jueves, 8 de febrero de 2024

 

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EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Lenin

 

( 13 )

 

 

CAPÍTULO IV

 

CONTINUACIÓN.

ACLARACIONES COMPLEMENTARIAS DE ENGELS

 

 

Marx dejó sentadas las tesis fundamentales respecto a la significación de la experiencia de la Comuna. Engels volvió repetidas veces sobre este tema, aclarando el análisis y las conclusiones de Marx e iluminando a veces otros aspectos de la cuestión con tal fuerza y relieve, que es necesario detenerse especialmente en estas aclaraciones.

 

 

 

1. El problema de la vivienda

 

En su obra Sobre el problema de la vivienda, Engels tiene ya en cuenta la experiencia de la Comuna, deteniéndose varias veces en las tareas de la revolución respecto al Estado. Es interesante ver cómo, sobre un tema concreto, se ponen de relieve, de una parte, los rasgos de coincidencia entre el Estado proletario y el Estado actual –rasgos que nos dan la base para hablar de Estado en ambos casos– y, de otra parte, los rasgos diferenciales o la transición hacia la destrucción del Estado.

 

¿Cómo, pues, resolver el problema de la vivienda? En la sociedad actual se resuelve exactamente lo mismo que otro problema social cualquiera: por la nivelación económica gradual de la oferta y la demanda, solución que reproduce constantemente el problema y que, por tanto, no es tal solución. La forma en que una revolución social resolvería esta cuestión no depende solamente de las circunstancias de tiempo y lugar, sino que, además, se relaciona con cuestiones de mucho mayor alcance, entre las cuales figura, como una de las más esenciales, la supresión del contraste entre la ciudad y el campo. Como nosotros no nos dedicamos a construir ningún sistema utópico para la organización de la sociedad del futuro, sería más que ocioso detenerse en esto. Lo cierto, sin embargo, es que ya hoy existen en las grandes ciudades, edificios suficientes para remediar enseguida, si se les diese un empleo racional, toda verdadera necesidad de vivienda. Esto solo puede lograrse, naturalmente, expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a los obreros que carecen de vivienda o que viven hacinados. Y tan pronto como el proletariado conquiste el poder político, esta medida, impuesta por los intereses del bien público, será de tan fácil ejecución como lo son hoy las otras expropiaciones y las requisas de viviendas que lleva a cabo el Estado actual.

 

Aquí Engels no analiza el cambio de forma del poder estatal, sino solo el contenido de sus actividades. La expropiación y la requisa de viviendas son efectuadas también por orden del Estado actual. Desde el punto de vista formal, también el Estado proletario “ordenará” requisar viviendas y expropiar edificios. Pero es evidente que el antiguo aparato ejecutivo, la burocracia vinculada con la burguesía, sería sencillamente inservible para llevar a la práctica las órdenes del Estado proletario.

 

… Hay que hacer constar que la apropiación efectiva de todos los instrumentos de trabajo, de toda la industria por la población laboriosa es precisamente todo lo contrario del “rescate” proudhoniano. En la segunda solución, es cada obrero el que pasa a ser propietario de la vivienda, del campo, del instrumento de trabajo; en la primera, en cambio, es la “población laboriosa” la que pasa a ser propietaria colectiva de las casas, de las fábricas y de los instrumentos de trabajo, y es poco probable que su disfrute, al menos durante el período de transición, se conceda, sin indemnización de los gastos, a los individuos o a las sociedades cooperativas. Exactamente lo mismo que la abolición de la propiedad territorial no implica la abolición de la renta del suelo, sino su transferencia a la sociedad, aunque sea con ciertas modificaciones.

 

La apropiación efectiva de todos los instrumentos de trabajo de la población laboriosa no excluye, por tanto, en modo alguno, el mantenimiento de la relación de alquiler…

 

La cuestión esbozada en este pasaje, la cuestión de las bases económicas de la extinción del Estado, será examinada en el capítulo siguiente. Engels se expresa con extremada prudencia, diciendo que “es poco probable” que el Estado proletario conceda gratis las viviendas, “al menos durante el período de transición”. El arrendamiento de las viviendas, propiedad de todo el pueblo, a distintas familias supone el cobro del alquiler, un cierto control y una determinada regulación del reparto de las viviendas. Todo ello exige una cierta forma de Estado, pero no requiere en modo alguno un aparato militar y burocrático especial con funcionarios que disfruten de una situación privilegiada. Y la transición a un Estado de cosas en que sea posible asignar viviendas gratuitamente se halla vinculada a la extinción” completa del Estado. Hablando de cómo los blanquistas después de la Comuna e impulsados por la experiencia de esta, adoptaron la posición de principio del marxismo, Engels formula de pasada esta posición en los siguientes términos:

 

“…Necesidad de la acción política del proletariado y de su dictadura, como paso hacia la supresión de las clases, y, con ellas, del Estado…”.

 

Algunos aficionados a la crítica liberal o ciertos “exterminadores” burgueses del marxismo encontrarán quizá una contradicción entre este reconocimiento de la “supresión del Estado” y la negación de semejante fórmula, por anarquista, en el pasaje del Anti-Dühring citado más arriba. No tendría nada de extraño que los oportunistas clasificasen también a Engels entre los “anarquistas”, ya que hoy se va generalizando cada vez más entre los socialchovinistas la tendencia a acusar de anarquismo a los internacionalistas.

 

El marxismo ha enseñado siempre que a la par que con la supresión de las clases se producirá la supresión del Estado. El tan conocido pasaje del Anti-Dühring acerca de la “extinción del Estado” no acusa a los anarquistas simplemente de abogar por la supresión del Estado, sino de predicar la posibilidad de suprimir el Estado “de la noche a la mañana”. Como la doctrina “socialdemócrata” imperante hoy ha tergiversado completamente la actitud del marxismo ante el anarquismo en lo tocante a la destrucción del Estado, será muy útil recordar aquí una polémica de Marx y Engels con los anarquistas.

 

 

 

2. Polémica con los anarquistas

 

Esta polémica tuvo lugar en 1873. Marx y Engels escribieron para un almanaque socialista italiano unos artículos contra los proudhonianos, “autonomistas” o “antiautoritarios”, artículos que solo en 1913 fueron publicados en alemán, en la revista Neue Zeit.

 

… Si la lucha política de la clase obrera –escribió Marx–, ridiculizando a los anarquistas y su negación de la política asume formas revolucionarias, si los obreros sustituyen la dictadura de la burguesía con su dictadura revolucionaria, cometen un terrible delito de leso principio, porque para satisfacer sus míseras necesidades materiales de cada día, para vencer la resistencia de la burguesía, dan al Estado una forma revolucionaria y transitoria en vez de deponer las armas y abolirlo… ( Neue Zeit).

 

¡He aquí contra qué “abolición” del Estado se manifestaba exclusivamente Marx al refutar a los anarquistas! No es, ni  mucho menos, contra el hecho de que el Estado desaparezca con la desaparición de las clases o sea suprimido al suprimirse estas, sino contra el hecho de que los obreros renuncien al empleo de las armas, a la violencia organizada, es decir, al Estado, que ha de servir para “vencer la resistencia de la burguesía”. Marx subraya intencionadamente -para que no se tergiverse el verdadero sentido de su lucha contra el anarquismo- la “forma revolucionaria transitoria” del Estado que el proletariado necesita. El proletariado solo necesita el Estado temporalmente.

 

No discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto a la abolición del Estado, como meta. Lo que afirmamos es que, para alcanzar esta meta, es necesario el empleo temporal de los medios, de los métodos del poder estatal contra los explotadores, igual que para destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida. Marx elige contra los anarquistas el planteamiento más tajante y más claro del problema: al derrocar el yugo de los capitalistas, ¿deberán los obreros “deponer las armas” o emplearlas contra los capitalistas para vencer su resistencia? Y el empleo sistemático de las armas por una clase contra otra clase, ¿qué es sino una “forma transitoria” de Estado?

 

Que cada socialdemócrata se pregunte si es así como él ha planteado la cuestión del Estado en su polémica con los anarquistas, si es así como ha planteado esta cuestión la inmensa mayoría de los partidos socialistas oficiales de la Segunda Internacional.

 

Engels expone estas ideas de un modo todavía más detallado y más popular, ridiculizando, ante todo, el embrollo ideológico de los proudhonianos, quienes se llamaban “antiautoritarios”, es decir, negaban toda autoridad, toda subordinación, todo poder.

 

Tomad una fábrica, un ferrocarril, un barco en alta mar, dice Engels: ¿Acaso no es evidente que sin una cierta subordinación y, por consiguiente, sin una cierta autoridad o poder será imposible el funcionamiento de ninguna de estas complejas empresas técnicas, basadas en el empleo de máquinas y en la cooperación de muchas personas con arreglo a un plan?

 

… Cuando he puesto parecidos argumentos a los más furiosos antiautoritarios –escribe Engels–, no han sabido responderme más que esto: “¡Sí! esto es verdad, pero aquí no se trata de que nosotros demos al delegado una autoridad, sino ¡de un encargo!”. Estos señores creen cambiar la cosa con cambiarle el nombre…

 

Al demostrar, de tal modo, que autoridad y autonomía son conceptos relativos, que su radio de aplicación cambia con las distintas fases del desarrollo social y que es absurdo aceptar estos conceptos como algo absoluto, y añadiendo que el campo de la aplicación de las máquinas y de la gran industria se ensancha cada vez más, Engels pasa de las consideraciones generales sobre la autoridad al problema del Estado.

 

… Si los autonomistas –prosigue– se limitasen a decir que la organización social del porvenir restringirá la autoridad hasta el límite estricto en que la hagan inevitable las condiciones de la producción, podríamos entendernos. Pero permanecen ciegos para todos los hechos que hacen necesaria la cosa y arremeten con furor contra la palabra.

 

¿Por qué los antiautoritarios no se limitan a clamar contra la autoridad política, contra el Estado? Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado, y con él la autoridad política, desaparecerán como consecuencia de la próxima revolución social, es decir, que las funciones públicas perderán su carácter político, trocándose en simples funciones administrativas, llamadas a velar por los intereses sociales. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las relaciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad.

 

¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto mediante el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad del pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle no haberse servido lo bastante de ella? Así, pues, una de dos: o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar la confusión; o lo saben, y en este caso traicionan la causa del proletariado. En uno y otro caso sirven a la reacción.

 

En este pasaje se abordan cuestiones que conviene examinar en conexión con el tema de la correlación entre la política y la economía en el período de extinción del Estado (tema al que consagramos el capítulo siguiente). Son cuestiones como la de la transformación de las funciones públicas, de funciones políticas en funciones simplemente administrativas y la del “Estado político”. Esta última expresión, tan capaz de provocar equívocos, alude al proceso de extinción del Estado: el Estado moribundo, al llegar a una cierta fase de su extinción, puede calificarse de Estado no político.

 

También en este pasaje de Engels la parte más notable es su razonamiento contra los anarquistas. Los socialdemócratas que pretenden ser discípulos de Engels han discutido millones de veces con los anarquistas desde 1873, pero han discutido precisamente no como pueden y deben discutir los marxistas.

 

El concepto anarquista de la abolición del Estado es confuso y no revolucionario: es así como plantea la cuestión Engels. Los anarquistas no quieren ver precisamente la revolución en su nacimiento y en su desarrollo, en sus tareas específicas con relación a la violencia, a la autoridad, al poder y al Estado. La crítica habitual del anarquismo en los socialdemócratas de nuestros días ha degenerado en la más pura vulgaridad pequeñoburguesa: “¡Nosotros reconocemos el Estado; los anarquistas, no!” Es evidente que semejante vulgaridad no puede por menos que repugnar a los obreros, por poco reflexivos y revolucionarios que sean. Engels dice otra cosa: subraya que todos los socialistas reconocen la desaparición del Estado como consecuencia de la revolución socialista. Luego plantea de manera concreta el problema de la revolución, precisamente el problema que los socialdemócratas suelen soslayar por razones de oportunismo, cediendo, por decirlo así, su “estudio” exclusivamente a los anarquistas. Y al plantear este problema, Engels agarra al toro por los cuernos:

 

¿No hubiera debido la Comuna emplear más el poder revolucionario del Estado, es decir, del proletariado armado, organizado como clase dominante?

 

Por lo general, la socialdemocracia oficial imperante eludía la cuestión de las tareas concretas del proletariado en la revolución, bien con simples burlas de filisteos, bien, en el mejor de los casos, con la frase sofística y evasiva de “ya veremos”. Y los anarquistas tenían derecho a decir que esta socialdemocracia traicionaba su misión de educar revolucionariamente a los obreros. Engels se vale de la experiencia de la última revolución proletaria precisamente para estudiar del modo más concreto cuál debe ser la actitud del proletariado y cómo debe actuar tanto con relación a los bancos como en lo que respecta al Estado…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Lenin. “El estado y la revolución” ]

 

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