viernes, 19 de abril de 2024

 

 

1144

 

DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL

Andrés Piqueras

 

(03)

 

 

 

 

 

PARTE I

 

De la agonía del capital(ismo) y del

desvelamiento de su ilusión democrática

 

 

 

CAPÍTULO 1

 

De las características constitutivas de la sociedad

capitalista

 

El capitalismo es un modo de producción cuyas relaciones sociales fundamentales vienen mediatizadas por la forma mercancía, dando lugar a un tipo estructurado de práctica y cosmovisión social que al mismo tiempo estructura las acciones y las conciencias individuales. La forma mercancía está constituida por el trabajo humano abstracto que se despliega como trabajo asalariado, el cual viene implicado en la apropiación de la labor y del tiempo de vida de unos seres humanos por otros. El “trabajo abstracto” es tal por expresar la abstracción de las diferencias cualitativas de los trabajos concretos que producen valores de uso, para reducirlos todos a un trabajo intercambiable, representativo del conjunto de la sociedad. Está conectado, pues, al intercambio general de mercancías en virtud del tiempo socialmente necesario para su producción según el desarrollo de las fuerzas productivas de cada momento histórico. Eso quiere decir que el tiempo se hace entidad referencial de la sociedad capitalista, su engranaje de medición, que instaurará diferentes temporalidades (y otras tantas desigualdades derivadas de ellas) y determinará la lógica de los hechos y los procesos sociales; también el valor de las cosas y las personas.

 

Así que si el trabajo concreto de cada quien genera productos para satisfacer necesidades, el trabajo abstracto produce mercancías para aumentar la ganancia de quien lo posee (y no de quien lo ejerce), una vez que aquél as han pasado por el mercado (es decir, casi nunca esas mercancías están destinadas a quienes las producen). Mas la forma mercancía no alude sólo a los productos humanos destinados al mercado (como en otros modos de producción), sino que estructura toda la producción, distribución, consumo y, en suma, el conjunto de relaciones sociales en el capitalismo. Ella es la expresión materializada más simple de esas relaciones sociales.

 

De la mercancía emana el valor. Al realizar el intercambio de mercancías, éstas se reducen no a algo “material” en estricto sentido, sino a una abstracción que llamamos valor. El valor es una substancia lógica que determina la constitución de una determinada forma de mercado (auto-expansivo y omni-abarcador); se podría decir que es la auténtica “constitución” por la que se rigen las sociedades capitalistas. El valor es una relación social de producción que cobra cuerpo en las mercancías, de donde resulta el nexo social elemental del que derivan las formas de ser y de conciencia en la sociedad capitalista. El valor deviene una forma de riqueza que se media a sí misma y se mide a través del gasto de (tiempo de) trabajo abstracto empleado en la producción de mercancías, y que se expresa como valor de cambio o precio. El valor, a diferencia del valor de uso, es algo abstracto, una ilusión, pero al tiempo esa “ilusión” es lo más real, pues cada elemento particular de la sociedad resulta penetrado por ella. Es pues una ilusión objetiva que moldea toda la vida social. En el capitalismo, la ilusión-forma (o apariencia del contenido –el valor–) reina sobre la sociedad toda (Adorno, 1993).

 

Como quiera que las mercancías están directamente imbricadas en el valor en vez de vincularse a la riqueza material, lo importante en el capitalismo no es la generación de riqueza en cuanto que productos o bienes satisfactores de necesidades (valores de uso), sino la obtención incesante y ampliada de valor. Pero no tanto, tampoco, en sí mismo, sino como plusvalor. El valor como plusvalor es la medida al cambio con otras mercancías de la plusvalía extraída en cada una de ellas: el tiempo de trabajo humano empleado para producirlas y que no ha sido pagado, esto es, el plustrabajo o trabajo de más que se hace en beneficio de quien compra el trabajo. Dicho de otra manera, la plusvalía no es sino la expresión monetizada del plus-trabajo. Por eso, el valor hace que la riqueza se exprese en la sociedad capitalista como ganancia privada, toda la cual deviene de una u otra forma de la plusvalía obtenida en la esfera de la producción, aunque se realice o cobre existencia manifiesta a través del mercado (esfera de la circulación de mercancías).

 

Descompuesto en unidades de medida de valor, el tiempo dicta cuantitativamente la vida de los individuos, el propio valor de éstos. La cantidad ( valor) prevalece sobre la cualidad (valores de uso, satisfactores de necesidades humanas, características personales).

 

 

“Sólo allí donde la riqueza consiste en el tiempo de trabajo gastado, ésta [en cuanto que valor] comienza a regular a su vez las relaciones sociales” (Jappe, 2016).

 

 

Los valores de uso se fueron sometiendo al valor con la creación de un equivalente general, estable y permanente: el dinero. El dinero se convierte en el capitalismo en una mercancía universal que se separa de todas las otras para hacerse medida de todas el as en función del valor depositado en las mismas. Es la representación del valor, su concreción aprehensible, y tiene, como el valor, la finalidad de incrementarse a sí mismo.

 

Sin embargo, a pesar de que el trabajo humano es el creador de valor, tal hecho no se refleja en la forma dinero, porque la forma en que existe el dinero vela su propio contenido y es al mismo tiempo una expresión del antagonismo social. En general sólo se ve al dinero como la encarnación del valor de cambio puro, del que se ha borrado el recuerdo mismo de otro valor, el de uso (Marx) Es más, sin el dinero todos los trabajos en la producción serían concretos y por tanto inconmensurables, sin validación posible en el intercambio. El dinero es el que permite la circulación final de las mercancías, sin la cual ni el valor ni el trabajo abstracto cobrarían existencia. Es decir, que el dinero es a la vez algo sensible (en su parte física) y extra-sensible (como concreción del valor).

 

El mismo valor es objetividad y subjetividad. Cuando hablamos de trabajo se hacen visibles los seres humanos, en cambio si hablamos de valor parece algo del mundo exterior, independiente de la actividad humana y de su conciencia (Marx). Porque el valor es la objetivación de las fuerzas genéricas de la humanidad filtradas a través del trabajo abstracto, y aunque no se sea consciente de él, la conciencia humana está constituida por él. Ésta y la voluntad de las personas se encuentran determinadas como portadoras de una relación social cosificada en la mercancía (en cuanto que materialización del valor) (Backhaus).

 

El movimiento ampliado del valor como plusvalor (plusvalía) realizado en forma de dinero y reinvertido para generar más plusvalía traducida en el mercado como más dinero, es el capital. En sí mismo no es, por tanto, sino plusvalía reinvertida, trabajo no pagado listo para generar beneficio. El capital es una relación social y una forma de expresar la riqueza producida y acumulada por la sociedad. Como relación social determina dos clases fundamentales, una que se vende como “fuerza de trabajo” y otra que la compra. No obstante, precisa también de otras relaciones de explotación no mediadas por el salario o precio de la fuerza de trabajo (en las que la totalidad del trabajo no es pagado o lo es mediante formas no salariales o parasalariales), pero que son condición de posibilidad de esa mediación. El capital entraña un antagonismo ingénito, dado que la forma-ganancia al igual que la forma-dinero y la forma-mercancía son expresiones del antagonismo entre trabajo abstracto y trabajo concreto. Antagonismo que se traduce para quienes realizan uno y otro a la vez, en resistencia-lucha, susceptible de llevar a la oposición parcial o total del orden del capital, porque la vida humana como conjunto de valores de uso es intrínsecamente contradictoria con el valor. No puede perderse de vista aquí que el trabajo ajeno, además de ser la base del valor de cambio, es valor de uso para el capital (del que extrae plusvalor).

 

Por eso aunque el trabajo y el capital parten de una identificación, el segundo es fruto del trabajo, y ambos constituyen el modo de producción capitalista el trabajo tiende a desligarse del capital en cuanto que trabajo concreto.

 

 

“El valor de uso opuesto al capital en cuanto valor de cambio puesto, es el trabajo. El capital se intercambia o, en este carácter determinado, sólo está en relación con el no-capital, con la negación del capital, respecto a la cual sólo él es capital; el verdadero no-capital es el trabajo (Marx)

 

 

Cuando el capitalismo se establece como modo de producción dominante, se inaugura una época de dominio del valor en la sociedad, y se convierte en valor-capital (o simplemente capital), listo para valorizarse a sí mismo a través del trabajo humano abstracto. Eso significa que el valor conquista la posición de categoría autónoma, con vida propia, deviniendo en un movimiento de continua generación de plusvalor (acumulación ampliada de capital): esa es la substanciación del valor, que se constituye en motor del proceso de recreación social en su completitud (y por tanto, se hace enajenante de los seres humanos y de una sociedad que no tiene control sobre los automatismos a que ha dado lugar y que la rigen sin saberlo).

 

Esto hace que la forma de dominación pueda presentarse como abstracta e impersonal: imperativos y constricciones a los que todo el mundo está sujeto más allá de la intervención voluntaria de nadie. Porque, una vez instalado el mecanismo del valor, funciona como si fuera un “sujeto automático” ( antitético, pues, con una planificación social), y la subsecuente explotación económica no resulta efecto de la dominación política, sino al contrario.

 

El capitalismo reemplaza el lazo social comunitario por el nexo social abstracto del valor, es decir de las relaciones de intercambio de mercancías en las que éste se manifiesta. La independencia de los individuos de cualquier vínculo instituido de dominación personal, no da lugar, por tanto, a su libre coexistencia, sino que los hace dependientes de una abstracción social (el valor), que marca o determina su existencia común. “El valor funda un nexo social reificado que reúne a los individuos contraponiéndoseles como un poder ajeno, anónimo e impersonal” (Martín, 2014), que es a la vez antitético (basado en la explotación) y alienante (su existencia se oculta en formas fetichizadas). Porque el valor no es un mero elemento económico de significación y repercusiones limitadas, no es algo aislado en la esfera de la economía; es el nexo social fundamental, el elemento que da su razón de ser a la sociedad capitalista. Es a través del intercambio de mercancías, donde se realiza el valor, que se rompen las comunidades y se constituyen los individuos “independientes”; en realidad individuos abstractos, personificaciones de las mercancías (Holloway).

 

Como resultado, los mecanismos de Poder (con mayúsculas, metabólicos) en la sociedad capitalista no son “personales” sino materiales, “orgánicos” –de clase–. El valor, devenido capital, es el propio agente que, en su movimiento de reproducción ampliada, se expresa en –marca las condiciones y posibilidades de las– relaciones de dominación y poder, y políticas de Estado, incluyendo sus formas jurídico-constitucionales (según veremos en el siguiente capítulo). Es la fuente del Poder que se superpone a los poderes personales y que, en general, subordina a cualesquiera otros poderes en la sociedad capitalista, aunque se sirve también de el os para su propia reproducción, para la división y sometimiento del Trabajo.

 

Aquí reside la “gran transformación” que supuso el capitalismo, y en la que tanto incidió Polany (1989): la aparición de la economía como una esfera (aparentemente) separada del resto del medio social, que tiene al beneficio sin límites como principio impulsor. Desde el momento en que se impone el valor como forma de metabolismo social –ordenador de las relaciones humanas entre sí y con el hábitat natural–, secreta su Política metabólica y decanta también las posibilidades de las formas de institucionalidad. La política (con minúsculas) como expresión institucionalizada de gestión y administración social, opera constreñida por los principios del funcionamiento metabólico del valor-capital (la Política con mayúsculas por la que se rige el Sistema), a los que está forzada a salvaguardar. Se incardina, por tanto, en la economía (por eso los clásicos siempre hablaron de “economía política”). De hecho, las diferentes estructuras organizacionales del capitalismo están conectadas a las distintas expresiones del despliegue del valor-capital (de su ley de moción) por lo que las formas de dominación y de explotación aparecen difuminadas, veladas por ese mismo movimiento, y devienen, como se ha dicho, impersonales, aunque requieran de la dominación de clase (del Capital con mayúsculas, como conjunto de personificaciones agenciales del capital) y sus correspondientes estructuras de comando político para obtener su plena garantía de realización y pervivencia, porque la paradoja del “sujeto automático” es que no funciona de forma “tan” autónoma ni “tan” indefinidamente, sin manos que le den cuerda.

 

En realidad, el movimiento del valor-capital no sólo entraña explotación del trabajo ajeno, también dominación. Dominación agencial requerida no para hacer trabajar, obligación que viene dada por la “coacción sorda de las relaciones sociales de producción” (y la previa violencia estructural de la desposesión de medios de producción), sino para hacer que el trabajo sea efectivo, productivo. Las relaciones de dominación capitalistas se sustentan también en formas de poder y dominio pre-existentes a la imposición del capitalismo, sobre todo allí donde la subsunción formal del trabajo al capital no ha terminado de dar paso a la subsunción real. El gran éxito del capital como metabolismo social es que ha supeditado y puesto a su servicio todas las demás líneas de fractura de los seres humanos a su dinámica de extracción de plusvalor, que por eso se ha constituido en hegemónica, sustentadora de todo un sistema social hoy planetario.

 

Por consiguiente, el capital no sólo es trabajo no pagado (explotación), es también Poder (con mayúsculas, Poder metabólico) como capacidad de controlar el hacer de otros: su producción, su trabajo, y también su vida, para disolver el potencial de emancipación de los seres humanos, para evitar el trabajo libre, en cooperación (como parte de la vida de las personas dedicada a sí mismas) y convertir el trabajo concreto en “trabajo efectivo” (productivo), en trabajo mercancía. Las personas quedan convertidas a través del trabajo abstracto en mercancía “fuerza de trabajo”, la única mercancía que genera plus valor al usarla, pero también la única que se resiste a serlo, haciendo de la dominación capitalista siempre algo incompleto (Steimberg).

 

En las relaciones pre-capitalistas de dependencia personal no hay necesidad de que el trabajo y sus productos asuman formas fantásticas diferentes de su realidad. Todo el mundo tiene muy claro en qué radica la explotación, porque la conexión entre los/las productores/as y sus productos es transparente. Ninguna entidad abstracta media las relaciones humanas.

 

En la sociedad capitalista, sin embargo, el trabajo abstracto enfrenta a los individuos como una fuerza impersonal, no sólo ajena a sus necesidades y sensibilidades, sino también aparentemente a relaciones de poder.

 

Así traduce las palabras de Marx sobre este punto Postone:

 

 

“En una sociedad [capitalista] en la cual la mercancía es la principal categoría estructurante del conjunto, el trabajo y sus productos no están distribuidos socialmente por medio de vínculos, normas o relaciones explícitas de poder y dominación de tipo tradicional (…) como ocurría en otras sociedades. Por el contrario, el trabajo en sí mismo reemplaza dichas relaciones actuando como un medio cuasi-objetivo (…) que engloba, transforma y, hasta cierto punto, socava y suplanta, los vínculos sociales y las relaciones de poder tradicionales.”

 

 

Digámoslo una vez más, en la sociedad capitalista la forma necesaria en que aparece la mercancía vela su propio contenido, oculta el trabajo humano abstracto (de tal forma que son los productos de la actividad humana, convertidos en mercancías, los que se manifiestan con vida propia, ajenos al trabajo concreto de las personas que los produjeron) y al mismo tiempo continúa existiendo de manera antagónica, a la vez como valor de uso y valor. Es decir, la “objetividad social” se alcanza a costa de la alienación de la subjetividad. La actividad práctica enajenada de los seres humanos es el fundamento o contraparte social del valor. Misma subjetividad alienada que sirve al Poder del capital como sustento social y trasluce una racionalidad tautológica (de la que es prisionera buena parte de la Ciencia Social, que arranca de, y prolonga, esa alienación), al predicar que las cosas son así porque los seres humanos son (piensan, actúan, deciden, votan…) así.

 

En otros modos de producción la riqueza es ante todo riqueza material, y se distribuye por relaciones de fuerza y poder externas a la dinámica económica. En el capitalismo estas relaciones también actúan, pero complementariamente, dentro de los márgenes marcados por el propio proceso de reproducción del capital, esto es, del valor puesto a valorizarse a sí mismo.

 

El movimiento del capital como valor, su propio devenir, actúa pues en el sentido de apropiarse del conjunto de las condiciones sociales de existencia que le han precedido, para ponerlas al servicio de su reproducción, al tiempo que crea nuevas condiciones con el mismo objetivo. Esto es, la forma en que se expresa el valor adquiere “vida propia”, mientras que los seres humanos quedan sin existencia autónoma aparente en cuanto que “fuerza de trabajo” y sus relaciones sociales resultan cosificadas (mediadas por lo que producen, que se ha hecho mercancía). Con ello, no son las necesidades humanas las que dirigen el gasto de fuerza de trabajo, sino que la expresión muerta de esa energía, el valor-capital, ha subordinado a ella misma y a su incremento constante, la satisfacción de las necesidades humanas. Este fetichismo básico traza el carácter alienado y alienante de la sociedad capitalista, no en un sentido “absoluto”, como si fuera el negativo de una supuesta naturaleza humana des-alienada, sino en cuanto que el valor-capital es no sólo relación de producción sino igualmente de reproducción social. Es decir, el valor-capital es también conciencia, maneras de hacer las cosas y de entender el mundo (lo “objetivo” y lo “subjetivo” se solapan sin remedio, la “estructura” y la “supraestructura” se revuelven juntas).

 

Por tanto, en el modo de producción capitalista las condiciones de dominación son parte de las condiciones de reproducción del propio capital. Forman la garantía de valorización de los capitales individuales como “capital social y ponen en juego la totalidad de los aspectos y elementos de la realidad social, de la praxis socio-natural. Esa es la dimensión de metabolismo que adquiere el capital como sistema.

 

Queda aquí bien sintetizada, a mi juicio, la esencia del mismo:

 

 

“Supone la producción de los valores de uso como producción generalizada de mercancías y, con ella, la vigencia social general de la forma dinero y de la circulación mercantil, las que a su vez suponen el predominio de la relación de capital, es decir, la normalización de la apropiación del excedente en la forma del plusvalor y, por lo tanto, la regulación de la asignación del trabajo social y de la distribución de sus productos a través de la ley del valor en su forma específicamente capitalista, es decir, a través de la ley de formación de los precios de producción, etc. Todas estas formas sociales aparecen como procesos naturales y su lógica como leyes objetivas para las conciencias individuales (…)” (Piva)…

 

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento: DE LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA EN EL CAPITALISMO TERMINAL  /  Andrés Piqueras ]

 

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2 comentarios:

  1. Personalmente, una de las cosas que más me aliviarían y alegrarían con la caída del capitalismo, sería la desaparición de toda esa ubicua, incesante, agresiva, artera, hortera, vacua, atorrante y contaminante publicidad que de sus pútridas entrañas emana. Nunca olvidaré las amplias calles de la Moscú soviética, libres de capciosos y estridentes reclamos publicitarios. ¡Qué descanso sólo recordarlo!

    Salud y comunismo

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  2. LA PUBLICIDAD TE ROBA… POR LO FINO


    Comparto tu justa valoración sobre la omnipresente e insufrible “publicidad”, y sobre sus tan ineludibles como, al menos para la mayoría del “rebaño”, atractivos y tentadores señuelos… que primero hechizan al personal y, una vez abonado y consumido el prometedor “producto”, invariablemente los confrontan con la cruel refutación “práctica” que decreta la dura y pura realidad de los hechos. Se podría decir que “el fascinador mensaje publicitario” es como el fósforo: cuando más resplandece es el momento en que se dispone a extinguirse. Claro que tal extinción nunca ocurre antes de que el productor-consumidor haya pasado por caja. Pero, tras el puntual chasco, aunque parezca increíble, la cosa vuelve a empezar…


    SARTRE: “La propaganda hunde a la sociedad en el lodo de la inmediatez, es decir en la vida sin memoria de los insectos y los caracoles”


    …porque no olvidemos que tal y como nos explicó Marx, el capitalismo no sólo “produce unas determinadas mercancías” sino que también, unas veces antes y otras después, “produce a los que serán sus acríticos consumidores objetivos”.


    Salud y comunismo

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Gracias por comentar