viernes, 10 de mayo de 2024

 

1155

 

Vida de ANTONIO GRAMSCI

 

Giuseppe Fiori

 

(…)

 

 

 

 

09

 

 


(...) También se relacionaba, en la universidad o fuera de ella dando largos paseos, con el encargado de Literatura italiana, Umberto Cosmo, que había sido profesor de Italiano en el Liceo Dettori de Cagliari.

 

Cuando era alumno de Cosmo —dirá—, estaba en desacuerdo con él en muchas cosas, naturalmente, pero todavía no había precisado mi situación y, aparte de esto, sentía por él un gran afecto. Sin embargo, me parecía que tanto yo como Cosmo y muchos otros intelectuales de la época (puede decirse que en los primeros quince años del siglo) nos encontrábamos en un terreno común: participábamos en todo o en una parte del movimiento de reforma moral e intelectual promovido en Italia por Benedetto Croce, cuyo primer punto era el siguiente: que el hombre moderno puede y debe vivir sin religión, es decir, sin religión revelada, positiva, mitológica o como quiera llamársela.

 

 

Entre el joven estudiante desplazado en la gran ciudad y el profesor se había establecido un vínculo que se robustecía por la reciprocidad misma del afecto. Algún tiempo después, en el fuego de la lucha política, estallaron entre ellos disputas en las que el afán polémico de Gramsci llegó a extremos excesivos. Pero el antiguo afecto siempre reaparecerá. Lo demuestra el propio Cosmo en una carta escrita a Piero Staffa durante la prisión de Gramsci:

 

 

Entre los recuerdos más queridos están los de aquellos años en que yo daba lecciones en la universidad y tenía entre mis alumnos preferidos a G. (Gramsci) y a C. (Pietro Paolo Cerosa, coetáneo de Gramsci, originario del Cantón Ticino, católico). Dos almas opuestas, pero que coincidían en otorgar, en la literatura, más importancia al hecho religioso, social y político que al artístico. Para uno tenía razón Cantù, para el otro, Settembrini, y yo tenía que demostrar las deficiencias de ambos críticos y hacer valer las razones de De Sanctis.

 

 

Bartoli y Cosmo fueron los profesores con los que el estudiante sardo tuvo más intimidad. Pero toda la universidad dejó huella en él. Era una gran escuela, rica en estímulos, que respetaba la variedad de direcciones de la cultura italiana de la época, su tensión investigadora y su voluntad renovadora, después de la «sofocación» y «la opresión de la era positivista». Enseñaban en ella, además de Bartoli y Cosmo, Luigi Einaudi, Francesco Ruffini, Giovanni Chironi, Vincenzo Manzini, Gioele Solari, Pietro Toesca, Arturo Farinelli, Giovanni Pacchioni, Rodolfo Renier, Ettore Stampini, Achule Loria, Annibale Pastore; hombres de formación y de orientación cultural diversas, positivista todavía Loria, sensible a las sugestiones del nacionalismo Pacchioni, muy próximo a los jóvenes revolucionarios Farinelli, liberales Ruffini y Einaudi. Con aquella variedad de orientaciones, la huella que podía dejar la universidad era menos ideológica que metodológica.

 

 

Recuerdo un aula de la planta baja, a la izquierda del patio, entrando, donde siempre nos encontrábamos todos, jóvenes de facultades distintas y de ánimo distinto, unidos por la común inquietud en la búsqueda de nuestro camino —escribe Togliatti—. Un gran espíritu, Arturo Farinelli, leía y comentaba allí los clásicos del romanticismo alemán... La moral que nos inculcaba era una moral nueva cuya ley suprema era la sinceridad total con nosotros mismos, el rechazo de las convenciones, la abnegación por la causa a la que se consagra la propia existencia.

 

 

Empezaba a manifestarse un rasgo del carácter de Gramsci. El resultado principal de los estudios universitarios era agudizar en él el espíritu de investigación, el gusto por la precisión, dándole el «hábito de severa disciplina filológica» y la «provisión de escrúpulos metódicos» de los que hablará en una carta de la cárcel. En 1916 dirá de sí mismo:

 

 

De su época de universitario (el autor de estas notas) recuerda con máxima intensidad los cursos en que el profesor le hizo sentir la labor de investigación realizada a través de los siglos para perfeccionar el método de investigación. En las ciencias naturales, por ejemplo, todo el esfuerzo que ha costado liberar el espíritu del hombre de los prejuicios y de los apriorismos divinos y filosóficos para llegar a la conclusión de que los manantiales tienen su origen en las precipitaciones y no en el mar. En la filología, la forma en que hemos llegado al método histórico a través de los intentos y de los errores del empirismo tradicional; el hecho, por ejemplo, de que los criterios y las convicciones que guiaban a Francesco de Sanctis al escribir su historia de la literatura italiana no fuesen más que verdades que se habían ido afirmando a través de fatigosas experiencias y búsquedas. Esta era la parte más vital del estudio, el espíritu recreativo que nos hacía asimilar los datos enciclopédicos, que nos fundía en una llama ardiente de nueva vida intelectual.

 

 

La universidad constituía por aquel entonces el centro exclusivo de los intereses del joven emigrado sardo. Fuera de ella, no frecuentaba más que a algunos coterráneos. Los veía en un restaurante donde, como cuenta en tono de broma Pietro Ciuffo, «los cuchillos y los tenedores, las servilletas y los vasos estaban encadenados a la mesa del comensal (evidentemente, no asegurado contra el robo), e incluso los clientes estaban sujetos con una cadena a las patas de la mesa, para mayor precaución». En el ambiente estudiantil, Gramsci tenía pocos amigos: Cesare Berger, su compañero en el concurso de la fundación albertina, y otros dos colegas de facultad, Gamillo Berra y Angelo Tasca, hijo de un obrero socialista. Tasca, que tenía un año menos que Gramsci, era ya el más lanzado políticamente.

 

 

En mayo de 1909, cuando solo tenía diecisiete años y estaba todavía en el instituto, había fundado en Turín, junto con Giuseppe Romita y Gino Castagno, el primer fascio, adherido a la Federación Juvenil Socialista de Roma.

 

 

«Casi todos los domingos —escribirá más tarde— salíamos formando un grupo de ciclistas rojos y predicábamos el verbo ante campesinos casi siempre recalcitrantes».

 

 

Estaban todavía impregnados de positivismo: «En el triple tributo pagado a Darwin, a Spencer y a Marx, este último salía perdiendo». Pero se alejaban poco a poco del positivismo dominante en la sección socialista turinesa. Desconfiaban de la elocuencia, reivindicaban la prioridad de la cultura sobre el sentimiento. Y en septiembre de 1912, en un congreso nacional de jóvenes socialistas, un estudiante napolitano de ingeniería, Amadeo Bordiga, les calificó de «culturistas». El fascio de Turín era en la práctica el centro de confluencia de acerbos «románticos revolucionarios», lectores fervientes de La Voce de Prezzolini: jóvenes que se diferenciaban mucho de los socialistas de la vieja generación. Casi todos éramos hostiles al anticlericalismo del tipo Podrecca, al cual se reducía demasiado a menudo el socialismo local. Nuestros grupos, en un congreso nacional, llegaron a votar un orden del día, aceptado por gran mayoría, que aconsejaba el boicot de L’Asino. Al principio las relaciones de Gramsci con Tasca se mantuvieron fuera del ambiente del fascio juvenil.

 

 

Con Togliatti, que iba a la Facultad de Derecho y no tenía por aquel entonces ningún interés por la política activa, tal como la practicaba Tasca, las relaciones se reanudaron a principios de la primavera del primer año de universidad, después de una clase de seminario del curso de Derecho romano que daba el profesor Giovanni Pacchioni. Este —según refieren Marcella y Maurizio Ferrara— «sustituía a veces sus lecciones por un debate entre los estudiantes, a los cuales había propuesto temas de investigación, Togliatti escogió el tema de la autenticidad o falsedad de la ley romana de las XII Tablas y sostuvo la tesis de la autenticidad criticando los argumentos de Pais, de Lambert. Fue su primera intervención documentada y polémica en público, y entre los oyentes estaba Gramsci; a la salida volvieron a encontrarse y continuaron la discusión».

 

 

«Fue el comienzo —recordará Togliatti— de aquel debate que habíamos de reanudar tantas veces con Gramsci, con otras formas, con una experiencia muy distinta y en otras circunstancias, sobre el eterno tema de la historia de los hombres, matriz de todo lo que los hombres saben y pueden saber».

 

 

Eran los días en que la Italia del cincuentenario, empapada, en las regiones meridionales de analfabetismo, de tuberculosis, de corrupción, de abusos tolerados y de muertos de hambre, subía al escabel líbico para parecer más alta. Vidas humanas y riquezas se hundían en el desierto. Y todos se burlaban de los que tenían suficiente sensatez como para no caer en los delirios del tipo Corradini o D’Annunzio de los peores momentos e identificaban el prestigio nacional con un menor número de obreros en paro, con más escuelas y, en definitiva, con la civilización interior que todavía estaba por realizar en Italia, antes de pretender exportarla a África. Esta argumentación, legitimada por el conocimiento de las terribles insuficiencias en las zonas campesinas, se consideraba derrotista, reveladora de la mentalidad que los colonialistas de entonces llamaban despreciativamente del «pie de casa». En aquel clima, los dos jóvenes universitarios habían empezado a frecuentarse.

 

 

«Debo decir —testimonia Togliatti— que su estado de ánimo era entonces, en los primeros años de su juventud, no solo orgullosamente sardo, sino también, yo diría, sardista. Experimentaba profundamente el resentimiento común a todos los sardos contra los daños y las injusticias infligidos a la isla; esto se convertía para él en resentimiento contra los continentales y el continente».

 

 

El joven Gramsci se expresaba con una metáfora:

 

 

Imaginad Cerdeña —decía— como un campo fértil y ubérrimo, cuya fertilidad es alimentada por una vena de agua subterránea que proviene de un monte lejano. Súbitamente, vemos que la fertilidad del campo desaparece. Donde había cosechas abundantes no hay más que hierba quemada por el sol. Buscáis la causa de la catástrofe, pero no la encontraréis si no salís del ámbito de vuestro campo, si no lleváis la búsqueda hasta el monte de donde venía el agua, si no comprendéis que muchos kilómetros más allá un malvado o un egoísta ha cortado la vena de agua que alimentaba la ubérrima fertilidad de vuestro terreno.

 

 

¿Quién ha sido el que ha cortado la vena de agua? ¿Quién ha condenado de este modo a Cerdeña al atraso y a la miseria? Para comprender plenamente el sentido de la metáfora parece conveniente releer el llamamiento dirigido en 1925 por el Krestintern (la Internacional campesina) a los sardistas reunidos en congreso en Macomer. Lo redactó materialmente Ruggero Grieco, pero bajo la inspiración de Gramsci. En él se afirma:

 

 

Cerdeña [...] es una de las regiones relativamente más ricas de Italia […]. Posee minas de hierro, de plomo argentífero, de cobre, de antimonio, de piedra litográfica: su patrimonio minero es uno de los más ricos y diversos de Italia. Cerca de una cuarta parte del patrimonio italiano de pastos pertenece a Cerdeña. La industria sarda de la pesca podría asegurar el bienestar de las poblaciones, y lo mismo cabe decir de las industrias del corcho y de la sal... Así que la población sarda tiene en su propia tierra las bases económicas para un cierto florecimiento.

 

 

El cuadro contiene algunas exageraciones. Refleja las convicciones de entonces del joven Gramsci; impresionado por el espectáculo de miseria de las masas campesinas y de las capas medias de la isla, este se preguntaba naturalmente: ¿quién ha cortado la vena? En el primer periodo turinés, la respuesta del estudiante sardo era la misma que había madurado en la isla:

 

 

«Entonces pensaba —escribe Togliatti— que Cerdeña tenía que redimirse luchando contra el continente y los continentales por su libertad, por su bienestar, por su progreso».

 

 

Pero con este estado de ánimo irredentista se mezclaban claramente tendencias socialistas cada vez más marcadas. Es el mismo Togliatti quien recuerda:

 

 

«Cuando Antonio Gramsci vino de Cerdeña, ya era socialista. Quizá lo era más por el instinto de rebelión del sardo y por el humanitarismo del joven intelectual de provincias que por la posesión de un sistema de pensamiento completo».

 

 

Cierto es que el socialismo del joven estudiante tenía muy poco que ver con el socialismo en boga en aquella época, ideológicamente dominado por la filosofía positivista.

 

 

Es conocida —escribirá más tarde— la ideología que los propagandistas de la burguesía han difundido en forma capilar entre las masas del norte: el Mediodía es la losa de plomo que impide el progreso rápido del desarrollo civil de Italia; los meridionales son biológicamente seres inferiores, semibárbaros o bárbaros completos, por destino natural; si el Mediodía está atrasado, la culpa no es del sistema capitalista o de cualquier otra causa histórica, sino de la naturaleza, que ha hecho a los meridionales vagos, incapaces, criminales y bárbaros, templando este triste destino con la explosión puramente individual de grandes genios, palmeras solitarias en un desierto árido y estéril. El partido socialista fue, en gran parte, el vehículo de transmisión de esta ideología burguesa al proletariado del norte.

 

 

Y también:

 

 

Los habitantes de la alta Italia pensaban que si el Mediodía no progresaba después de haber sido liberado de las trabas que oponía el régimen borbónico al desarrollo moderno, era porque las causas de la miseria no eran exteriores, no tenían que buscarse en las condiciones económico-políticas objetivas, sino que eran internas, innatas en la población meridional..., la incapacidad orgánica de los hombres, su barbarie, su inferioridad biológica. Estas opiniones, ya difundidas, fueron consolidadas y elevadas al nivel de teoría por los sociólogos del positivismo (Niceforo, Sergi, Ferri, Orano, etc.), adquiriendo la fuerza de la verdad científica.

 

 

Unos años antes se había publicado un libro de Alfredo Niceforo, prologado por Enrico Ferri, donde, partiendo de la medición del cráneo de algunos pastores de Barbagia, en Cerdeña, se llegaba a delimitar entre Orgosolo, Orune y Bitti una «zona delincuente», poblada por hombres que con la leche materna habían sorbido prácticamente el bacilo de la criminalidad.

 

 

El patriotismo regionalista del estudiante sardo se sentía herido por estas tesis, desarrolladas incluso por escritores socialistas. «Puedo decirlo con toda certeza, porque este fue el tema de nuestras primeras conversaciones en el viejo pórtico de la Universidad de Turín, a la que los dos habíamos llegado procedentes de institutos de Cerdeña —escribirá Togliatti—. Gramsci rechazaba con desdén las “explicaciones” que circulaban en las obras de los sociólogos “mamarrachos”, que querían identificar las causas de la miseria y del atraso de una región italiana con las “características particulares de sus habitantes”. Es posible que a esto se debiese también el alejamiento de Gramsci, en su primera fase de estudios universitarios, de los ambientes del socialismo turinés, predominantemente corporativo y “localista” por entonces».

 

 

Pero, por algunos elementos de su actitud, Angelo Tasca tenía ya la esperanza de alistarlo pronto a su lado. Lo revela un episodio: a finales del primer año universitario, Tasca regaló a Gramsci una edición francesa de Guerra y la paz, dedicándosela con estas palabras: «Al compañero de estudios hoy; a mi compañero de batalla —espero— mañana». La dedicatoria lleva fecha del 11 de mayo de 1912.

 

 

Se preparaba para los primeros exámenes. Estaba agotado. El 14 de marzo había escrito a su casa:

 

 

«No puedo escribir más porque desde hace un par de días me siento mal y no tengo ganas de hacer nada, no puedo pensar en nada; espero con ansia el momento de ir ahí para descansar un poco y ver si se me pasa este maldito dolor de cabeza que me tortura día y noche y no me deja estudiar ni dormir; no se puede decir, pues, que mi vida sea muy alegre».

 

 

Pensaba presentarse a dos exámenes y escribió al respecto: «El 6 de julio pasaré mi segundo examen y el 15 saldré para la adorada playa de Cerdeña». Pero no se sintió con fuerzas para examinarse de nada y emprendió el viaje a Ghilarza dejando todas las materias para los exámenes de otoño.

 

 

Andaba corto de dinero. Pensó ganar algo dando lecciones particulares. Peppino Mameli, de Ghilarza, recuerda:

 

 

Me habían suspendido en Latín y griego para la licencia del ginnasio y, al saber que Nino había venido a pasar las vacaciones al pueblo, fui a tomar lecciones privadas con él. Tenía una extraordinaria capacidad de comunicación. Hacía las preguntas en dialecto y después comentaba mis respuestas. Este modo de enseñar el griego y el latín, tan cordial, me hacía sentir a mis anchas. Pero tuvimos que interrumpir las lecciones. Él tenía necesidad de restablecerse y durante algún tiempo fue a tomar baños a Bosa Marina.

 

 

A principios del otoño de 1912, Gramsci estaba de nuevo en Turín. Cambió de casa, trasladándose al centro, al número 33 de la calle San Massimo. Era huésped de Carlo Gribodo, «dibujante de bordados», según se desprende de una carta que empezaba así: «Me he escapado, en el verdadero sentido de la palabra, de la casa donde vivía antes porque la vida me resultaba insoportable y sin darme cuenta he caído en otra casa donde no estoy mejor y de donde me iría enseguida si encontrase un lugar seguro; pero para estar un poco bien habría que gastar más y esto es imposible». La calle San Massimo desemboca en la calle Po y, en su continuación, un centenar de metros después de la calle Po, se yergue la Mole Antonelliana. En el número 14 de la misma calle vivía, en un entresuelo, Angelo Tasca.

 

 

El 4 de noviembre de 1912 se examinó de Geografía, obteniendo una calificación de treinta; el 12 se examinó de Gramática griega y Latín, con una nota de veintisiete; el mismo día 12 pasó el examen de Lingüística con Bartoli: obtuvo un treinta cum laude.

 

 

Siguió colaborando mucho tiempo con el profesor de Lingüística, incluso después del examen. Dos semanas después escribía ya a Teresina para que se informase de «si existe en logudorés la palabra pamentile y si quiere decir “pavimento”. Si existe la expresión Omine de pore, que quiere decir “hombre de autoridad”. Si existe la palabra: supirone, que es una parte de la balanza, y si de verdad existe, qué parte es... Si en campidanés se dice piscadrici por “pescadora” y si es el nombre de algún pájaro marino», etc. Meses después, en marzo de 1913, pedía otra vez a Teresina: «Si existe en logudorés la palabra pus, con el significado de “después”, pero no pust o pustis: pus, simplemente... También si existe puschena y qué significan portigale (¿“porticado”?), poiu y poiolu». Parecía destinado a convertirse en un buen lingüista.

 

 

«Uno de los mayores remordimientos intelectuales de mi vida —escribirá más tarde— es el profundo dolor que causé a mi buen profesor Bartoli, de la Universidad de Turín, el cual estaba convencido de que yo era el arcángel que iba a derrotar definitivamente a los neogramáticos».

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]

 

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