jueves, 2 de mayo de 2024

 

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Vida de ANTONIO GRAMSCI

 

Giuseppe Fiori

 

(…)

 

 

 

 

09

 

Al término de los estudios secundarios se ofrecía la posibilidad a los estudiantes pobres de las antiguas provincias del pasado reino de Cerdeña de proseguir los estudios en la Universidad de Turín, con una beca del colegio Carlo Alberto. La beca consistía en setenta liras mensuales durante diez meses. Aquel año, en el otoño de 1911, la fundación albertina había abierto un concurso para treinta y nueve becas; Antonio Gramsci comprendió enseguida que sin esta solución su familia difícilmente podría sostener la carga de los estudios universitarios. El padre había conseguido la rehabilitación y había entrado en el catastro como simple escribiente, pese a sus estudios clásicos y a un par de años de estudios de derecho. Para mantener a un hijo en la universidad se necesitaba mucho más que su modesta paga, sobre todo si se tiene en cuenta que tenía todavía a su cargo a otros cinco hijos además de Antonio. Mario, quien había cumplido los dieciocho años, quería entrar en la marina o en el ejército; había hecho algunos años de ginnasio y tenía alguna posibilidad de hacer carrera como suboficial y quizá como oficial; pero, mientras tanto, en espera de tener la edad para el ingreso voluntario en filas, seguía en Ghilarza sin trabajar y constituía una carga para las débiles finanzas paternas. Carlo tenía catorce años y estudiaba en el ginnasio de Oristano. Las hijas ayudaban lo poco que podían. En conclusión, la única perspectiva para Antonio era obtener una de las treinta y nueve becas en concurso. En caso de trasladarse a Turín, habría podido contar con algún dinero de Gennaro, que trabajaba en la fábrica de hielo de Cagliari y ganaba lo suficiente para mantenerse y socorrer un poco al hermano estudiante. Había que pasar, sin embargo, la primera prueba, contando con las notas de la licencia secundaria. Si era admitido e invitado a Turín, tenía que pasar una larga serie de exámenes escritos y orales.

 

Aquel verano, Antonio no atravesaba un buen momento: el ayuno parcial en la última etapa del instituto le había debilitado. Estaba desanimado. Más tarde recordará: «Solo a finales del año escolar supe que existía la beca del colegio Carlo Alberto, pero en el concurso debíamos examinarnos de todas las materias de los tres años de instituto. Así que debía hacer un esfuerzo enorme durante los tres meses de vacaciones». Tenía un tío en Oristano, el farmacéutico Serafino Delogu (primo hermano de la madre), y un hijo de este tío Serafino, llamado Delio, por el cual Antonio sentía mucho afecto, necesitaba algunas lecciones particulares: «Solo el tío Serafino se dio cuenta de las deplorables condiciones de debilidad en que me encontraba y me invitó a ir con él a Oristano, como profesor particular de Delio. Estuve un mes y medio y por poco no me volví loco. No podía estudiar para el concurso, porque Delio me absorbía completamente, y la preocupación, unida a la debilidad, me fulminaba. Me escapé a escondidas y ya solo me quedaba un mes para estudiar».

 

A primeros de septiembre supo que había sido admitido a las pruebas del examen. Al darle la noticia en carta fechada el 2 de septiembre, la secretaría del colegio Carlo Alberto añadía: «Los concursantes de Cagliari no son más que dos, comprendido usted». Y también: «Durante el periodo de los exámenes escritos, desde el 16 de octubre, fecha en que deberá encontrarse usted en Turín, hasta el día siguiente al último examen, recibirá usted la indemnización prescrita de tres liras diarias y se le pagará el viaje en segunda clase de Cagliari a Turín (menos el importe de trescientos kilómetros)».

 

A mediados de octubre, a los veinte años y medio (cumplía los veintiuno en enero), Gramsci abandonó Ghilarza para trasladarse «al otro lado de las grandes aguas», como se decía entonces, menos barrocamente de lo que hoy parece. «Partí hacía Turín —recordará— como en un estado de sonambulismo. Llevaba cincuenta y cinco liras en el bolsillo; había gastado cuarenta y cinco liras para el viaje en tercera, de las cien liras que me habían dado en casa».

 

Fue un viaje largo, con parada en Pisa. El tío Zaccaria Delogu, capitán del ejército, partía hacia Trípoli. Habían pasado a saludarlo los hermanos Serafino y Achille. Antonio pasó la noche con ellos. Finalmente, llegó a la gran metrópoli industrial. El «triple o cuádruple provincial que era un joven sardo a principios de siglo» quedó aturdido. En la primera carta enviada a casa desde Turín leemos: «Siento una especie de horror a andar por la calle desde que he corrido el peligro de ir a parar bajo las ruedas de no sé cuántos automóviles y tranvías». En la estación de Porta Nuova le había recibido un compatriota de Ghilarza que trabajaba en la Pirelli, Francesco Oppo. Apenas llegó a la habitación que le había indicado este, tuvo la primera sorpresa: a causa del alza de precios provocada por la Exposición del Cincuentenario, la habitación costaba tres liras diarias: todo lo que le daba el colegio no solo para dormir, sino también para comer. Escribió a su padre: «Tengo que pagar tres liras diarias por el alquiler y otras tantas o más para comer; pero hoy, cuando he ido al colegio para cobrar la indemnización, he contado al secretario mi odisea y muy amablemente me ha encontrado otra habitación por una lira cincuenta al día».

 

Los exámenes empezaron el 18 de octubre. El tema de Italiano, según refiere Domenico Zucàro, que ha recogido los testimonios de María Cristina Togliatti y de Augusto Rostagni, que también participaron en el concurso, versó sobre la contribución de los escritores anteriores al Risorgimento, Alfieri, Foscolo, etc., a la unidad italiana. Apenas supo que había sido admitido a los exámenes orales, Antonio escribió a casa: «Acabo de volver de la universidad, adonde he ido a ver los resultados del tema de Italiano. He pasado, menos mal. Pero esto no me da plena seguridad, porque de entre unos setenta concursantes solo cinco han sido suspendidos; esto quiere decir que todos están bien preparados y que el examen es mucho más serio de lo que yo creía». En los demás exámenes escritos tuvo también notas suficientes: veintiuno en el de Historia; veintitrés en la composición de Latín, veinticuatro en la traducción de Griego; veinticinco en el tema de Filosofía. El 27 de octubre pasó los exámenes orales. Más tarde dirá: «No sé cómo hice para pasar los exámenes, porque me desvanecí dos o tres veces». Al publicarse la clasificación final, vio que su nombre figuraba en el noveno puesto. En el segundo estaba el nombre de otro estudiante pobre venido de un instituto de Cerdeña, Palmiro Togliatti.

 

No se habían conocido antes. «El primer y fugaz encuentro entre dos jóvenes entonces bastante huraños y cerrados» no tuvo lugar, como más tarde recordará Togliatti, hasta los exámenes para la admisión en el Colegio de las Provincias. Les aproximaba el hecho de proceder ambos de Cerdeña: Togliatti, hijo de un administrador del Colegio Nacional de Pensionistas, fallecido en enero de aquel mismo año 1911, había cursado los tres años de instituto en el Domenico Alberto Azuni, de Sassari. También les movía a la confianza «la común y evidente condición de gran privación, el mismo modo en que íbamos vestidos», escribirá Togliatti. Pero los vínculos entre los dos jóvenes estudiantes no empezaron a ser sólidos hasta más tarde.

 

El primer invierno de Gramsci en Turín constituyó uno de los momentos más críticos de su agitada existencia. Había alquilado una habitación en la Barriera di Milano, en el número 57 de Corso Firenze, sobre el Dora. No tenía amigos, estaba lejos de su casa y sentía más que nunca el peso de la soledad. El esfuerzo para ganar la beca y las privaciones a que le constreñían sus escasos medios le habían agotado.

 

«En 1911, en un periodo en que enfermé gravemente por el frío y la desnutrición —recordará más tarde—, soñaba que una inmensa araña se precipitaba de noche sobre mí y me sorbía el cerebro mientras dormía».

 

 

Un contratiempo le había hecho pasar las primeras semanas después del concurso sin dinero. Creía que tenía derecho a la exención de las tasas universitarias, pero solo le concedieron una exención del cincuenta por ciento; para obtenerla tenía que presentar, además, una serie de documentos. En espera de estos, la inscripción en la universidad estaba condicionada al pago de las tasas enteras; y sin la inscripción en la universidad, el colegio no le pagaba la beca de setenta liras mensuales. El 4 de noviembre, Antonio escribió al padre pidiéndole que pagase el importe de las tasas y añadió: «El colegio no me paga el subsidio si no estoy inscrito regularmente en la universidad: me encuentro casi sin blanca y tengo que pagar a la patrona de la casa donde me he instalado provisionalmente durante estos meses. Es necesario, pues, que, si puedes, me mandes telegráficamente treinta liras, por lo menos». Francesco Gramsci pagó en Ghilarza las setenta y cinco liras de tasa el 10 de noviembre y el 16 Antonio pudo finalmente matricularse en la Facultad de Letras, en la sección de Filología moderna. Enseguida empezó a percibir el primer dinero del colegio. Pero en Ghilarza no entendían que para vivir necesitase más que las setenta liras de la fundación albertina. Antonio escribió:

 

Estas setenta liras son absolutamente insuficientes y lo demostraré con datos concretos: por más vueltas que he dado, no he podido encontrar una habitación por menos de veinticinco liras, como la que ocupo ahora. De las setenta quito veinticinco y quedan cuarenta y cinco liras, con las cuales he de comer, lavarme la ropa (no menos de cinco liras entre el lavado, el planchado, etcétera), limpiarme los zapatos, iluminar la habitación, comprar papel, plumas, tinta para la escuela: parece poco, pero hace en total cuarenta liras. Para el desayuno, os diré que un vaso de leche cuesta diez céntimos y un panecillo de veinticinco gramos cuesta cinco... Para la comida, no se encuentra nada por menos de dos liras en la fonda más modesta, como aquella en que comía hasta hace pocos días; me daban un plato mínimo de macarrones por sesenta céntimos y un bistec delgado como una hoja de papel por otros sesenta céntimos más; tenía que comerme seis y siete panecillos y me quedaba con el hambre de antes.

 

 

Su madre le envió un chal: «Para que te lo pongas en los hombros —le escribió Grazietta el 14 de diciembre— cuando estés en casa. A mamá le ha hecho reír la forma en que andas vestido por casa, pero también siente una gran compasión por tu mísera situación». Cinco días antes de Navidad, la primera Navidad que pasaba fuera de casa, Antonio se decidió a contar más abiertamente, en una carta al padre, las condiciones en que vivía en Turín. Es una de las pocas veces en que Gramsci, tan poco inclinado a hablar de sí mismo en lo sucesivo y, en todo caso, propenso a hacerlo impersonalmente, como si describiese cosas que no le afectasen, es una de las pocas veces, decimos, en que Gramsci, abandonando el tono del cronista alejado de sus sufrimientos, se desahoga y habla libremente:

 

 

Me veo obligado —imploraba— a pedirte que me mandes sin falta, antes de acabar el mes, las veinte liras que me has prometido; este mes en el colegio solo me han dado sesenta y dos liras, de las cuales he entregado cuarenta a la patrona como anticipo y deberé darle cuarenta más para completar el resto. Pasaré una Navidad muy estrecha y no quisiera hacerla todavía más escuálida con la perspectiva de tener que vagabundear a través de Turín en busca de un cuchitril, con este frío. Creía que me podría hacer un abrigo, porque Nannaro me ha mandado diez liras. Pero tendré que esperar hasta quién sabe cuándo: y no creas que es muy agradable salir de casa y atravesar la ciudad tiritando y, al volver, encontrar una habitación fría y no poderla calentar y estar tiritando todavía durante un par de horas. Si lo hubiese sabido, puedes tener por seguro que a ningún precio me habría metido en este glaciar. Y lo peor es que la preocupación por el frío no me permite estudiar, porque o bien paseo por la habitación para calentarme los pies o debo quedarme en cama, envuelto en las mantas, porque no consigo soportar la primera helada.

 

 

El dinero pedido llegó el día de Año Nuevo. Se deduce por una carta del 3 de enero de 1912. Antonio decía a su padre:

 

Recibí ayer tu giro telegráfico de quince liras y te estoy muy agradecido. Puedes creer que estoy pasando un momento muy malo y después de recibir una postal el día 26 no esperaba ya que me enviases el dinero. Espero que de ahora en adelante no te sentirás molesto, porque puedes creer que sin tus veinte liras no puedo tirar adelante aunque quiera hacer los más duros sacrificios».

 

 

En estas condiciones, mal alimentado, amargado por una soledad más aguda y dolorosa que nunca y con el cerebro lacerado por el agotamiento, Gramsci estudiaba. Más tarde recordará: «Pasé el invierno sin abrigo, con un traje de entretiempo bueno para Cagliari. Hacia marzo de 1912, me encontraba tan mal que durante algunos meses dejé de hablar: cuando hablaba, equivocaba las palabras. Además, habitaba junto al Dora y la niebla helada me hacía un daño terrible».

 

Desde el principio le había tomado mucho afecto un joven profesor dálmata, Matteo Bartoli, catedrático de Lingüística, que había publicado ocho años antes un ensayo con el título Un po’di sardo. A Bartoli le parecía que el dialecto sardo tenía mucha importancia en el cuadro de los estudios sobre las prolongaciones extremas a que había llegado el latín vulgar, renovándose en varias direcciones y haciendo proliferar nuevas lenguas. Por esto «seguía con mucha atención», —como escribe Domenico Zucàro—, «los testimonios lingüísticos de Cerdeña». Gramsci hablaba el sardo perfectamente y era uno de los escasos isleños inscritos en la Facultad de Letras de Turín. Indudablemente, fue esta circunstancia la que despertó la atención, primero, y la simpatía, después, del lingüista; atención y simpatía que a medida que la colaboración se intensificaba se convirtieron en verdadera amistad. A aquel primer periodo pertenece una carta en que Antonio pedía a su padre que encargase a algún amigo una lista de palabras sardas, «pero en el dialecto de Fonni..., indicando claramente si la s se pronuncia sonora, como en rosa (italiano) o sorda, como en sordo (italiano)»…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]

 

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