miércoles, 7 de febrero de 2024

 

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Vida de ANTONIO GRAMSCI

 

Giuseppe Fiori

 

 

 

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La casa donde vivieron los Gramsci, de piedra de lava rojiza, tiene un piso y se encuentra en el centro de Ghilarza, importante población a mitad de camino entre Oristano y Macomer, aproximadamente en la meseta del Barigadu. Ahora la ocupa y tiene allí su tienda un comerciante de tejidos y de mercería, el señor Antioco Porcu, que conoció a los padres de Nino Gramsci —como todos llaman allí a Antonio—, el señor Ciccillo y Peppina Marcias. Una visita a la casa permite recoger una serie de noticias interesantísimas sobre el ambiente familiar del gran intelectual sardo.

 

Francesco Gramsci, que para nosotros era el señor Ciccillo —cuenta Antioco Porcu—, llegó aquí muy joven, en 1881. Tenía veintiún años y ejercía su primer empleo: venía de Gaeta, su ciudad natal, para dirigir la oficina del registro. Como tantos otros continentales que cruzan el Tirreno, quizá pensaba entonces en una estancia breve, los pocos años de residencia incómoda con que hay que contar al entrar en una carrera. Pero permaneció aquí hasta el fin de sus días. Aquí se casó. Y, descontando los años de trabajo en Ales y Sòrgono, aquí residió siempre, en esta misma casa donde estamos charlando. Murió en el 37, cincuenta y seis años después de su llegada a Ghilarza. Al final, hablaba incluso nuestro dialecto. Algunos habían empezado a llamarle tiu Gramsci.

 

Se ha escrito —y así se acostumbra a creer— que Antonio Gramsci fue de origen muy humilde. El señor Antioco mueve lentamente la cabeza antes de contestar: «No es así exactamente. Su padre, Ciccillo, era bachiller; estudió para abogado hasta que, al morir el padre, tuvo que buscar un empleo. Y el padre del señor Ciccillo, por lo que yo sé, era coronel de carabineros. Por parte de su madre, Nino Gramsci pertenecía a una buena familia: los Marcias no eran ricos, pero tampoco de condición humilde».

 

El mayor de los hermanos de Antonio, Gennaro, me dijo al respecto: «Lo sé. El mismo Togliatti y algunos biógrafos de buena reputación han escrito que Nino era de origen campesino, pero no es verdad».

 

El mismo Nino —recuerda— se refirió al origen de nuestra familia en una carta escrita en la cárcel. Yo puedo completar los datos que él da. Un Gramsci greco-albanés, nuestro bisabuelo, huyó del Epiro durante o después de los alzamientos populares de 1821 y se italianizó enseguida. En Italia le nació un hijo, Gennaro, de quien yo he tomado el nombre. Este Gennaro, nuestro abuelo, era coronel de la gendarmería borbónica. Se casó con Teresa Gonzales, hija de un abogado napolitano, que descendía de una familia italo-española de Italia meridional, como tantas otras que habían permanecido allí después de cesar el dominio español. Tuvieron cinco hijos: papá era el último. Nació en Gaeta en marzo de 1860, pocos meses antes de que las tropas del general Cialdini asediasen la ciudad. Al terminar el régimen borbónico, el abuelo fue encuadrado en los carabineros con el grado de coronel. Murió joven. La única hija se había casado con un tal Riccio, de Gaeta, hombre acaudalado. De los cuatro hijos varones, uno era funcionario en el Ministerio de Finanzas; otro, inspector de ferrocarriles, después de haber sido jefe de estación en Roma, y un tercero, el tío Nicolino, era oficial del ejército. Papá fue el menos afortunado, pues cuando murió su padre, estaba estudiando derecho. Tuvo que buscarse trabajo; le salió la ocasión de un empleo en Cerdeña en la oficina del registro de Ghilarza y la aprovechó. También el tío Nicolino fue destinado a Cerdeña: primero en La Maddalena, después en Sassari y finalmente en Ozieri, donde era capitán y mandaba el depósito de artillería y donde murió. De tal manera que la familia de nuestro padre era la típica familia meridional de buena condición que suministra los cuadros intermedios a la burocracia estatal.

 

Y ¿Peppina Marcias? «Nuestra madre —me decía Gennaro— era hija de un Marcias de Terralba y de una Corrías de Ghilarza. El abuelo era perceptor de impuestos y tenía además una pequeña propiedad. Así pues, los Marcias estaban en una situación intermedia, digamos que bien; bueno, entendámonos, bien en nuestra isla: una casa, un poco de tierra, lo suficiente para vivir dignamente».

 

Peppina Marcias nació en 1861, o sea que tenía un año menos que Ciccillo Gramsci. Era alta, agraciada, de un nivel social superior a la gran mayoría de las niñas de Ghilarza («Vestía a la europea», me dijo un sastre de Ales que la conoció de joven); en suma, era de aquellas mujeres que atraen enseguida la atención. Había ido a la escuela hasta el tercer grado elemental, leía cuanto le caía en las manos, sin orden —incluso a Boccaccio—, y en aquella época esta circunstancia de saber leer y escribir constituía, sobre todo en una mujer, un motivo de distinción. Francesco pidió su mano, pero su familia, que residía en Campania, se sintió contrariada. Especialmente a la madre no le sentaba nada bien que él, hijo de un coronel y casi doctor en derecho, tomase por esposa a una muchacha de oscura familia que no era de su rango. A pesar de todo, se casaron: ella tenía veintidós años y Ciccillo veintitrés. Al año siguiente, 1884, nacía Gennaro. Poco después, se produjo el traslado a la oficina del registro de Ales. Allí nacieron más hijos: Grazietta en 1887, Emma en 1889 y finalmente, el 22 de enero de 1891, Antonio. Lo bautizaron siete días más tarde, el 29 de enero.

 

¿Eran religiosos los Gramsci? En Bonàrcado, pequeña población no muy distante de Ghilarza, encontré a Edmea, la hija de Gennaro, tan extensa y asiduamente citada en las cartas de la cárcel. Tiene cuarenta años y su pelo ya es gris. Está casada con un médico y enseña en la escuela elemental. Es ella quien me habla de la fe de Ciccillo y Peppina Gramsci:

 

El abuelo —dice— no practicaba mucho. Sin embargo, recuerdo que en sus últimos meses de vida, inmovilizado en casa por la enfermedad, le gustaba mucho la compañía de un predicador que iba a visitarle a menudo. «Pero ¿sabe usted que se parece mucho a Giosuè Carducci?», le decía el sacerdote para quitarle el mal humor. Se habían hecho amigos. Se entretenían hablando de todo. Antes de morir, el abuelo pidió la confesión. La abuela practicaba con más asiduidad. Iba a la iglesia el domingo a primera hora. Cuando enfermó, salía poco. Pero incluso entonces, especialmente cuando encerraron a Nino en la cárcel, siempre dirigía su pensamiento al Señor y yo la oía repetir: «Dios mío, no te pido nada, nada te pido. Dame solo la fuerza de resistir…». Cuando se estaba muriendo, me llamó para dejarme algunas imágenes benditas como legado.

 

Además, en una carta de la cárcel leemos el siguiente retrato de otro familiar íntimo, Grazia Delogu, la hermanastra soltera de Peppina, que se fue a vivir con los Gramsci y constituyó casi una segunda madre para Antonio:

 

Tía Grazia creía que había existido una donna Bisòdia (una señora Bisòdia) muy piadosa, tanto que su nombre era repetido siempre en el padrenuestro. Era el dona nobis hodie, que ella, como tantos otros, leía donna Bisòdia y encarnaba en una dama de épocas pasadas, cuando todos iban a la iglesia y había un poco de religión en este mundo. Se podría escribir una novela sobre esta donna Bisòdia imaginaria, convertida en un modelo. ¡Cuántas veces la tía Grazia habrá dicho a Grazietta y a Emma: «¡Ah, tú sí que no eres como donna Bisòdia!».

 

A Antonio Gramsci no le bautizó el canónigo Marongiu, párroco de Ales por aquel entonces. La ceremonia tuvo una solemnidad particular. Según consta en los registros parroquiales, bautizó al recién nacido «el ilustrísimo y reverendísimo!» teólogo Sebastiano Frau, vicario general. El padrino fue un notario de Masullas, el caballero Francesco Puxeddu.

 

En Ales hay quien recuerda todavía la fiesta del bautizo:

 

 

Nuestras familias —cuenta el caballero Nicolino Tunis, sastre hasta que las fuerzas se lo permitieron y actualmente retirado— eran amigas. El señor Ciccillo y mi padre, ujier del juzgado, salían juntos muy a menudo y la señora Peppina venía a nuestra casa. Había sido madrina de una hermana mía, también llamada Peppina por la madrina. Cuando bautizaron a Nino Gramsci, yo tenía diez años. Todavía recuerdo la alegría de la fiesta, con los dulces traídos de Ghilarza y la gran cantidad de gente que había venido para festejar el nacimiento. Yo era compañero de Gennaro; también jugaba con Grazietta y Emma, pero eran mucho más pequeñas que yo. A Nino ¡cuántas veces lo habré tenido en brazos! Era un niño hermoso, rubio, de ojos claros. Se fue de Ales cuando todavía era niño, al producirse el traslado del señor Ciccillo a Sòrgono, y ya nunca más volví a verlo.

 

En Ales no se encuentran recuerdos gramscianos. La casa natal, ocupada después de la partida del señor Ciccillo por un sacerdote, el padre Melis, y destinada luego, durante casi veinte años, a sede del Fascio, es actualmente un bar, el Bar dello Sport, según reza el rótulo. Sobre la entrada, hay una lápida colocada en 1947, casi totalmente oculta por las enseñas publicitarias de aperitivos y refrescos. Hasta 1947, cuando un comité de Cagliari tomó la iniciativa de honrar a Gramsci en su lugar de nacimiento, no eran muchos los habitantes de Ales sabedores de que tenían un conciudadano tan ilustre.

 

«Cuando se trasladó a Sòrgono —me dice Antioco Porcu—, tendría un año poco más o menos. Allí, en Sòrgono, permaneció hasta los siete años, descontando los meses de verano que pasaba siempre en Ghilarza. Mientras tanto, la familia había aumentado con el nacimiento de Mario en 1893, de Teresina en 1895 y de Carlo en 1897. Volvieron definitivamente a Ghilarza en 1898. El señor Ciccillo y la señora Peppina no se moverían ya nunca más de allí».

 

El regreso había sido dramático. Una serie de graves acontecimientos, con un miserable trasfondo de politiquería local, habían tenido consecuencias ruinosas para Ciccillo Gramsci: la pérdida del empleo y la cárcel. Todo empezó con las elecciones de 1897.

 

A finales de siglo, en Cerdeña la «actividad pública no se alimentaba —escribe el historiador Bellieni— de ningún debate ideológico: los partidos no eran más que las clientelas de unos cuantos personajes». Al respecto, disponemos del testimonio directo de Francesco Pais Serra, diputado de Ozieri, a quien Crispi le había confiado en diciembre de 1894 la realización de una encuesta sobre las condiciones económicas y sobre la seguridad pública en la isla. Al cabo de año y medio, a mediados de 1896, Pais Serra afirmaba en la relación enviada al ministro Di Rudini:

 

Con excepción de algunos escasos centros y de una pequeña minoría, conservadores y liberales, demócratas y radicales son palabras sin contenido; el socialismo, la anarquía y el clericalismo político no son conocidos ni siquiera de nombre; sin embargo, los partidos son vivos, tenaces, intransigentes, batalladores; pero no son partidos políticos ni partidos movidos por intereses generales o locales; son partidos personales, camarillas en el sentido más estricto de la palabra... Bajo las grandes alas de estos vastos partidos personales [...] pululan los microscópicos partidos personales de los diversos municipios, tanto más rencorosos y violentos cuanto más próximas son las razones de la divergencia y más necesario y cotidiano es el contacto […]. Se colocan bajo la dependencia de los partidos mayores, de los cuales reciben, a cambio, protección y ayuda eficaz en las pequeñas disputas locales y, sobre todo, protección personal para obtener favores y para rehuir las consecuencias de las violaciones de la ley e incluso de algunos delitos.

 

«Es una especie de vasallaje gradual —concluía Pais Serra— que ha sustituido la antigua sujeción feudal con peores y más tristes consecuencias».

 

En la circunscripción de Isili, de la cual formaba parte Sòrgono —donde el padre de Antonio Gramsci era encargado de la oficina del registro en aquel tiempo—, iban a enfrentarse duramente para las elecciones de marzo del 97 Francesco Cocco Ortu y Enrico Carboni Boy. Cocco Ortu, hombre muy brillante y con un largo pasado de parlamentario (era diputado desde hacía veintiún años y había sido subsecretario en dos ministerios, el de Agricultura y el de Justicia), era, según Gamillo Bellieni, «el principal representante de aquel estado de ánimo de clientela y camarilla». Pero la competición electoral se anunciaba difícil para el influyente hombre de gobierno, pues su joven antagonista, hijo de uno de los pueblos de la circunscripción electoral, Nuragus, tenía muchos seguidores, no solo en el pueblo de su familia, sino también en algunos centros clave, como Tonara y Sòrgono. Ciccillo Gramsci se puso al lado de Carboni Boy. Era una batalla incierta y el combate fue duro hasta el final. Salió elegido Cocco Ortu (cuyo poder aumentó al cabo de algunos meses, cuando, por primera vez, fue nombrado ministro de Agricultura, Industria y Comercio en el gabinete Di Rudini). Nada mejor que la relación del diputado Pais Serra para saber cuál podía ser la actitud de los «coquistas» después de la victoria, es decir, de los pequeños partidos locales, «rencorosos y violentos», que habían hecho campaña en favor de Cocco Ortu. «Que en Roma prevalezca tal o cual programa político, poco importa [...]. Lo que realmente importa es que el jefe del partido tenga influencia en el Gobierno central, domine en Cerdeña y, como dominador, pueda, junto con los que se han beneficiado de su victoria, aniquilar a los vencidos». Ciccillo Gramsci formaba parte de los vencidos, con todos los peligros inherentes a dicha condición, entre ellos el de caer víctima de una «justicia adulterada».

 

Algunos meses después de las elecciones de marzo de 1897, una triste circunstancia obligó a Ciccillo Gramsci a ausentarse de Sòrgono. El 17 de diciembre había muerto su hermano Nicolino, apenas cumplidos los cuarenta y dos años, el cual mandaba en el depósito de artillería de Ozieri. Así que asistió a los funerales y buscó la manera de que Gennaro, que hasta aquel momento vivía con el tío Nicolino, pudiese continuar los estudios. Apenas había emprendido el viaje cuando se recibió en Sòrgono un telegrama de Cagliari. Lo expedía la facción contraria para sugerir que, aprovechando aquellos días de ausencia del encargado, se llevase a cabo una inspección de la oficina del registro. Cuando regresó de Ozieri, Ciccillo supo que se había abierto una investigación sobre él.

 

 

Quizá se le podía sacar a relucir alguna ligereza: desde luego, había desorden en la oficina. Le suspendieron del empleo y sin una lira de sueldo volvió con la familia a Ghilarza. Durante algunos meses, vivió bajo el temor de que pudiesen encarcelarlo. No salía nunca de casa, absorto siempre en pensamientos sombríos. Tenía treinta y ocho años y, de un momento a otro, después de la pérdida del empleo, podía ocurrir lo peor... Los carabineros fueron a detenerlo el 9 de agosto de 1898.

 

Le acusaban de desfalco, de concusión y de falsedad en documentos públicos.

 

Le encerraron en la cárcel de Oristano y en ella permaneció hasta la apertura del juicio. El 28 de octubre de 1899, la fiscalía del tribunal de Cagliari (corte d’apello) ordenó su traslado a la capital. El proceso se celebró en Cagliari el año siguiente. El desfalco correspondía entonces a la jurisdicción de la corte d’assise (o tribunal de primer grado) y fue precisamente este tribunal el que emitió el 27 de octubre de 1900 la sentencia condenatoria. En esta se hacía constar que el daño era de escaso relieve, dada la exigüidad de la cifra que el inspector encontró a faltar. Pero en aquella época, el código no bromeaba con estos delitos y, a pesar de aplicársele la pena mínima con el atenuante de «escaso daño», Ciccillo Gramsci fue condenado a cinco años, ocho meses y veintidós días.

 

A Peppina Marcias la desventura la había trastornado totalmente; tenía a su cargo siete hijos, el último de los cuales, Carlo, todavía no andaba, y el mayor, Gennaro, solo tenía catorce años (Antonio tenía siete). Hasta entonces, los Gramsci habían vivido, si no con holgura, por lo menos dentro de los límites de la tranquilidad absoluta: la vida sobria y sin angustias del que cada mes ve entrar en casa una cantidad de dinero, preciosa sobre todo en aquellos lugares donde predominaba la economía de subsistencia con intercambios en especie y escaseaba el dinero líquido. De golpe, el clima familiar cambiaba radicalmente con la pérdida del sueldo y el encarcelamiento de Francesco. Vinieron tiempos de humillación y de miseria extrema. A una desgracia se sumaba otra, porque desde hacía algunos años Antonio había empezado a dar signos de deformidad física…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Giuseppe Fiori. “Antonio Gramsci” ]

 

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