lunes, 22 de abril de 2024

 

1145

 

EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Lenin

 

( 20 )

 

 

 

CAPÍTULO VI

 

EL ENVILECIMIENTO DEL MARXISMO POR LOS

OPORTUNISTAS

 

El problema de la actitud del Estado hacia la revolución social y de esta hacia aquel, como en general el problema de la revolución, ha preocupado muy poco a los más notables teóricos y publicistas de la Segunda Internacional (1889-1914). Pero lo más característico del proceso de desarrollo gradual del oportunismo, que llevó a la bancarrota de la Segunda Internacional en 1914, es que incluso cuando han abordado de lleno esta cuestión se han esforzado por eludirla o no la han advertido.

 

En términos generales puede decirse que de este enfoque evasivo ante el problema de actitud de la revolución proletaria hacia el Estado, enfoque evasivo favorable para el oportunismo y del que se nutría este, surgió la tergiversación del marxismo y su completo envilecimiento.

 

Para caracterizar, aunque sea brevemente, este proceso lamentablemente fijémonos en los teóricos más destacados del marxismo, en Plejánov y Kautsky.

 

 

 

1. La polémica de Plejánov con los anarquistas

 

Plejánov consagró a la actitud del anarquismo hacia el socialismo un folleto titulado Anarquismo y socialismo, que se publicó en alemán en 1894. Plejánov se las ingenió para tratar este tema eludiendo en absoluto lo más actual, lo más candente y lo más esencial desde el punto de vista político en la lucha contra el anarquismo: ¡precisamente la actitud de la revolución hacia el Estado y la cuestión del Estado en general! En su folleto descuellan dos partes. Una, histórico-literaria, con valiosos materiales referentes a la historia de las ideas de Stirner, Proudhon, etcétera. Otra, filistea, con torpes razonamientos en torno al tema de que un anarquista no se diferencia de un bandido.

 

La combinación de estos temas es en extremo curiosa y característica de toda la actuación de Plejánov en vísperas de la revolución y en el transcurso del período revolucionario en Rusia. En efecto, en los años de 1905 a 1917, Plejánov se reveló como un semidoctrinario y un semifilisteo que en política marchaba a la zaga de la burguesía. Hemos visto cómo Marx y Engels, polemizando con los anarquistas, aclaraban con el máximo celo sus puntos de vista acerca de la actitud de la revolución hacia el Estado. Al editar en 1891 la Crítica del programa de Gotha, de Marx, Engels escribió:

 

 

“Nosotros (es decir, Engels y Marx) nos encontrábamos entonces en pleno apogeo de la lucha contra Bakunin y sus anarquistas: desde el Congreso de La Haya de la (Primera) Internacional apenas habían transcurrido dos años”.

 

 

Los anarquistas intentaban reivindicar como “suya”, por decirlo así, precisamente la Comuna de París, como una confirmación de su doctrina, sin comprender en absoluto las enseñanzas de la Comuna y el análisis en estas enseñanzas hecho por Marx. El anarquismo no ha aportado nada que se acerque siquiera a la verdad a estas cuestiones políticas concretas: ¿Hay que destruir la vieja máquina del Estado? ¿Y con qué sustituirla?

 

 

Pero hablar de “anarquismo y socialismo”, eludiendo toda la cuestión del Estado, no advirtiendo todo el desarrollo del marxismo antes y después de la Comuna, significaba deslizarse inevitablemente hacia el oportunismo, pues no hay nada que tanto interese al oportunismo como que no se planteen en modo alguno las dos cuestiones que acabamos de señalar. Esto es ya una victoria del oportunismo.

 

 

 

2. La polémica de Kautsky con los oportunistas

 

 

Es indudable que al ruso se ha traducido una cantidad incomparablemente mayor de obras de Kautsky que a ningún otro idioma. No en vano algunos socialdemócratas alemanes bromean diciendo que Kautsky es más leído en Rusia que en Alemania. (Dicho sea entre paréntesis, esta broma encierra un sentido histórico más profundo de lo que sospechan sus autores: los obreros rusos, que en 1905 sentían una apetencia extraordinaria, nunca vista, por las mejores obras de la mejor literatura socialdemócrata del mundo, a quienes se suministró una cantidad inaudita para otros países de traducciones y ediciones de estas obras, trasplantaban, por decirlo así, con ritmo acelerado, al joven terreno de nuestro movimiento proletario la formidable experiencia del país vecino más adelantado).

 

A Kautsky se le conoce especialmente entre nosotros, no solo por su exposición popular del marxismo, sino también por su polémica contra los oportunistas, a la cabeza de los cuales figuraba Bernstein. Lo que apenas se conoce es un hecho que no puede silenciarse cuando se propone uno la tarea de investigar cómo Kautsky ha caído en esa confusión y en esa defensa increíblemente vergonzosa del socialchovinismo durante la profundísima crisis de los años 1914-1915. Es precisamente el hecho de que antes de enfrentarse con los más destacados representantes del oportunismo en Francia (Millerand y Jaurés) y en Alemania (Bernstein), Kautsky dio pruebas de grandísimas vacilaciones. La revista marxista Zaria, que se editó en Stuttgart de 1901 a 1902 y que defendía las concepciones revolucionario-proletarias, vióse obligada a polemizar con Kautsky y a calificar de “elástica” la resolución presentada por él en el Congreso Socialista Internacional de París en el año 1900, resolución evasiva que se quedaba a la mitad de camino y adoptaba ante los oportunistas una actitud conciliadora. Y en Alemania han sido publicadas cartas de Kautsky que revelan las vacilaciones no menores que le asaltaron antes de lanzarse a la campaña contra Bernstein. Pero aún encierra una significación mucho mayor la circunstancia de que en su misma polémica con los oportunistas, en su planteamiento de la cuestión y en su modo de tratarla, advertimos hoy, cuando estudiamos la historia de la más reciente traición contra el marxismo cometida por Kautsky, una propensión sistemática al oportunismo en lo que toca precisamente al problema del Estado.

 

Tomemos la primera obra importante de Kautsky contra el oportunismo: su libro Bernstein y el programa socialdemócrata.

 

Kautsky refuta con todo detalle a Bernstein. Pero he aquí una cosa característica. En sus Premisas del socialismo, célebre a lo Eróstrato, Bernstein acusa al marxismo de “blanquismo” (acusación que a partir de entonces han repetido miles de veces los oportunistas y los burgueses liberales de Rusia contra los representantes del marxismo revolucionario, los bolcheviques). Bernstein se detiene especialmente en La guerra civil en Francia, de Marx, e intenta –con muy poca fortuna, como hemos visto– identificar el punto de vista de Marx sobre las enseñanzas de la Comuna con el punto de vista de Proudhon. Bernstein consagra una atención especial a aquella conclusión de Marx que este subrayó en su prefacio de 1872 a El manifiesto comunista y que dice así:

 

“La clase obrera no puede limitarse a tomar simplemente posesión de la máquina estatal existente y a ponerla en marcha para sus propios fines”.

 

 

A Bernstein le “gustó” tanto esta sentencia, que la repitió no menos de tres veces en su libro, interpretándola en el sentido más tergiversado y oportunista. Marx quiere decir, como hemos visto, que la clase obrera debe destruir, romper, hacer saltar (Sprengung: explosión, es el término que emplea Engels) toda la máquina del Estado. Pues bien: Bernstein presenta la cosa como si, con estas palabras, Marx precaviese a la clase obrera contra un revolucionarismo excesivo al conquistar el poder. No cabe imaginarse un falseamiento más grosero ni más escandaloso del pensamiento de Marx.

 

Ahora bien, ¿qué hizo Kautsky en su minuciosa refutación de la bernsteiniada? Rehuyó analizar en toda su profundidad la tergiversación del marxismo por el oportunismo en este punto. Adujo el pasaje, citado más arriba, del prefacio de Engels a La guerra civil, de Marx, diciendo que, según Marx, la clase obrera no puede tomar simplemente posesión de la máquina estatal existente, pero que en general sí puede tomar posesión de ella, y nada más. Kautsky no dice ni una palabra de que Bernstein atribuye a Marx exactamente lo contrario del verdadero pensamiento de este, ni dice que, desde 1852, Marx destacó como tarea de la revolución proletaria el “destruir” la máquina del Estado.

 

¡Resulta, pues, que en Kautsky quedaba esfumada la diferencia más esencial entre el marxismo y el oportunismo en cuanto a las tareas de la revolución proletaria! La solución del problema de la dictadura proletaria –escribía Kautsky contra Bernstein– es cosa que podemos dejar con plena tranquilidad al porvenir. Esto no es una polémica contra Bernstein, sino, en el fondo, una concesión a este, una entrega de posiciones al oportunismo, pues, de momento, nada hay que tanto interese a los oportunistas como el “dejar con plena tranquilidad al porvenir” todas las cuestiones cardinales sobre las tareas de la revolución proletaria.

 

 

Desde 1852 hasta 1891, a lo largo de cuarenta años, Marx y Engels enseñaron al proletariado que debía destruir la máquina del Estado. Pero Kautsky, en 1899, ante la completa traición al marxismo que cometen en este punto los oportunistas, sustituye la cuestión de si es necesario destruir o no esta máquina por la cuestión de las formas concretas que ha de revestir la destrucción, y va a refugiarse bajo las alas de la verdad filistea “indiscutible” (y estéril) ¡¡de que estas formas concretas no podemos conocerlas de antemano!!

 

Entre Marx y Kautsky media un abismo en su actitud ante la tarea del partido proletario de preparar a la clase obrera para la revolución. Veamos una obra posterior más madura de Kautsky, consagrada también en gran parte a refutar los errores del oportunismo: su folleto La revolución social. El autor toma aquí como tema especial la cuestión de la “revolución proletaria” y del “régimen proletario”. Nos ofrece muchas cosas de gran valor, pero elude precisamente la cuestión del Estado. En este folleto se habla a cada momento de la conquista del poder estatal, y solo de esto; es decir, se elige una fórmula que constituye una concesión a los oportunistas, toda vez que admite la conquista del poder sin destruir la máquina del Estado. Justamente aquello que en 1872 Marx declaraba “anticuado” en el programa de El manifiesto comunista es lo que Kautsky resucita en 1902.

 

En ese folleto se consagra un apartado especial a las “formas y armas de la revolución social”. Se habla de la huelga política de masas, de la guerra civil, de esos “medios de fuerza del gran Estado moderno que son la burocracia y el ejército”, pero no se dice ni palabra de lo que ya enseñó a los obreros la Comuna. Es evidente que Engels sabía lo que hacía cuando prevenía, especialmente a los socialistas alemanes, contra la “veneración supersticiosa” del Estado.

 

Kautsky presenta la cosa así: el proletariado triunfante convertirá en realidad el programa democrático”. Y expone los puntos de este. Ni una palabra se nos dice de lo que el año 1871 aportó como nuevo en lo que concierne a la sustitución de la democracia burguesa por la democracia proletaria. Kautsky se contenta con banalidades de tan “seria” apariencia como esta:

 

“es de por sí evidente que no alcanzaremos la dominación en las condiciones actuales. La misma revolución presupone largas y profundas luchas que cambiarán ya nuestra actual estructura política y social”.

 

 

No hay duda de que esto es algo “de por sí evidente”, tan “evidente” como que los caballos comen avena y que el Volga desemboca en el mar Caspio. Solo es de lamentar que con frases vacuas y ampulosas sobre “profundas” luchas se eluda una cuestión vital para el proletariado revolucionario: la de saber en qué se expresa la “profundidad” de su revolución respecto al Estado, respecto a la democracia, a diferencia de las revoluciones anteriores, de las revoluciones no proletarias. Al eludir esta cuestión, Kautsky de hecho hace una concesión, en un punto tan esencial, al oportunismo, al que había declarado, de palabra, una terrible guerra, subrayando la importancia de la “idea de la revolución” (¿vale mucho esta “idea”, cuando se teme propagar entre los obreros las enseñanzas concretas de la revolución?), o diciendo: “el idealismo revolucionario, ante todo”, o manifestando que los obreros ingleses apenas son ahora “algo más que pequeñoburgueses”.

 

 

En una sociedad socialista –escribe Kautsky– pueden coexistir las más diversas formas de empresas: la burocrática (¿¿??), la tradeunionista, la cooperativa, la individual (…) Hay, por ejemplo, empresas que no pueden desenvolverse sin una organización burocrática (¿¿??), como ocurre con los ferrocarriles. Aquí la organización democrática puede revestir la forma siguiente: los obreros eligen delegados, que constituyen una especie de parlamento llamado a establecer el régimen de trabajo y a fiscalizar la administración del aparato burocrático. Otras empresas pueden entregarse a la administración de los sindicatos obreros; otras, en fin, pueden ser organizadas sobre el principio del cooperativismo.

 

 

Estas consideraciones son erróneas y representan un retroceso respecto a lo expuesto por Marx y Engels en la década de los setenta tomando como ejemplo las enseñanzas de la Comuna. Desde el punto de vista de la necesidad de una organización pretendidamente “burocrática”, los ferrocarriles no se distinguen absolutamente en nada de todas las empresas de la gran industria mecánica en general, de cualquier fábrica, de un almacén importante o de una vasta empresa agrícola capitalista. En todas las empresas de esta índole, la técnica impone incondicionalmente una disciplina rigurosísima y la mayor puntualidad en la ejecución del trabajo asignado a cada uno, a riesgo de paralizar toda la empresa o de deteriorar el mecanismo o los productos. En todas estas empresas, los obreros procederán, como es natural, a “elegir delegados que constituirán una especie de parlamento”.

 

 

Pero todo el quid del asunto reside precisamente en que esta “especie de parlamento” no será un parlamento por el estilo de las instituciones parlamentarias burguesas. Todo el quid reside en que esta “especie de parlamento” no se limitará a “establecer el régimen de trabajo y a fiscalizar la administración del aparato burocrático”, como se figura Kautsky, cuyo pensamiento no se sale del marco del parlamentarismo burgués. En la sociedad socialista, esta “especie de parlamento” de diputados obreros tendrá como misión, naturalmente, “establecer el régimen de trabajo y fiscalizar la administración” del “aparato”, pero este “aparato no será burocrático”. Los obreros, después de conquistar el poder político, destruirán el viejo aparato burocrático, lo demolerán hasta los cimientos, no dejarán de él piedra sobre piedra, lo sustituirán por otro nuevo, formado por los mismos obreros y empleados, contra cuya transformación en burócratas se tomarán sin dilación las medidas analizadas con todo detalle por Marx y Engels:

 

1) no solo elegibilidad, sino amovilidad en cualquier momento; 2) sueldo no superior al salario de un obrero; 3) inmediata implantación de un sistema en el que todos desempeñen funciones de control y de inspección y todos sean “burócratas” durante algún tiempo, para que, de este modo, nadie pueda convertirse en “burócrata”.

 

Kautsky no se paró, en absoluto, a meditar las palabras de Marx:

 

“La Comuna no era una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo que dictaba leyes y al mismo tiempo las ejecutaba.”

 

Kautsky no comprendió, en absoluto, la diferencia entre el parlamentarismo burgués, que asocia la democracia (no para el pueblo) al burocratismo (contra el pueblo), y la democracia proletaria, que toma inmediatamente medidas para cortar de raíz el burocratismo y que estará en condiciones de llevar estas medidas hasta el fin, hasta la completa destrucción del burocratismo, hasta la implantación completa de la democracia para el pueblo. Kautsky revela aquí la misma “veneración supersticiosa” hacia el Estado, la misma “fe supersticiosa” en el burocratismo.

 

 

Pasemos a la última y mejor obra de Kautsky contra los oportunistas, a su folleto El camino del poder (inédito, según creemos, en ruso, ya que se publicó en pleno apogeo de la reacción en nuestro país, en 1909). Este folleto representa un gran paso adelante, ya que en él no se habla de un programa revolucionario en general, como en el folleto de 1899 contra Bernstein, ni de las tareas de la revolución social haciendo abstracción del momento en que esta se produce, como en el folleto La revolución social, de 1902, sino de las condiciones concretas que nos obligan a reconocer que comienza la “era de las revoluciones”. El autor habla concretamente de la agudización de las contradicciones de clase en general y también del imperialismo, que desempeña un importantísimo papel en este sentido. Después del “período revolucionario de 1789 a 1871” en Europa occidental, en 1905 comienza un período análogo para el Este. La guerra mundial se avecina con amenazante celeridad. “El proletariado no puede hablar ya de una revolución prematura”. “Hemos entrado en un período revolucionario”. “La era revolucionaria comienza”.

 

Estas manifestaciones son absolutamente claras. Este folleto de Kautsky debe servir de índice para comparar lo que la socialdemocracia alemana prometía ser antes de la guerra imperialista y lo bajo que cayó (incluido el mismo Kautsky) al estallar la guerra. “La situación actual –escribía Kautsky en el citado folleto– encierra el peligro de que a nosotros (es decir, a la socialdemocracia alemana) se nos puede tomar fácilmente por más moderados de lo que somos en realidad.” ¡En realidad, el Partido Socialdemócrata Alemán resultó ser incomparablemente más moderado y más oportunista de lo que parecía!

 

Ante estas manifestaciones tan definidas de Kautsky a propósito de la era, ya iniciada, de las revoluciones, es tanto más característico que, en un folleto consagrado, según sus propias palabras, a analizar precisamente la cuestión de la “revolución política”, vuelva a eludirse por completo la cuestión del Estado. De la suma de estas omisiones de la cuestión, de estos silencios y de estas evasivas resultó inevitablemente ese paso completo al oportunismo del que tendremos que hablar a continuación.

 

En la persona de Kautsky, la socialdemocracia alemana parecía declarar: mantengo mis concepciones revolucionarias (1899). Reconozco, en particular, el carácter inevitable de la revolución social del proletariado (1902). Reconozco que ha comenzado la nueva era de las revoluciones (1909). Pero, a pesar de todo esto, retrocedo con respecto a lo que dijo Marx ya en 1852 tan pronto como se plantea la cuestión de las tareas de la revolución proletaria, en relación con el Estado (1912).

 

 

Exactamente así se planteó, de un modo tajante, la cuestión en la polémica de Kautsky con Pannekoek…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: LENIN. “El Estado y la revolución” ]

 

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