lunes, 6 de mayo de 2024

 

1152

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

Andrés Piqueras

 

(05)

 

 

 

 

 

PARTE I

 

De la agonía del capital(ismo) y del

desvelamiento de su ilusión democrática

 

 

 

CAPÍTULO 1

 

(…)

 

1.2 Las otras explotaciones (y desposesiones) que posibilitan y

complementan la explotación que constituye al capital

 

No puede perderse de vista, entonces, que el capital requiere del aprovechamiento del trabajo tanto en el ámbito estricto de la explotación (a cambio de un salario o, cuanto menos, de un para-salario) como en el ámbito amplio (que abarca producción-circulación-reproducción), donde con frecuencia las actividades de las que se nutre no son reconocidas como “trabajo”.

 

Para ello precisa también de la apropiación tanto de los bienes comunes que gestan los seres humanos para vivir, como de las actividades extrahumanas del ecosistema que permiten la vida. Conforme se obstruye la dinámica del valor en la esfera de la producción (como veremos en los siguientes capítulos que ocurre hoy), el capital tiende a introducir crecientemente la forma-mercancía en la esfera de la reproducción social (a convertir allí también en ganancia las actividades humanas que procuran y mantienen la vida, sea a través del trabajo abstracto o no). Relaciones que no entrañan valor (en sentido capitalista –según se explicará más en los capítulos 3 y 4–), y que permiten el cuidado y mantenimiento de la vida en común, son convertidas en mercancías para la obtención de beneficio privado. Todos los momentos del metabolismo humano pasan así a constituirse en atributos del ciclo vital del capital, el cual tiene a la autovalorización o automovimiento en progresión cuantitativa como única determinación cualitativa general (Starosta, 2015).

 

 


En suma, el capital tiende a mercantilizar el conjunto de acciones y relaciones humanas y extrahumanas mediante una heteroclitud de formas de apropiación y desposesión rentísticas, transformando así la dinámica de la vida en beneficio y solapando crecientemente las esferas de la producción y de la circulación-reproducción, las de la explotación y las de la desposesión (ver ilustración del proceso general en gráfico 1). Pero por eso mismo también, suscita crecientemente oposición-lucha en todos los ámbitos de la Vida.

 

En contraposición, el Poder del capital es intrínsecamente individualizador, tanto de los núcleos de reproducción (familias, grupos de origen y adscripción…) como de los propios seres humanos. La mercancía descompone la comunidad porque cada quien se vincula “independientemente” con aquélla, como “personificación” jurídica individual. Y es a través de la propia constitución como mercancía-fuerza de trabajo, y su resultante en forma de salario-dinero, que los individuos adquieren su ilusión de “independencia” de los otros (el fundamento de sí mismos como “suficientes”), y su relación con las cosas como capaces o no de poseerlas. Al tiempo, la forma-mercancía implanta una desigualdad (y dependencia) cualitativa entre ellos: quienes pueden hacerse mercancía-fuerza de trabajo y acceder al salario-dinero, y quienes no (aquí sobre todo mujeres). También una desigualdad cuantitativa: por cuánto pueden vender esa su peculiar mercancía.

 

Por consiguiente, la mercancía genera también formas débiles de sociedad al sustentarse en individuos que se relacionan entre sí a través de ella (y ellos mismos como mercancías que ostentan mayor o menor precio en el mercado laboral –y a menudo ninguno si se está fuera de él–). Esa relación-mercancía se expresa sobre todo a través de su representación substancial. Lo que quiere decir que si la mercancía es la célula básica de la sociedad capitalista, el valor es su substancia, cuya forma acabada (plenamente desarrollada), visible (su representación), es el dinero. Su diseminación por la sociedad promueve que las relaciones entre los individuos se hagan impersonales (ni unos sujetados a otros ni interdependientes, aparentemente). Es la forma dinero la que hace desaparecer bajo su apariencia de cosa las relaciones y actividades humanas que hay detrás de las mercancías. De hecho, no admite más relaciones que las que se subordinan a ella, sean comunitarias, étnicas, o de cualquier otro tipo. La proyección de totalidad de la forma mercancía y del valor que constituye la sociedad capitalista, y la expansión planetaria de ésta, hacen que anteriores formaciones sociales y cualesquiera otras expresiones socio-culturales pierdan su capacidad de reproducción autónoma y dejen de constituir una “totalidad” en sí mismas, para pasar a subordinarse al metabolismo del capital, subsumidas directa o indirectamente al mismo, a lo sumo como formas de producción (formas de vida) dentro del modo de producción capitalista (Meillassoux, 1982; Trinchero, 2000).

 

Esas expresiones, en lo básico, mantendrán su existencia en cuanto que elementos procurantes de fuerza de trabajo exógena: aquella que se incorpora a la relación capitalista y no goza de las condiciones de garantía de reproducción que obtiene el Trabajo endógeno según fueron procuradas a través de las luchas de clase en cada formación social (Hymer, 1979; De Gaudemar, 1979; Moulier-Boutang, 2006).

 

El precio del Trabajo exógeno –ya sea en forma de salario, de para-salario (donde el dinero sólo interviene ocasionalmente o como una pequeña parte de la remuneración) o bien totalmente en especie–, a menudo no cubre su reproducción, por lo que se requiere de las etnias, de las comunidades, de los linajes u otras expresiones socioculturales subsumidas al Estado capitalista, para garantizar su reproducción como fuerza de trabajo. Un papel que desempeña a menudo también la familia, sea extensa o nuclear, no sólo con el Trabajo exógeno sino con el propio Trabajo endógeno de reserva (sobre todo jóvenes).

 

Las formas de producción que han ido quedando subsumidas directa o indirectamente a la relación del valor-capital deviene con frecuencia núcleos sustentadores-reproductores (convertidos en comunidades, grupos étnicos, tribus, clanes, familias, grupos domésticos amplios, linajes e incluso naciones enteras sin Estado, etc.) de esa fuerza de trabajo exógena una vez se ha incorporado a la relación capitalista. En general, el desarrollo capitalista destruye relaciones y vínculos sociales comunitarios para reconstruirlos bajo la forma de inter-individualidad, a la que opone la comunidad del capital Mercancía, valor (tiempo-dinero) y capital son las categorías fundamentales que regulan la (des-)sociedad capitalista, constituyendo a la vez su base fetichista, y por consiguiente su carácter alienado intrínseco (Carcanholo, 2015; Jappe, 2016; Starosta y Caligaris, 2016, 2017). También son el sustento, por tanto, de sus mistificaciones e ilusiones. Entre ellas, la de la democracia…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

 

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