lunes, 1 de abril de 2024

 

1137

 

EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Lenin

 

( 18 )

 

 

 

CAPÍTULO V

 

LAS BASES ECONÓMICAS DE LA EXTINCIÓN DEL ESTADO

 

 

3. Primera fase de la sociedad comunista

 

En la Crítica del programa de Gotha, Marx refuta minuciosamente la idea lassalleana de que, en el socialismo, el obrero recibirá el “producto íntegro (o ‘completo’) del trabajo”. Marx demuestra que de todo el trabajo social de toda la sociedad habrá que descontar un fondo de reserva, otro fondo para ampliar la producción, para reponer las máquinas “gastadas”, etcétera, y, además de los artículos de consumo, un fondo para los gastos de administración, escuelas, hospitales, asilos de ancianos, etcétera.

 

En vez de la frase nebulosa, confusa y general de Lassalle (“dar al obrero el producto íntegro del trabajo”), Marx ofrece un análisis sereno de cómo se verá obligada a administrar la sociedad socialista. Marx aborda el análisis concreto de las condiciones de vida de esta sociedad, en la que no existirá el capitalismo, y dice:

 

De lo que aquí se trata (en el examen del programa del partido obrero) no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede.

 

Esta sociedad comunista, que acaba de salir de la entraña del capitalismo y que lleva en todos sus aspectos el sello de la sociedad antigua, es la que Marx llama “primera” fase o fase inferior de la sociedad comunista.

 

Los medios de producción han dejado de ser ya propiedad privada de los individuos para pertenecer a toda la sociedad. Cada miembro de esta, al ejecutar una cierta parte del trabajo socialmente necesario, obtiene de la sociedad un certificado acreditativo de haber realizado tal o cual cantidad de trabajo. Por este certificado recibe de los almacenes sociales de artículos de consumo la cantidad correspondiente de productos. Deducida la cantidad de trabajo que pasa al fondo social, cada obrero recibe, pues, de la sociedad tanto como le entrega. Reina, al parecer, la “igualdad”.

 

Pero cuando Lassalle, refiriéndose a este orden social (al que se suele dar el nombre de socialismo y que Marx denomina primera fase del comunismo), dice que esto es una “distribución justa”, que es “el derecho igual de cada uno al producto igual del trabajo”, Lassalle se equivoca, y Marx pone al descubierto su error. Aquí –dice Marx– nos hallamos, efectivamente, ante un “derecho igual”, pero es todavía “un derecho burgués”, que, como todo derecho, presupone la desigualdad. Todo derecho significa la aplicación de un rasero igual a hombres distintos, que en realidad no son idénticos, no son iguales entre sí; por tanto, el “derecho igual” constituye una infracción de la igualdad y una injusticia.

 

En realidad cada cual obtiene, si ejecuta una parte de trabajo social igual que el otro, la misma parte de producción social (después de hechas las deducciones indicadas). Sin embargo, los hombres no son iguales: unos son más fuertes y otros más débiles; unos están casados y otros solteros; unos tienen más hijos que otros, etcétera.

 

… Con igual trabajo –concluye Marx–, y por consiguiente, con igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros, etcétera. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual…

 

Por consiguiente, la primera fase del comunismo no puede proporcionar todavía justicia ni igualdad: subsisten las diferencias de riqueza, diferencias injustas; pero quedará descartada ya la explotación del hombre por el hombre, puesto que no será posible apoderarse, a título de propiedad privada, de los medios de producción, de las fábricas, las máquinas, la tierra, etcétera.

 

Pulverizando la frase confusa y pequeñoburguesa de Lassalle sobre la “igualdad” y la “justicia” en general, Marx señala el curso de desarrollo de la sociedad comunista, que se verá obligada a destruir primeramente tan solo aquella “injusticia” que consiste en la usurpación de los medios de producción por individuos aislados, pero que no estará en condiciones de destruir de golpe también la otra injusticia, consistente en la distribución de los artículos de consumo “según el trabajo” (y no según las necesidades).

 

Los economistas vulgares, incluidos los profesores burgueses, y entre ellos “nuestro” Tugan, reprochan constantemente a los socialistas que olvidan la desigualdad de los hombres y “sueñan” con destruir esta desigualdad. Semejante reproche solo demuestra, como vemos, la extrema ignorancia de los señores ideólogos burgueses.

 

Marx tiene en cuenta del modo más preciso no solo la inevitable desigualdad de los hombres, sino también que el solo hecho de que los medios de producción pasen a ser propiedad común de toda la sociedad (el “socialismo”, en el sentido corriente de la palabra) no suprime los defectos de la distribución y la desigualdad del “derecho burgués”, el cual sigue imperando, por cuanto los productos son distribuidos “según el trabajo”.

 

… Pero estos defectos –prosigue Marx– son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso parto. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado…

 

Así, pues, en la primera fase de la sociedad comunista (a la que suele darse el nombre de socialismo), el “derecho burgués” no se suprime por completo, sino solo en parte, solo en la medida de la transformación económica ya alcanzada, es decir, solo en lo que se refiere a los medios de producción. El “derecho burgués” reconoce la propiedad privada de los individuos sobre los medios de producción. El socialismo los convierte en propiedad común. En este sentido –y solo en este sentido– desaparece el “derecho burgués”.

 

Sin embargo, este derecho persiste en otro de sus aspectos como regulador de la distribución de los productos y de la distribución del trabajo entre los miembros de la sociedad. Quien no trabaja no come”: este principio socialista es ya una realidad; “a igual cantidad de trabajo, igual cantidad de productos”: también es ya una realidad este principio socialista. Pero esto no es todavía el comunismo, no suprime aún el “derecho burgués”, que da una cantidad igual de productos a hombres que no son iguales y por una cantidad desigual (desigual de hecho) de trabajo.

 

Esto es un “defecto”, dice Marx, pero un defecto inevitable en la primera fase del comunismo, pues, sin caer en la utopía, no se puede pensar que, al derrocar el capitalismo, los hombres aprenderán a trabajar inmediatamente para la sociedad sin sujetarse a ninguna norma de derecho; además, la abolición del capitalismo no sienta de repente las premisas económicas para este cambio. Otras normas, fuera de las del “derecho burgués”, no existen. Y, por tanto, persiste todavía la necesidad del Estado, que, velando por la propiedad común sobre los medios de producción, vele por la igualdad del trabajo y por la igualdad en la distribución de los productos.

 

El Estado se extingue por cuanto ya no hay capitalistas, ya no hay clases y, por lo mismo, no cabe reprimir a ninguna clase. Pero el Estado no se ha extinguido todavía del todo, pues persiste aún la protección del “derecho burgués”, que sanciona la desigualdad de hecho. Para que el Estado se extinga por completo hace falta el comunismo completo…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: LENIN. “El estado y la revolución” ]

 

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