tiempo a las cuestiones privadas. Todavía se veía obligado a dar clases particulares; el sueldo del Avanti! era de cincuenta liras al mes (y la colaboración en Il Grido, gratuita) y no le bastaba para vivir. En los escasos ratos libres se veía con algunos amigos sardos, uno llamado Corona, enólogo de la Alianza Cooperativa, y otro llamado Mura, que tenía un bar en la plaza Statuto; también iba por casa de Attilio y Pia Carena (ella era taquígrafa en el periódico); o pasaba algunas noches en casa de Bruno Buozzi, de cuya familia era amigo. Pero lo que más le gustaba era estar con los muchachos de la Federación Socialista Juvenil.

 

Por uno de estos, Andrea Viglongo, hijo de un bedel de la escuela elemental Giacinto Pacchiotti, supo a finales de 1916 que tenían intención de publicar un número de revista único. Les pidió que se lo dejasen escribir. El número único, que solo constaba de cuatro páginas, se publicó el 11 de febrero de 1917 con el título de La Città Futura.

 

 

Lo había escrito enteramente Gramsci, pero incluía fragmentos de textos de Gaetano Salvemini (de Cultura e laicità, «volumen que todos los jóvenes deberían leer», advertía una nota en la segunda página), de Benedetto Croce (en la tercera página, La religione, extraído de La Critica) y del gentiliano Armando Carlini (en la tercera página también, «Che cos’è la vita?», de Avviamento allo studio della filosofia, texto que «se aconseja vivamente leer y meditar»). La elección de estos autores parece claramente indicativa de una determinada matriz intelectual. En las cuatro páginas de La Città Futura, que puede considerarse el punto de llegada de la formación juvenil de Gramsci, se observan claramente las influencias idealistas. Define a Croce como «el pensador más grande de Europa en este momento». El propio Gramsci recordará más tarde:

 

«En una breve nota que precedía la reproducción del escrito de Croce Religione e serenità escribí que así como el hegelianismo había sido la premisa de la filosofía de la praxis en el siglo XIX, en los orígenes de la civilización contemporánea la filosofía crociana podía ser la premisa de una renovación de la filosofía de la praxis en nuestros días, para nuestras generaciones».

 

En realidad, en la nota indicada no se expresa este concepto.

 

 

«La cuestión —admite Gramsci— apenas se insinuaba en una forma primitiva y claramente inadecuada, porque en aquel tiempo el concepto de la unidad de la teoría y la práctica, de la filosofía y la política no estaba claro para mí y yo era más bien tendencialmente “crociano”»…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]

 

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