domingo, 12 de mayo de 2024

 

1156

 

LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(07)

 

 

 

I

 

Las distintas formas de la lucha de clases

 

 

 

7. 1861-1865: UNA «CRUZADA DE LA PROPIEDAD CONTRA EL TRABAJO»

 

Más de dos décadas después de la crisis revolucionaria de 1848-1849, Marx y Engels son testigos de la tragedia de la Comuna de París, pero en este caso el choque entre burgueses y proletarios está a la vista de todos, aunque solo sea por los pelotones de ejecución que los primeros alinean contra los segundos. Pero vamos a ocuparnos de otra historia más compleja que los dos filósofos y militantes revolucionarios siguieron desde un observatorio situado a miles de kilómetros de distancia. Me refiero a la Guerra de Secesión, que según el primer libro de El capital, publicado en 1867, es «el único acontecimiento grandioso (grofíartiges Ereignis) de la historia de nuestros días» (MEW). Es una expresión que hace pensar en la utilizada varios años antes a propósito del levantamiento de los obreros parisinos, de la «insurrección de junio» de 1848: «el acontecimiento más colosal (kolossalstes Ereignis) de la historia de las guerras civiles europeas» (MEW).

 

 

El capital hace un paralelo sobre todo entre la Guerra de Secesión y la lucha (en Inglaterra y Francia) contra unas condiciones de trabajo que de hecho obligan a los obreros a «trabajar a muerte». Si la abolición de la esclavitud negra es el resultado de la «guerra civil norteamericana», asimismo «la limitación y regulación legal de la jornada de trabajo se ha arrancado a la fuerza con una guerra civil semisecular» (MEW). Si en Estados Unidos el decreto de emancipación prohíbe la compraventa de esclavos negros, en Europa la regulación legislativa del horario de trabajo impide a los obreros «venderse a sí mismos y a su prole para la muerte y la esclavitud mediante un contrato voluntario con el capital» (MEW). Si al otro lado del Atlántico, tras la elección de Lincoln, tachado de abolicionista, se produce la secesión de los estados esclavistas, los capitalistas ingleses reaccionan a la reducción y regulación del horario de trabajo con una «Proslavery Rebellion en miniatura», con una agitación para mantener en su pureza la esclavitud asalariada (MEW).

 

 

En ambos casos estamos ante una lucha de clases sostenida al mismo tiempo desde arriba y desde abajo; en Estados Unidos, sobre todo en la última fase del conflicto, las filas del ejército de la Unión engrosaron con la afluencia de esclavos o ex esclavos, que abandonaron a sus amos actuales o antiguos para contribuir a la derrota de la secesión esclavista, mientras que en Inglaterra la agitación obrera era de vieja data; en los dos países la burguesía reformadora desempeñó un papel importante. Estamos ante una lucha de clases emancipadora, que no se presenta en estado puro, como choque entre explotadores y explotados, opresores y oprimidos.

 

 

Por supuesto, el carácter «impuro» de la Guerra de Secesión era más marcado y evidente, no solo porque quienes se enfrentaban no eran (por lo menos a primera vista) una clase dominante y una clase oprimida. Además, lo que inspiraba al Norte no era, ni mucho menos, el puro afán abolicionista: el propio Lincoln aseguraba que los estados esclavistas dispuestos a dar muestras de lealtad nacional tendrían garantizado el tranquilo disfrute del autogobierno (y de la propiedad privada del ganado humano). Para justificar su simpatía por el Sur, sectores importantes de la burguesía inglesa se basaban en esto y argumentaban: la Unión combate en primer lugar por los aranceles aduaneros proteccionistas (necesarios para el fomento de una industria autónoma) y en defensa de la integridad territorial (y del vasto mercado nacional que necesitaba la burguesía estadounidense). De un modo parecido razonaban personalidades significativas del movimiento socialista: ¿estaba justificado un baño de sangre solo para apoyar a la burguesía industrial del Norte contra la aristocracia terrateniente del Sur, es decir, para sustituir una clase explotadora por otra e imponer la generalización de la esclavitud asalariada después de acabar con la esclavitud clásica? La jugada parecía aún más fútil si se tenía en cuenta que las condiciones materiales de los esclavos asalariados no eran mejores que las de los esclavos propiamente dichos. Para colmo, estaba la hipocresía que la clase obrera inglesa afeaba a los abolicionistas ingleses: estos se enternecían con los esclavos negros de allende el Atlántico, pero permanecían impasibles ante la tragedia de los esclavos blancos en su propia casa.

 

 

De los límites del abolicionismo inglés era bien consciente Marx, que en El capital expresaba todo su desprecio hacia una figura emblemática como la duquesa de Southerland: la aristócrata recibía en Londres «con gran pompa a la señora Beecher Stowe, abolicionista militante y autora de La cabaña del tío Tom, haciendo ostentación de su simpatía por los esclavos negros de la república americana», pero al mismo tiempo era despiadada con sus propios «esclavos», «sistemáticamente expulsados» de sus tierras, condenados a morir de inanición, a veces barridos junto con las aldeas donde habitaban y así «exterminados» (MEW).

 

 

Sin embargo, desde su primer artículo en el New York Daily Tribune —publicado el 11 de octubre de 1861— Marx rechazaba claramente los argumentos que hemos visto antes: es verdad, Lincoln había asegurado que solo quería preservar la integridad territorial de Estados Unidos, pero «el Sur, por su parte, ha desatado una guerra proclamando claramente que la “peculiar institución” era el único y principal objetivo de la rebelión». Por otro lado, la constitución de la Confederación «había reconocido por primera vez la esclavitud como una cosa buena en sí y por sí, un baluarte de civilización y una institución divina. Si el Norte declaraba que luchaba por la Unión, el Sur se vanagloriaba de rebelarse por la supremacía de la esclavitud» (MEW). Por lo tanto, la apuesta era clara: se trataba de defender o liquidar la «esclavocracia sudista» (MEW).

 

 

Como vemos, se trata de una sorprendente inversión de posiciones. Quienes recurrían a una crítica de la ideología (de tipo economicista y reduccionista) eran los sectores pro-sudistas de la clase dominante inglesa (generalmente proclive a exaltar la pureza de los valores espirituales), mientras que quien subrayaba el significado y el valor abolicionista de la guerra del Norte era Marx, el gran y agudo crítico de la ideología. ¿Por qué motivo? Trataré de explicar por qué Marx veía la guerra de la Unión para acabar con la secesión esclavista como una lucha de clases gigantesca y emancipadora:

 

a)       Era preciso vencer a una sociedad dominada por «una oligarquía» y «donde todo el trabajo productivo se endosa a los niggers» (MEW). Como se ha observado acertadamente, «durante gran parte de la historia humana la expresión “trabajo libre” fue un oxímoron» (Drescher) y lo era ostensiblemente en los años previos a la Guerra de Secesión, en el Sur de Estados Unidos, donde, como decía Tocqueville, «el trabajo se confundía con la idea de esclavitud». Romper con esta tradición significaba conferir dignidad a la idea misma de trabajo y cosechar una importante victoria ideológica; la «guerra abolicionista» de la Unión contra los estados esclavistas y secesionistas del Sur, al emancipar el trabajo «en piel negra» de la esclavitud propiamente dicha, crearía condiciones más favorables para la emancipación del «trabajo en piel blanca» (MEW). Ya que además «la rebelión de los dueños de esclavos sonaría como rebato para la cruzada general de la propiedad contra el trabajo» (MEW). Con esta observación Marx daba en la diana. En plena Guerra de Secesión, uno de los más insignes teóricos del Sur, George Fitzhugh, sin dejar de legitimar y considerar necesaria y beneficiosa la esclavización de los negros, criticaba la idea de «confinar a esta raza la justificación de la esclavitud». Y en Europa, recogiendo estos motivos y colocándolos en el ámbito de una acabada filosofía de la historia, Nietzsche ensalzaba como fundamento imprescindible de la civilización la esclavitud como tal, no necesariamente la racial (Losurdo 2002).

 

 

b)       Cuando afirmaba que la institución de la esclavitud estaba llamada a regular la relación entre capital y trabajo como tal, Fitzhugh probablemente pensaba en las expediciones de los «filibusteros» que partían del Sur para exportar la esclavitud a países de Centroamérica, esas expediciones que, en palabras de Marx, estaban dirigidas «explícitamente a la conquista de nuevos territorios para extender la esclavitud y el poder de los esclavistas» (MEW). En efecto, durante los años anteriores a la Guerra de Secesión, William Walker había partido del Sur con un pequeño ejército de aventureros. Se proponía conquistar Nicaragua para reintroducir allí la esclavitud negra, reabrir el comercio de esclavos e imponer el trabajo forzado a los propios nicaragüenses (Slotkin). Se comprende entonces el mensaje de felicitación escrito por Marx en enero de 1865 y enviado por la Internacional a Lincoln como motivo de su reelección: «Desde el inicio de la titánica batalla que se libraba en América, los obreros de Europa han sentido instintivamente que los destinos de su clase estaban unidos a la bandera estrellada [de la Unión]», se han dado cuenta de que «en la grandiosa guerra de la otra orilla del Atlántico estaban en juego, además de sus esperanzas en el futuro, las conquistas obtenidas en el pasado» (MEW).

 

 

c)       Con la abolición de la esclavitud negra, la Guerra de Secesión se saldaba con la emancipación, siquiera muy parcial, de una «raza» o una nacionalidad oprimida. También desde este punto de vista se configuraba como una gran lucha de clases. En la etapa final de su existencia, la Confederación se vio obligada a desistir de su actitud inicial y a «tratar a los soldados negros como prisioneros de guerra» en vez de pasarlos por las armas como esclavos rebeldes y bárbaros excluidos del jus publicum europaeum (MEW). Marx destacaba también que con la abolición de la esclavitud en Estados Unidos Washington estaba en condiciones de reconocer «la independencia de las repúblicas negras de Liberia y Haití» (MEW). Especialmente significativo era el reconocimiento de Haití, el país nacido a raíz de la gran revolución de esclavos negros guiada por Toussaint Louverture y sometido durante mucho tiempo a aislamiento diplomático y estrangulamiento económico por parte de Estados Unidos y Occidente.

 

 

 

Por todos estos motivos Marx consideraba la Guerra de Secesión uno de los más importantes capítulos de la lucha de clases de su tiempo. La pretensión de los dueños de esclavos de igualar trabajo y esclavitud, la «cruzada general de la propiedad contra el trabajo», sufría una derrota cuyo significado traspasaba las fronteras de Estados Unidos y de la propia «raza» negra.

 

Lamentablemente, la derrota de la contrarrevolución esclavista era solo parcial y no se hicieron esperar los intentos de revancha tras el estandarte de la White supremacy, pero eso era para Marx la prueba de que la gigantesca lucha desencadenada entre 1861 y 1865 distaba mucho de haber terminado…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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