miércoles, 29 de noviembre de 2023

 

1083

 

EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Lenin

 

( 04 )

 

 

 

 

 

4. La “extinción” del Estado y la revolución violenta

 

Las palabras de Engels sobre la “extinción” del Estado gozan de tanta celebridad, se citan con tanta frecuencia y muestran con tanto relieve dónde está el quid de la adulteración corriente del marxismo por la cual este es adaptado al oportunismo, que se hace necesario detenerse a examinarlas detalladamente.

 

Citaremos todo el pasaje donde figuran estas palabras:

 

El proletariado toma el poder estatal y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado. Pero con este acto se destruye a sí mismo como proletariado y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clase y, con ello mismo, el Estado como tal.

 

La sociedad, que se ha movido hasta ahora entre antagonismos de clase, ha tenido necesidad del Estado, o sea, de una organización de la clase explotadora para mantener las condiciones exteriores de producción, y por tanto, particularmente, para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre, el trabajo asalariado), determinadas por el modo de producción existente. El Estado era el representante oficial de toda la sociedad, su síntesis en una corporación visible; pero lo era tan solo como Estado de la clase que en su época representaba a toda la sociedad: en la antigüedad era el Estado de los ciudadanos esclavistas; en la Edad Media, el de la nobleza feudal; en nuestros tiempos es el de la burguesía. Cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad, será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener en la opresión; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esta lucha, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión, el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad -la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad- es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención del poder estatal en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro y se adormecerá por sí misma. El gobierno sobre las personas será sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no será “abolido”: se extinguirá. Partiendo de esto es como hay que juzgar el valor de esa frase que habla del “Estado popular libre”, frase que durante cierto tiempo tuvo derecho a la existencia como consigna de agitación, pero que, en resumidas cuentas, carece en absoluto de fundamento científico. Partiendo de esto es también como debe ser considerada la exigencia de los llamados anarquistas de que el Estado sea abolido de la noche a la mañana.

 

( Anti Dühring o la subversión de la ciencia por el señor Eugenio Dühring).

 

 

Sin temor a equivocarnos, podemos decir que de estos pensamientos sobremanera ricos, expuestos aquí por Engels, lo único que ha pasado a ser verdadero patrimonio del pensamiento socialista, en los partidos socialistas actuales, es la tesis de que el Estado, según Marx, “se extingue”, a diferencia de la doctrina anarquista de la “abolición” del Estado. Truncar así el marxismo equivale a reducirlo al oportunismo, pues con esta “interpretación” no queda en pie más que una noción confusa de un cambio lento, paulatino, gradual, sin saltos ni tormentas, sin revoluciones. Hablar de la “extinción” del Estado, en el sentido corriente, generalizado, de masas, si cabe decirlo así, equivale indudablemente a esfumar, si no a negar, la revolución.

 

Pero semejante “interpretación” es la más tosca tergiversación del marxismo, tergiversación que solo favorece a la burguesía y que descansa teóricamente en la omisión de circunstancias y consideraciones importantísimas que se indican, por ejemplo, en el “resumen” contenido en el pasaje de Engels íntegramente citado por nosotros.

 

En primer lugar, Engels dice en el comienzo mismo de este pasaje que, al tomar el poder estatal, el proletariado “destruye con ello mismo, el Estado como tal”. “No es usual” pararse a pensar lo que significa esto. Lo corriente es desentenderse de ello en absoluto o considerarlo algo así como una “debilidad hegeliana” de Engels. En realidad, estas palabras encierran concisamente la experiencia de una de las más grandes revoluciones proletarias, la experiencia de la Comuna de París de 1871, de la cual hablaremos detalladamente en su lugar. En realidad, Engels habla aquí de la “destrucción” del Estado de la burguesía por la revolución proletaria, mientras que las palabras relativas a la extinción del Estado se refieren a los restos del Estado proletario después de la revolución socialista. El Estado burgués no se “extingue”, según Engels, sino que “es destruido” por el proletariado en la revolución. El que se extingue después de esta revolución, es el Estado o semiestado proletario.

 

En segundo lugar, el Estado es una “fuerza especial de represión”. Esta magnífica y profundísima definición nos la da Engels aquí con la más completa claridad. Y de ella se deduce que la “fuerza especial de represión” del proletariado por la burguesía, de millones de trabajadores por unos puñados de ricachos, debe sustituirse por una “fuerza especial de represión” de la burguesía por el proletariado (dictadura del proletariado). En esto consiste precisamente la “destrucción del Estado como tal”. En esto consiste precisamente el “acto” de la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad. Y es de suyo evidente que semejante sustitución de una “fuerza especial” (la burguesía) por otra (la proletaria) ya no puede operarse, en modo alguno, bajo la forma de “extinción”.

 

En tercer lugar, Engels, al hablar de la “extinción” y –con palabra todavía más plástica y gráfica– del “adormecimiento” del Estado, se refiere con absoluta claridad y precisión a la época posterior a la “toma de posesión de los medios de producción por el Estado en nombre de toda la sociedad”, es decir, posterior a la revolución socialista. Todos sabemos que la forma, política del “Estado”, en esta época, es la democracia más completa.

 

Pero a ninguno de los oportunistas que tergiversan desvergonzadamente el marxismo se les viene a la mente la idea de que, por consiguiente, Engels hable aquí del “adormecimiento” y de la “extinción” de la democracia. Esto parece, a primera vista, muy extraño. Pero solo es “incomprensible” para quien no se ha puesto a pensar que la democracia también desaparecerá cuando desaparezca el Estado. El Estado burgués solo puede ser “destruido” por la revolución. El Estado en general, es decir, la más completa democracia, solo puede “extinguirse”.

 

En cuarto lugar, al formular su notable tesis: “El Estado se extingue”, Engels aclara a renglón seguido, de un modo concreto, que esta tesis se dirige tanto contra los oportunistas como contra los anarquistas. Y Engels coloca en primer plano aquella conclusión de su tesis sobre la “extinción del Estado” que va dirigida contra los oportunistas.

 

Podría apostarse que de diez mil hombres que hayan leído u oído hablar acerca de la “extinción” del Estado, nueve mil novecientos noventa no saben en absoluto u olvidan que Engels no dirigió solamente contra los anarquistas sus conclusiones derivadas de esta tesis. Y de las diez personas restantes, lo más probable es que nueve no sepan lo que es el “Estado popular libre” y por qué atacar esta consigna significa atacar a los oportunistas.

 

¡Así se escribe la historia! Así se adapta de un modo imperceptible la gran doctrina revolucionaria al filisteísmo reinante. La conclusión contra los anarquistas se ha repetido miles de veces, se ha vulgarizado, se ha inculcado en las cabezas del modo más simplificado, ha adquirido la solidez de un prejuicio. ¡Pero la conclusión contra los oportunistas la han esfumado y “olvidado”!

 

El “Estado popular libre” era una reivindicación programática y una consigna en boga de los socialdemócratas alemanes en la década del setenta. En esta consigna no hay el menor contenido político, fuera de una filistea y enfática descripción del concepto de democracia. Engels estaba dispuesto a “justificar provisionalmente” esta consigna desde el punto de vista de la agitación, por cuanto con ella se insinuaba legalmente la república democrática. Pero esta consigna era oportunista, porque expresaba no solo el embellecimiento de la democracia burguesa, sino también la incomprensión de la crítica socialista de todo Estado en general. Nosotros somos partidarios de la república democrática como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo, pero no tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud asalariada es el destino del pueblo, incluso bajo la república burguesa más democrática. Más aún. Todo Estado es una “fuerza especial para la represión” de la clase oprimida. Por eso, todo Estado ni es libre ni es popular. Marx y Engels explicaron esto reiteradamente a sus camaradas de partido en la década del setenta.

 

En quinto lugar, esta misma obra de Engels, de la que todos recuerdan la idea de la extinción del Estado, contiene un razonamiento sobre la importancia de la revolución violenta. El análisis histórico de su papel lo convierte Engels en un verdadero panegírico de la revolución violenta. Esto “nadie lo recuerda”.

 

Sobre la importancia de esta idea no se suele hablar ni aun pensar en los partidos socialistas contemporáneos, estas ideas no desempeñan ningún papel en la propaganda cotidiana entre las masas. Y, sin embargo, se hallan indisolublemente unidas a la “extinción” del Estado y forman con ella un todo armónico.

 

 

He aquí el razonamiento de Engels:

 

… De que la violencia desempeña en la historia otro papel [además del de agente del mal], un papel revolucionario; de que, según la expresión de Marx, es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra nueva ; de que la violencia es el instrumento con la ayuda del cual el movimiento social se abre camino y rompe las formas políticas muertas y fosilizadas, de todo eso no dice una palabra el señor Dühring. Solo entre suspiros y gemidos admite la posibilidad de que para derrumbar el sistema de explotación sea necesaria acaso la violencia -cosa lamentable-, ¡adviertan ustedes! , pues todo empleo de la misma, según él, desmoraliza a quien hace uso de ella. ¡Y esto se dice, a pesar del gran avance moral e intelectual, resultante de toda revolución victoriosa! Y esto se dice en Alemania, donde la colisión violenta que puede ser impuesta al pueblo tendría, cuando menos, la ventaja de extirpar el espíritu de servilismo que ha penetrado en la conciencia nacional como consecuencia de la humillación de la guerra de los treinta años. ¿Y estos razonamientos turbios, anodinos, impotentes, propios de un cura, osan ofrecerse al partido más revolucionario de la historia?

 

¿Cómo es posible conciliar en una sola doctrina este panegírico de la revolución violenta, presentado con insistencia por Engels a los socialdemócratas alemanes desde 1878 hasta 1894, es decir, hasta los últimos días de su vida, con la teoría de la “extinción” del Estado?

 

Generalmente se concilian ambas cosas con ayuda del eclecticismo, desgajando a capricho (o para complacer a los investidos de poder), sin atenerse a los principios o de un modo sofístico, ora uno, ora otro razonamiento; y se hace pasar a primer plano, en el noventa y nueve por ciento de los casos, si no en más, precisamente la tesis de la “extinción”. Se suplanta la dialéctica por el eclecticismo: es la actitud más usual y más generalizada ante el marxismo en la literatura socialdemócrata oficial de nuestros días. Estas suplantaciones no tienen, ciertamente, nada de nuevo; han podido observarse incluso en la historia de la filosofía clásica griega. Con la suplantación del marxismo por el oportunismo, el eclecticismo, presentado como dialéctica, engaña más fácilmente a las masas, les da una aparente satisfacción, parece tener en cuenta todos los aspectos del proceso, todas las tendencias del desarrollo, todas las influencias contradictorias, etcétera., cuando en realidad no da ninguna interpretación completa y revolucionaria del proceso del desarrollo social.

 

Ya hemos dicho más arriba, y demostraremos con mayor detalle en nuestra ulterior exposición, que la doctrina de Marx y Engels sobre el carácter inevitable de la revolución violenta se refiere al Estado burgués. Este no puede sustituirse por el Estado proletario (por la dictadura del proletariado) mediante la “extinción”, sino solo, como regla general, mediante la revolución violenta. El panegírico que dedica Engels a esta y que coincide plenamente con reiteradas manifestaciones de Marx (recordemos el final de La miseria de la filosofía y de El manifiesto comunista con la declaración orgullosa y franca sobre el carácter inevitable de la revolución violenta; recordemos la Crítica del programa de Gotha de 1875, cuando ya habían pasado casi treinta años, en la que Marx fustiga implacablemente ese panegírico) no tiene nada de “apasionamiento”, ni de declamación, ni de salida polémica. La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en esta, precisamente en esta idea de la revolución violenta, constituye la base de toda la doctrina de Marx y Engels. La traición cometida contra su doctrina por las corrientes socialchovinista y kautskiana imperantes hoy se manifiesta con singular relieve en el olvido por unos y otros de esta propaganda.

 

La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible sin una revolución violenta. La supresión del Estado proletario, es decir, la supresión de todo Estado, solo es posible por medio de un proceso de “extinción”. Marx y Engels desarrollaron estas ideas de un modo minucioso y concreto, estudiando cada situación revolucionaria por separado, analizando las enseñanzas sacadas de la experiencia de cada revolución. Pasemos a examinar esta parte de su doctrina, que, incuestionablemente, es la más importante…

 

(continuará)

 

 

[ Fragmento de: Lenin “el estado y la revolución” ]

 

*


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar