sábado, 1 de junio de 2024

 

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LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA

DE 1848 A 1850 

 

Karl Marx

 

[ 03 ]

 

 

[ “La obra de Marx "La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850" es una serie de artículos con el título común "De 1848 a 1849". El plan primario del trabajo "Las luchas de clases en Francia" incluía cuatro artículos: "La derrota de junio de 1848", "El 13 de junio de 1849", "Las consecuencias del 13 de junio en el continente" y "La situación actual en Inglaterra". Sin embargo, sólo aparecieron tres artículos. Los problemas de la influencia de los sucesos de junio de 1849 en el continente y de la situación de Inglaterra fueron aclarados en otros escritos de la revista, concretamente en los reportajes internacionales escritos conjuntamente por Marx y Engels. Al editar la obra de Marx en 1895, Engels introdujo adicionalmente un cuarto capítulo en el que se incluían apartados dedicados a los acontecimientos de Francia con el subtítulo de "Tercer comentario internacional". Engels tituló este capítulo "La abolición del sufragio universal en 1850" ]

 

 

 

LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA DE 1848 A 1850

 

Exceptuando unos pocos capítulos, todos los apartados importantes de los anales de la revolución de 1848 a 1849 llevan el epígrafe de ¡Derrota de la revolución! 

 

Pero lo que sucumbía en estas derrotas no era la revolución. Eran los tradicionales apéndices prerrevolucionarios, resultado de relaciones sociales que aún no se habían agudizado lo bastante para tomar una forma bien precisa de contradicciones de clase: personas, ilusiones, ideas, proyectos de los que no estaba libre el partido revolucionario antes de la revolución de Febrero y de los que no podía liberarlo la victoria de Febrero, sino sólo una serie de derrotas. 

 

 

En una palabra: el progreso revolucionario no se abrió paso con sus conquistas directas tragicómicas, sino, por el contrario, engendrando una contrarrevolución cerrada y potente, engendrando un adversario, en la lucha contra el cual el partido de la subversión maduró, convirtiéndose en un partido verdaderamente revolucionario. 

 

Demostrar esto es lo que se proponen las siguientes páginas.

 

 

 

I. LA DERROTA DE JUNIO DE 1848

 

 

Después de la revolución de Julio, cuando el banquero liberal Laffitte acompañó en triunfo al Hôtel de Ville a su compadre, el duque de Orleáns, dejó caer estas palabras: «Desde ahora, dominarán los banqueros». Laffitte había traicionado el secreto de la revolución. 

 

La que dominó bajo Luis Felipe no fue la burguesía francesa sino una fracción de ella: los banqueros, los reyes de la Bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios de minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales y una parte de la propiedad territorial aliada a ellos: la llamada aristocracia financiera. Ella ocupaba el trono, dictaba leyes en las Cámaras y adjudicaba los cargos públicos, desde los ministerios hasta los estancos. 

 

 

La burguesía industrial propiamente dicha constituía una parte de la oposición oficial, es decir, sólo estaba representada en las Cámaras como una minoría. Su oposición se manifestaba más decididamente a medida que se destacaba más el absolutismo de la aristocracia financiera y a medida que la propia burguesía industrial creía tener asegurada su dominación sobre la clase obrera, después de las revueltas de 1832, 1834 y 1839, ahogadas en sangre. Grandin, fabricante de Ruán, que tanto en la Asamblea Nacional Constituyente, como en la Legislativa había sido el portavoz más fanático de la reacción burguesa, era en la Cámara de los Diputados el adversario más violento de Guizot. León Faucher, conocido más tarde por sus esfuerzos impotentes por llegar a ser un Guizot de la contrarrevolución francesa, sostuvo en los últimos tiempos de Luis Felipe una guerra con la pluma a favor de la industria, contra la especulación y su caudatario, el Gobierno. Bastiat desplegaba una gran agitación en contra del sistema imperante, en nombre de Burdeos y de toda la Francia vinícola. 

 

 

La pequeña burguesía en todas sus gradaciones, al igual que la clase campesina, había quedado completamente excluida del poder político. Finalmente, en el campo de la oposición oficial o completamente al margen del pays légal ( O sea, al margen de quienes tenían derecho al voto./ N. de la Edit.)se encontraban los representantes y portavoces ideológicos de las citadas clases, sus sabios, sus abogados, sus médicos, etc.; en una palabra, sus llamados «talentos». 

 

 

Su penuria financiera colocaba de antemano la monarquía de Julio bajo la dependencia de la alta burguesía, y su dependencia de la alta burguesía convertíase a su vez en fuente inagotable de una creciente penuria financiera. Imposible supeditar la administración del Estado al interés de la producción nacional sin restablecer el equilibrio del presupuesto, el equilibrio entre los gastos y los ingresos del Estado. ¿Y cómo restablecer este equilibrio sin restringir los gastos públicos, es decir, sin herir intereses que eran otros tantos puntales del sistema dominante y sin someter a una nueva regulación el reparto de impuestos, es decir, sin transferir una parte importante de las cargas públicas a los hombros de la alta burguesía? 

 

 

A mayor abundamiento, el incremento de la deuda pública interesaba directamente a la fracción burguesa que gobernaba y legislaba a través de las Cámaras. El déficit del Estado era precisamente el verdadero objeto de sus especulaciones y la fuente principal de su enriquecimiento. Cada año, un nuevo déficit. Cada cuatro o cinco años, un nuevo empréstito. Y cada nuevo empréstito brindaba a la aristocracia financiera una nueva ocasión de estafar a un Estado mantenido artificialmente al borde de la bancarrota; éste no tenía más remedio que contratar con los banqueros en las condiciones más desfavorables. Cada nuevo empréstito daba una nueva ocasión para saquear al público que colocaba sus capitales en valores del Estado, mediante operaciones de Bolsa en cuyos secretos estaban iniciados el Gobierno y la mayoría de la Cámara. En general, la inestabilidad del crédito del Estado y la posesión de los secretos de éste daban a los banqueros y a sus asociados en las Cámaras y en el trono la posibilidad de provocar oscilaciones extraordinarias y súbitas en la cotización de los valores del Estado, cuyo resultado tenía que ser siempre, necesariamente, la ruina de una masa de pequeños capitalistas y el enriquecimiento fabulosamente rápido de los grandes especuladores. Y si el déficit del Estado respondía al interés directo de la fracción burguesa dominante, se explica por qué los gastos públicos extraordinarios hechos en los últimos años del reinado de Luis Felipe ascendieron a mucho más del doble de los gastos públicos extraordinarios hechos bajo Napoleón, habiendo alcanzado casi la suma anual de 400.000.000 de francos, mientras que la suma total de la exportación anual de Francia, por término medio, rara vez se remontaba a 750.000.000. Las enormes sumas que pasaban así por las manos del Estado daban, además, ocasión para contratos de suministro, que eran otras tantas estafas, para sobornos, malversaciones y granujadas de todo género. La estafa al Estado en gran escala, tal como se practicaba por medio de los empréstitos, se repetía al por menor en las obras públicas. Y lo que ocurría entre la Cámara y el Gobierno se reproducía hasta el infinito en las relaciones entre los múltiples organismos de la Administración y los distintos empresarios.

 

 

Al igual que los gastos públicos en general y los empréstitos del Estado, la clase dominante explotaba la construcción de ferrocarriles. Las Cámaras echaban las cargas principales sobre las espaldas del Estado y aseguraban los frutos de oro a la aristocracia financiera especuladora. Se recordará el escándalo que se produjo en la Cámara de los Diputados cuando se descubrió accidentalmente que todos los miembros de la mayoría, incluyendo una parte de los ministros, se hallaban interesados como accionistas en las mismas obras de construcción de ferrocarriles que luego, como legisladores, hacían ejecutar a costa del Estado. 

 

 

En cambio, las más pequeñas reformas financieras se estrellaban contra la influencia de los banqueros. Por ejemplo, la reforma postal. Rothschild protestó. ¿Tenía el Estado derecho a disminuir fuentes de ingresos con las que tenía que pagar los intereses de su deuda, cada vez mayor? 

 

 

La monarquía de Julio no era más que una sociedad por acciones para la explotación de la riqueza nacional de Francia, cuyos dividendos se repartían entre los ministros, las Cámaras, 240.000 electores y su séquito. Luis Felipe era el director de esta sociedad, un Roberto Macaire en el trono. El comercio, la industria, la agricultura, la navegación, los intereses de la burguesía industrial, tenían que sufrir constantemente riesgo, y quebranto bajo este sistema. Y la burguesía industrial, en las jornadas de Julio, había inscrito en su bandera: gouvernement à bon marché, un gobierno barato. 

 

 

Mientras la aristocracia financiera hacía las leyes, regentaba la administración del Estado, disponía de todos los poderes públicos organizados y dominaba a la opinión pública mediante la situación de hecho y mediante la prensa, se repetía en todas las esferas, desde la corte hasta el café borgne, la misma prostitución, el mismo fraude descarado, el mismo afán por enriquecerse, no mediante la producción, sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena ya creada. Y señaladamente en las cumbres de la sociedad burguesa se propagó el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la burguesía; desenfreno en el que, por ley natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego, desenfreno por el que el placer se convierte en crápula y en el que confluyen el dinero, el lodo y la sangre. La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpemproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa. 

 

 

Las fracciones no dominantes de la burguesía francesa clamaban: ¡Corrupción! El pueblo gritaba: A bas les grands voleurs! A bas les assassins!. Cuando en 1847, en las tribunas más altas de la sociedad burguesa, se presentaban públicamente los mismos cuadros que por lo general llevan al lumpemproletariado y a los prostíbulos, a los asilos y a los manicomios, ante los jueces, al presidio y al patíbulo. La burguesía industrial veía sus intereses en peligro; la pequeña burguesía estaba moralmente indignada; la imaginación popular se sublevaba. París estaba inundado de libelos: "La dynastie Rothschild", "Les juifs rois de l'époque", etc., en los que se denunciaba y anatemizaba, con más o menos ingenio, la dominación de la aristocracia financiera. 

 

 

La Francia de los especuladores de la Bolsa había inscrito en su bandera: Rien pour la gloire! La paix partout et toujours! ¡La guerra hace bajar la cotización del 3 y del 4 por ciento! Por eso, su política exterior se perdió en una serie de humillaciones del sentimiento nacional francés, cuya reacción se hizo mucho más fuerte, cuando, con la anexión de Cracovia por Austria, se consumó el despojo de Polonia y cuando, en la guerra suiza del Sonderbund, Guizot se colocó activamente al lado de la Santa Alianza. La victoria de los liberales suizos en este simulacro de guerra elevó el sentimiento de la propia dignidad entre la oposición burguesa de Francia, y la insurrección sangrienta del pueblo en Palermo actuó como una descarga eléctrica sobre la masa popular paralizada, despertando sus grandes recuerdos y pasiones revolucionarios.

 

( Anexión de Cracovia por Austria, de acuerdo con Rusia y Prusia el 11 de noviembre de 1846. Guerra del Sonderbund, del 4 al 28 de noviembre de 1847. Insurrección de Palermo, el 12 de enero de 1848. A fines de enero, bombardeo de la ciudad durante nueve días por los napolitanos. / Nota de Engels a la edición de 1895.)

 

Finalmente dos acontecimientos económicos mundiales aceleraron el estallido del descontento general e hicieron que madurase el desasosiego hasta convertirse en revuelta. 

 

 

La plaga de la patata y las malas cosechas de 1845 y 1846 avivaron la efervescencia general en el pueblo. La carestía de 1847 provocó en Francia, como en el resto del continente, conflictos sangrientos. ¡Frente a las orgías desvergonzadas de la aristocracia financiera, la lucha del pueblo por los víveres más indispensables! ¡En Buzançais, los insurrectos del hambre ajusticiados! ¡En París, estafadores más que hartos arrancados a los tribunales por la familia real! 

 

 

El otro gran acontecimiento económico que aceleró el estallido de la revolución fue una crisis general del comercio y de la industria en Inglaterra; anunciada ya en el otoño de 1845 por la quiebra general de los especuladores de acciones ferroviarias, contenida durante el año 1846 gracias a una serie de circunstancias meramente accidentales —como la inminente derogación de los aranceles cerealistas—, estalló, por fin, en el otoño de 1847, con las quiebras de los grandes comerciantes en productos coloniales de Londres, a las que siguieron muy de cerca las de los Bancos agrarios y los cierres de fábricas en los distritos industriales de Inglaterra. Todavía no se había apagado la repercusión de esta crisis en el continente, cuando estalló la revolución de Febrero. 

 

 

La asolación del comercio y de la industria por la epidemia económica hizo todavía más insoportable el absolutismo de la aristocracia financiera. La burguesía de la oposición provocó en toda Francia una campaña de agitación en forma de banquetes a favor de una reforma electoral, que debía darle la mayoría en las Cámaras y derribar el ministerio de la Bolsa. En París, la crisis industrial trajo, además, como consecuencia particular, la de lanzar sobre el mercado interior una masa de fabricantes y comerciantes al por mayor que, en las circunstancias de entonces, no podían seguir haciendo negocios en el mercado exterior. Estos elementos abrieron grandes tiendas, cuya competencia arruinó en masa a los pequeños comerciantes de ultramarinos y tenderos. De aquí un sinnúmero de quiebras en este sector de la burguesía de París y de aquí su actuación revolucionaria en Febrero. Es sabido cómo Guizot y las Cámaras contestaron a las propuestas de reforma con un reto inequívoco; cómo Luis Felipe se decidió, cuando ya era tarde, por un ministerio Barrot; cómo se llegó a colisiones entre el pueblo y las tropas; cómo el ejército se vio desarmado por la actitud pasiva de la Guardia Nacional y cómo la monarquía de Julio hubo de dejar el sitio a un gobierno provisional…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Karl MARX. “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850” ]

 

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