martes, 30 de abril de 2024

 

 

1149

 

EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Lenin

 

( 21 )

 

 

 

CAPÍTULO VI

 

EL ENVILECIMIENTO DEL MARXISMO POR LOS

OPORTUNISTAS

 

 

(…)

 

3. La polémica de Kautsky con Pannekoek

 

Pannekoek se manifestó contra Kautsky como uno de los representantes de la tendencia “radical de izquierda”, que contaba en sus filas a Rosa Luxemburgo, a Karl Radek y a otros y que, defendiendo la táctica revolucionaria, tenía como elemento aglutinador la convicción de que Kautsky se pasaba a la posición del

“centro”, el cual, vuelto de espaldas a los principios, vacilaba entre el marxismo y el oportunismo. Que esta apreciación era acertada vino a demostrarlo plenamente la guerra, cuando la corriente del “centro” (erróneamente denominado marxista) o del “kautskismo” se reveló en toda su repugnante miseria.

 

En el artículo “Las acciones de masas y la revolución” ( Neue Zeit, 1912), donde se tocaba la cuestión del Estado, Pannekoek caracterizó la posición de Kautsky como una posición de “radicalismo pasivo”, como la “teoría de la espera inactiva”. “Kautsky no quiere ver el proceso de la revolución”. Planteando la cuestión en estos términos, Pannekoek abordó el tema que nos interesa aquí, o sea, el de las tareas de la revolución proletaria respecto al Estado.

 

 

La lucha del proletariado –escribió– no es sencillamente una lucha contra la burguesía por el poder estatal, sino una lucha contra el poder estatal… El contenido de la revolución proletaria es la destrucción y eliminación (literalmente: disolución, Auflösung) de los medios de fuerza del Estado por los medios de fuerza del proletariado… La lucha cesa únicamente cuando se produce, como resultado final, la destrucción completa de la organización estatal. La organización de la mayoría demuestra su superioridad al destruir la organización de la minoría dominante.

 

 

La formulación que da a sus pensamientos Pannekoek adolece de defectos muy grandes. Pero, a pesar de todo, la idea está clara, y es interesante ver cómo la refuta Kautsky:

 

 

Hasta aquí –escribe– la diferencia entre los socialdemócratas y los anarquistas consistía en que los primeros querían conquistar el poder del Estado, y los segundos, destruirlo. Pannekoek quiere las dos cosas.

 

 

Si en Pannekoek la exposición adolece de nebulosidad y no es lo bastante concreta (para no hablar aquí de otros defectos de su partido, que no interesan al tema que tratamos), Kautsky, en cambio, toma precisamente la esencia de principio del asunto, sugerida por Pannekoek, y en esta cuestión cardinal y de principio abandona enteramente la posición del marxismo y se pasa con armas y bagajes al oportunismo. La diferencia entre los socialdemócratas y los anarquistas aparece definida en él de un modo falso por completo, y el marxismo se ve definitivamente tergiversado y envilecido.

 

La diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste en lo siguiente:

 

1. En que los primeros, proponiéndose como fin la destrucción completa del Estado, reconocen que este fin solo puede alcanzarse después de que la revolución socialista haya destruido las clases, como resultado de la instauración del socialismo, que conduce a la extinción del Estado; mientras que los segundos quieren destruir completamente el Estado de la noche a la mañana, sin comprender las condiciones en las que puede lograrse esta destrucción.

 

2. En que los primeros reconocen la necesidad de que el proletariado, después de conquistar el poder político, destruya totalmente la vieja máquina del Estado, sustituyéndola por otra nueva, formada por la organización de los obreros armados, según el tipo de la Comuna, mientras que los segundos, abogando por la destrucción de la máquina del Estado, tienen una idea absolutamente confusa respecto al punto de con qué ha de sustituir esa máquina el proletariado y cómo este ha de emplear el poder revolucionario. Los anarquistas rechazan incluso el empleo del poder estatal por el proletariado revolucionario, su dictadura revolucionaria.

 

3. En que los primeros propugnan que el proletariado se prepare para la revolución utilizando el Estado moderno, mientras que los anarquistas lo rechazan.

 

 

En esta controversia es Pannekoek quien representa al marxismo contra Kautsky, pues precisamente Marx nos enseñó que el proletariado no puede limitarse a conquistar el poder del Estado, en el sentido de que el viejo aparato estatal pase a nuevas manos, sino que debe destruir, romper ese aparato y sustituirlo por otro nuevo.

 

Kautsky se pasa del marxismo al oportunismo, pues en él desaparece en absoluto precisamente esta destrucción de la máquina del Estado, de todo punto inaceptable para los oportunistas, y se les deja a estos un portillo abierto en el sentido de interpretar la “conquista” como una simple adquisición de la mayoría.

 

Para encubrir su tergiversación del marxismo, Kautsky procede como un exégeta: nos saca una “cita” del propio Marx. En 1850, Marx había escrito acerca de la necesidad de una “resuelta centralización de la fuerza en manos del poder del Estado”. Y Kautsky pregunta, triunfal: ¿Acaso pretende Pannekoek destruir el “centralismo”? Este es ya, sencillamente, un juego de manos, parecido a la identificación que hace Bernstein del marxismo y del proudhonismo en sus puntos de vista sobre el federalismo, que él opone al centralismo.

 

La “cita” tomada por Kautsky es totalmente inadecuada al caso. El centralismo cabe tanto en la vieja como en la nueva máquina estatal. Si los obreros unen voluntariamente sus fuerzas armadas, esto será centralismo, pero un centralismo basado en la “completa destrucción” del aparato centralista del Estado, del ejército permanente, de la policía, de la burocracia. Kautsky se comporta como un estafador eludiendo los pasajes, perfectamente conocidos, de Marx y Engels sobre la Comuna y destacando una cita que no guarda ninguna relación con el asunto.

 

 

… ¿Acaso quiere Pannekoek abolir las funciones públicas de los funcionarios? –pregunta Kautsky–. Pero ni en el partido ni en los sindicatos, y no digamos en la administración pública, podemos prescindir de funcionarios. Nuestro programa no pide la supresión de los funcionarios del Estado, sino la elección de los funcionarios por el pueblo (…) De lo que se trata no es de saber qué estructura presentará el aparato administrativo del “Estado del porvenir”, sino de saber si nuestra lucha política destruirá (literalmente: disolverá: auflöst) el poder estatal antes de haberlo conquistado nosotros (subrayado por Kautsky). ¿Qué ministerio, con sus funcionarios, podría suprimirse? Y se enumeran los ministerios de Instrucción, de Justicia, de Hacienda, de Guerra. No, nuestra lucha política contra el gobierno no eliminará ninguno de los actuales ministerios (…) Lo repito para evitar equívocos: aquí no se trata de la forma que dará al Estado del porvenir” la socialdemocracia triunfante, sino de cómo nuestra oposición modifica el Estado actual.

 

Esto es una superchería manifiesta. Pannekoek había planteado precisamente la cuestión de la revolución. Así se dice con toda claridad en el título de su artículo y en los pasajes citados. Al saltar a la cuestión de la “oposición”, Kautsky suplanta el punto de vista revolucionario por el oportunista. La cosa aparece, en él, planteada así:

 

Ahora estamos en la oposición; después de la conquista del poder, ya veremos. ¡La revolución desaparece! Esto es exactamente lo que exigían los oportunistas.

 

 

No se trata de la oposición ni de la lucha política en general, sino precisamente de la revolución. La revolución consiste en que el proletariado destruye el “aparato administrativo” y todo el aparato del Estado, sustituyéndolo por otro nuevo, constituido por los obreros armados. Kautsky revela una “veneración supersticiosa” por los “ministerios”, pero ¿por qué estos ministerios no han de poder sustituirse, supongamos, por comisiones de especialistas adjuntas a los soviets soberanos y todopoderosos de diputados obreros y soldados?

 

La esencia de la cuestión no está, ni mucho menos, en saber si han de subsistir los “ministerios” o ha de haber “comisiones de especialistas” u otras instituciones; esto es completamente secundario. La esencia de la cuestión radica en si se mantiene la vieja máquina estatal (enlazada por miles de hilos a la burguesía y empapada hasta el tuétano de rutina y de inercia) o si se la destruye, sustituyéndola por otra nueva. La revolución debe consistir no en que la nueva clase mande y gobierne con ayuda de la vieja máquina del Estado, sino en que destruya esta máquina y mande, gobierne, con ayuda de otra nueva: esta idea fundamental del marxismo se esfuma en Kautsky, o bien Kautsky no la ha entendido en absoluto. La pregunta que hace a propósito de los funcionarios demuestra palpablemente que no ha comprendido las enseñanzas de la Comuna ni la doctrina de Marx.

 

“Ni en el partido ni en los sindicatos podemos prescindir de funcionarios…”.

 

No podemos prescindir de funcionarios en el capitalismo, bajo la dominación de la burguesía. El proletariado está oprimido, las masas trabajadoras están esclavizadas por el capitalismo. En el capitalismo, la democracia se ve coartada, cohibida, mutilada, deformada por todo el ambiente de la esclavitud asalariada, de penuria y miseria de las masas. Por esto, y solamente por esto, los funcionarios de nuestras organizaciones políticas y sindicales se corrompen (o, para hablar con más exactitud, muestran la tendencia a corromperse) en el ambiente del capitalismo y muestran la tendencia a convertirse en burócratas, es decir, en personas privilegiadas, divorciadas de las masas, situadas por encima de las masas. En esto reside la esencia del burocratismo, y mientras los capitalistas no sean expropiados, mientras no se derribe a la burguesía, será inevitable una cierta “burocratización” incluso de los funcionarios proletarios.

 

Kautsky presenta la cosa así: puesto que sigue habiendo funcionarios electivos, en el socialismo sigue habiendo funcionarios, ¡sigue habiendo burocracia! Y esto es precisamente lo falso. Precisamente en el ejemplo de la Comuna, Marx puso de manifiesto que, en el socialismo, los que ocupan cargos oficiales dejan de ser “burócratas”, dejan de ser “funcionarios”, dejan de serlo a medida que se implanta, además de la elegibilidad, la movilidad en todo momento; y, además de esto, los sueldos equiparados al salario medio de un obrero; y, además de esto, la sustitución de las instituciones parlamentarias por “instituciones de trabajo, es decir, que dictan leyes y las ejecutan”.

 

En el fondo, toda la argumentación de Kautsky contra Pannekoek, y especialmente su notable argumento de que tampoco en las organizaciones sindicales y del partido podemos prescindir de funcionarios, revelan que Kautsky repite los viejos “argumentos” de Bernstein contra el marxismo en general. En su libro de renegado Las premisas del socialismo, Bernstein combate las ideas de la democracia “primitiva”, lo que él llama “democratismo doctrinario”: mandatos, imperativos, funcionarios sin sueldo, una representación central impotente, etc. Como prueba de que este democratismo “primitivo” es inconsistente, Bernstein aduce la experiencia de las tradeuniones inglesas, en la interpretación de los esposos Webb. Según ellos, en los setenta años que llevan de existencia, las tradeuniones, que se han desarrollado “en completa libertad”, se han convencido precisamente de la inutilidad del democratismo primitivo y lo han sustituido por el democratismo corriente: por el parlamentarismo combinado con el burocratismo.

 

En realidad, las tradeuniones no se han desarrollado “en completa libertad”, sino en completa esclavitud capitalista, en la cual es lógico que “no pueda prescindirse” de una serie de concesiones a los males imperantes, a la violencia, a la falsedad, a la exclusión de los pobres de los asuntos de la “alta” administración. En el socialismo reviven inevitablemente muchas cosas de la democracia “primitiva”, pues por primera vez en la historia de las sociedades civilizadas, la masa de la población se eleva para intervenir por cuenta propia no solo en votaciones y en relaciones, sino también en la labor diaria de la administración. En el socialismo, todos intervendrán por turno en la dirección y se habituarán rápidamente a que nadie dirija.

 

Con su genial inteligencia crítico-analítica, Marx vio en las medidas prácticas de la Comuna aquel viraje que temen y no quieren reconocer los oportunistas por cobardía, para no romper irrevocablemente con la burguesía, y que los anarquistas no quieren ver por precipitación o por incomprensión de las condiciones en que se producen las transformaciones sociales de masas en general.

 

“No cabe ni pensar en destruir la vieja máquina del Estado, pues ¿cómo vamos a arreglárnosla sin ministerios y sin burócratas?”, razona el oportunista impregnado de filisteísmo hasta el tuétano y que, en el fondo, no solo no cree en la revolución, en la capacidad creadora de la revolución, sino que le teme como a la muerte (como le temen nuestros mencheviques y eseristas).

 

“Solo hay que pensar en destruir la vieja máquina del Estado, no hay por qué ahondar en las experiencias concretas de las anteriores revoluciones proletarias ni analizar con qué y cómo sustituir lo destruido”, razonan los anarquistas (los mejores anarquistas, naturalmente, no los que van a la zaga de la burguesía tras los señores como Kropotkin y compañía); de donde resulta en los anarquistas la táctica de la desesperación y no la táctica de una labor revolucionaria, implacable y audaz que persiga objetivos concretos y, al mismo tiempo, tenga en cuenta las condiciones prácticas del movimiento de masas.

 

Marx nos enseña a evitar ambos errores, nos enseña a ser de una intrepidez sin límites en la destrucción de toda la vieja máquina del Estado, pero, a la vez, nos enseña a plantear la cuestión de un modo concreto: la Comuna pudo en unas cuantas semanas comenzar a construir una nueva máquina, una máquina estatal proletaria, de tal y tal modo, aplicando las medidas señaladas para ampliar la democracia y desarraigar el burocratismo. Aprendamos de los comuneros la intrepidez revolucionaria, veamos en sus medidas prácticas un esbozo de las medidas prácticamente urgentes e inmediatamente aplicables, y entonces, siguiendo este camino, llegaremos a la destrucción completa del burocratismo.

 

La posibilidad de esta destrucción está garantizada por el hecho de que el socialismo reducirá la jornada de trabajo, elevará las masas a una nueva vida, colocará la mayoría de la población en condiciones que permitirán a todos, sin excepción, ejercer las “funciones del Estado”, y esto conducirá a la extinción completa de todo Estado en general.

 

… La tarea de la huelga de masas –prosigue Kautsky– no puede ser nunca la de destruir el poder estatal, sino simplemente la de obligar a un gobierno a ceder en un determinado punto o la de sustituir un gobierno hostil al proletariado por otro dispuesto a hacerle concesiones ( Entgegenkommende) (…) Pero jamás ni en modo alguno puede esto (es decir, la victoria del proletariado sobre un gobierno hostil) conducir a la destrucción del poder del Estado, sino pura y simplemente a un cierto desplazamiento ( Verschiebung) en la relación de fuerzas dentro del poder del Estado (…) Y la meta de nuestra lucha política sigue siendo la que ha sido hasta aquí: conquistar el poder del Estado ganando la mayoría en el parlamento y hacer del parlamento el dueño del gobierno.

 

 

Esto es ya el más puro y el más vil oportunismo, es ya renunciar de hecho a la revolución, reconociéndola de palabra. El pensamiento de Kautsky no va más allá de “un gobierno dispuesto a hacer concesiones al proletariado”, lo que significa un paso atrás hacia el filisteísmo, en comparación con el año 1847, en el que El manifiesto comunista proclamaba la “organización del proletariado en clase dominante”. Kautsky tendrá que realizar la “unidad”, tan preferida por él, con los Scheidemann, los Plejánov, y los Vanderveld, todos los cuales están de acuerdo en luchar por un gobierno “dispuesto a hacer concesiones al proletariado”. Pero nosotros iremos a la ruptura con estos traidores al socialismo y lucharemos por la destrucción de toda la vieja máquina estatal para que el mismo proletariado armado sea el gobierno. Son dos cosas muy distintas.

 

Kautsky quedará en la grata compañía de los Legien y los David, los Plejánov, los Potrésov, los Tsereteli y los Chernov, que están completamente de acuerdo en luchar por “un desplazamiento en la relación de fuerzas dentro del poder del Estado” y por “ganar la mayoría en el parlamento y hacer del parlamento el dueño del gobierno”, nobilísimo fin en el que todo es aceptable para los oportunistas y todo permanece en el marco de la república parlamentaria burguesa. Pero nosotros iremos a la ruptura con los oportunistas; y todo el proletariado consciente estará con nosotros en la lucha, no por “el desplazamiento en la relación de fuerzas”, sino por el derrocamiento de la burguesía, por la destrucción del parlamentarismo burgués, por una república democrática del tipo de la Comuna o por una república de los soviets de diputados obreros y soldados, por la dictadura revolucionaria del proletariado.

 

Más a la derecha que Kautsky están situadas, en el socialismo internacional, corrientes como las de los Cuadernos Mensuales Socialistas en Alemania (Legien, David, Kolb y muchos otros, incluyendo a los escandinavos Stauning y Branting); los jauresistas y Vanderveld en Francia y Bélgica; Turati, Treves y otros representantes del ala derecha del partido italiano; los fabianos y los

 

“independientes” (el Partido Laborista Independiente, que en realidad ha estado siempre bajo la dependencia de los liberales) en Inglaterra, etc. Todos estos señores, que desempeñan un papel enorme, no pocas veces predominante, en la actividad parlamentaria y en la labor publicista del partido, niegan francamente la dictadura del proletariado y practican un oportunismo descarado. Para estos señores, la “dictadura” del proletariado ¡¡“contradice” la democracia!! Sustancialmente, no se distinguen en nada serio de los demócratas pequeñoburgueses.

 

 

Tomando en consideración esta circunstancia, tenemos derecho a llegar a la conclusión de que la Segunda Internacional, en la aplastante mayoría de sus representantes oficiales, ha caído de lleno en el oportunismo. La experiencia de la Comuna no ha sido solamente olvidada, sino tergiversada. No solo no se ha inculcado a las masas obreras que se acerca el día en que deberán levantarse y destruir el viejo aparato del Estado, sustituyéndolo por uno nuevo y convirtiendo así su dominación política en base para la transformación socialista de la sociedad, sino que se les ha inculcado todo lo contrario, y la “conquista del poder” se ha presentado de tal modo que han quedado miles de portillos abiertos al oportunismo.

 

La tergiversación y el silenciamiento de la cuestión de la actitud de la revolución proletaria hacia el Estado no podían por menos de desempeñar un enorme papel en el momento en que los Estados, con su aparato militar reforzado a consecuencia de la rivalidad imperialista, se convertían en monstruos guerreros que exterminaban a millones de hombres para decidir quién había de dominar el mundo: Inglaterra o Alemania, uno u otro capital financiero…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: LENIN. “El estado y la revolución” ]

 

*

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar