1163
DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL
Andrés Piqueras
(07)
PARTE I
De la agonía del capital(ismo) y del
desvelamiento de su ilusión democrática
CAPÍTULO 3
De las bases económicas de la degradación política (y social).
Desarrollo tecnológico, trabajo potenciado y caída del valor
El valor no es algo físico, sino social o abstracto, y se basa en la condición de que lo que produzcan los seres humanos sean mercancías. Para que éstas puedan intercambiarse “equitativamente” precisan de una substancia que las afecte a todas por igual. El valor que las identifica y permite su medida e intercambio es el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlas.
El problema irresoluble que afronta hoy la economía capitalista es que ese valor se está reduciendo aceleradamente según las fuerzas productivas entran en su fase de automatización-robotización. El desarrollo capitalista comporta intrínsecamente una tendencial mayor utilización de (e innovación en) tecnologías intensivas en capital, o lo que es lo mismo, una menor utilización de fuerza de trabajo por unidad de capital invertido. Circunstancia que lleva implícito un crónico proceso de sobreacumulación de capital invertido por unidad de valor que se es capaz de generar. Ello quiere decir que según aumenta el peso relativo del capital jo (maquinaria) sobre el variable (seres humanos) en la composición orgánica del capital, puede aumentarse la productividad, pero menos valor (y por tanto ganancia) se es capaz de generar en proporción. Esto es, al reducirse relativamente la fuerza de trabajo en un determinado proceso productivo, disminuye también la masa de valor vinculada a ella (para el capitalista esa disminución se manifiesta como pérdida de plusvalor o plusvalía, que sólo se extrae de los seres humanos). Veámoslo.
El valor como tiempo abstracto es el resultado de la suma de:
a. el tiempo de trabajo muerto o pasado, que ya realizaron los seres humanos al extraer y procesar las materias primas y al fabricar los instrumentos de producción (maquinaria, herramientas, etc.) que en el presente se utilizan en la producción de una mercancía; y
b. el tiempo de trabajo vivo, el que realizan los seres humanos en el
presente para producir esa mercancía.
Es decir, en el valor de las mercancías entran dos componentes:
a) el valor pasado o de los medios de producción que han sido consumidos completamente (insumos, materias primas y semielaboradas…) o parcialmente (maquinaria, herramientas…) en la producción de una determinada mercancía: este es un componente indirecto (añade tiempo indirecto o pasado aunque interviene en el presente); b) El valor nuevo creado por el trabajo vivo (los seres humanos) en cada concreta producción: componente directo (indica el tiempo socialmente necesario que se emplea en el presente para realizar una determinada producción). Ambos trabajos contribuyen en pie de igualdad, aunque en diferentes maneras y en distintas proporciones, a la formación del valor de la nueva mercancía. Con el desarrollo tecnológico se incrementa el tiempo de trabajo muerto (incardinado en la nueva tecnología) en detrimento del trabajo vivo. Dado que cualquier máquina se consume poco a poco en el proceso de producción, transmite parte de su valor en cada mercancía que contribuye a producir. En principio, bajo esta consideración, la maquinaria encarece cada mercancía (y de hecho se predica que si una maquinaria o cualquier otra plasmación de nueva tecnología aumenta la productividad, lo lógico es que trasmita también una cantidad total de valor indirecto mayor en la producción de mercancías –porque ella misma ha debido contener más tiempo de trabajo pasado –cualificado– socialmente necesario para producirla–). Pero, atención, tal maquinaria-tecnología no sólo no está generando nuevo valor (tan sólo trasfiere parte del que ella misma tenía –y por tanto, tampoco crea plusvalor–), sino que a la postre su tendencia es a hacer descender el valor final de las mercancías. Para empezar, cuando las máquinas contribuyen a aumentar aceleradamente la productividad, también reducen en proporción el valor de cada mercancía que generan: depositan menos parte de su valor en cada una de el as. Además, se llega a un abaratamiento de las mismas si el encarecimiento por causa de la “cesión de valor” de la maquinaria se compensa con el tiempo de trabajo presente ahorrado en la producción.
Supongamos (siguiendo algunas demostraciones de Heinrich, 2008) que en la fabricación de una determinada mercancía se consumen materias primas por un valor de 50, así como 8 horas de trabajo que producen en circunstancias normales un valor de 80. Entonces el valor de la mercancía será: 50 (materias primas) + 80 (tiempo de trabajo) = 130
Para simplificar mantendremos constante el valor de las materias primas. Supongamos ahora que introducimos maquinaria en la fabricación, y que la máquina tiene un valor de 20.000 y sirve para fabricar 1.000 unidades de esa mercancía antes de su desgaste completo. Transfiere, por tanto, un valor de 20 a cada unidad. De momento la mercancía se encarece en esos 20 (adquiere ese valor añadido); pero si con la máquina ahorramos, por ejemplo, 3 horas de trabajo, el valor final de la mercancía será menor:
50 (materias primas) + 20 (de la máquina) + 50 (de 5 horas de trabajo) = 120
La mercancía se ha abaratado en 10 unidades de valor. En general, lo más normal es que el trabajo complejo punta (o potenciado) no otorgue más valor final a la mercancía, sino más mercancías por unidad de tiempo, esto es, haga aumentar la productividad. Si lo que se quiere decir es que en este caso al aumentar la productividad tenemos más producción (más mercancías en la misma unidad de tiempo) y por tanto el valor total aumenta, es falso como tal enunciado, dado que ahora cada mercancía producida en el mismo tiempo sale con menos valor. Sólo es cierto si consideramos que la productividad aumenta la escala o amplitud de la producción total de la economía, algo que hoy ya está en cuestión como veremos en el siguiente capítulo.
En cada caso concreto lo que hay que precisar es si el valor indirecto total depositado en una mercancía hace subir el valor final de la misma o no, y eso sólo puede saberse en función del tiempo de trabajo directo que pueda ahorrar, (algo que se traslucirá en el intercambio de trabajos abstractos, en cuanto que precios-valor de cada mercancía expresados en forma de dinero). Por ejemplo, una máquina de valor 40.000, hecha para producir 2.000 unidades antes de su desgaste total, añadiría un valor de 20 a cada unidad, de fabricarse todas. Si contribuyera a fabricar 50 mercancías en un año, estaría añadiendo un valor indirecto de 1.000 al total de esas 50 mercancías. Si con la innovación tecnológica se fabrica una máquina de valor 50.000, diseñada para sacar 3.000 unidades en total, está transfiriendo 16,6 de valor a cada unidad en ese mismo periodo (ya vemos aquí que el precio de la innovación tecnológica en función del valor que se genera tiende a encarecer los costos de producción, afectando la tasa de ganancia). Aunque esa máquina sea capaz de producir 60 unidades al año, por ejemplo, ni siquiera hace aumentar el valor indirecto total, pues estará depositando 996 unidades de valor en esas 60 mercancías (a un costo de producción mayor si sólo consideramos la maquinaria). Por eso, de cierto, lo que hace a corto plazo el trabajo complejo potenciado es aumentar la productividad a costa de reducir el valor de las mercancías individuales, lo que se traduce en posibilidad de abaratamiento del precio y provoca la acentuación de la competencia capitalista. El trabajo potenciado expresado en forma de tecnología punta generaría más valor sólo si consideramos que no ahorra trabajo directo, pero el hecho es que sí tiende a ahorrarlo. Por eso a la postre resulta contradictorio para el mantenimiento del valor en la sociedad capitalista.
Sin embargo, de esto último difícilmente se da cuenta el empresariado. De hecho, ¿cuándo es que los capitalistas deciden instalar maquinaria (“trabajo muerto” o indirecto), en lugar de emplear seres humanos (“trabajo vivo” o directo)? A los capitalistas no les incumbe gran cosa que la maquinaria haga o no descender el valor de los productos; lo que les importa es el valor como plusvalor que pueden extraer de la fuerza de trabajo en cada proceso de producción (que es el que realmente puede traducirse en ganancia para ellos).
Un capital individual alcanza una ganancia extra si consigue que sus costos individuales sean más bajos que el promedio social, pero que ese descenso no repercuta proporcionalmente en el precio-valor final de sus mercancías. Esto es lo que ha hecho decir a diferentes autores que niegan la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, que cada capitalista individual no adquirirá maquinaria si no le supone un beneficio. Consideremos lo plausible de su argumento. Supongamos en el primer ejemplo anterior que la tasa de plusvalía es del 100% (50% de trabajo necesario o salario para el trabajador/a y 50% de trabajo excedente o de plusvalía capitalista). La persona que trabaja 8 horas y crea así un valor de 80, recibe la mitad, 40, como salario. Por tanto, antes de la introducción de la máquina, los costos de este capitalista para la fabricación de una determinada mercancía son:
50 (materias primas) + 40 (salario de 8 horas) = 90
En cambio, los costos después de la introducción de la máquina (reduciendo 3 horas de trabajo necesario) son:
50 (materias primas) + 20 (del desgaste de la máquina por unidad producida) + 25 (salario de 5 horas para generar un valor de 50) = 95
Aunque la máquina hizo bajar el gasto total en trabajo para el producto (y con ello el valor del mismo), al no reducir los costos del capitalista, lo más lógico es que no sea instalada. Sólo lo será si ahorra más en salarios que lo que cede en valor a cada mercancía individual. Por eso, la misma máquina que deposita un valor de 20 en cada mercancía, pero que ahorrara más de 4 horas de trabajo (con la misma tasa de plusvalía) sí sería instalada.
Ejemplo de reducción de 4,5 horas de trabajo:
50 (materias primas) + 20 (del desgaste de la máquina por unidad producida) + 17,50 (salarios por 3,5 horas con un valor de 35) = 87,50
A partir de aquí la máquina ahorra costos y podrá ser instalada. Este sencillo argumento, como decía, es el que ha llevado a ciertos “neomarxistas” a desechar la caída tendencial de la tasa de ganancia descubierta por Marx. Siguen aquí a Okishio cuando dice que “un capitalista individual que maximice los beneficios sólo adoptará una nueva técnica de producción si reduce el costo de producción por unidad o aumenta los beneficios por unidad a precios corrientes. Así que la acumulación capitalista debe conducir a un aumento de la tasa de ganancia, no a una tendencia a caer, de lo contrario, ¿por qué cualquier capitalista invertiría en nuevas tecnologías?” (en Roberts).Pero veamos qué es lo que está ocurriendo realmente bajo el suelo en el que se mueven los capitalistas, más allá de su “opción racional”.
a. La máquina ha ido reduciendo el valor (total) de la mercancía
El valor de ésta (que estaba en 120) ahora sería:
50 (materias primas) + 20 (del desgaste de la máquina) + 35 (de 3,5 horas de trabajo) = 105
b. La máquina reduce la proporción de valor nuevo (o trabajo directo) generado por la fuerza de trabajo. Con lo cual va minando sistemáticamente la fuente de plusvalía y aun cuando haga obtener más trabajo excedente al capitalista (ver explicación en cuadro 1), a medio plazo esa apropiación de trabajo como “excedente” no compensa la pérdida de trabajo necesario que va quedando; tendiendo a hacer descender la ganancia. Esto es así porque cada vez es menor el aumento de plusvalía que se consigue con el incremento de la productividad (facilitado por el trabajo pasado). Con el agravante de que cuanto mayor sea la plusvalía ya capitalizada (apropiada por el capital), es menor el tiempo de trabajo necesario que queda por apropiarse como trabajo excedente. De hecho, la mayor parte de la jornada de trabajo se realiza ya como trabajo excedente, es decir, para la plusvalía capitalista. En definitiva, por tanto, el incremento de la tasa de explotación no implica necesariamente un incremento de la tasa de ganancia, sino que al contrario ésta, subterráneamente, tiende a decaer con la mecanización (cuadro 1.)
Cuadro 1. La caída tendencial de la tasa de ganancia. Un factor
ineludible
Cuanto más aumenta la productividad se hace menor la jornada de trabajo necesario, con lo que los seres humanos en las sociedades de capitalismo avanzado tendrían que trabajar cada vez menos horas. Sin embargo, los avances en productividad a través del desarrollo tecnológico no han aumentado proporcionalmente el “tiempo libre” de la fuerza de trabajo, el cual puede seguir incluso una tendencia contraria, porque lo que se hace según desciende el tiempo de trabajo necesario con la productividad, es aumentar la jornada de trabajo excedente, es decir, aquel a que la fuerza de trabajo realiza sólo para la plusvalía del empresariado. Sin embargo esa vía también tiene sus límites.
Para empezar, cuanto más aumenta la productividad menos aumenta proporcionalmente la plusvalía.
1. Supongamos una jornada laboral de 10 horas, con una tasa de plusvalía de 100%. Eso signi ca que la jornada laboral se descompone en:
5 horas de trabajo necesario (para el salario)
5 horas de trabajo excedente (para la plusvalía)
1/2 + 1/2 = 2/2 = 100% Plusvalía 0,50
2. Si la productividad se duplica, implica que ya sólo hace falta la mitad de trabajo necesario, de manera que mantener la misma jornada laboral significa:
1/4 de jornada para el trabajo necesario
3/4 de jornada para el trabajo excedente
Sin embargo la plusvalía no aumenta en la misma proporción, pues:
de 1/2 a 3/4 se avanza de 0,50 a 0,75 = 0,25 Es decir, la plusvalía sólo ha aumentado 1/4 (=0,25)
3. Si ahora se volviera a duplicar la productividad, todavía aumentaría menos la plusvalía. Tendríamos:
1/8 de jornada para el trabajo necesario
7/8 de jornada para trabajo excedente
La plusvalía pasa de 3/4 ó 6/8 (= 0,75) a 7/8 (= 0,87)
Es decir, de 0,75 se obtiene ahora 0,87. Lo que es igual a 0,12 de aumento de plusvalía.
Significa que cada vez es menor el aumento de plusvalía que se consigue con el aumento de la productividad. Con el agravante de que cuanto mayor sea la plusvalía ya capitalizada (apropiada por el capital), es menor el tiempo de trabajo necesario que queda por apropiarse como trabajo excedente. De hecho, la mayor parte de la jornada de trabajo se realiza ya en exclusividad como trabajo excedente, es decir, para la plusvalía capitalista (dado el enorme desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado y el que se tiene de potencial, el trabajo necesario en la mayoría de las sociedades de capitalismo avanzado podría ser cuanto menos 1/3 del que realmente se hace. Hoy, sin embargo, en aras de la acumulación de capital, el tiempo de trabajo real que realiza un trabajador medio ha aumentado –por encima de las 8 horas–).
Es por eso también por lo que la tasa de acumulación tiende históricamente a ser más alta que la tasa de plusvalía (cuestión ligada asimismo a la sobreproducción, que enseguida veremos). O dicho de otra forma, cada vez se necesita más capital constante para generar valor en escala decreciente del cada vez menor tiempo de trabajo necesario que va quedando.
Por consiguiente, si el proceso de acumulación se quiere llevar al límite –como es la tendencia de cada unidad de capital, por definición–, hasta el propio beneficio (la fuente de la acumulación misma) se convierte en obstáculo para la acumulación, de forma que el capitalista pretende acumular a un ritmo superior al de los beneficios. Cuando esto ocurre, y el capital crece aún más deprisa que el beneficio, el capital puede estar en su apogeo, la acumulación en su etapa más saludable, y, al mismo tiempo, la ganancia está descendiendo necesariamente.
Fuente: GPM (2003).
Ocurre de esa manera porque según aumenta para el capital social global su composición orgánica, aumenta también con el o la tasa de plusvalor (mayor va siendo la proporción del trabajo excedente frente al trabajo necesario), pero no aumenta en cambio la masa total de plusvalor en la misma proporción, dado que el trabajo necesario (el que al trabajador se le paga para reproducir su fuerza de trabajo) que resta por capitalizar va disminuyendo drásticamente según avanza esa inversión y composición orgánica del capital. Dicho de otra manera, el trabajo necesario disminuye en la misma dimensión que crece el trabajo excedente. Y conforme disminuye ese trabajo necesario es más costoso apropiarse del trabajo necesario que va quedando.
Esta es la tendencia básica que se da con el desarrollo de las fuerzas productivas, que sólo se puede contrarrestar pasajeramente con el aumento de la productividad, con el descenso de la composición técnica de ciertos capitales privados e incluso de ciertas ramas de la producción, y también con el descenso del valor de la fuerza de trabajo (además de todo el otro conjunto de factores contra-restantes que Marx indicó) La forma concreta en que se expresa la tasa media de ganancia en cada momento histórico es el resultado de la interacción de la tendencia y sus contratendencias. Pero la tendencia siempre está presente, aun cuando funcionen bien los procesos contratendenciales y se dé un periodo de auge en la economía. Es la pérdida de la fuente de plusvalor en términos generales la que imprime esa tendencia a escala de la economía capitalista en su conjunto, aun en el caso de que en ciertos capitales particulares disminuyese la composición orgánica del capital por abaratamiento de la composición técnica (como sostienen Carbal a y Harracá). El precio (y la composición orgánica resultante) de una máquina o de algunas máquinas puede caer, pero el del sistema de máquinas tiende necesariamente a aumentar, aun cuando transitoriamente capitales particulares puedan experimentar beneficios derivados de la reducción de costos (y precios) frente a la competencia, o incluso bene cios altos a pesar de tener una alta composición orgánica del capital (Carchedi). Esto se explica porque aunque los precios de las mercancías producidas en total en una economía están estrechamente correlacionados con el total de horas de trabajo empleadas, a escala particular de unos y otros capitales, valores y precios no tienen porqué corresponderse, dado el desigual reparto que la competencia intercapitalista establece por la apropiación de la plusvalía total producida. Sin embargo, sí tienden a hacerlo en el cómputo global de la economía (cuadro 2; ver también al respecto, por ejemplo, Moseley, 2011, Arrizabalo, 2016), porque el valor, el tiempo social de trabajo ejercido, sigue siendo la base de los precios en una economía capitalista.
Hay que tener muy presente siempre que la separación entre el trabajo necesario que produce el valor equivalente de los salarios de la fuerza de trabajo, y el trabajo excedente que genera plusvalía (como lo que constituye en sí mismo el “trabajo socialmente necesario” en cuanto que medida del valor) se establece en el conjunto de la economía, y no en cada capital particular.
Cuadro 2. La transformación de valores totales en precios generales
Los precios relativos están determinados por el costo del capital avanzado en la producción más la tasa media de ganancia establecidaa través de la competencia entre capitales particulares y entre éstos y el Trabajo
SECTORES |
c |
v |
s |
Valor total |
c |
v |
p |
Precio total |
1 |
80 |
20 |
20 |
120 |
80 |
20 |
49 |
149 |
2 |
60 |
30 |
30 |
120 |
60 |
30 |
44 |
134 |
3 |
50 |
40 |
40 |
130 |
50 |
40 |
44 |
134 |
4 |
40 |
70 |
70 |
180 |
40 |
70 |
54 |
164 |
5 |
20 |
80 |
80 |
180 |
20 |
80 |
49 |
149 |
Total |
250 |
240 |
240 |
730 |
250 |
240 |
240 |
730 |
c = capital constante; v = capital variable; s = plusvalía
Fuente: Roberts (2020).
La competencia intercapitalista establece un precio medio de producción y una tasa media de ganancia en el mercado, pero diferentes productores tienen diferentes e ciencias. Algunos producen las mercancías en menos tiempo de trabajo que otros, dado que invierten más en tecnologías ahorradoras de trabajo (lo que se expresa en su mayor composición orgánica del capital). Teniendo en cuenta los precios de producción, los productores más eficientes consiguen más beneficio porque las mercancías producidas en esferas con una alta composición orgánica tienden a intercambiarse por encima de su valor, aunque puedan salir con menor precio que la competencia. Cuando el conjunto de capitalistas ha adoptado la tecnología que antes era “punta”, la rentabilidad extra proporcionada por la misma se disipa, pero como quiera que entonces la composición orgánica del capital ha aumentado en su conjunto, la tasa media de ganancia ha caído comparándola con el momento anterior a la introducción de aquel a tecnología.
Fijémonos lo curioso que resulta que la tasa media de ganancia pueda estar cayendo al mismo tiempo que la masa total de ganancia suba. Esto último motiva a los distintos capitalistas particulares a aumentar la inversión productiva hasta que es demasiado tarde. Si el proceso de acumulación se quiere llevar al límite –-como es la tendencia de cada unidad de capital, por definición-–, hasta el propio beneficio (fuente de la acumulación misma) se convierte en obstáculo para la acumulación, de forma que el capitalista pretende acumular a un ritmo superior al de los beneficios. Se explica así también porqué la tasa de acumulación tiende históricamente a ser más alta que la tasa de plusvalía (cuestión ligada a la sobreacumulación). Cuando esto ocurre, y el capital crece aún más deprisa que el bene cio, el capital se siente a sí mismo en su apogeo, la acumulación parece atravesar una etapa próspera e incuestionable, como nos dijera Marx en el Libro II de El Capital, la conciencia social ve confirmada su fe en el progreso que el capitalismo es capaz de generar, pero al mismo tiempo, por debajo, imperceptiblemente, la Tasa General de Ganancia Media tiende a descender, independientemente de que algunos capitalistas puedan ver aumentar su particular tasa de ganancia todavía durante algún tiempo. La masa de beneficio también decae en el momento que Marx llamó de “sobreacumulación absoluta”, el punto de inflexión para las crisis. Y Marx, contra quienes se empeñan en continuar negándolo aun a costa de toda evidencia, no se había equivocado (Carchedi).
Otra cuestión sumamente importante a tener en cuenta es que para que haya mayor rentabilidad en los sectores tecnológicos de punta, éstos deben coexistir con esferas o capitales particulares en los que predomine la explotación extensiva con muy baja composición orgánica del capital, posibilitando la mayor rentabilidad en aquellos primeros sectores a través de la formación de la tasa media de ganancia (y los precios de mercado). Esta “ruptura” del intercambio equivalente se hace necesaria para preservar la propia tasa media de beneficio, haciendo viables temporalmente las esferas o las empresas de alta composición orgánica del capital. Lo cual puede explicar la paradoja del “trabajo cero”, es decir que un capitalista que sólo tuviera máquinas, sin trabajo humano alguno, pudiera tener ganancias por algún tiempo. No puede perderse de vista en relación a estas consideraciones, que las relaciones laborales para-salariales y los trabajos no-salariales están directamente implicados en el sostenimiento tanto de la tasa media de ganancia como de la masa de ganancia total.
Las personificaciones del capital alcanzan una visión de todo ello cuando reconocen que sus beneficios no sólo derivan del trabajo empleado en su esfera individual de producción, sino del hecho de que todos y cada uno de ellos están involucrados, como clase, en una explotación colectiva de la fuerza de trabajo. Es decir, que pugnan entre sí por el beneficio pero se coaligan para la extracción de plusvalía. Esto es básico para incentivar la conciencia de clase capitalista que, aunque afectada también por fetiches, mistificaciones e ilusiones, se beneficia a la postre de ellos en cuanto que estorban más profundamente la conciencia de clase de la fuerza de trabajo.
No obstante, por mucho que se explote a la fuerza de trabajo en la obtención de plusvalía, si su número se reduce, al final la plusvalía no puede compensar la pérdida de valor. Así, si en un determinado momento un capitalista cuenta con 10 personas asalariadas, y cada persona le proporciona 4 horas de plusvalía por día, tendremos un resultado de 10 x 4 = 40 horas de plustrabajo por día. Si en un segundo momento introducimos maquinaria hasta el punto de dejar sólo 2 personas trabajando, aunque se aumentara la plusvalía a 8 horas por día (la totalidad de la jornada laboral oficial), el resultado sería 2 x 8 = 16 horas de plusvalía-plustrabajo diarias. Y finalmente, como señalaba Marx, por mucho que la clase capitalista quiera aumentar la explotación, el aumento de la plusvalía por persona no puede exceder las 24 horas del día.
Aun así, y como quiera que el desarrollo tecnológico aumenta el trabajo excedente del que se apropia el capital al reducir cada vez más el tiempo necesario para producir mercancías, todos los capitalistas, forzados tanto por su incesante competencia entre sí como por la pulsión del beneficio a corto plazo, entran en esa carrera de relevo tecnológico que, a la postre, es auto-destructiva. Esto lo podemos enunciar de otra forma: el ansia de plusvalor va socavando, bajo tierra, el propio valor.
“El hecho de que la plusvalía relativa aumente en relación directa al desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, mientras que el valor de las mercancías disminuye en razón inversa a este desarrollo, siendo, por tanto, el mismo proceso que abarata las mercancías el que hace aumentar la plusvalía contenida en el as, nos aclara el misterio de que el capitalista, a quien sólo interesa la producción de valor de cambio, tienda constantemente a reducir el valor de cambio de sus mercancías…” (Marx).
Para el capitalista puntero el medio más simple para dar salida a un mayor número de mercancías y desplazar a la competencia es reducir el precio de las mismas. El producto individual se venderá, por tanto, por debajo de su valor anterior, a la vez que el capitalista adelantado sigue extrayendo una plusvalía (léase beneficio) excepcional. Si el capitalista en cuestión vende más (y no se modifica nada que provoque una mayor demanda global), los restantes capitalistas que producen la misma mercancía (suponemos una situación no monopolística) van a vender menos y, a la larga, pueden ir a la quiebra. Si quieren defender su cuota de mercado (el porcentaje de sus ventas en las ventas globales del producto), tendrán que operar con el mismo criterio: vender a un precio más bajo. Si no se transforma su forma de producción, esa venta a menor precio conducirá a una disminución de su beneficio. Por lo tanto, al resto de capitalistas no les queda otra –para poder tomar parte en la competencia de precios de la mercancía que producen– que aumentar igualmente la fuerza productiva del trabajo y reducir los costes. De este modo, la competencia obliga a los capitalistas a participar en el aumento de la fuerza productiva al que uno de el os puede dar comienzo, aun en el caso de que, individualmente, un determinado capitalista no tenga interés alguno en elevar cada vez más la valorización del capital. De este modo, “las leyes inmanentes del capital, como la tendencia a prolongar la jornada laboral y el desarrollo de la fuerza productiva, son independientes de la voluntad de los capitalistas individuales”. Se imponen frente a ellos, frente a su “forma de ser”, frente a su voluntad, lo quieran o no, como leyes coercitivas de la competencia (como reconoce el propio Heinrich). A esto Marx lo llamó aumento creciente de la composición orgánica del capital.
“En 1960 se necesitaban 133 trabajadores por una unidad de capital fijo. Para 2009 ese número había caído a 6. El nuevo valor y, por lo tanto, la plusvalía producida, por unidad de activo productivo invertido han estado cayendo durante los últimos 50 años y probablemente más si se dispusiera de datos anteriores a 1960. El número de trabajadores requeridos por el valor creciente de los activos sigue disminuyendo y parece tender hacia la secular ‘sobreproducción absoluta de capital’, el punto en el que las unidades adicionales de capital no producirán nuevo valor” (Carchedi).
La competencia intrínseca entre capitalistas es la explicación clave para la tecnificación, y no (al menos no sólo) la acción de “huir” de la fuerza de trabajo, según a afirman ciertos “neomarxismos” como el autodenomiando “marxismo abierto” (como se verá en la segunda parte del libro, capítulo 8). De hecho, el capital por lo común no se automatiza si la fuerza de trabajo es más barata que la máquina, aunque sea “díscola”. Si la “huida” fuera la razón principal de la mecanización, ésta no se complementaría constantemente con la incorporación de nueva fuerza de trabajo para la acumulación de capital, pues el proceso capitalista es aquí contradictorio: por un lado el capital experimenta la necesidad de aumentar el trabajo excedente (plustrabajo) a costa del trabajo necesario, para conseguir la plusvalía, al tiempo que requiere incorporar sin cesar, por otro lado, nuevo trabajo necesario (como “trabajo vivo” o fuerza de trabajo) para proporcionarse la condición de posibilidad ampliada de aquella plusvalía. Dicho de otra forma, si por una parte la materialización de la plusvalía (el plustrabajo) requiere la eliminación del trabajo necesario (y por ende, tendencialmente, de trabajadores/as), por otra, para garantizar la posibilidad de existencia de aquel a materialización el capital necesita la incorporación continua de nuevos/as trabajadores/as (una vez desposeídos/as). Todo ello no quiere decir que las luchas de clase no in uyan en las decisiones de “maquinizar” la producción. El problema aparece cuando se las quiere hacer ver como un factor absoluto, sin considerar otros procesos como la propia competencia intra-clase capitalista.
Lo que sí puede extraerse de la propia competencia capitalista es tanto la denominada “paradoja de la productividad” como la necesidad de una permanente expansión del mercado. Si, como hemos visto, cada vez queda menos margen para que los aumentos de la productividad repercutan en la elevación de la tasa de plusvalía, la propia productividad se convierte en un problema cada vez más difícil de resolver para la ganancia capitalista. Expresado desde otro prisma, según la automatización de los procesos productivos va haciendo que la cantidad de tiempo de trabajo depositada en cada producto sea menor, la productividad de cada trabajador debe aumentar (debe de hacer más productos o generar más servicios en la misma unidad de tiempo) para que la masa de beneficio realizable no disminuya. Es decir, que si ahora una mercancía saliera con una décima parte del valor que tenía hace una década (se fabricara en 10 veces menos de tiempo social), habrían de fabricarse 10 veces más elementos de esa mercancía para no perder el total del valor anterior y por tanto la posibilidad de ganancia capitalista. Lo cual conduce a la paradoja de que más aumenta la productividad de las fuerzas productivas, más se necesita que aumente para intentar salvar el beneficio. Así, si la productividad crece por ejemplo un 5%, la acumulación ha de crecer al mismo nivel para mantener el empleo (y por tanto la fuente de plusvalía). Eso quiere decir, además, que el consumo se ha de intensificar exponencialmente de cara a adaptarse a los aumentos de productividad y paralela elevación de la producción. El capitalismo, por tanto, está condenado a mantener una continua expansión del consumo a escala planetaria; lo que le obliga al logro de una pulsión consumista en las poblaciones con capacidad de compra, llevando además a una permanente pugna entre los capitales particulares por expandir el mercado y apropiarse de una mayor cuota del mismo, con la consiguiente extenuación de la naturaleza.
Dentro de la ley del valor-capital es imposible dejar de llevar a cabo tal permanente expansión depredadora. Si se deja de crecer se detiene el funcionamiento del capital.
Vemos en el siguiente capítulo que es justo lo que el capitalismo está
experimentando en el presente…
(continuará)
[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL / Andrés Piqueras ]
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