sábado, 20 de enero de 2024

 

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EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Lenin

 

( 10 )

 

 

 

CAPÍTULO III

 

LA EXPERIENCIA DE LA COMUNA DE PARÍS DE 1871.

 

 

 

 

EL ANÁLISIS DE MARX

 

3. La abolición del parlamentarismo

 

La Comuna –escribió Marx– no había de ser una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo…

 

… En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar ( ver und zertreten) al pueblo en el parlamento, el sufragio universal había de servir al pueblo, organizado en comunas, para encontrar obreros, inspectores y contables con destino a su empresa, de igual modo que el sufragio individual sirve a cualquier patrono para el mismo fin.

 

Esta notable crítica del parlamentarismo, hecha en 1871, también figura hoy, gracias al predominio del socialchovinismo y del oportunismo, entre las “palabras olvidadas” del marxismo. Los ministros y parlamentarios profesionales, los traidores al proletariado y los “mercachifles” socialistas de nuestros días han dejado por entero a los anarquistas la crítica del parlamentarismo, y sobre esta base asombrosamente juiciosa han declarado que toda crítica del parlamentarismo es “¡anarquismo! ”. No tiene nada de extraño que el proletariado de los países parlamentarios “adelantados”, lleno de asco al ver a “socialistas” como los Scheidemann, los David, los Legien, los Sembat, los Renaudel, los Henderson, los Vanderveld, los Stauning, los Brating, los Bissolati y compañía, haya puesto cada vez más sus simpatías en el anarcosindicalismo, a pesar de que este es hermano carnal del oportunismo.

 

Mas para Marx la dialéctica revolucionaria no fue nunca esa vacua frase de moda, esa bagatela en que la han convertido Plejánov, Kautsky y otros. Marx sabía romper implacablemente con el anarquismo por su incapacidad para aprovechar hasta el “establo” del parlamentarismo burgués –sobre todo cuando se sabe que no se está ante situaciones revolucionarias–, pero al mismo tiempo, sabía también hacer una crítica auténticamente revolucionaria, proletaria, del parlamentarismo.

 

Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no solo en las monarquías constitucionales parlamentarias, sino en las repúblicas más democráticas. Pero si planteamos la cuestión del Estado, si enfocamos el parlamentarismo –como una institución del Estado– desde el punto de vista de las tareas del proletariado en este terreno, ¿dónde está, entonces, la salida del parlamentarismo? ¿Cómo es posible prescindir de él? Hay que decirlo una y otra vez: las enseñanzas de Marx, basadas en la experiencia de la Comuna, están tan olvidadas, que para el “socialdemócrata moderno” (léase: para el actual traidor al socialismo) es sencillamente incomprensible otra crítica del parlamentarismo que no sea la anarquista o la reaccionaria.

 

La salida del parlamentarismo no está, naturalmente, en abolir las instituciones representativas y la elegibilidad, sino en transformar las instituciones representativas de lugares de charlatanería en corporaciones “de trabajo”. “La Comuna no había de ser una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo”. “No una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo”:

 

 

¡este tiro va derecho al corazón de los parlamentarios modernos y de los “perrillos falderos” parlamentarios de la socialdemocracia! Fijaos en cualquier país parlamentario, de Norteamérica a Suiza, de Francia a Inglaterra, Noruega, etcétera. La verdadera labor “estatal” se hace entre bastidores y la ejecutan los ministerios, las oficinas, los estados mayores. En los parlamentos no se hace más que charlar, con la finalidad especial de embaucar al “vulgo”.

 

 

Y tan cierto es esto, que hasta en la república rusa, república democrática-burguesa, antes de haber conseguido crear un verdadero parlamento, se han puesto de relieve enseguida todas estas lacras del parlamentarismo. Héroes del podrido filisteísmo como los Skobelev y los Tsereteli, los Chernov y los Avksentiev se las han arreglado para envilecer hasta los soviets, según el patrón del más sórdido parlamentarismo burgués, convirtiéndolos en lugares de charlatanería huera. En los soviets, los señores ministros “socialistas” engañan a los ingenuos aldeanos con frases y con resoluciones. En el gobierno se desarrolla un rigodón continuo, de una parte, para “cebar” alternativamente, con puestecitos bien retribuidos y honrosos, el mayor número posible de eseristas y mencheviques y, de otra, para “distraer la atención” del pueblo. ¡Mientras tanto, en las oficinas y en los estados mayores “se lleva a cabo” la labor “estatal”!

 

Dielo Naroda, órgano del partido gobernante, de los “socialistas revolucionarios”, reconocía no hace mucho en un editorial –con esa sinceridad inimitable de la gente de la “buena sociedad” en la que “todos” ejercen la prostitución política– que hasta en los ministerios regentados por “socialistas” (¡perdonad la expresión!), que hasta en estos ministerios ¡todo el aparato burocrático sigue siendo, de hecho, viejo, funcionando a la antigua y saboteando con absoluta “libertad” las iniciativas revolucionarias! Y aunque no tuviésemos esta confesión, ¿acaso no lo demuestra la historia de la participación de los eseristas y los mencheviques en el gobierno? Lo único que hay de característico en esto es que los señores Chernov, Rusanov, Zenzinov y demás redactores del Dielo Naroda, en asociación ministerial con los demócratas constitucionalistas, han perdido el pudor hasta tal punto que no se avergüenzan de decir públicamente, sin rubor, como si se tratase de una pequeñez, ¡¡que en “sus” ministerios todo está igual que antes!! Para engañar a los campesinos ingenuos, frases revolucionario-democráticas, y para complacer a los capitalistas, el papeleo burocrático oficinesco; he ahí la esencia de la “honorable” coalición.

 

La Comuna sustituye el parlamentarismo venal y podrido de la sociedad burguesa por instituciones en las que la libertad de opinión y de discusión no degenera en engaño, pues aquí los parlamentarios tienen que trabajar ellos mismos, tienen que ejecutar ellos mismos sus leyes, tienen que comprobar ellos mismos los resultados, tienen que responder directamente ante sus electores. Las instituciones representativas continúan, pero desaparece el parlamentarismo como sistema especial, como división del trabajo legislativo y ejecutivo, como situación privilegiada para los diputados. Sin instituciones representativas no puede concebirse la democracia, ni aun la democracia proletaria; sin parlamentarismo, sí puede y debe concebirse, si la crítica de la sociedad burguesa no es para nosotros una frase vacua, si la aspiración de derrocar el dominio de la burguesía es en nosotros una aspiración seria y sincera, y no una frase “electoral” para cazar los votos de los obreros, como lo es en los labios de los mencheviques y los eseristas, como lo es en los labios de los Scheidemann y los Legien, los Sembat y los Vanderveld. Es sobremanera instructivo que, al hablar de las funciones de aquella burocracia que necesita la Comuna y la democracia proletaria, Marx tome como punto de comparación a los empleados de “cualquier otro patrono”, es decir, una empresa capitalista corriente, con “obreros, inspectores y contables”.

 

En Marx no hay ni rastro de utopismo, pues no inventa ni saca de su fantasía una “nueva” sociedad. No, Marx estudia, como un proceso histórico-natural, el nacimiento de la nueva sociedad de la vieja, estudia las formas de transición de la segunda a la primera. Toma la experiencia real del movimiento proletario de masas y se esfuerza por sacar las enseñanzas prácticas de ella. “Aprende” de la Comuna como no temieron aprender todos los grandes pensadores revolucionarios de la experiencia de los grandes movimientos de la clase oprimida ni les dirigieron nunca “sermones” pedantescos (por el estilo del “No se debía haber empuñado las armas”, de Plejánov, o del “Una clase debe saber moderarse”, de Tsereteli). No cabe hablar de la abolición de la burocracia enseguida, en todas partes y hasta sus últimas raíces. Esto es una utopía.

 

Pero destruir de golpe la vieja máquina burocrática y comenzar acto seguido a construir otra nueva, que permita ir reduciendo  gradualmente a la nada toda burocracia, no es una utopía, es la experiencia de la Comuna, es la tarea directa, inmediata, del proletariado revolucionario. El capitalismo simplifica las funciones de la administración “del Estado”, permite desterrar la “administración jerárquica” y reducirlo todo a una organización de los proletarios (como clase dominante) que toma a su servicio, en nombre de toda la sociedad, a “obreros, inspectores y contables”. No somos utopistas. No “soñamos” en cómo podrá prescindirse enseguida de todo gobierno, de toda subordinación; estos sueños anarquistas, basados en la incomprensión de las tareas de la dictadura del proletariado, son fundamentalmente ajenos al marxismo y, de hecho, solo sirven para aplazar la revolución socialista hasta el momento en que los hombres sean distintos.

 

No, nosotros queremos la revolución socialista con hombres como los de hoy, con hombres que no puedan arreglárselas sin subordinación, sin control, sin “inspectores y contables”. Pero a quien hay que someterse es a la vanguardia armada de todos los explotados y trabajadores: al proletariado. La “administración jerárquica” específica de los funcionarios del Estado puede y debe comenzar a sustituirse inmediatamente, de la noche a la mañana, por las simples funciones de “inspectores y contables”, funciones que ya hoy son plenamente accesibles al nivel de desarrollo de los habitantes de las ciudades y que pueden ser perfectamente desempeñadas por el “salario de un obrero”.

 

Organicemos la gran producción nosotros mismos, los obreros, partiendo de lo que ha sido creado ya por el capitalismo, basándonos en nuestra propia experiencia de trabajo, estableciendo una disciplina rigurosísima, férrea, mantenida por el poder estatal de los obreros armados; reduzcamos a los funcionarios públicos al papel de simples ejecutores de nuestras directivas, al papel de “inspectores y contables” responsables, removibles y modestamente retribuidos (en unión, naturalmente, de los técnicos de todos los géneros, tipos y grados): esa es nuestra tarea proletaria, por ahí se puede y se debe empezar cuando se lleve a cabo la revolución proletaria. Este comienzo, sobre la base de la gran producción, conduce por sí mismo a la “extinción” gradual de toda burocracia, a la creación gradual de un orden –orden sin comillas, orden que no se parecerá en nada a la esclavitud asalariada–, de un orden en que las funciones de inspección y de contabilidad, cada vez más simplificadas, se ejecutarán por todos siguiendo un turno, se convertirán luego en costumbre y, por último, desaparecerán como funciones especiales de una capa especial de la sociedad.

 

Un ingenioso socialdemócrata alemán de la década de los setenta del siglo pasado dijo que el correo era un modelo de economía socialista. Esto es muy exacto. Hoy, el correo es una empresa organizada al estilo de un monopolio capitalista de Estado. El imperialismo va transformando poco a poco todos los trusts en organizaciones de ese tipo. En ellos vemos esa misma burocracia burguesa entronizada sobre los “simples” trabajadores, agobiados por el trabajo y hambrientos. Pero el mecanismo de la administración social está ya preparado aquí.

 

No hay más que derrocar a los capitalistas, destruir, con la mano férrea de los obreros armados, la resistencia de estos explotadores, romper la máquina burocrática del Estado moderno, y tendremos ante nosotros un mecanismo de alta perfección técnica, libre del “parásito” y perfectamente susceptible de ser puesto en marcha por los mismos obreros unidos, contratando a técnicos, inspectores y contables y retribuyendo el trabajo de todos estos, como el de todos los funcionarios “del Estado” en general, con el salario de un obrero. He aquí una tarea concreta, una tarea práctica, inmediatamente realizable con respecto a todos los trusts, que libera a los trabajadores de la explotación y que tiene en cuenta la experiencia iniciada ya prácticamente (sobre todo en el terreno de la organización del Estado) por la Comuna.

 

Organizar toda la economía nacional como lo está el correo, para que los técnicos, los inspectores, los contables y todos los funcionarios en general perciban sueldos que no sean superiores al “salario de un obrero”, bajo el control y la dirección del proletariado armado: ese es nuestro objetivo inmediato. Ese es el Estado que necesitamos y la base económica sobre la que debe descansar. Eso es lo que darán la abolición del parlamentarismo y la conservación de las instituciones representativas; eso es lo que librará a las clases trabajadoras de la prostitución de estas instituciones por la burguesía…

 

(continuará)

 

 

 

[ Fragmento de: Lenin. “El estado y la revolución” ]

 

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