sábado, 4 de mayo de 2024

 

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LA LUCHA DE CLASES

Domenico Losurdo

 

(06)

 

 

 

I

 

Las distintas formas de la lucha de clases

 

 

5. LAS LUCHAS DE CLASES DE LAS CLASES EXPLOTADORAS

 

Hasta ahora me he ocupado de las tres grandes luchas de clase emancipadoras, llamadas a modificar radicalmente la división del trabajo y las relaciones de explotación y opresión que subsisten a escala internacional, en cada país y en el ámbito de la familia. Pero no conviene perder de vista las luchas cuyos protagonistas son las clases explotadoras.

 

Veamos cómo sintetiza Marx, en noviembre de 1848, los acontecimientos cruciales de este año: «En Nápoles los lazzaroni aliados con la monarquía contra la burguesía. En París la lucha histórica más grande que haya existido: la burguesía aliada con los lazzaroni contra la clase obrera» (MEW). Lucha de clases es también la lucha con que la reacción feudal, aprovechando el apoyo de los lazzaroni, sofoca en Nápoles la revolución democrático-burguesa; y lucha de clases es también la despiadada represión con que la burguesía francesa, con el mismo apoyo del subproletariado urbano, sofoca en las jornadas de junio la desesperación y la rebelión de los obreros parisinos.

 

Para finalizar, volvamos una vez más al testimonio de Longuet. Quien, para confirmar la «teoría clara y abierta de la lucha de clases» profesada por Marx y su círculo familiar, añade un detalle:

 

«En aquella casa nunca se vaciló a la hora de tomar posición ante los conflictos en que se podían reconocer “las distintas fracciones de la burguesía”» (en Enzensberger 1977).

 

Como vemos, también se habla de «lucha de clases» en relación con los conflictos entre las «distintas fracciones de la burguesía», es decir, con conflictos que enfrentan a clases explotadoras o a sus fracciones. Como subraya el Manifiesto, «la burguesía vive en lucha permanente: al principio contra la aristocracia, luego contra esas fracciones de la misma burguesía cuyos intereses entran en conflicto con el progreso de la industria, y siempre contra la burguesía de todos los países extranjeros». Si la lucha contra la aristocracia alienta las revoluciones que provocan la caída del antiguo régimen, la competencia económica entre las burguesías de los países capitalistas puede desembocar en una «guerra industrial de exterminio entre las naciones» (MEW). Probablemente se hace aquí referencia a las guerras de la época napoleónica, cuyos principales protagonistas fueron dos países, Inglaterra y Francia, que habían dejado atrás el antiguo régimen y se enfrentaban en varios continentes por el control del mercado mundial. Pero, mientras traza el balance histórico del pasado, el «exterminio» en que desemboca la lucha de clases entre las burguesías capitalistas nos hace pensar en la carnicería de la primera guerra mundial, que estallaría más de sesenta años después de la publicación del Manifiesto.

 

 

 

6. 1848-1849: UNA «LUCHA DE CLASES CON EXPRESIONES POLÍTICAS COLOSALES»

 

El panorama intrincado de las luchas de clases que empieza a perfilarse todavía no está completo. Las hemos visto por separado, pero una situación histórica concreta, y sobre todo una gran crisis histórica, se caracteriza por el entrecruzamiento de luchas de clases múltiples y contradictorias.

 

Conviene que nos detengamos en las grandes crisis históricas de que son testigos los autores del Manifiesto del partido comunista. Del bienio revolucionario 1848-1849 tenemos dos balances, ambos escritos en caliente por Marx. El primero, de abril de 1849, está incluido en Trabajo asalariado y capital, que en apariencia, a juzgar por el título, debería tratar de un asunto más estrictamente económico y sindical. En realidad Marx sitúa la «lucha de clases» diaria en el marco de las turbulencias del momento: la «derrota de los obreros revolucionarios de Europa» (que se habían levantado en París en junio de 1848); las «heroicas guerras de independencia» y los «esfuerzos desesperados de Polonia, Italia y Hungría»; una posible «guerra mundial» que se perfila en el horizonte y en la que se enfrentarían «la revolución proletaria y la contrarrevolución feudal»; la «hambruna de Irlanda» (la terrible carestía que ha castigado a los habitantes de la isla saludada por altos representantes de la clase dominante inglesa como un regalo de la Providencia tendente a diezmar a un pueblo bárbaro y porfiado); la contribución de Inglaterra y Rusia al aplastamiento del movimiento revolucionario, con lo que Europa ha recaído «en su antigua esclavitud doble, la esclavitud anglorrusa», ratificando así «el sojuzgamiento y la explotación comercial de las clases burguesas de las naciones europeas por el déspota del mercado mundial, Inglaterra». El mundo ha visto ya «desarrollarse la lucha de clases en 1848 con expresiones políticas colosales», nada ha permanecido ajeno «a la lucha de clases y la revolución europea» (MEW). En vez de presentarse con aspecto inmediatamente económico, la lucha de clases ha asumido las formas políticas más variadas (levantamientos obreros y populares, insurrecciones nacionales, represión desencadenada por la reacción interna e internacional con medidas militares y económicas) pero, lejos de aplacarse, se ha enconado.

 

El segundo balance lo leemos en Las luchas de clases en Francia. Estamos en 1850 y a juicio de Marx la crisis todavía no ha terminado, es más, podría abrir unas perspectivas revolucionarias grandiosas:

 

La derrota de junio [infligida a los obreros parisinos] reveló a las potencias despóticas de Europa el secreto que de Francia tenía que mantener a toda costa la paz en el exterior para poder librar la guerra civil en el interior. De este modo, los pueblos que habían emprendido la lucha por su independencia nacional fueron entregados a la prepotencia de Rusia, Austria y Prusia, pero al mismo tiempo la suerte de estas revoluciones nacionales quedó supeditada a la suerte de la revolución proletaria, despojada de su aparente autonomía, de su aparente independencia por el gran movimiento social. ¡El húngaro no será libre, ni lo será el polaco ni el italiano, mientras el obrero siga siendo esclavo!

Por último, con las victorias de la Santa Alianza y la nueva fisonomía de Europa, cada levantamiento proletario en Francia tendrá que coincidir directamente con una guerra mundial. La nueva revolución francesa se verá obligada a abandonar inmediatamente el terreno nacional y a conquistar el terreno europeo, el único en que podrá llevarse a cabo la revolución social del siglo XIX (MEW).

 

Cabe esperar una intervención de las potencias contrarrevolucionarias semejante a la de 1792. Por consiguiente:

 

La guerra de clases (Klassenkrieg) dentro de la sociedad francesa se convertirá en una guerra mundial (Weltkrieg) de unas naciones contra otras (MEW).

 

En esta visión la impaciencia revolucionaria tiende a quemar en la imaginación las etapas de un proceso histórico largo (y mucho más complejo). Pero lo que me interesa, ante todo, es el aspecto teórico y categorial: la «guerra mundial» que se configura como «guerra de clases», el entramado de revoluciones y conflictos internacionales.

 

Claramente, el bienio 1848-1849 trae a la memoria de Marx la crisis histórica de 1789 que, a partir de la invasión de Francia por las potencias defensoras del antiguo régimen, también implicó e hizo confluir en una guerra europea las revoluciones y los conflictos internacionales. La novedad más destacada de la nueva crisis es que sus protagonistas ya no son dos, sino tres sujetos sociales: a la aristocracia y la burguesía se ha sumado el proletariado que, en los auspicios de Marx, podría desempeñar un papel decisivo derribando no ya el antiguo régimen, sino el propio capitalismo. Lo cierto es que en ambas crisis históricas la lucha de clases, con distintas configuraciones, estalla con «expresiones políticas colosales» (por usar el lenguaje de Trabajo asalariado y capital) y que la «guerra de clases» acaba convirtiéndose en «guerra mundial» (por citar esta vez Las luchas de clases en Francia).

 

La lucha de clases casi nunca se presenta en estado puro, casi nunca se limita a comprometer a los sujetos directamente antagonistas; es sobre todo esta falta de «pureza» lo que permite que desemboque en una revolución social victoriosa. Marx plantea la hipótesis de un «levantamiento revolucionario» en el país capitalista más avanzado. En tal caso la intervención contrarrevolucionaria apuntaría contra Inglaterra, donde el peso de la clase obrera resulta amenazador desde el punto de vista de las potencias decididas a mantener a toda costa el orden existente. Durante la «guerra mundial», es decir, el nuevo entramado de guerras y revoluciones resultante, se crearían las condiciones favorables para un acontecimiento que marcaría un hito en la historia mundial:

 

«El proletariado se verá empujado a la cabeza del pueblo que domina el mercado mundial, a la cabeza de Inglaterra. La revolución que allí encontrará no ya su conclusión, sino el comienzo de su organización, no será una revolución de corto aliento» (MEW).

 

En su momento, la intervención de las potencias feudales contra la Francia revolucionaria había estimulado la radicalización jacobina, había favorecido el acceso al poder de un estamento político e ideológico desligado orgánicamente de la burguesía y que incluso, como subraya La ideología alemana, fue asimilado tarde y con dificultad por esta. La posible intervención contra una Inglaterra sumida en una crisis revolucionaria podría desencadenar también un proceso parecido, y en tal caso los socialistas serían los llamados a dirigir el esfuerzo de defender al mismo tiempo las conquistas sociales y la independencia nacional.

 

Si la inspiración a veces onírica del panorama descrito por Marx en 1850 es evidente, por otro lado es innegable su clarividencia casi profética. Durante las grandes crisis históricas, en las que se entrelazan conflictos internos e internacionales, la lucha de clases se agudiza y se convierte en lucha revolucionaria en un país sumido en una crisis nacional sin precedentes. Se trata de un escenario evocado también por el último Engels. Este, en una carta a August Bebel del 13 de octubre de 1891, habla del agravamiento de las amenazas de guerra. ¿Qué sucedería si Alemania, que cuenta con el partido socialista más fuerte, fuera atacada por la Rusia zarista (apoyada por sus aliados occidentales) y viera amenazada su propia «existencia nacional»?

 

«Podría ocurrir que, ante la cobardía de los burgueses y los junkers, que solo quieren salvar sus propiedades, nosotros fuéramos el único real y enérgico partido de la guerra. Naturalmente, también podría ocurrir que llegáramos al gobierno y repitiéramos 1794, para rechazar a los rusos y sus aliados» (MEW).

 

Es un pasaje al que en 1914 se remitirá la socialdemocracia alemana para justificar su apoyo a la guerra imperialista: ¡curiosa extrapolación, que indirectamente compara la Alemania de Guillermo II con la Francia de Robespierre! Lo cierto es que un aspecto esencial del siglo XX es la proliferación de movimientos de liberación nacional que acaban siendo dirigidos por partidos comunistas o de inspiración comunista. Y el desarrollo de estos movimientos está jalonado, justamente, por dos guerras mundiales, en las que el aspecto de la intervención contrarrevolucionaria está muy presente: a la intervención de los aliados contra la Rusia soviética le siguió, más de veinte años después, la agresión de la Alemania hitleriana, que pretendió liquidar el movimiento socialista y edificar en el Este su imperio colonial, con el resultado de que la derrota de este proyecto provocó a escala planetaria una gigantesca ola de revoluciones anticoloniales. Y de nuevo, por volver al lenguaje de Marx, vemos «desarrollarse la lucha de clases [...] con expresiones políticas colosales» y la «guerra de clases» convertirse en «guerra mundial»…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “La lucha de clases” ]

 

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